“Yo aquí me quedo, no voy a huir de mi país, de mi patria... si hay que luchar voy a luchar por la libertad, por el derecho a tener una vida sin guerras ni dictaduras”. La voz de Natasha Ivzhenko, en perfecto español, es elocuente, firme y no titubea. La joven mujer, madre de dos —una niña de doce años y un niño de siete—, se encuentra escondida junto con una decena de amigos y familiares en el sótano de una casa rural a cincuenta kilómetros de Kiev, la capital ucraniana. Hasta ahí huyó con los suyos un día después de que el ejército ruso a las órdenes de Vladimir Putin invadiera su país, provocando una injustificada guerra que, a poco más de una semana de duración e indistintamente de su resultado, habrá de cambiar de manera indiscutible el mundo.
Suiza, en una decisión sin precedentes, anunció que se sumaría a la lista de países que impondrán sanciones al régimen moscovita y a sus aliados oligopólicos, dejando de lado su histórico rol como nación neutral. Suecia y Finlandia, en un camino similar, consideran seriamente incorporarse a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). El Comité Olímpico Internacional recomienda a las federaciones deportivas de todo el mundo no convocar a deportistas ni selecciones rusas o bielorrusas, la FIFA cancela la participación de Rusia en el próximo Mundial de Qatar y de los clubes rusos en los torneos de la UEFA. El Festival de Cine de Cannes excluye por su parte la participación oficial de Rusia. La ministra de exteriores del Reino Unido da su venia a aquellos ciudadanos británicos que decidan combatir a las fuerzas de ocupación rusas como voluntarios y brigadistas internacionales junto con el ejército ucraniano. La presidenta de la Comisión Europea declara que Ucrania debiese ingresar a la Unión y que las fronteras del continente están abiertas para todos los refugiados que escapen del conflicto, sin excepción, mientras el canciller alemán, en un giro radical a la política de Berlín desde la caída del régimen nazi, anuncia un aumento significativo en el gasto militar de su país.
No se puede maquillar la realidad . Así concluye la entrevista con la cadena española una estoica Natasha de ojos acuosos, desde su refugio
Este breve listado de algunas de las medidas tomadas para aislar al Kremlin en represalia por su brutal acción militar recuerda algunos de los capítulos más oscuros del pasado reciente de Europa y es, tan sólo, parte de una historia mucho más amplia que se escribe minuto a minuto desde las trincheras de esa región. La guerra en Ucrania no será quizá la última, pero a partir de ella habrá de recomponerse o destruirse el orden mundial establecido con el final de la Segunda Guerra Mundial y el surgimiento de la ONU.
“No se puede maquillar la realidad”. Así concluye la entrevista en directo con la conductora del noticiero matutino de la cadena española Telecinco, una estoica Natasha de ojos acuosos, desde su soterrado refugio. Ahí está la referencia al duro pasado de su país, una historia plagada de batallas, conquistas, hambrunas, revoluciones y derrotas pero, sobre todo, se subraya el futuro que está en juego, no solamente para Ucrania sino para el resto del mundo.
Vivimos exclusivamente en el presente, pues siempre y eternamente es el día de hoy, y el día de mañana será un hoy, la eternidad es el esta-do de las cosas en ese momento.
Clarice Lispector
(Ucrania, 1920-Brasil, 1977)1
Cuando las bombas comenzaron a caer sobre Kiev y las explosiones sonaron tanto en Járkov como en Odesa, durante el amanecer del pasado jueves 24 de febrero, Europa y el mundo miraron con una mezcla de incredulidad y estulticia el avance de tanques, de efectivos militares rusos desde Moscú, Bielorrusia y Crimea hacia Ucrania. El arranque de la primera guerra del siglo XXI en suelo europeo trajo consigo el agridulce recuerdo de la debacle yugoslava de finales del XX y, de cierta forma, también, el ominoso fantasma de la Guerra Fría, las guerras mundiales, el fascismo, la amenaza nuclear, el mundo bipolar, el nacio-nalsocialismo, la destrucción y el fin de los tiempos. De Londres a Berlín y de París a Roma, pasando por Bruselas, pocas voces, las menos, daban por hecho que Vladimir Putin lanzaría un ataque armado de tal magnitud. Europa se aferraba a creer que la paz que le ha costado tanto mantener, así como la unidad que ha tardado décadas en forjar, aderezadas por la diplomacia, eran condiciones suficientes para evitar otra guerra continental. Europa, sin embargo, estaba equivocada.
