Los otros Bukowski

Figura paradigmática del realismo sucio, Charles Bukowski nació en Alemania en 1920 y en 1923 emigró con sus padres a Estados Unidos, donde se nacionalizó. Novelas, cuentos y poemas dan cuenta de su visión áspera del mundo, marcada por el hecho de considerarse parte de la “basura blanca más repugnante de las grandes ciudades”, como apunta este ensayo. A Buk se le ha acusado de misógino, vulgar y violento, afirma Daniel Herrera, pero nadie puede negar su brutal dominio narrativo ni la fuerza desmesurada de una obra que a la distancia asombra, también, por su fecundidad.

Charles Bukowski en el programa francés Apostrophes, 1978.
Charles Bukowski en el programa francés Apostrophes, 1978. Foto: Fuente: reddit.com

La imagen pareciera desoladora: Bukowski, borracho como siempre que aparecía en público, balbucea algunas palabras en un programa francés de intelectuales pedantes, Apostrophes. Después de empinarse una botella de vino completa, decide abandonar el lugar veinte minutos antes de que termine la emisión. Ayudado por Linda, su segunda esposa, y sus amigos, se levanta apenas; sosteniéndose de la calva de uno de los invitados le dice: “Te ves preocupado”. El conductor del programa, Bernard Pivot, se burla con esa sonrisita que conocemos bien, hace chistes sobre la forma de beber del autor y le dice adiós, incluso le ayuda moviendo la silla. Los demás escritores, personas de quienes nadie se acuerda porque no importan, siguen también con las burlas. “Es tu culpa, ¿por qué no controlaste su forma de beber?”, le preguntan al conductor ahí mismo. “Él trajo sus propias botellas”, se justifica. Cualquiera creería que poco queda del autor desafiante que rompía mandíbulas, se la pasaba bebiendo y se llevaba a una mujer tras otra a la cama mientras escribía hermosos poemas inmortales.

Existe otro momento en video: Buk y Linda están en casa en medio de una entrevista. Ambos, por supuesto, borrachos. Surge una discusión. Al escritor no le gusta que ella vuelva tarde a casa. La tensión aumenta con rapidez y pronto los insultos aparecen en boca del escritor: “Eres una puta perra”. Lo que sigue es el viejo intentando patear, aunque en realidad termina empujando del sofá a su futura esposa.

ES EXTRAÑO, del primer Bukowski al segundo hay varias millas de distancia aunque es la misma borrachera. ¿Estamos ante el mismo personaje? ¿Se puede conocer a alguien sólo por los documentos y objetos que deja? En otro video vemos al autor leyendo un poema sobre Linda; describe cómo se bañan uno al otro. Hacia el final de la lectura, Bukowski se quiebra al leer: “Linda, tú me has traído esto, / cuando te lo lleves / hazlo lenta y suavemente / hazlo como si estuviera muriéndome en sueños en lugar de / en vida, amén”. El video termina con él lamentándose porque cada día es menos duro y la vejez lo ha suavizado. El llanto es real, se disculpa por soltar lágrimas y por demostrar amor hacia ella.

También están las entrevistas. En cada una vemos a un hombre cínico e inteligente, irónico e imprudente, que no se calla lo que piensa, sin importar contra quién dirija sus palabras. Por otro lado, siempre parece disfrutarlo. Era un borracho amable que afirmaba en una entrevista ser un genio y, en la siguiente, decir que en realidad era un imbécil y por eso protagonizaba casi toda su obra.

Y están las cartas. Es sorprendente encontrar en ellas a un hombre afable y agradecido. Las enviadas a John Fante son puro amor. Bukowski está ante su dios y le agradece de distintas formas por su obra. “Tu escritura salvó mi vida —dice—, me dio verdadera esperanza saber que un hombre puede dejar las palabras y permitir que las emociones se liberen”. Y se despide: “Qué bueno escuchar de ti, Fante, eres el único número uno”.

Las páginas para Henry Miller están llenas de chistes y palabras agradables. Hay una amistad con cierta admiración, pero sin el enamoramiento que recibe Fante. Tal vez se cuele un poco de malicia, porque Bukowski intentaba constantemente molestar al autor de Trópico de Cáncer.

Charles Bukowski
Charles Bukowski ı Foto: Especial

FINALMENTE, SIN DUDA, está el Bukowski escritor de novelas como Factotum, Mujeres y Escritos de un viejo indecente. Él es distinto. No demuestra la amabilidad de aquel hombre que escribe cartas, tampoco la debilidad del borracho que sale trastabillando en presentaciones y lecturas. Aquí está el Buk que todos conocemos. El hombre que escribió sobre lo infame del sueño norteamericano. Acerca de los trabajos que reducen almas y el vino barato que destroza hígados. No hablamos aquí de un Estados Unidos profundo, sino de la basura blanca más repugnante de las grandes ciudades. De los invisibles.

