Paul Auster: “No hay reglas para el arte”

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Foto: larazondemexico

Le dije que era un rockstar. “Denle agua, por favor”, dijo mientras yo respiraba agitada por la larga carrera que hice para encontrarlo. Él fumaba un cigarro electrónico. Alto, delgado y vestido de negro, lo encontré en Lviv, Ucrania, región que vio nacer a su familia, y donde se dio cita para formar parte del 83 Congreso de PEN Internacional, participar en un debate sobre libertad de expresión en Estados Unidos y hablar de su más reciente libro, 4321, que presentará en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, el próximo noviembre, cuando también recibirá la medalla Carlos Fuentes: “Conocí a Carlos y lo quise muchísimo —confiesa Auster—. Un escritor admirable y un hombre muy gentil; su esposa, Silvia, estará ahí, y estoy ansioso por verla y por llegar a México”. El escritor norteamericano, Premio Príncipe de Asturias de las Letras en 2016, nos comparte en esta entrevista algunos trazos de su propio personaje.

¿Quién es tu primer lector?

Mi brillante esposa, Siri Hustvedt, quien ha estado conmigo y yo he estado con ella desde hace ya treinta y seis años. Todo lo que he escrito se lo he enseñado a ella primero y, a menos que ella le dé el visto bueno, nada sale de la casa. Y ahora me doy cuenta de que, después de todo este tiempo, cuando Siri me señala algo, ya sea una palabra o una oración, o algún pasaje que requiera más trabajo, siempre considero sus observaciones y me doy cuenta de que siempre tiene razón.

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Paul Auster (1947-2024)

"Decidí que cuatro era lo que yo necesitaba. El cuatro es un cuadrado perfecto, son las cuatro estaciones, los cuatro elementos, los cuatro vientos, los cuatro puntos cardinales de una brújula.”

¿Eres el Paul Auster que imaginaste de joven?

Nunca imaginé nada. Cuando comencé a escribir, aspiraba simplemente a escribir un libro del cual me sintiera lo bastante satisfecho como para mostrarlo a otras personas e intentar publicarlo. Eso era todo lo que tenía en mente. Después de que lo hice, pensé: “¡Ey! ¡Hay otro libro que quiero escribir!”. Así que escribí otro libro, y después hubo un tercero, y un cuarto, pero nunca tuve un plan, nunca imaginé hacia dónde me conduciría. Quiero decir, en un principio no creí que llegaría a ganar dinero haciendo esto. Sólo trataba de escribir y hacer lo mejor que podía para ganarme el pan haciendo algo, una cosa u otra. Después de muchos años de ser pobre, con grandes periodos en los que estuve auténticamente en la ruina, las cosas empezaron a mejorar cuando tenía alrededor de cuarenta años. Entonces empecé a ganar algo de dinero con la escritura. Me tomó mucho tiempo, porque comencé a escribir de manera seria desde que era un adolescente, desde que tenía dieciséis años. Es decir, durante 24 años no gané dinero y concluí que con los libros no se gana dinero; nunca me hubiera imaginado que se podría vivir de la escritura. Y lo bueno de tener algo de dinero, te puedo decir, es que sólo hay una ventaja real: no tienes que estar pensando en dinero todo el tiempo. Porque cuando no tienes nada, sólo piensas en: ¿cómo voy a comer?, ¿cómo voy a pagar la renta? Así que ha sido un viaje muy extraño y nada de él fue previsto. Yo no sabía lo que iba a ocurrir.

Archie Ferguson, y los protagonistas de tu nueva novela, ¿son un desdoblamiento de Paul Auster?

Él no soy yo. Él es un personaje ficticio. Creo que los lectores del libro tendrán sus propias conversaciones con Archie, porque, de hecho, hay cuatro Archies.

Es tu Cuarteto de Alejandría.

No, pero cuatro es un número interesante. Decidí que cuatro era lo que yo necesitaba. El cuatro es un cuadrado perfecto, son las cuatro estaciones, los cuatro elementos, los cuatro vientos, los cuatro puntos cardinales de una brújula. Por eso el cuatro, de algún modo, implicaba profundamente lo que significa estar vivo; por eso me pareció el número apropiado. Cinco serían demasiados, tres serían muy pocos, cuatro era perfecto. Al principio no sabía cuántos Archies iban a ser.

¿Cómo llegaste a ese número?