“Rusia es ‘un acertijo, envuelto en un misterio, dentro de un enigma’”,2 el peculiar juego de palabras elegido por Sir Winston Churchill en 1939 para definir la Rusia estalinista y su posible estrategia geopolítica ante el ataque hitleriano a los Sudetes checos y la posterior invasión nazi a Polonia, en los albores de la Segunda Guerra Mundial, da cuenta del añejo resquemor mutuo entre las naciones del occidente de Europa y Moscú. Fincada en el desconocimiento del otro, además de empeorada tras la caída de los zares y la Revolución de Octubre, pero no por ello nueva en medida alguna, es a través de esta aversión centenaria que ha de explicarse, entenderse, valorarse y analizarse el ataque y la consiguiente invasión del régimen de Putin contra la Ucrania de Vladimir Zelenski, así como la respuesta de la Unión Europea, del resto del continente y de buena parte del hemisferio occidental a lo acontecido. Así lo han hecho analistas, académicos, internacionalistas, políticos de todas las ideologías, opinadores, diplomáticos en funciones o jubilados, todo tipo de figuras públicas. Sin embargo, si hemos de ser juiciosos, la guerra en Ucrania exige también discutirse, analizarse, explicarse, valorarse y entenderse desde una perspectiva más profunda y de mayor calado: la de sus implicaciones a largo plazo para el sistema internacional, más allá de la coyuntura diaria que dicta por el momento el enfrentamiento armado.
La encarnizada guerra emprendida por Putin, la férrea resistencia de los ucranianos a sus embates y la inusitada respuesta europea dan cuenta de una lucha más grande en cuanto a sus dimensiones y posibles efectos colaterales. Es una lucha sobre la que Kant, Erasmo e incluso Hegel discurrieron a lo largo de su obra, que es hoy la lucha entre libertad y opresión, entre cooperación y confrontación, entre guerra y diplomacia, entre verdad y posverdad, entre globalización y aislacionismo. La lucha del hombre contra sí mismo.
No, no estaba bajo un cielo extraño,
Ni bajo la protección de extrañas alas,
Estaba entonces con mi pueblo
Allí donde mi pueblo, por desgracia, estaba.
Anna Ajmátova
(Ucrania, 1889-Rusia, 1966)3
Cuando Moscú lanzó una quirúrgica acción militar, entre febrero y marzo de 2014, para anexionarse la península de Crimea y cercenar Ucrania, la respuesta europea fue leída por Vladimir Putin como una muestra de debilidad. Una flaqueza que, desde su particular cosmovisión, es representativa de las democracias liberales. Una fragilidad intrínseca de los países con elecciones transparentes, libertad de opinión y respeto por los derechos humanos, la cual decidió utilizar a su favor. En los años posteriores, la estrategia del Kremlin fue hilando sus siguientes pasos hasta materializarse la invasión de la semana pasada, que ha traído como resultado una nueva guerra continental, la primera de tal envergadura desde 1945, dado el número de intereses y naciones implicadas. El problema de dicha estrategia rusa que apuesta por la flaqueza de las democracias y del imaginario de Putin que desestima el orden internacional, radica en que no es, ni por mucho, un caso aislado.
Cuando Moscú lanzó una acción militar para anexionarse la península de Crimea, la respuesta europea fue leída por Vladimir Putin como muestra de debilidad
El desgaste de los modelos políticos, la ominosa acumulación de capital en manos de un puñado de gente, el resquebrajamiento del contrato social, el abuso de las clases económicas y políticas, más el acelerado cambio tecnológico, entre muchos otros factores, propiciaron en los albores del presente siglo el cambio sistémico que ahora atestiguamos. El descala-bro de los mercados financieros en 2008, tras el escándalo desatado por Lehman Brothers, fue el inicio de la ola de nacionalismos aislacionistas que terminaron con la falsa ilusión de que el mundo globalizado y de las sociedades multiculturales y pluriétnicas en las que vivimos es sinónimo de paz, de prosperidad.
