Octavio Paz, el poeta y el pugilista

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Hace cuatro años, el centenario de Octavio Paz trajo consigo varios títulos, algunas reediciones y otras novedades que invitaban a emprender una atenta relectura de su obra. Habrá que recordar que autores como Christopher Domínguez Michael, Jorge Aguilar Mora, Enrique González Rojo, Xavier Rodríguez Ledesma, Enrico Mario Santi y Armando González Torres se han ocupado del pensamiento crítico de Octavio Paz, asunto un tanto complicado si se tiene en cuenta que la poderosa figura de Paz inhibía a la crítica.

Si examinar la obra paciana era un reto complejo, hablar de su vida se convertía —a veces— en un intrincado laberinto. Hay entrevistas que retratan al poeta, en una especie de close-up, aunque en realidad no son muchos los acercamientos que permitió a su persona.

En una de sus últimas entrevistas, Emmanuel Carballo señaló:

Al crítico le corresponde poner orden, ser el cronista de un momento —o de varios momentos sucesivos— de la literatura de un país. Y cuando el crítico no llega a tiempo a la cita que tiene contraída con la historia, o no ejercita lúcidamente el papel que le está encomendado, la comprensión de ese “momento” será más difícil y se demorará el conocimiento de sus autores más representativos.

Eso es precisamente lo que ha hecho Armando González Torres, tanto en éste como en otros libros sobre Octavio Paz, poner orden. Advertir cuáles han sido los años clave en la vida del poeta, qué tipo de estudios y reflexiones han motivado tanto su poesía como sus ensayos, qué batallas decidió librar y, sobre todo, trazar una cartografía de las aportaciones de Paz en sus obras más esenciales.

Los signos vitales. Anacronismo y vigencia de Octavio Paz, de Armando González Torres (Libros Magenta, México, 2018) está dividido en tres partes: la primera de ellas se llama “Padres e hijos”, en donde se rastrean cuáles son los nuevos libros en torno a Paz y en qué consiste su principal aportación. El apartado también puede asimilarse de la siguiente manera, como cuando alguien lanza a la orilla de un río una piedra y se forman ondas relacionadas con el efecto que acaba de ocurrir. Esas ondas, precisamente, son las que analiza González Torres.

"Paz le revela a Julián Ríos que en sus comienzos El laberinto de la soledad fue una novela, que no le funcionó bajo ese modelo porque los personajes no se desarrollaban como tales

sino que eran vehículos para la reflexión".

Desde 1998, año del fallecimiento del escritor que creció en Mixcoac, han aparecido libros y textos juveniles, epistolarios, entrevistas, antologías y ensayos sobre Octavio Paz. Armando González Torres les toma el pulso a esos textos, lleva a cabo esa tarea de ordenamiento y clasificación temática: Paz biográfico, Paz en otras latitudes como Francia y Japón, Paz como editor de revistas importantes en la cultura mexicana (Plural y Vuelta), Paz y la crítica literaria, Paz y la poesía moderna como atento lector de T. S. Eliot, Paz y el arte contemporáneo, entre otras facetas de un mismo autor, el más importante de las letras mexicanas y, no cabe duda, el más polémico.

Si existe una palabra que podríamos aplicar a la figura de Octavio Paz y su relación con sus lectores, quizá ésta sea reconciliación. Podemos estar o no de acuerdo con su manera de analizar la política mexicana, con sus acercamientos a los círculos del poder; no obstante, su obra literaria no tiene por qué estar impregnada de epítetos que corresponden a otras áreas. Pero resulta complicado hacer esta división con un hombre, tal como lo define Armando González Torres,

de un espíritu omnívoro, con un apetito por las más diversas disciplinas, que no sólo escribió una obra poética señera del siglo XX, sino que incidió en los más variados territorios del conocimiento, desde la literatura comparada, la historia y la sociología hasta la crítica de arte.

La segunda parte del libro se titula “Afinidades y querencias”. Aquí se habla del interés de Paz en estudiar y analizar la obra de Sor Juana. Cuando González Torres se refiere a la empatía y la profundidad del acercamiento de Paz a Sor Juana, advierte “una mirada comprensiva, admirativa, que no sólo parece la de un historiador sino la de un hermano”. ¿Acaso Paz, en algunos momentos de su vida, se sintió igual de incomprendido y aislado que Sor Juana?

