La nobleza de Ernesto de la Peña

Desde el pasado 8 de agosto, los medios culturales dedicaron espacios al festejo por los setenta años de Adolfo Castañón, académico, poeta, crítico, escritor prolífico —además de asiduo colaborador de El Cultural—, cuya obra es una guía de registros múltiples que, lejos de establecer fronteras, las comunica y dialoga con ellas. Así sucede con esta crónica-reflejo de su aprecio por Ernesto de la Peña, polímata mayor de nuestros años recientes: a través del espacio y el tiempo, nada parece serle ajeno en su décimo aniversario luctuoso, que es un motivo para celebrar el abanico fascinante de sus conocimientos y aportaciones a la vigencia de la tradición humanista.

Ernesto de la Peña (1927-2012), en su biblioteca.
Ernesto de la Peña (1927-2012), en su biblioteca. Foto: Archivo de María Luisa Tavernier

I

Ernesto de la Peña era descendiente de Rosario de la Peña, la mujer por la que murió Manuel Acuña. Podría decirse que traía la poesía y la literatura en la sangre y en la sombra. Como perdió precozmente a su madre, el niño Ernesto se educó y formó con un tío suyo, Francisco Canale, quien tenía una gran biblioteca en la cual el niño y luego el adolescente se formó y se adentró en el conocimiento de la Biblia.

Cursó la carrera de Letras Clásicas en la Facultad de Filosofía y Letras. Su pasión por las lenguas lo llevó a dominar más de treinta idiomas, a conocer el griego antiguo, el latín, el arameo. Eso le permitió traer, traducir a nuestro idioma, al español hablado en México, los evangelios de Mateo, Marcos, Lucas y Juan, así como los evangelios apócrifos de Santo Tomás. También tradujo a Anaxágoras, a Hipócrates, a Hölderlin, Rilke, Valéry Mallarmé y T. S. Eliot, entre otros. Su libro de cuentos Las estratagemas de Dios le valió el Premio Xavier Villaurrutia en 1988.

Lector de Homero y de Miguel de Cervantes, de Rabelais, de Michel de Montaigne y de Pascal, Ernesto de la Peña (21 de noviembre de 1927-10 de septiembre de 2012) era también un enamorado de la música y la ópera, conocía tramas, cantantes, escenarios y teatros. No en balde sostuvo un programa diario de ópera en Opus 94.5 y fue cronista semanal de las funciones que daba la Metropolitan Opera House.

EN SU POESÍA REUNIDA con el título revelador de Palabras para el desencuentro hace un repaso doliente de duelos y rupturas y se expresa el arte de decir adiós con tacto y no sin una sonrisa. Era un ser alegre, ávido de experiencias y de mundo, siempre atento al devenir y dueño de un genuino sentido del humor. De su vocación de andariego y curioso da fe su infatigable inquietud como escritor para periódicos y revistas. La Fundación Telmex le compró su biblioteca compuesta por más de treinta mil ejemplares, a los que póstumamente su viuda María Luisa Tavernier añadió otros varios miles de volúmenes.

Fue elegido para ocupar la silla XI en la Academia Mexicana de la Lengua el 14 de enero de 1993 y pronunció su discurso el 18 de julio de 1993. Colaboró en el Diccionario de mexicanismos coordinado por Concepción Company Company y formó parte de la Comisión de Lexicografía, presidida por ella misma, y de la Comisión de Consultas. Un ejemplo de su labor en ella es la respuesta que elaboró para la siguiente consulta:

Consulta 5724: Buenos días: Mi nombre es Elena, soy rusa, pero llevo cuatro años viviendo en México. Aprendí el español con los profesores de España, y por eso a veces algunas palabras / frases / estructuras gramaticales que usan en México me causan dudas o confusión. Por ejemplo, no puedo entender qué forma del verbo se usa en las frases cotidianas que vemos todos los días, como “Rómpase en caso de incendio”, o “Agítese antes de tomar” (en un bote de yogurt), o “Refrigérese después de abrir” (en una caja de jugo). En este caso entiendo la forma del verbo como imperativo de un verbo reflexivo en la forma de Usted, pero si es así significa que la acción está dirigida a mí misma y soy yo la que tiene que romperse en caso de incendio o agitarse antes de tomar un yogurt...

