Pikachú en el museo

AL MARGEN

Naoyo Kimura, Pikachú inspirado por Autorretrato  con sombrero de fieltro gris, de Vincent Van Gogh, 1887.
Naoyo Kimura, Pikachú inspirado por Autorretrato con sombrero de fieltro gris, de Vincent Van Gogh, 1887. Foto: Museo Van Gogh / The Pokémon Company

Las imágenes recorrieron el mundo: una horda arrasando con la tienda del Museo Van Gogh entre empujones y arrebatos. El hecho tuvo lugar en el marco de la esperada alianza entre el instituto neerlandés y The Pokémon Company, la cual abarca una exposición y la venta de productos de edición limitada. Han llovido críticas en redes sociales por el abasto insuficiente del museo, tanto en la tienda física como en línea, donde en menos de 24 horas se agotaron los productos, así como por la permisividad frente a los revendedores que los acapararon. La nota de aquel pokedesmadre ha sido titular de los medios culturales internacionales, sin embargo, hay mucho más que discutir sobre la estrategia detrás del proyecto, por encima del desaguisado al que se han enfrentado los fans.

A PRIMERA VISTA, la colaboración de Pikachú y compañía con el artista más famoso de los Países Bajos —o, para ser más precisos, con la institución encargada de resguardar y exhibir su obra— podría parecer muy poco probable, incluso forzada. Con más de cien años de distancia, con formatos y públicos tan distintos, podríamos asegurar que Vincent Van Gogh no tiene mucho en común con Pokémon. Es decir, ¿qué pueden aportar personajes animados de la televisión y los videojuegos a uno de los mayores exponentes del impresionismo, más aún, a uno de los artistas de mayor trascendencia global? Las respuestas están muy lejos de lo que podríamos pensar de forma inmediata y, por el contrario, no sólo encontramos coincidencias entre Pokémon y Van Gogh, sino también una interesante estrategia para la creación de nuevos públicos.

“Y no seríamos capaces de estudiar el arte japonés, me parece, sin ser más felices y alegres, y nos hace regresar a la naturaleza, a pesar de nuestra educación y trabajo en un mundo de convenciones”, escribió Vincent a su hermano Theo en septiembre de 1888. La cita aparece en las comunicaciones que el propio Museo Van Gogh envió para anunciar la colaboración con Pokémon. Hay, pues, un vínculo muy directo entre ambos y no es otra cosa que un elemento central del trabajo artístico de Van Gogh: la influencia que el arte japonés ejerció sobre su pintura.

En la segunda mitad del siglo XIX, Occidente se obsesionó con Japón, país que en 1854 abrió sus puertas al mundo y concluyó de ese modo doscientos años de autoaislamiento. Hacia la década de 1860, esto dio pie a un intercambio comercial entre Europa y la isla nipona, que tendría impactos culturales muy significativos, sobre todo a través de la introducción de estampas japonesas a los circuitos del mercado del arte —que en esos años comenzaba a consolidarse como hoy lo conocemos—, en las principales capitales europeas. Sobre todo las ukiyo-e, o imágenes del mundo flotante, cautivaron el ojo tanto de coleccionistas como de artistas que rápidamente comenzaron a incorporar los preceptos de ese lenguaje plástico recién develado ante sus ojos.

Van Gogh se encontraba promoviendo el arte japonés: organizó una exposición de ukiyo-e en París .

Entre esos artistas se encontraba Van Gogh, quien entró en contacto con aquellas ilustraciones durante su estancia en París. Acudía a las tiendas y galerías que las ofrecían en venta, convirtiéndose así en coleccionista; al poco tiempo, su hermano también se interesó en ese mercado, pero como marchante, negocio en el que incursionaron juntos. Para 1887, Vincent se encontraba promoviendo ya muy activamente el arte japonés: organizó una exposición de ukiyo-e en París y proveyó de esas imágenes a artistas como Paul Gauguin y Émile Bernard. Un año después, en otra de las famosas misivas que intercambiaba con su hermano, el pintor aseguraba que todo su trabajo estaba en alguna medida inspirado por el arte japonés.

EN AQUELLA INFLUENCIA nipona resalta el lugar que el propio artista dio a la naturaleza. La cultura de la isla destaca por su relación con ella, palpable no sólo en su cultura visual —un referente muy importante para el pintor neerlandés—, sino también en la literaria, siendo los haikús una de sus mayores representaciones. De cierto modo, Pokémon es otro producto cultural que refleja esta visión del mundo, tan propiamente japonesa. Su creador, Satoshi Tajiri, se basó en su propia experiencia como estudioso amateur y coleccionista de insectos cuando vivía en la entonces rural Machida. Ese hobby infantil lo motivó incluso a considerar la entomología como vocación académica. Afortunadamente tomó el camino de los videojuegos, su otra pasión, pero nunca olvidaría lo que el acercamiento a la naturaleza y los seres que la habitan aportó a su niñez.

Quizá todo esto pudiera parecer anecdótico, datos curiosos que relacionan vagamente al artista con la animación, pero en el fondo hay también una inteligente estrategia que muchos museos querrán tomar como referencia. Tal vez trabajar con Pokémon podría no dar como resultado el proyecto más culto, tampoco representar la mayor aportación a la historiografía del arte. Lo que sí resulta innegable es que se trata de una manera muy inteligente de acercarse a nuevos públicos, tomando elementos propios de su colección como detonador. De esta manera, visitantes infantiles y jóvenes podrán descubrir al artista neerlandés. A la vez, se abre la posibilidad de disfrutar del museo como espacio y experiencia de otra manera, más alejada del acartonamiento y solemnidad que a menudo se respira en sus salas.

Por otro lado, no es que Van Gogh necesite más difusión, de hecho, se encuentra en el tercer lugar mundial de pintores más buscados en Google, por ejemplo. Pero es precisamente su fama internacional lo que convierte este ejercicio en uno tan llamativo. Como suele suceder con personajes de esa talla, el Museo Van Gogh es ante todo uno de turistas y lo seguirá siendo. Acercamientos como el de Pokémon permiten nuevas miradas para el visitante local o, al menos, le ofrecen la oportunidad de revisitar la vida y obra de un creador sobre el que pareciera que todo ya estaba dicho.

Celebremos entonces que hoy Pikachú pose entre girasoles, por poco ortodoxo que parezca, pues quizá ahí encontraremos algunas claves al replanteamiento que tanta falta hace a los museos para conectar con las generaciones venideras.