Ninguna parte del mundo queda exenta de la epidemia de populismos demagógicos que se alimentan de un nacionalismo reduccionista, comba-tivo y excluyente, que apuestan por la posverdad, concentran el poder político sin contrapesos, limitan la libertad de opinión y desestiman los derechos humanos. Regímenes a uno u otro lado del espectro político que desconfían de y vilipendian a las instituciones internacionales en favor del pueblo, eufemismo que oculta el interés personal del líder en turno. Narendra Moodi en la India, Rodrigo Duterte en Filipinas, Recep Erdogan en Turquía, Jair Bolsonaro en Brasil, Viktor Orban en Hungría, Boris Johnson en el Reino Unido, Nayib Bukele en El Salvador, Donald Trump en Estados Unidos y, por supuesto, la Rusia de Vladimir Putin son prueba clara de ello.
Los nacionalismos aislacionistas que asfixian desde hace más de una década al mundo son regímenes políticos que bien pueden ser de derechas o de izquierdas, pero siempre son de extremos, sobre todo ideológicos. En general están encabezados por una figura central fuerte, presidente o primer ministro, en torno a la cual todo gira. Son políticos no tradicionales que utilizan herramientas antidemocráticas para encumbrarse y mantenerse en las preferencias electorales, herramientas engañosas que creíamos muertas con las guerras mundiales y que incluyen la demagogia, la propaganda y el populismo. Los nacionalismos aislacionistas crean una imagen irreal de lo que constituye un ciudadano, aquel, por supuesto, que es tan nacionalista como el líder, y por ello no le cuestiona. Todos aquellos que no encajen en esa ilusoria y diminuta definición de ciudadano son considerados enemigos, sean periodistas, opositores políticos, afrodescendientes, inmigrantes, indígenas, mujeres, homosexuales, intelectuales, extranjeros o artistas.
Otra característica esencial de este nuevo modelo político es la que lleva por apellido: el aislacionismo. Estos gobiernos nacionalistas del siglo XXI tienen una desconfianza innata en la diplomacia, en el sistema internacional, el multilateralismo y la cooperación. En su discurso, pero también muchas ocasiones en la práctica —como es el caso de la invasión rusa a Ucrania—, muestran un desdén inédi-to por las instituciones y las estructuras que se crearon en los años cuarenta del siglo pasado, precisamente como antídoto a los horrores del fascismo y del nacionalsocialismo que llevaron a la Segunda Guerra Mundial. Las víctimas principales de este cada vez más socorrido modelo de hacer política en el mundo son, por un lado, la democracia y, por otro, el pueblo al que su tergiversada narrativa dice representar, defender, salvar, transformar.
Mientras en el noticiero de la cadena española llega a sus últimos minutos, líneas interminables de automóviles y personas a ambos lados de la frontera entre Polonia y Ucrania se transmiten por el televisor. Unos huyen del horror, mientras otros le hacen frente. De acuerdo con el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), más de medio millón de personas cruzaron las fronteras de Ucrania con Polonia, Hungría, Eslovaquia, Moldavia y Rumanía durante la primera semana de la guerra; son mayoritariamente mujeres, niños y gente de la tercera edad, que escapan del peligro como pueden.
Otros tantos, imposibles de contabilizar, provenientes de Budapest y Praga, de Frankfurt y Milán, incluso de Madrid y Sevilla, hombres jóvenes e incluso ancianos de la diáspora ucraniana en Europa se dirigen a pie, en tren, en autobús o en coche propio a las mismas fronteras, en contrasentido a los cientos de miles que huyen a diario. Van a luchar contra los invasores rusos, motivados por sus convicciones, por la democracia en peligro, por su derecho a la libertad y a decidir. Van a luchar por ellos y, de cierta forma, también por todos nosotros.
Notas
1 “Vivemos exclusivamente no presente, pois sem-
pre e eternamente é o dia de hoje, e o dia de amanhã
será um hoje, a eternidade é o estado das coisas nesse momento”, A hora da estrela, Rocco, Rio de Janeiro, 2020, p. 27. La traducción es mía.
2 “Russia is ‘a riddle, wrapped in a mystery, in-side an enigma’”.
3 Réquiem / Poema sin héroe, edición bilingüe
de Jesús García Gabaldón, Ediciones Cátedra, Madrid, 2019, p. 101.