Es el autor que todo el mundo pareciera conocer. Un ángulo de su propio personaje que posee algo de él, pero que en parte es una invención. Sí, pasó por los peores trabajos: empaquetó comida de perros, colocó anuncios en el metro por las noches, limpió edificios. Y si no tenía ocupación, se quedaba ahí, cobrando su cheque de desempleo y bebiendo. Dormía en lugares repugnantes; siguió haciéndolo cuando ya era famoso y se codeaba con Sean Penn. Al mismo tiempo era todo gentileza, se preocupaba por sus invitados, esperaba que no se aburrieran cuando estaban con él. Su editor, John Martin, menciona eso, y también Fernanda Pivano en su larga entrevista publicada bajo el título Lo que más me gusta es rascarme los sobacos.

Es el Chinaski —personaje suyo— más conocido en nuestro país y en el mundo; en cambio, en Estados Unidos siempre destacó por su poesía. He ahí el último Bukowski que podemos hallar. El hombre que no temía exponer sus emociones. Quien podía escribir con absoluto cariño por la biblioteca pública de Los Ángeles y con decepción y rudeza sobre las mujeres, todas ellas, que le hicieron la vida complicada. Y, luego, una serie de versos llenos de desprecio hacia él mismo. Pero no vamos a encontrar autoflagelación, sólo dolor, un dolor más honesto que toda la obra de William Faulkner.

REGRESEMOS AL PRIMER BUK. Un viernes de 1978 asistió a ese programa francés, Apostrophes, que era entonces el ejemplo nacional de televisión cultural. Además de él, había escritores de bigotes raros y una mujer de lentes enormes. Todos hablaban sin parar, interrumpiéndose entre ellos, muy excitados porque tenían ahí al autor más políticamente incorrecto de Estados Unidos.

La izquierda francesa del momento amaba a Bukowski —tal vez ya no tanto después de ese programa. Soportó la palabrería de sus colegas, la traducción en la chicharra de su oído izquierdo no le ayudaba y, además, invitó al conductor, Bernard Pivot, un poco de vino. Éste lo ignoró; siguió conversando con los demás invitados. Pronto, el viejo escritor se dio cuenta de que sobraba y decidió ser el personaje que esperaban de él. Con el vino dentro, pero con gran malicia, comenzó a molestar e interrumpir a todos. Agredió a cada uno de ellos y Pivot lo mandó callar. Los franceses que amaban la actitud beligerante de Buk no soportaron un par de groserías. Harto, decidió salir de ahí. Pivot reía y reía. Tal vez no comprendió lo cerca que estuvo de recibir un puñetazo. El vino había dejado al estadunidense fuera de juego, pero en sus palabras y su actitud podemos ver que no era un viejo borracho solamente, sino aquel autor que conocemos por sus obras.

Bukowski no era ajeno al odio. No sólo el que podía destilar contra quienes lo merecían, por ejemplo, los poderosos, sino también el que recibía seguido. Más de una vez le llegaron amenazas de muerte, cartas atiborradas de ira y gritos de gente que confundía su literatura con su persona: “Escribí un cuento desde el punto de vista de un cabrón que viola a una niña. Entonces la gente me acusa. Me entrevistaron: ‘¿Te gusta violar niñas?’. Por supuesto que no, ¿por qué algunos no pueden entender la obra y el artista como algo que no necesariamente está unido? ¿Por qué tendría que ser tan literal?”.

John Martin eligió los mejores poemas y se los llevó
para publicarlos: Te voy a pagar cien dólares al mes durante toda tu vida mientras sigas escribiendo , le dijo 

SI ALGÚN ODIO recibió Buk fue el de las feministas. Siempre la misma acusación: cerdo machista. Sin duda, las mujeres no salen bien libradas ni en su vida ni en su obra. Pero al acercarnos con curiosidad a los detalles resulta evidente que tampoco él sale bien librado. El video donde intenta golpear a su mujer lo deja claro. No la lastima, no la tumba al suelo y ella tampoco es una indefensa. Las personas que los trataban sabían bien que Linda no se dejaba intimidar por Buk. Al final, el autor terminaba vencido. ¿Machista? Puede ser, pero encuentro más bien una relación complicada y tormentosa, enferma pero equilibrada, entre Bukowski y sus mujeres.

