Tras más de quinientos días a puerta cerrada, el Antiguo Colegio de San Ildefonso reabre al público con un homenaje a la mirada fotográfica de Francisco Toledo. Bajo el título en zapoteco Lu’Biaani —que se traduce al español como “ojo de luz”—, la muestra aborda la relación del artista mexicano más influyente del último cuarto de siglo con la fotografía. Este vínculo no siempre resulta el más obvio; es, sin duda, uno de los aspectos menos conocidos de su carrera o, tal vez, el que se difunde más escasamente. Sin embargo, es en la imagen fotográfica donde encontramos una de sus influencias más contundentes.
HONRAR LAS IMÁGENES
A través de cuatrocientas piezas que presentan a los personajes insustituibles de la fotografía nacional e internacional, se consigue un acercamiento multidimensional al interés de Toledo por la foto como medio para su propio trabajo artístico y social, así como por la formación de nuevas generaciones de artistas. La mirada panorámica que ofrece la exposición evoca el espíritu de un creador capaz de ver más allá de su propia obra.
Al recorrer la muestra es casi imposible evitar la sensación de ser partícipes de un homenaje póstumo a la memoria de Toledo; sin embargo, no fue concebida así. “Esta exposición estaba trabajándose aún con el maestro en vida. Se planeó, en realidad, como un homenaje de Toledo a la fotografía, es decir, honrar la imagen fotográfica”, comenta Eduardo Vázquez Martín, director del Antiguo Colegio de San Ildefonso, en entrevista para El Cultural.
La exposición es resultado de un arduo proceso investigativo llevado a cabo por su curador, Alejandro Castellanos, como parte de un proyecto iniciado en 2015 por Daniel Brena en el Centro Fotográfico Manuel Álvarez Bravo, uno de los tantos espacios culturales creados por el propio Toledo en la ciudad de Oaxaca. Colección en vivo fue el nombre de aquel programa, dedicado a investigar de manera sistemática la colección del Centro, reunida y donada por el artista.
Así lo compartió el propio Castellanos, fotógrafo e investigador, para El Cultural: “Se ha presentado obra de la colección a lo largo de los años, pero la idea aquí era hacer un programa de forma cotidiana y desde ese momento empezamos a hacer un trabajo más constante de investigación de la misma”. En el proceso, Castellanos se interesó en indagar más sobre la labor de Toledo en torno a la fotografía, más allá de piezas o autores individuales de la colección, y fue así como comenzó a germinar lo que ahora podemos ver.
Es probable que el trabajo fotográfico de Toledo fuera ensombrecido porque la fotografía ha sido considerada una expresión menor ante las artes plásticas. Su carrera es recordada siempre a partir de la pintura, la gráfica, la cerámica o el papel
CUATRO EJES PRINCIPALES
Para Vázquez Martín, el hecho de que a partir del pasado 15 de octubre el público pueda disfrutar de esta muestra no sólo se debe a esa iniciativa del Centro Fotográfico Manuel Álvarez Bravo (CFMAB) —impulsada por Castellanos, Sara López Ellitsgaard, hija de Toledo, y Fausto Nahúm, director del Centro—, sino también a lo que describió como una “suma de voluntades”. Entre ellas están incluidas la del Instituto Nacional de Bellas Artes, el Centro de la Imagen, la Fundación Jumex y la cátedra Nelson Mandela de la Coordinación de Difusión Cultural de la UNAM, a la par de otras instituciones fundadas por el artista en Oaxaca, como el Instituto de Artes Gráficas de Oaxaca (IAGO) y el Centro de las Artes de San Agustín Etla (CaSa).
En ese sentido, la muestra quizá no sea un homenaje a Toledo tras su fallecimiento, pero sí una conmemoración del veinticinco aniversario del Centro Fotográfico Manuel Álvarez Bravo y de su legado como espacio de conservación, experimentación, difusión y educación, que es único en México y el mundo. Éstos son los cuatro ejes principales en torno a los cuales giran los nueve núcleos expuestos en las salas —a su vez, las principales aristas del trabajo de Toledo en torno a la fotografía—, los cuales se encuentran absolutamente entretejidos en todos los aspectos de su quehacer.
Al entrar a la exhibición nos encontramos con un conjunto de polaroids que se asemejan a lo que hoy podríamos entender como selfies. Son imágenes que reflejan la construcción y apropiación de una imagen personal. Se trata de una de las series en las que Toledo experimentó, como creador, con la fotografía. Alejandro Castellanos anota:
—En 2001 o 2002, el maestro presentó tres series que tenían que ver con fotografía, en una muestra que llamó La sombra del deseo. Yo quise retomar esa idea porque la fotografía estuvo presente a lo largo de su vida desde que fue muy joven, pero siempre a la sombra de todas las otras actividades que se le reconocen. Sin embargo, al ver la muestra (o por lo menos ésa fue mi intención), se puede notar la gran impronta que tuvo en el ámbito de la fotografía, misma que sigue teniendo.
PREJUICIOS Y REALIDADES
Es probable que el trabajo fotográfico de Toledo fuera ensombrecido porque la fotografía ha sido considerada una expresión menor ante las artes plásticas. Su carrera es recordada siempre a partir de su trabajo en la pintura, la gráfica e, incluso, la cerámica o el papel, como sucede también con los famosos papalotes. “Hay dos mundos de las imágenes: el del arte contemporáneo, con toda la tradición de la historia del arte, y el de la fotografía, que tiene otro sentido porque está muy diseminado en la vida cotidiana. De esta manera pierde su vínculo con el arte”, afirma el curador.
