Una cosa, ciertamente menor (si la comparamos con la pérdida de cientos de miles de vidas), que ha ocasionado la crisis sanitaria provocada por la pandemia del Covid-19 ha sido la suspensión de novedades editoriales que ya eran inminentes y que tenían previstos sus lanzamientos entre febrero y junio del presente año.
La industria editorial prácticamente se paralizó en todo el mundo, y muchos libros que ya estaban en imprenta, o en la etapa de preprensa, tuvieron que detenerse en este proceso y no únicamente reprogramarse, sino quedar en la incertidumbre, lo cual resulta comprensible, pues dentro de la programación editorial de un sello determinado, la oportunidad y la lógica de mercado son determinantes, decisivas, al momento de lanzar una novedad.
Queda claro, con esto, que una novedad editorial publicada en plena crisis sanitaria estaba destinada al fracaso cuando no al olvido, pues a pesar de que la promoción (más bien publicidad) podía llevarse a cabo, de manera eficaz, utilizando las plataformas digitales y las redes sociales de internet, la gente (incluida en ella el público lector) estaba más ocupada en ajustar su vida a la nueva realidad marcada por la pandemia que en preguntarse cuáles eran las novedades editoriales.
De hecho, ya sea por curiosidad o por aprehensión, al iniciar el obligado confinamiento y el cierre de librerías, muchas personas comenzaron a leer o a releer las obras relacionadas con alguna pandemia, como el Diario del año de la peste, de Daniel Defoe; La peste escarlata, de Jack London; La peste, de Albert Camus; Némesis, de Philip Roth; Ensayo sobre la ceguera, de José Saramago, y La cuarentena, de J. M. G. Le Clézio, entre otras, sin faltar, por supuesto, las más populares El amor en los tiempos del cólera, de Gabriel García Márquez, y La danza de la muerte (o Apocalipsis), de Stephen King.
PERO NO DEJA de ser sintomático, y bastante paradójico, el hecho de que, en una sociedad global caracterizada por el auge electrónico, todo parecía indicar que éste era el preciso momento (cuando la mayor parte de las personas se encontraba en su casa frente a la computadora) para lanzar los nuevos libros en formato digital sin preocuparse, mayormente, por la edición física del impreso tradicional. Y, sin embargo, ¡ninguna editorial se atrevió a hacerlo! La lectura en tiempos de confinamiento por el Covid-19 se centró más en el libro físico que en el ebook o libro digital. Tanto en librerías como en Amazon la mayor parte de los pedidos fue de libros físicos. En general, los lectores continuaron mostrando su preferencia por el libro tradicional, impreso en papel, frente al libro electrónico.
En 2008, cuando en la Feria del Libro de Fráncfort, algunos especialistas, expertos y muchos editores firmaron la muerte del libro tradicional en papel para el año 2018 no sabían lo que estaban diciendo
La razón es muy simple: incluso en los países de mayor facturación del libro digital, como Estados Unidos (30 % de toda su producción), Gran Bretaña (22 %), China (19 %) y Alemania (17 %), el libro en papel sigue siendo dominante en la industria editorial, pues lo mismo en Japón que en España, Francia e Italia tiene una primacía de casi el 95 %, y ni qué decir al respecto de los países de América en lengua española, en los que el libro digital tiene una demanda insignificante que oscila entre el 0.5 % y el 1.5 %. Vistas las cosas así, publicar una novedad editorial únicamente en soporte digital es condenarla a pasar casi inadvertida, especialmente en los países de lengua española.
