Nope, Jordan Peele

Filo luminoso

Nope
Nope Foto: Fuente: super-ficcion.com

Dos familias que son vecinas viven literalmente en los márgenes de Hollywood, en el valle de Agua Dulce, a unos ochenta kilómetros de Los Ángeles y a más de un siglo de distancia del glamur y la mitología de la industria fílmica. Por un lado está el rancho Haywood Hollywood Horses, que desde la invención del cinematógrafo provee caballos a filmaciones, y por otro está el parque de diversiones decadente y kitsch con tema del oeste, Jupiter’s Claim, de Ricky Jupe Park.

Estos emporios familiares tratan de sobrevivir al paso del tiempo en un espacio liminar, un purgatorio del olvido. Un estoico Otis Jr. OJ Haywood (Daniel Kaluuya) y su efusiva hermana Emerald Em (Keke Palmer) pierden a su padre (Keith David) en un extraño accidente cósmico, cuando durante una lluvia de objetos una moneda le perfora el ojo y se aloja en su cráneo. Ese extraño suceso se suma a los sonidos (voces y risas grabadas de una comedia televisiva) e imágenes iniciales (un chimpancé agitado, vestido de niño, empapado de sangre con gorrito de fiesta en un set televisivo donde alguien yace en el piso) del tercer largometraje de Jordan Peele, Nope, para crear una atmósfera de incertidumbre, amenaza y ambigüedad.

Los hermanos Haywood quedan a cargo de un desfalleciente negocio familiar en vías de obsolescencia ante la proliferación en las pantallas de animales generados por computadora. OJ hace su trabajo de domador de manera automática, como el prototipo del vaquero taciturno, indiferente y melancólico. Em, en cambio, se muestra radiante, desinhibida y entusiasta hasta el exceso al presentarse con los clientes y de paso ofrecer sus otros talentos (actriz, directora, motociclista). Por su parte, Jupe, quien fue niño estrella de la tele y el cine (su apodo viene de su papel en un western infantil), está dispuesto a aprovechar todas las oportunidades para enriquecerse, por lo que no tiene pudor para explotar los seis minutos y trece segundos de terror que vivió en 1996, cuando en la serie Gordy’s Home, el chimpancé del título enloqueció y asesinó a varios de sus compañeros en el set mientras él miraba oculto desde abajo de una mesa. Jupe sobrevivió al trauma, aunque evidentemente no habla de su experiencia en el episodio, sino de las parodias y representaciones mediáticas del mismo. Por eso describe con todo detalle un ficticio sketch de Saturday Night Live con Chris Kattan y exhibe una burlona portada de la revista Mad. Su estrategia para confrontar sus demonios es explotar la voracidad del morbo ajeno, para lo que ha creado un pequeño museo del horror tras una puerta secreta en su oficina, con memorabilia del show: “Yo usualmente cobro por mostrar esto”.

Escrita, dirigida y producida por Peele, Nope es una película compleja, ambiciosa y con un presupuesto muy superior a toda la obra anterior del cineasta. Si bien trata acerca del racismo endémico, también se enfoca en el consumo compulsivo y frenético de espectáculos y cómo esto nos transforma. No por nada la cinta comienza con una cita bíblica poco conocida del Antiguo Testamento, en Nahúm 3:6, de un dios vengativo que desea castigar la arrogancia de la ciudad de Nínive (actualmente Mosul, Irak): “Echaré sobre ti inmundicias, te haré despreciable, y haré de ti un espectáculo”.

Es una película compleja, ambiciosa y con un presupuesto muy superior a toda la obra anterior del cineasta

Los Haywood tienen una historia larga con las imágenes en movimiento, ya que descienden del jockey negro que aparece en una de las series fotográficas de Eadweard Muybridge, animada en un zoopraxiscopio (un proyector de cine anterior al cinematógrafo), la secuencia de dos segundos titulada El caballo en movimiento, de 1878. Lo brutal de la historia es que aunque se sabe que la yegua se llamaba Annie G., el nombre del jinete fue olvidado. Peele se apropia de la historia real y crea a un tatarabuelo jockey imaginario, Alistair Haywood, quien les da a sus descendientes un linaje cinematográfico honroso aunque desprovisto de fama. Han sido despojados de su legado y reconocimiento, reducidos a caballerangos. Ahora bien, así como los Haywood se sienten robados, el simple nombre de su tierra habla de otro despojo, éste a la población hispana: Agua Dulce, que a su vez refleja el despojo a los nativos por los españoles o los mexicanos. No hay una narrativa única de victimización.

EL VOCABULARIO DE IMÁGENES, conocimiento y referencias cinematográficas de Peele es enciclopédico y salta de la evocación de Muybridge hasta el derrapón de la moto de Akira (Katsuhiro Otomo, 1990), pasando por el torbellino de El mago de Oz (Victor Fleming, 1939), la persecución de la avioneta fumigadora de Con la muerte en los talones (North by Northwest, Alfred Hitchcock, 1959) y los visitantes de La Tierra contra los platillos voladores (Fred Sears, 1956), las dos versiones de La guerra de los mundos (Byron Haskin, 1953 y Steven Spielberg, 2005) y Encuentros cercanos del tercer tipo (Spielberg, 1977).

El extraordinario trabajo fotográfico de Hoyte van Hoy-tema enfatiza la celebración del cine, la técnica (lo digital contra lo analógico y una cámara Imax de manivela), lo que se muestra y lo que se oculta, y sobre todo la ilusión de la toma perfecta. Peele tiene un sentido agudo de lo que hace memorable un filme, por lo que construye sus historias en torno a objetos que se vuelven iconos y emblemas: primero fue la taza de té y la cucharita en Huye (Get Out, 2017), luego las tijeras en Nosotros (Us, 2019). Aquí son tanto los hombres inflables que bailan al viento con una bomba de aire —comunes en las concesionarias de autos— como el inquietante zapato que inexplicablemente queda parado sobre el talón en la masacre del set de Gordy.

El espectáculo da un giro para adoptar un género más: el de vaqueros contra extraterrestres. Un OVNI o bien un fenómeno aéreo no identificado (FANI) acosa el valle. La ciencia ficción de platillos voladores entra en colisión con el western, dos géneros que tratan a menudo —precisamente— de invasiones, despojos y seres tecnológicamente avanzados que intentan esclavizar o exterminar a una población para arrebatarle su tierra. El género del oeste, que construyó una mitología racista sobre el robo, genocidio e invisibilización de la población de color, no puso a un hombre o mujer negros sobre un caballo durante décadas. En casa de OJ y Em las paredes están decoradas por carteles de Duelo en el cañón del Diablo (Duel at Diablo, Ralph Nelson, 1966) y Odio en las praderas (Buck and the Preacher, Sidney Poitier, 1972), los primeros westerns estelarizados por Poitier.

El objeto volador es una amenaza que viene a entretejer la historia de las reacciones animales instintivas, del chimpancé y los caballos, con las de los humanos ante lo inexplicable. Tanto Em como OJ tratan de monetizar los avistamientos con una “toma digna de Oprah”, y Jupe, al integrarlos a su show. Nope es un atrevimiento fílmico, un desafío estilístico y un argumento contundente hacia un cine que no solamente se regodea con el potencial de la cultura popular, sus tropos, convenciones, clichés e idiosincrasia, como hace Quentin Tarantino, sino que revela los mecanismos de opresión y adoctrinamiento que el cine lleva un siglo promocionando.

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