En el caso de Toledo, esta faceta de su trabajo se ha dado a conocer a lo largo de los años, aunque él mismo le dio menos difusión que al resto de su obra, quizá por estos prejuicios. Ello ha creado una idea, al menos entre el público no especializado, de que su trabajo creativo es muy ajeno a la fotografía. A pesar de ello, su interés por la imagen fotográfica es muy sintomático de su visión particular. A fin de explicarlo, Castellanos acude a una idea planteada por Juan Carlos Reyes: “Con toda la tradición plástica que tenía Oaxaca, la fotografía estaba totalmente al margen, pero la mirada de Toledo iba a esos lugares, a lo marginal”.
Lu’Biaani es, de esta manera, una revisión del sitio de Francisco Toledo en la historia de la fotografía. “Uno puede recorrer la exposición a partir de varias lecturas: la historia de la fotografía y la historia de la propia obra del maestro Toledo”. Vázquez Martín propone:
—Hay una relación fundacional del artista con la fotografía, que es la relación con Manuel Álvarez Bravo. Tenemos también a Henri Cartier-Bresson, a Sebastião Salgado, a Josef Koudelka, digamos, a esos clásicos de la fotografía, pero también a Graciela Iturbide y a la generación nacida en los años sesenta o fines de los cincuenta, que se consolida como un grupo estrechamente vinculado al fotoperiodismo y a la crítica social, entre ellos Antonio Turok y Eniac Martínez. Finalmente, hay una parte de los fotógrafos más jóvenes, formados en las escuelas y en los espacios creó el artista del Istmo de Tehuantepec —concluye.
Esta nueva camada de la que habla el director del museo ronda hoy los treinta años de edad, lo cual brinda a la exposición un interesante diálogo transgeneracional que nos ofrece una interesante lectura de la fotografía del siglo XX y los albores del XXI. Y, al mismo tiempo, de la propia trayectoria de Toledo en relación con la fotografía, que se extiende mucho más allá de su producción individual.
El coleccionismo es, en este sentido, un hilo conductor en la narrativa de la muestra, que nos permite observar la mirada de Toledo hacia su entorno. “Podríamos decir que el curador de esta muestra es fundamentalmente el propio maestro”, continúa Vázquez. Lu’Biaani se construye así a partir de las fotografías que interesaron al propio artista, desde ese primer encuentro con la obra de Álvarez Bravo hasta las filas más jóvenes de fotógrafos que pasaron por el CFMAB, el IAGO o el CaSa. Éstas fueron primero detonantes de su propia exploración con el medio fotógrafico y, después, reflejo de su labor como propiciador de la obra artística. Y, como vemos en la exposición, estas dos características de su trayectoria son inseparables.
El coleccionismo es un hilo conductor en la narrativa de la muestra, que nos permite observar la mirada de Toledo hacia
su entorno. Podríamos decir que el curador de esta muestra es el propio maestro , continúa Eduardo Vázquez Martín
TAMBIÉN BIBLIÓFILO
Como sucede en todos los aspectos de su vida y obra, el coleccionismo de Toledo surge de vetas muy singulares. A diferencia de lo que tradicionalmente es un coleccionista, él como creador no salía a la búsqueda de objetos ni los acumulaba en su propio hogar. Según Castellanos, este acervo es resultado “de un diálogo constante con otros ar-tistas y figuras del mundo artístico”, y siempre en relación con los diversos centros culturales que Toledo creó.
El coleccionismo de obra fotográfica tampoco puede entenderse como una labor independiente de la del bibliófilo, pues en él la creación de acervos artísticos iba de la mano de su amor por los libros. “El vínculo personal que tenía con los libros era muy importante y nos permite valorar de manera muy concreta la generosidad de su trabajo, de su visión”, afirma Castellanos. De esta manera, la muestra y la biblioteca se forman a través de donativos e intercambios, ambos con idéntica finalidad: la de compartir el resultado.
En cuanto a esa relación tan íntima que Toledo guardaba con los libros, Lu’Biaani también aborda su trabajo como editor. “Es parte de la historia del fotolibro, como se le conoce ahora, pero no sólo en México sino internacionalmente”, asegura Castellanos. En esa historia hay una pieza fundamental, Juchitán de las mujeres, de Graciela Iturbide, cuya primera edición forma parte de la muestra. Pero de nuevo, el Toledo editor de fotolibros no se entiende si ignoramos sus otras facetas, en especial la del promotor.
Fue a través de esta labor editorial, de la creación de colecciones y bibliotecas, pero sobre todo de espacios formativos, como Toledo dejó su mayor huella en el ámbito de la fotografía. “Aquí se muestra cómo un artista puede hacer que otros produzcan sin asumirse necesariamente como maestro; cada uno de esos creadores tomó su camino”, concluye Castellanos.
En esa labor se aprecia otro de los aspectos fundamentales del artista multidisciplinario, tan propio también de Oaxaca: el trabajo en comunidad. Los sitios que fundó son, para Eduardo Vázquez, “espacios de socialización del arte, de comunicación de los saberes, espacios para compartir”, en tanto que Toledo estuvo siempre “abierto al diálogo y a colaborar creativamente con otros”.
Esta exposición da cuenta de ello y ésa es otra razón para visitar Lu’Biaani, quizá la más importante: para encontrar en nosotros mismos esa capacidad creativa plural tan claramente encarnada en Toledo, que sin duda tanta falta nos hace hoy.