Muy a pesar del odio, ahí está el amigo, aquel que tenía un intenso sentido de la lealtad. El mejor ejemplo fue su editor, Martin. Cuenta el autor que cuando nadie tocaba a su puerta, Martin llegó. Era un hombre bien peinado y de traje, muy educado. A pesar de la pinta, se sentó en el piso del departamento de Bukowski y comenzó a leer las pilas de papeles que tenía por ahí y por allá. Eligió los mejores poemas y se los llevó para publicarlos: “Te voy a pagar cien dólares al mes durante toda tu vida mientras sigas escribiendo”, le dijo. Buk no lo podía creer. Renunció a su trabajo como cartero y en un mes ya había escrito una novela. De ahí en adelante la amistad entre los dos duró hasta la muerte del autor. Fueron treinta años de cariño que jamás se tambaleó, ni siquiera cuando el autor le escribía cartas aclarando su sueldo.

“Aunque soy el muchacho grande de tu editorial, probablemente estoy en la lista de pobres a tal nivel que me podrían elegir para darme cupones de alimentos”, le escribía durante el verano de 1978. Esa carta es una larga queja por ciertos reclamos de Martin cuando Bukowski publicaba en otras editoriales. Pero al final dice:

Estoy atrapado contigo. Tengo ofertas de tus competidores. Me he quedado contigo. La gente me dice que soy un estúpido. Eso no me importa. Tengo mis razones. Tú estuviste ahí cuando nadie más estuvo. Tú me compraste una buena máquina de escribir. Nadie tocaba a mi puerta. Soy leal [...] Despejemos el camino de mentiras. Quiero ir a tu funeral y ser capaz de soltar una lágrima y un pequeño ramo de flores.

TODOS LOS ANTERIORES parecen ser el Bukowski real, pero ninguno lo es en su totalidad. Cada uno es parte de un autor más complejo de lo evidente, mucho más de lo que sus críticos enemigos creen saber.

Pienso que al cumplirse cien años de su nacimiento, en esta época en la que somos testigos de una nueva moral que se extiende sobre Occidente, el viejo cerdo saldrá bien librado. Desde los años sesenta se le ha criticado de alguna u otra manera. Se ha dicho que es soez, vulgar, violento y misógino. Ha enfrentado a personas que quisieron verlo muerto. Ahora que su cuerpo ya no está aquí, su obra se ha defendido sola de aquellos que quisieran verla desaparecer. No hay forma de que pueda ser cancelado, ningún revisionismo puritano de izquierda podrá afectar su trabajo porque tiene demasiadas aristas. No existe una sola interpretación posible. Así de compleja es, tanto como lo fue él mismo.

Sus libros pueden navegar sin problemas el mar de críticas. Desde las más ignorantes, aquellas que afirman que es un autor para adolescentes, hasta las de puristas, de quienes creen que la autoficción es una salida fácil y que no cuesta trabajo escribirla. Pero en especial sobrevivirá esta época de hipocresía moral, justo porque Bukowski es lo contrario. Sus obras están montadas sobre una estructura de absoluta honestidad. No importa si todo lo que cuenta en ellas sucedió o no, estamos ante la disección de una mente insatisfecha y escéptica.

Cuando afirmaba que Shakespeare no era importante no buscaba provocar, estaba haciendo crítica literaria desde el lugar que conocía, donde viven los descastados de la modernidad. No le importaba ser un rechazado, jamás quiso ser parte de ningún grupo. Cuando querían emparentarlo con los beatniks, se burlaba diciendo que jugaban al ommm mientras el país se desmoronaba. Cuando lo ponían al lado de los punks, afirmaba que no sabía de quiénes le estaban hablando. Si algo amaba Buk era el espejo y no quería que reflejara a nadie más. Tal vez a Fante, pero no estoy seguro.

VOY A MI LIBRERO y saco Factotum, la primera novela que leí de Chinaski, cuando era adolescente. Ahora tengo 41 años y descubro lo que ya sabía, la obra sigue conservando esa rudeza que me atrapó hace más de dos décadas. Pero ahora comprendo mejor el asco y la furia que producen los trabajos sin futuro. Sí, ya no creo que sea la mejor novela del autor pero, carajo, qué fuerza, qué violencia, es como si leyera a un boxeador callejero. Luego voy tomando otros libros. Hago una pila con ellos y leo, de nuevo, fragmentos de cada uno. ¿Cuántos son? Más de veinte. Sé que este año fue publicado en español uno más. ¿Acaso esto nunca va a parar? Y no hay en ellos nada de verdad deficiente. Quizá alguno es más flojo que otro, pero nunca he pensado abandonar ninguno. Su poesía tiene el mismo poder que su narrativa. La leo en inglés y comprendo mejor lo que quería explicar.

Sigo sin entender a quienes lo desprecian desde lo alto de sus valores morales. Lo mejor que puedo decir a esos debiluchos es: Váyanse a la mierda, yo soy Chinaski, Henry Chinaski, ¿me escuchan?