La semana duró siete días como cualquier otra, siete son los pecados capitales, oscurecen la conciencia y perturban la razón. Llovió cuatro veces, salió el arcoíris, el sol se asomó todas las mañanas, menos una, se nublaron seis tardes. En las calles, desde temprano, las personas caminaban volando, ángeles o demonios, yo sentía los pies de plomo, rozando el infierno y quemándome toda. Por último, resucité y me puse a escribir esta columna.
La semana es Santa pero yo no. Soy pecadora, no me arrepiento de nada
EL LUNES TUVE PEREZA de cuerpo y de pensamiento, y no sé cuál fue peor. No contesté el teléfono, no hice ejercicio, tampoco preparé el desayuno, ni hambre sentía. Me abandoné al descanso, inerte, y no sentí remordimiento alguno. No revisé mis cuentas bancarias, no respondí correos, ni siquiera leí la publicación quincenal de Karla Zárate. La suprema flojera. El martes me acordé de ti, te odié y me quise vengar porque no estabas conmigo. La ira en estos tiempos se manifiesta con fuego: de una vez quemé todas tus cartas, fotografías y regalos. Corté en pedazos tu traje príncipe de Gales, la corbata en cachitos, la camisa negra se hizo cenizas. De la soberbia que sentí el miércoles se derivaron otros vicios, como el deseo de que todos me deseen, ser la preferida. Vanidosa, me contemplé desnuda en el espejo y la imagen me habló. Dijo que soy guapa, sensual, que mi cuerpo está en buenas condiciones, fuerte y lista para la pasión y la aventura que escoja según mi voluntad. Lujuriosa, entre las cobijas, el jueves encontré el placer inmediato y banal. Desbordada, no me satisfago ni contigo ni con nadie ni conmigo. El viernes fui a un banquete romano. La gula apareció. Bebí vino, comí carne roja. Cené chocolates, pasteles, y aunque ya no tenía apetito, pedí que no dejaran de rellenar mi copa y repetí los tiempos del menú. Confesé mi avaricia el sábado. No quise deshacerme de la ropa que ya no uso, de los antiguos relojes sin cuerda, la vajilla incompleta, el viejo y roído sillón donde dormíamos la siesta, el piano desafinado que nunca aprendí a tocar. La envidia me la diste tú el domingo al traerme un ejemplar de tu nueva novela, narras ahí el romance con esa mujer que tenía lo que yo no. No gocé de vacaciones igual que ustedes, no visité la tumba de Tutankamón ni el estrecho de Bering. No escribo como los demás.
La semana es Santa pero yo no. Soy pecadora, no me arrepiento de nada ni quiero que me perdonen.
*** Cúrame de mí.