Hoy, y desde hace ya varios años, todos los autores firman contratos que confieren a las casas editoriales el derecho a la explotación de la obra lo mismo en su versión impresa que en su versión digital, pero el fuerte de las ganancias, particularmente en los países de lengua española, está en el libro tradicional impreso y no en la publicación electrónica. Los ingresos, tanto para los editores como para los autores, son más bien marginales, hasta hoy, tratándose de la publicación digital. Incluso los lectores muy apegados a las pantallas, esto es, a todo tipo de dispositivos digitales, compran la obra física aun si la encargan por internet. Es una minoría insignificante la que en el mercado del libro en español lee exclusivamente en formato digital. Si mencionamos el caso de México, esta minoría no llega siquiera al 1 %, de acuerdo con los datos que proporcionan los editores y confirmados por la Cámara Nacional de la Industria Editorial Mexicana (Caniem).
En España, donde en los últimos días ya se están abriendo nuevamente los espacios culturales, incluidas las librerías, un editor español acaba de lanzar una novedad editorial, cuya aparición pospuso un par de meses, acompañada del siguiente anuncio:
Este libro debería haber llegado a las librerías el pasado marzo. Quedó atrapado en el limbo del confinamiento, y llega por fin esta semana a su destino natural, las librerías, donde espera captar el interés de ustedes, los lectores. Seguimos creyendo que es un libro oportuno, más en estos tiempos tan necesitados de reflexiones que nos enseñen de nuevo a mirar.
Para este editor español (Francisco Javier Jiménez, de Fórcola Ediciones), con una larga y sólida experiencia, las librerías son el espacio natural de los libros, y aunque también oferta versiones digitales, esto se debe, como es obvio, a la necesidad de atender un mercado que, por minoritario que sea, merece ser atendido. Lo cierto es que la edición en el mercado español y en otros mercados (incluidos el japonés, el francés y el italiano), hizo fracasar la profecía apocalíptica de que, para 2018, los libros en papel serían objetos no ya de bibliotecas, sino de museos.
EN 2008, cuando en la Feria del Libro de Fráncfort, algunos especialistas, expertos y muchos editores firmaron la muerte del libro tradicional en papel para el año 2018 no sabían lo que estaban diciendo. Hablaban por hablar, aunque minimizaron el poder de los lectores, que está por encima del poder económico y siempre por encima de los pronósticos y vaticinios que quisieran ver modificada la realidad, pero sin tomar en cuenta a quienes deciden esa realidad: las personas, el público que, por más que se le quiera normar y deformar, esto sólo se consigue con un segmento marginal o bien con un tercio considerable (en el caso de Estados Unidos) que no es sino el que está integrado por los lectores que no crecieron en los ámbitos del libro en papel.
En octubre de 2018, Carles Geli, del diario español El País, escribió, no sin sarcasmo (haciendo alusión al famoso cuento de Augusto Monterroso), lo siguiente, en la mencionada Feria del Libro de Fráncfort:
Cuando la Feria de Fráncfort despertó en 2018, el libro de papel seguía ahí. Y no como el recuerdo de un dinosaurio, sino en el centro del sector. En 2008, una macroencuesta de la organización entre mil editores de treinta países marcó 2018 como el momento en que el libro electrónico superaría en volumen al negocio tradicional. Así tituló este diario, recogiendo la conclusión del informe, a cinco columnas: El libro digital ganará al papel en 10 años. Y no. El futuro ya está aquí y la profecía no se ha cumplido. Ni de lejos. No sólo lo que parecía un ascenso imparable se ha frenado, sino que, amén de ver hasta cierta recuperación del papel, habría dado signos de leve retroceso en sus tierras de promisión por excelencia, Estados Unidos e Inglaterra.
De hecho, en los últimos dos años, el techo del 30 % del libro electrónico alcanzado en Estados Unidos, en el mejor de los casos se ha estancado, o bien oscila en uno o dos puntos porcentuales a la baja. Y hay, en este tema, juicios de algunos editores que resultan sorprendentes por su énfasis, pero también por la invocación a la realidad que muchos otros editores han desatendido. Carles Geli recordó, por ejemplo, las de Arnaud Nourry, el consejero delegado de Hachette, “sexto conglomerado editorial del mundo”, en febrero de hace dos años. Sin concesión alguna, sin andarse por las ramas, Nourry afirmó:
El ebook es un producto estúpido; es lo mismo que un libro impreso, pero electrónico, y no es para nada creativo. Ha funcionado porque es hasta 40 % más barato que el de papel, pero tenía un techo que ya alcanzó.
