Un pequeño ideario

"Doloridas, sin consuelo, vienen a cumplir el oficio de llorar a sus hermanos", señala el coro en Los siete contra Tebas, de Esquilo. En estas páginas, como en el teatro griego, dieciséis voces se reúnen para recordar, para subrayar sus afectos por el director de este suplemento desde su aparición, en junio de 2015: Roberto Diego Ortega. El conjunto destaca un gesto, un carácter, una memoria tejida a través de la amistad de años o de pocos meses de intercambiar correos. El conjunto aplaude su vida noble, su trabajo más que luminoso. Descanse en paz.

Un pequeño ideario
Un pequeño ideario Foto: Pexels

En mayo de 2011, Roberto Diego Ortega publicó en la revista Nexos un texto breve que (creo) puede leerse como su ideario y que quizá responde a la pregunta de por qué publicó a cuentagotas. Su título: “Un desafío de tiempo completo”.

UNO. LEER. “Voy no sólo en busca de mis gustos y afinidades… sino también a otras regiones, por mi trabajo de editor, hacedor de libros: vivo inmerso en palabras escritas —en revisarlas, precisarlas, destilarlas”. Fue un lector omnívoro por supuesto, como nos dijo, por su trabajo, pero también por su ansia de abarcarlo (casi) todo. No había para él tema menor, sino tratamientos insípidos, carrereados, tontos. “Veo tantos párrafos de paja y redundancias, páginas y aún libros enteros completamente prescindibles, dictados por la complacencia, la vanidad, la debacle del sentido crítico…”.

DOS. ESCRIBIR. Recordando a Borges nos informó: “En la escritura no se trata de sumar sino de restar palabras”. Escribía “a cualquier hora, en cualquier día, pero no de manera sistemática, mucho menos en horarios fijos”. Un oficio, una vocación, un gusto, ejercido si no de manera sistemática sí continua, obsesiva, pero intentando siempre construir un cernidor que evitara “la paja”, las reiteraciones cancinas, las fórmulas probadas y por ello mismo desgastadas, los lugares comunes. Poco y bueno sería su consigna.

TRES. LEER Y ESCRIBIR. Leer resultaba gozoso; escribir “como exige el lugar común, (impone) cierta dosis de sufrimiento, a la par de su placer intenso”. Esa combinación de sentimientos enfrentados son el acelerador y el freno de la tarea solitaria de escribir.

CUATRO. POESÍA. “Cada verso, cada ritmo es irremediablemente perfectible, y por lo tanto puede ser —debe ser— más verdadero, más decantado, nítido, preciso”. Ese afán lo acompañó siempre. Pulir, depurar, refinar, fruto de una insatisfacción permanente, pareció ser su consigna, lo cual quizá explica su parquedad al publicar. Citaba a Paul Valéry: “Un poema nunca se termina, sólo se abandona”. Se declaraba sin alternativa: “No a la confianza en el primer impulso, la inspiración, el rapto sentimental”, sino el desafío “que no aspira a la perfección, pero sí busca la exactitud, la concentración, la síntesis”.

CINCO. LA OBRA BREVE. Renegó “de la urgencia o la costumbre de publicar” como si se tratara de un expediente en busca de “ventas o reconocimiento”. Nos dijo: eso no está en mi naturaleza. Le parecía “una descortesía… la reiteración”. “Prefiero —así sea fatalmente— la puerta o la ventana de la obra breve”.

Gracias, querido Roberto Diego.