Pensé: quiero contar la historia de la vida de una persona, pero que se multiplica en versiones paralelas de ella misma, y el primer número en el que pensé fue nueve porque en inglés tenemos la frase, “las nueve vidas de un gato”, no sé si ustedes también. Después me di cuenta de que el libro hubiera sido demasiado grande y demasiado complejo, así que poco a poco me convencí de que cuatro era el número ideal para mis fines.

Uno de tus personajes aborda la situación de los años setenta en Estados Unidos; un reflejo de lo que se vive con Trump. ¿Cuál es tu perspectiva de los derechos humanos como escritor?

La situación actual de los escritores en Estados Unidos es la misma: los escritores no le importan a nadie. Son marginados cuando viven en Estados Unidos. Nadie está particularmente interesado en lo que tengamos que decir sobre nada. Aunque hay mucha gente, son muy pocos los lectores; por eso, aunque las cifras sean enormes, el porcentaje de cultura que se encuentra en los libros es minúsculo. En cuanto al periodismo, Trump ha atacado numerosas veces a la prensa, como ya sabemos, pero al mismo tiempo, nadie ha salido lastimado como consecuencia, ningún periodista ha sido arrestado, ninguna imprenta ha sido cerrada, quiero decir, no se puede hacer eso en Estados Unidos, por lo menos no todavía. Aún creemos en la libertad de prensa. Así, aunque Trump diga que la prensa es el enemigo del pueblo, bueno, supongo que sus seguidores le creen, pero la mayoría de la gente en el país no está de acuerdo. Y la situación en cuanto a derechos humanos, bueno, en este momento está muy mal para los inmigrantes debido a la nueva administración que, tan horrible como es, no es muy diferente de la postura republicana del pasado: todos ellos quieren mantener a la gente afuera. En Estados Unidos hemos tenido oleadas de esta especie de sentimiento antiinmigrante desde hace cientos de años, no es nada nuevo. Sabemos que Estados Unidos es un país de inmigrantes, todos llegaron de algún otro lugar, pero en 1924 detuvieron la inmigración porque el empuje de las fuerzas que se oponían era muy fuerte; así que la inmigración fue mínima durante cuarenta años, luego las puertas se volvieron a abrir en los años sesenta. Y entonces llegaron, sobre todo, los inmigrantes que hablaban español. De todos los países de América Latina, a tal punto de que ahora el español es una fuerza real en Estados Unidos. Millones y millones de personas hablan español. Antes tuvimos oleadas de inmigrantes de toda Europa, y de toda Asia, en especial de China. Alrededor de 1840 llegaron muchos alemanes a Estados Unidos. En 1850, muchos escandinavos. Y luego en 1880 llegaron muchos italianos y judíos de Europa oriental. Mis abuelos emigraron de aquí y llegaron a Estados Unidos alrededor de 1900. Ahora el dogma de Trump es envilecer a los inmigrantes, y como te digo, hay un núcleo de fanáticos en Estados Unidos que le cree, pero no son la mayoría.

Quiero decir que esto también pasa en otros países. Aquí —en Lviv—, la gente no conoce la historia de su propia ciudad. En cien años ha tenido cuatro nombres diferentes, ha estado bajo el control de cuatro fuerzas diferentes. Ahora forma parte de la Ucrania independiente, pero cuando mis abuelos dejaron esta ciudad formaba parte del Imperio Austrohúngaro. Este lugar se llamaba Lemberg. Y luego, en el periodo de entreguerras, formaba parte de Polonia y la gente hablaba polaco. Antes de eso hablaba alemán. Y luego, después de la Segunda Guerra Mundial, formaba parte de la Unión Soviética, era controlada por los rusos. Mucha gente no sabe estas cosas, incluso aquí. La gente vive para el presente, el ahora. Creo que uno de nuestros mayores problemas en Estados Unidos es nuestra incapacidad para enfrentar la cuestión de la raza y el hecho de que tuvimos esclavos en el país durante trescientos años. Ya nadie quiere arreglar esto, por lo que a los niños ya no se les enseña lo suficiente del asunto.

"En Estados Unidos hemos tenido oleadas de esta especie de sentimiento antiinmigrante desde hace cientos de años, no es nada nuevo. Sabemos que Estados Unidos es un país de inmigrantes, todos llegaron de algún otro lugar.”

¿Cuál es el verdadero papel de un escritor o de la literatura frente a su realidad?

El papel de la literatura es siempre el mismo. Escribir poemas y novelas e historias. Creo que es un peligro unir política y escritura. Porque esa no es la razón de por qué escribimos. Si quieres ser un activista político, entonces tienes que ser un periodista. Escribir novelas no se trata de eso, sino del intento de comprender y contar historias sobre la gente común y corriente. Gente aislada, o en grupos, o en sociedad, pero no hay reglas para el arte. Ni una sola.