Al recoger otros puntos de vista, ahí mismo en la Feria del Libro de Fráncfort, hace casi dos años, Geli le dio voz a Carmen Ospina, directora de desarrollo de negocio internacional en Penguin Random House Grupo Editorial. Su opinión fue también contunden-te y sin complacencias: “El ebook no ha mejorado la experiencia lectora, no ha aportado nada más allá de la compra inmediata, porque es más barato y llevas muchos libros en un mínimo espacio”.
En conclusión, los vaticinios del apocalipsis del libro en papel fallaron, y el confinamiento de las personas en casi todo el mundo, como consecuencia de la pandemia del Covid-19, vino a demostrar que, para la mayor parte de los lectores, en la llamada Aldea Global, un libro no existe, o casi no existe, si no tiene su correspondiente soporte en papel. Si el libro electrónico tuviese realmente el poder de mover a los lectores, de atraparlos, este ya largo tiempo de confinamiento hubiera sido la oportunidad de prescindir de los libros en papel y quedarnos únicamente con el ebook que no sólo nos evita salir de casa para tenerlo y leerlo de inmediato, sino que incluso nos libera de la acción, un tanto riesgosa en estos tiempos, de abrir la puerta para recibir el paquete con el libro físico enviado por la tienda o por la librería.
PERO ADEMÁS, el auge del ebook, en ese porcentaje minoritario (por más que sea casi un tercio de la facturación en Estados Unidos) se centra sobre todo en productos de alto contenido calórico y poca sustancia alimenticia. Exceptuando los textos universitarios, lo que más se vende en el nicho electrónico corresponde a las etiquetas novela romántica, autoayuda, espiritualidad, moda, negocios, liderazgo y una buena cantidad de obras relacionadas con las series televisivas y de las plataformas de internet. Por más que no se quiera usar el término literatura rápida, esto es justamente lo que tenemos: fast book como equivalente de fast food. Ni más ni menos.
Ahora bien, ¿quién que lea todos los ebooks de mayor venta en España y América Latina (no más del 4 %, excluidos los libros universitarios en otros idiomas, sobre todo en inglés, francés y alemán) sacará de ellos un gran provecho emocional e intelectual, o una sólida formación, especialmente si es universitario o profesionista? Esta pregunta la formulo, por su pertinencia, en un libro cuya publicación fue aplazada a causa de la pandemia y que lleva por título La prodigiosa vida del libro en papel: Leer y escribir en la modernidad digital.
Es una pregunta pertinente porque cabe precisar que quienes compran libros no son los millonarios (ocupados no en leer, sino en hacer dinero), sino los profesionistas y estudiantes de clase media que tienen alguna inclinación por la lectura y no carecen del todo de recursos económicos. A los pobres no podemos culparlos por aquellos libros de moda que la clase media escolarizada ha elevado al pináculo de la fama dándoles, además, el valor de necesidad.
Quiero decir con esto que, con excepción de los libros científicos y de texto, todos de poca demanda universitaria, los porcentajes marginales de los libros electrónicos que se venden en el mercado de lengua española son, en su gran parte, productos chatarra desde los temas mismos que el mercado ha convertido en subgéneros (los ya mencionados, novela romántica, espiritualidad, liderazgo, etcétera); el colmo de la banalidad y la intrascendencia que es fruto del árbol del consumismo en esta “civilización del espectáculo”, como la denominara, acertadamente, Mario Vargas Llosa, en su libro homónimo.
Por supuesto, este problema es anterior a internet. Pero con la red se ha agravado. Ya en 1984 Sándor Márai anotaba en su Diario, el 18 de abril:
Hoy en día, el escritor que intenta crear algo diferente de lo que la industria de consumo produce para alimentar a los lectores es como el cojo que anda con prótesis, pero de todas formas intenta presentarse a una carrera de cien metros.