Me suscitaba simpatía intelectual. En alguna ocasión, le llevé un ejemplar de la revista Prometeus. Su rostro se iluminó, como si aquella revista le trajera aires de su juventud. Esa escena perdura en mi memoria como el tañido de una campana

Respuesta: A continuación le enviamos la respuesta a su consulta, elaborada por don Ernesto de la Peña, miembro de número de esta Academia e integrante de nuestra Comisión de Consultas:

El tipo de oraciones que usted consulta recibe el nombre de “impersonales reflejas”. Los verbos, en efecto, están en tercera persona de singular y el pronombre afijo indica tal carácter impersonal. Es muy comprensible que esta explicación no sea suficiente para usted por tratarse de una forma característica del español, que no tiene un equivalente preciso en el ruso, que es su lengua materna.

Sin embargo, tenemos la convicción de que la siguiente explicación podrá servirle [...].

Característico del español es que este pronombre afijo se aplica al complemento directo de la oración, no al sujeto que la realiza. Por consiguiente, si usted oye o ve escrito “agítese antes de usarse” la finalidad de la acción recae sobre el objeto, no sobre el sujeto de la misma. Es decir, debe agitarse el frasco y no usted.

Esperamos que con esta aclaración se hayan despejado sus dudas y quedamos a sus órdenes para cualquier otra consulta.

Estas frases ilustran bien la comedida e inteligente participación de don Ernesto de la Peña en la Comisión de Consultas de la Academia Mexicana.

La nobleza de Ernesto de la Peña
La nobleza de Ernesto de la Peña

FUE UN BON VIVANT en el sentido más noble de la palabra. Cuando llegó por primera vez a la Comisión de Consultas de la Academia Mexicana de la Lengua, llevó dos bolsas llenas de pan de dulce para compartirlas con los compañeros de la Comisión. A ese regalo se sumó el de su sabiduría incomparable de archimandrita y rabino, de helenista y clasicista de altos vuelos, capaz de saltar de un idioma a otro y de ahondar en la noria de cada una de las lenguas que dominaba.

Era amigo de Eduardo Lizalde, Salvador Elizondo, Jaime Labastida y Guido Gómez de Silva, el otro políglota de la Academia. Sus comentarios eran siempre atinados y estaban revestidos de una chispa ingeniosa que sólo él podía darles. Recuerdo que una vez, al concluir la ceremonia de ingreso de Miguel Ángel Granados Chapa, lo acompañé al auto que su esposa María Luisa fue a buscar bajo la lluvia.

El tema del discurso de ingreso de Granados Chapa tenía que ver con la libertad de expresión y el empobrecimiento del lenguaje. Las palabras sensibles y sensitivas de Ernesto de la Peña ahondaron el discurso que acabábamos de oír. Ya no pude seguir escuchándolo pues apareció María Luisa con el auto bajo la lluvia.

Siempre le tuve una alta estima y me suscitaba una gran simpatía intelectual. En alguna ocasión, le llevé un ejemplar de la revista Prometeus. Su rostro se iluminó con una sonrisa, como si aquella revista le trajera de repente aires de su juventud. Esa escena perdura en mi memoria como el tañido inagotable de una campana.

En recuerdo de ese momento acompaño este escrito con su paráfrasis del poema “Réquiem a un niño”, de Rilke, publicado en el número tres de esa revista, dirigida por Francisco Zendejas y José Giacoman Palacio.

II

A partir de 1992 y hasta 2012, Ernesto de la Peña colaboró con el Instituto Mexicano de la Radio (IMER) con un caudal de grabaciones que se encauzaron en un delta de cuatro brazos: 1. Testimonio y celebración, viajes a través de la historia y de la literatura universales, de la mitología y de la religión, tanto como reflexiones en torno al tiempo y a la divinidad; 2. Al hilo del tiempo, serie destinada a explicar al auditorio las formas de convivencia entre judíos, árabes y cristianos en la España Medieval, así como a exponer ciertas cifras carismáticas como el Santo Grial, y diversos tópicos de los ritos prehispánicos, mexicas y huicholes, así como el uso del peyote entre los indígenas; 3. Música para Dios, a través de un conjunto de alrededor de 350 programas, expuso e ilustró con música sacra textos bíblicos y cabalísticos cuya comprensión se abría gracias a su palabra erudita y luminosa, y 4. 100-200 años con Ernesto de la Peña, una serie que a través de cápsulas desgrana la historia de nuestro país en el doble marco del Bicentenario de la Independencia y del Centenario de la Revolución.