Una pintura política como Guernica, de Picasso, que documenta a su manera el bombardeo de un pueblo durante la Guerra Civil española en la década de 1930, es una pintura impactante, admirable. Pero a mí no me parecen menos admirables las flores pintadas por Manet: son igualmente importantes. Porque el arte se trata de mirar y poner atención. Manet podía ver flores de manera más vívida que cualquier otro artista de esa época, y hoy en día vemos esas pinturas y nos hacen sentir más humanos. Eso es también lo que hace el arte. Si vas a la raíz misma de lo que es una novela, que trata de historias de la gente común y corriente, ya no estamos hablando de héroes. Ya no es la épica de los antiguos griegos, donde todas las obras de teatro y todas las historias tratan de reyes y reinas y generales. No: estamos hablando de cualquiera, de gente como nosotros, y en esta actividad —vamos a ponerlo así— asumimos de modo subyacente que todas y cada una de las vidas son interesantes.

¿Cómo se eligen esas vidas?

Todas son dignas de ser examinadas. Lo que quiere decir que todos tienen una vida interior. Todos merecen el honor de la atención. Y por eso escribir novelas es un acto democrático. Esa es la política. Pero no está en la superficie: está en el fondo, en la actividad misma. Hay una diferencia. Así, ya sea que tengamos a Donald Trump, o a Adolph Hitler, o a Joseph Stalin, o a Winston Churchill, o a Franklin Roosevelt, los artistas hacen arte y los escritores escriben libros sobre lo que sea que crean que es lo más importante.

¿Cuáles son tus héroes?

No tengo héroes, pero hay gente a la cual admiro. Gente que me pone el ejemplo, que ha hecho una diferencia en mi propia vida. Por ejemplo, mi padre adoptivo, el segundo esposo de mi madre, un hombre al cual admiré mucho; no era un artista en absoluto, pero sí alguien cuya humanidad me tocó profundamente; no vivió una vida larga, murió a los cincuenta y cuatro años, pero llegué a admirarlo de verdad. Entre los escritores y artistas hay muchos. El escritor vivo que más llegué a admirar fue Samuel Beckett. Sí: él fue el héroe literario de mi juventud. Y fui lo suficientemente afortunado como para conocer a Beckett y él fue muy amable conmigo, me motivó y eso significó mucho para mí, tanto que hace pocos años, en su cumpleaños número cien, en 2006, como una especie de agradecimiento, hice una antología en Estados Unidos, algo que llamarían la edición del centenario de su obra. Edité prácticamente todo lo que Beckett publicó a lo largo de su vida en cuatro grandes volúmenes. Y ya que muchas de esas ediciones no eran muy buenas, tenían varios errores y problemas tipográficos, hice una edición uniforme de Beckett, editada por Grove Press. Me hizo muy feliz poder hacerlo. Fue un acto de amor a uno de los grandes gigantes de la literatura.

Cantante favorito: Mi hija Sophie. Sophie Auster es una cantante magnífica, me encanta su trabajo y su madre y yo estamos muy orgullosos de ella. Es una artista extraordinaria.

¿Qué lee ahora? He estado leyendo a Stephen Crane, un escritor estadounidense de finales del siglo XIX, estoy pensando en escribir algo sobre él, un niño genio que murió a los veintiocho años, fue el primer modernista estadounidense y cambió la literatura del país.

Un día común y corriente: Mi rutina es muy aburrida. ¿Qué hace un escritor? Se sienta en un cuarto, solo, y escribe. Eso es lo que hago. Así es un día común y corriente para mí: me levanto en la mañana, tomo un poco de té, jugo de naranja, leo el periódico y luego trabajo en la casa. Voy al cuarto que está escaleras abajo, paso ahí todo el día, tomo un pequeño descanso a mediodía, salgo a dar un paseo, como, regreso a trabajar. Luego, a las cinco de la tarde dejo de trabajar, por lo común estoy totalmente agotado, como si hubiera corrido todo el día, y mi cerebro y mi cuerpo están fritos. Siri ha estado escribiendo todo el día, y ella también está exhausta. Comemos algo, y suele ocurrir que estamos tan cansados que nos quedamos en el sofá y vemos películas viejas, sólo para desconectarnos del esfuerzo del día. Luego nos vamos a dormir, nos levantamos al día siguiente y comenzamos todo de nuevo. De verdad es muy aburrido pero a mí me gusta: soy muy feliz de ese modo.

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