La modestia educada del editor

"Doloridas, sin consuelo, vienen a cumplir el oficio de llorar a sus hermanos", señala el coro en Los siete contra Tebas, de Esquilo. En estas páginas, como en el teatro griego, dieciséis voces se reúnen para recordar, para subrayar sus afectos por el director de este suplemento desde su aparición, en junio de 2015: Roberto Diego Ortega. El conjunto destaca un gesto, un carácter, una memoria tejida a través de la amistad de años o de pocos meses de intercambiar correos. El conjunto aplaude su vida noble, su trabajo más que luminoso. Descanse en paz.

Roberto Diego, Rocío Del Vecchio  —su esposa— y Rafael Pérez Gay.
Roberto Diego, Rocío Del Vecchio —su esposa— y Rafael Pérez Gay. Foto: Cortesía de: Delia Juárez G.

El periodismo cultural mexicano está de luto. El poeta, periodista, traductor y editor Roberto Diego Ortega no venía de la nada. Era hijo de uno de los maestros secretos del periodismo mexicano, el legendario Vicente Ortega Colunga (1917-1985), cuya estampa recuerda José Luis Martínez S. en La vieja guardia. Protagonistas del periodismo mexicano (2005), libro que está dedicado precisamente a su maestro, el padre de Roberto Diego. Como Julio Torri, Ortega Colunga era originario de Saltillo, Coahuila, y se había formado en los periódicos de aquella región. Don Vicente firmó reportajes en Hoy, Mañana, Siempre!, Impacto y La revista de América. Al final de sus días dedicó sus empeños a la edición de la revista Su Otro Yo, que tenía la aspiración de ser una de las mejores publicaciones eróticas de México.

LOS PASOS DE LA CABRA

Cierto, Roberto Diego no venía de la nada, pero tampoco se puede reducir su itinerario a la herencia paterna. Al concluir Su Otro Yo, inició otra revista, Diva; luego haría otra publicación mensual: Viva. Formó parte de una generación de los nacidos en 55, junto con Alberto Román, Fernando Figueroa y el citado José Luis Martínez S. Esto habla de la sociabilidad de este editor que colaboró en La Cultura en México, Sábado, la Revista de la Universidad, y fue jefe de redacción en Nexos. Formó parte del Taller de Poesía Sintética, que había iniciado Rafael Vargas. Tradujo a Graham Greene, Anthony Burgess, Julian Barnes y Harold Bloom, entre otros. Hizo un libro de poemas titulado Nacer a cada instante, editado por Cal y arena. Tengo la fortuna de tener un ejemplar firmado por este nativo de Géminis en el horóscopo tradicional y en el chino, del signo de Cabra. Los Géminis están condenados a convivir con su otro yo, no siempre son bipolares.

Por otra parte, siguiendo los pasos de la Cabra, Roberto Diego era intrépido y perseverante, capaz de vencer las dificultades y de encontrar el camino más corto para acceder a los abismos y a las alturas en medio de geografías no siempre fáciles. El nombre Roberto es de origen germánico, significa “el que brilla por su fama”, según Gutierre Tibón. A su vez, Diego es abreviación de Santiago, y estaría emparentado con la voz griega que significa “instruido”. La suma de estas cantidades semánticas da el cuerpo de un erudito de fulgurante fama. A su vez la etimología de Ortega significa: “afortunado”. No sobra recordarlo.

Siguiendo los pasos de la Cabra era intrépido, capaz de encontrar el camino más corto para acceder a los abismos y a las alturas 

Me consta que sabía leer bien entre las líneas de una hoja de vida y que era capaz de pedir a un colaborador como yo, textos cuya afinidad era irrebatible, dicho de otro modo, era muy difícil decirle que no a este editor que sabía manejarse con guantes de seda en medio de las calles no siempre limpias.

AMIGO DE LAS LETRAS

Tenía un oído literario infalible y sabía dónde decaía el interés de una obra. Además del oído, lo guiaba también un olfato de sabueso que sabe reconocer el rastro de la herida o de la sangre en la nieve o el lodo. No le interesaba la guerra, pero no desconocía su gramática ni menos a la especie humana capaz de producirla. De vez en cuando, el dandy que era sembraba algunos poemas labrados en el amanecer y fraguados en la hora incierta en que los lobos y los chacales son indistinguibles.

Era un buen conversador, sabía escuchar, rumiar y devolver lo dicho y redicho. Soslayaba su autoridad en una modestia educada que sabía convencer al otro con las buenas razones de antes y sin perder nunca el sentido del humor. Será difícil encontrar un amigo de las letras como él. El periodismo cultural mexicano está de luto.