Este cuadrilátero de series radiofónicas alza en el tiempo y en el espacio acústico una historia de la cultura, la música, la poesía, la literatura y la arquitectura universales a través de una mirada que busca abrir la curiosidad del oyente, pero que también forma parte de un paisaje cuya unidad proviene de la visión enciclopédica de quien fue un hombre-patrimonio.

La nobleza de Ernesto de la Peña
La nobleza de Ernesto de la Peña

III

Un día, o más bien una tarde, a fines de 1998, llegó a las oficinas del FCE en la Torre del Ajusco un hombre robusto de barba blanca. Llevaba el manuscrito de La rosa transfigurada, un libro singular en que se combinan como en un caleidoscopio la teología y la botánica, la filosofía y la poesía, la farmacopea y la heráldica alrededor de la rosa que atraviesa siglos, civilizaciones, desde los griegos, los persas y los monjes y religiosos de la Edad Media desvelados por la cifra de la Rosa mística. Dante, Rilke, la cultura musulmana y la propia invención de Ernesto de la Peña conviven en este paseo amoroso por la historia a través de la cifra mágica de la rosa, sin olvidar las alusiones al Rosario y al hecho de que la Virgen del Tepeyac hubiese hecho su anuncio con rosas dibujadas en la túnica que dejó caer entre las manos de Juan Diego.

Acompañé a Ernesto y a su esposa María Luisa hacia el estacionamiento para que no se perdieran en los laberintos de cemento que rodeaban aquella torre. Recuerdo que en el camino le hablé de la novela Roses à crédit de Elsa Triolet, la esposa de Louis Aragon, cuyo asunto es también la rosa. Sonrió y dijo que la buscaría. No dudo que lo haya hecho. Ese encuentro mínimo fue el inicio de la simpatía que le tendría más tarde, cuando a fines de 2003 me recibió en la Academia junto con los otros compañeros.

Griego, árabe, latín, persa, inglés, alemán, italiano, ruso y francés son las lenguas en que se maneja este audaz ejercicio que es también una suerte de arca universal en torno a los temas del amor y la pureza que este pensador y poeta logró entretejer en un jardín de letras donde dialogan las civilizaciones —una de las especialidades de este patriarca travieso que lo mismo grababa sus cápsulas para el IMER que elegía escenarios poco habituales para sus grabaciones. Me tocó hablarle de mi libro de viajes en la Facultad de Arquitectura. También lo fui a visitar varias veces a su imponente biblioteca en la Fundación Telmex, donde me recibió para hablarme precisamente de ese acervo para un programa de televisión de la Academia que nunca llegó a proyectarse. En todas esas ocasiones, Ernesto, el maestro Ernesto de la Peña, el hombre-patrimonio de la humanidad, la cifra andante de la Torre de Babel entre nosotros, fue más que amigable con mi rústica persona.

El FCE publicó después de su muerte Carpe risum. Inmediaciones de Rabelais (2015) y él dejó sus Poemas invernales, publicados en Ernesto para intrusos (2015), antología preparada por María Luisa Tavernier.

BIBLIOGRAFÍA PARCIAL

Ernesto de la Peña, Obra reunida I. Ensayos: La rosa transfigurada, Don Quijote: la sinrazón sospechosa, Castillos para Homero, Conaculta, México, 2007.

________________________, Obra reunida II. Ensayos y traducciones: Los evangelios según Mateo, Marcos, Lucas y Juan, Las controversias de la fe, El centro sin orilla, Conaculta, México, 2007.

________________________, Obra reunida III. Narrativa y poesía: Las estratagemas de Dios, Las máquinas espirituales, El indeleble caso de Borelli, Mineralogía para intrusos, Palabras para el desencuentro, Conaculta, México, 2007.

________________________, Palabras para el desencuentro, Conaculta, México, 2007.

________________________, Castillos para Homero, Conaculta, México, 2008.

Ernesto de la Peña: Poesía y conocimiento, programa de Paulina Lavista, TV UNAM.