En ese mismo apartado se aborda el libro Solo a dos voces, uno de los mejores volúmenes de entrevistas a Octavio Paz. En dicho título, el poeta le revela a Julián Ríos que en sus comienzos El laberinto de la soledad fue una novela, que no le funcionó bajo ese modelo porque los personajes no se desarrollaban como tales sino que eran vehículos para la reflexión, por lo que aquello tomó, naturalmente, la forma del ensayo. Tenía entonces el impulso narrativo que ejercitó, por un lado, en los relatos y poemas en prosa de ¿Águila o sol? y también, dos décadas más tarde, en El mono gramático, en el que recorre los senderos de la creación, y que podría tener el antecedente de El libro vacío, de Josefina Vicens, novela que suele ir acompañada de una carta-prefacio de Paz, en donde éste se identifica con el protagonista José García y su búsqueda del todo en la nada, el vacío, de un cuaderno en blanco.

Siguiendo con el asunto de las conversaciones, Armando González Torres propone que imaginemos un divertimento o un caos, no sé de qué modo verlo en realidad. Que pensemos en un encuentro entre Octavio Paz —con un whisky en la mano— y Roberto Bolaño —con un café latte—, y que seguramente el resultado de esa cita hubiera cambiado la manera en que Bolaño se refiere a Paz en Los detectives salvajes. González Torres cree que Paz se hubiera reído de los desplantes de los jóvenes vanguardistas y que Bolaño habría aceptado muchos de los coscorrones que Paz propinaba a los más dogmáticos y complacientes militantes de la época. Y que la velada no se habría extendido porque Paz ya era viejo y Bolaño estaba enfermo. En lo personal, me resulta difícil suponer un encuentro de esa naturaleza, sobre todo si tomamos en cuenta el espíritu rebelde y radical de Bolaño, y que antes de que publicara esos detectives no se había dado el fenómeno que se creó —literario y comercial— a su alrededor.

Luego toca el turno a la tercera y última parte del libro, la más lograda y disfrutable, “El poeta y el pugilista”. Uno de los textos que la integran aborda el esplendor y las aportaciones de “Piedra de sol”, y el siguiente ensayo refiere una faceta de Octavio Paz que González Torres ha explorado en otro título: se trata de las polémicas de Paz con Daniel Cosío Villegas, Antonio Castro Leal, Rubén Salazar Mallén, Jorge Aguilar Mora, Héctor Aguilar Camín, Fernando del Paso y Carlos Monsiváis, entre otros.

Para Armando González Torres no existe duda de que Paz fue el mayor polemista hispanoamericano del siglo pasado y que la disputa fue su gimnasia intelectual y su laboratorio de ideas. Nos recuerda que no hay debate importante del siglo XX en el que Paz no haya tomado postura. Sus polémicas incluyen temas sobre la función del arte en los años treinta hasta las coyunturas políticas nacionales e internacionales de los noventa.

Lo observa como un polemista precoz, explosivo y frontal.

Por un instante, imagino a Paz convertido en un pugilista, lanzando los jabs y uppercuts que se requieren para enfrentar con destreza a su oponente. Paz sería el campeón de los pesos completos, hábil con los puños y también diestro en el momento de esquivar golpes de sus adversarios. Sin duda, más certero con la derecha que con la izquierda. Lo visualizo arriba del ring con la mirada fija en su oponente y atento a la campana para dar inicio a la pelea, una discusión por demás encendida.

Hace poco, con la noticia de la muerte de Eduardo Arroyo, revisé la obra gráfica del artista plástico con la idea de detenerme sólo en los cuadros que hizo relacionados con el boxeo. El poeta y pugilista Arthur Cravan fue uno de los que incluyó en sus retratos. Es célebre la serie de dibujos que hizo del rostrode Cravan después del enfrentamiento que tuvo con Jack Johnson.

Cravan era un poeta surrealista suizo y seguramente Paz tuvo noticias de él, en la época que apreciaba esa corriente literaria. El lema de Cravan, que siguió al pie de la letra y hasta sus últimas consecuencias, afirma: “Todo gran artista tiene el sentido de la provocación”. Así es como se ve analizado en este acercamiento a la vida y obra de Octavio Paz.

Armando González Torres ha escrito un libro necesario que pone orden a la imparable cascada de reflexiones positivas y negativas que suscita la presencia de Octavio Paz. Si algún reproche habría que hacerle a su autor, radica en la brevedad de algunos textos que, en lo personal, hubiera querido que fueran de largo aliento, de doce rounds para ser precisa.

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