El autor húngaro fue incluso más allá. Escribió: “La literatura ha muerto: ¡viva la industria del libro!”.1
En un sentido espiritual y lírico, tampoco le falta razón a Antonio Muñoz Molina cuando, en su ensayo “La casa sin papel”, referido a Bill Gates, observa:
La idea de una casa en la que no hay papeles me parece más siniestra que la de una casa sin espejos o sin ventanas. [...] Al despojarse de sus utilidades más mercenarias o inmediatas es cuando el papel se nos vuelve más valioso y cuando nosdamos cuenta de todo lo que perderíamos con su abolición. [...] Si no fuera por el papel algunas de las cosas mejores de la vida nos estarían vedadas. [...] En un trozo de papel ha estado escrita algunas veces nuestra felicidad o nuestra desgracia.2
Si el libro digital tuviese una aceptación y demanda inversas a las que, porcentualmente, tiene hoy en los países de lengua española, queda claro que la tecnología del libro tradicional impreso en papel sería un lujo y un obstinado capricho para un sector marginal de los lectores. Pero hoy, cuando está por terminar la segunda década del siglo XXI, la realidad nos muestra que el libro en papel es necesario y mantiene su vigencia: por ello, publicar libros únicamente en soporte digital es como no publicar nada, o sólo para unos cuantos interesados que no constituyen un sólido público lector que pueda hacer funcionar a la industria editorial.
Cuando está por terminar la segunda década del siglo XXI, la realidad nos muestra que el libro en papel es necesario y mantiene su vigencia: publicar libros únicamente en soporte digital es como no publicar nada
LO QUE NOS ha enseñado el confinamiento obligado en nuestras casas, como consecuencia de la pandemia del Covid-19, es que los libros en papel no sólo siguen siendo necesarios, sino también vitales, de absoluta actualidad, ya que son el fruto de una tecnología que no ha sido superada y, por cierto, contra lo que se piense simplistamente, más limpia, menos dañina para el planeta, que las tecnologías digitales.
Para los escépticos que duden de esta afirmación, bien vale recomendarles leer el ensayo del editor de larga experiencia Manuel Gil (actual director de la Feria del Libro de Madrid), “Ecología del papel versus ecología digital”. Un par de datos que ofrece ahí: “En 2020 la infraestructura de la computación generará más emisiones que la aviación”: éstas serán de 1400 millones de toneladas. Por ello, “para Aspapel [Asociación Española de Fabricantes de Pasta, Papel y Cartón] es preferible imprimir un documento de cuatro páginas a doble cara blanca y negro que estar quince minutos leyéndolo en la pantalla”.3
En los países de lengua española el libro en papel todavía tiene larga vida, más allá de la convivencia (ni siquiera pueden llamarse competencia) con el ebook. Ésta es la realidad. En el mejor de los casos, afirmar lo contrario es ficción; en el peor, mentira.
A pesar de la grave situación que enfrenta, el libro en papel no está en crisis porque, paradójicamente, siempre ha estado en crisis; su problema hoy, a consecuencia de la pandemia del Covid-19, es ser capaz de recuperarse y remontar este primer semestre de 2020 que ha sido terrible, devastador, y en muchos casos letal, para las editoriales.
Notas
1 Sándor Márai, Diarios 1984-1989, traducción de Eva Cserhati y A. M. Fuentes Gaviño, Salamandra, Barcelona, 2008, pp. 19 y 37.
2 Antonio Muñoz Molina, “La casa sin papel”, en Unas gafas de Pla, Aguilar-Santillana, Madrid, 2008, pp. 258-270.
3 Manuel Gil, “Ecología del papel versus ecología digital”, @antinomiaslibro, Blog profesional de reflexión sobre el sector del libro, 8 de enero, 2018.