Plagia bien sin mirar a quién

El siguiente ensayo aborda algunos temas que entrañan la noción y la práctica del plagio, así como su devenir a través de la historia. De este modo trasciende el prejuicio de la condena a rajatabla, para interrogarlo y relacionarlo, por ejemplo, con la actividad de los antiguos amanuenses —custodios del saber antes del surgimiento de la imprenta—, pero también con el ideal imposible de la originalidad absoluta en el trabajo intelectual o artístico, que se vincula sin remedio con su herencia.

Imagen ilustrativa de Copy-Paste
Imagen ilustrativa de Copy-Paste Foto: Imagen: limewire.com

En el mundo globalizado del milenio —que navega entre la universalización del conocimiento y las tecnologías de la información— la creación artística, y particularmente la escritura, conserva un lugar primordial, de élite.

En el área académica, investigar implica contribuir al conocimiento y comprensión del ser humano, lo que demanda un denodado y auténtico esfuerzo de voluntad creativa. Si bien sabemos que no hay nada nuevo bajo el sol y que las temáticas originales no son propiamente inéditas —más allá del collage, el ready-made y antes de la impresión 3D y el chatGPT—, continúa siendo imperativo dejar de lado cualquier hábito cuestionable que conlleve una conducta equiparable al plagio.

Mucho se ha escrito sobre el tema de la probidad académica, las coincidencias azarosas, la involuntaria falta de referenciación, el descuido sin malicia y la franca copia textual de material ajeno, ya que en años recientes, gracias a internet, resulta más sencillo alcanzar material bibliográfico al cual antes sólo podía accederse mediante puntuales visitas físicas a bibliotecas y centros de estudio.

En cuanto al asunto de la originalidad, el especialista en letras clásicas Raúl Torres señala: “A más tardar desde el siglo II antes de Cristo, sabemos que quien afirme ser autor original es un desvergonzado, un ladrón o un ignorante, como lo han hecho constar lo mismo Polibio que Cicerón, Burton o Goethe”.

Y es que las nuevas investigaciones no parten de cero, sino que se fundamentan y nutren de todo el bagaje cultural acumulado y sistematizado a través de registros científicos e históricos. De ahí que sea imprescindible referenciar cada cita.

Los copistas tuvieron una labor fundamental e importantísima, al menos hasta la aparición de la imprenta moderna, que consumó Gutenberg en 1440

RECORDEMOS QUE COPIAR no siempre tuvo el significado de plagio; en la antigüedad, cuando la escritura sustituyó a la memoria oral de las comunidades rudimentarias, se convirtió en la forma más idónea para guardar el conocimiento ancestral y conservar la historia y tradiciones de la comunidad. De ahí que copiar fuera más bien una acción noble y más: un oficio.

Los amanuenses o copistas tuvieron una labor fundamental e importantísima, al menos hasta la aparición de la imprenta moderna, que consumó Gutenberg en 1440. Entonces, los libros a los que antes sólo era posible acceder mediante el ingreso a claustros monásticos y las bibliotecas de altos dignatarios inundaron, a lo largo del siglo XVII, muchas calles tanto de las principales ciudades europeas y novohispanas: desde entonces, la lectura se volvió accesible para un mayor número de personas y surgió la figura del autor.

El término del latín original, copia, quiere decir “abundancia”; de ahí la idea de “reproducir”. En ese sentido, copiar lo ajeno no tendría que ver con un plagio. Camilo Ayala Ochoa, en su libro Letras impostoras. Reflexiones sobre el plagio, puntualiza que plagiar proviene “del verbo latino plagiare, que deriva de plagium” y se refiere a la apropiación de esclavos —servi—, ajenos. De donde surge el concepto de secuestro o robo de la propiedad de otra persona.

La Real Academia Española (RAE) define el término plagio como una mala práctica, una forma de engaño que compromete la honestidad y la integridad académica; según el Diccionario de la lengua española de la RAE, plagiar es la acción de “copiar en lo sustancial obras ajenas, dándolas como propias”. María Moliner, en su Diccionario de uso del español, ha definido el sustantivo como el “hecho de copiar o imitar fraudulentamente una obra ajena; particularmente, una obra literaria o artística”.

La palabra autor, a su vez, viene del vocablo latín auctor, que tiene varios significados, entre ellos: aumentador, productor, creador, antepasado y fundador. La noción de autor, tal como la conocemos hoy en día, está ligada a los preceptos de originalidad, autoridad, propiedad moral, intelectual y económica, y tiene sus orígenes en el Renacimiento, cuando la trascendencia de las obras de arte comenzó a recaer en el creador que les dio origen.

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Imagen ilustrativa ı Foto: unsplash.com

AL RESPECTO, FOUCAULT señala la particular función que desarrolla el autor como parte integral del texto; sin embargo, el filósofo francés desconfía del “libro” y la “obra” como unidades del discurso, pues sospecha que el producto autoral no es inmediato ni evidente. Ya Michel de Montaigne concebía la relación entre el autor y sus textos como la que existe entre un padre y un hijo; mezclaba en sus ensayos los pensamientos filosóficos de autores clásicos con los propios, presentando así, de manera adelantada, una mezcla variopinta de un estilo moderno y fragmentario de escritura, donde la originalidad no consiste tanto en la exposición de ideas nuevas sino en la estructura con que éstas aparecen presentadas. Hoy sabemos —apunta Julia Kristeva— que “todo texto se construye como un mosaico de citas: todo texto es absorción y transformación de otro texto”.

Por otra parte, para que ocurra un plagio son necesarios, al menos, tres elementos: un autor, una obra y un co-pista. Bourdieu señala que el creador artístico se enfrenta siempre a la aceptación o negación dentro del campo social en que se confecciona, donde la obra es valorada junto a la percepción de “novedad” u “originalidad” que produce.

Para Barthes, esta percepción puede otorgarle al autor una función más bien performativa, como la de un actor representando un papel, quedando la obra en manos del propio lenguaje, que compartiría su aspecto creativo con el lector; de ahí su famosa frase: “el nacimiento del lector se paga con

la muerte del Autor”. No obstante —según Antoine Compagnon—, dicha frase “no es más que una metáfora, cuyos efectos fueron muy estimulantes; tomarla al pie de la letra sería como detenerse en las faltas de ortografía en una carta de amor”.

LA FUNCIÓN DEL AUTOR creció, se extendió y expandió; hoy está más vivo que nunca, pues al interpretar cada texto, los lectores se convierten también en autores. Sin embargo, en el mundo real, la autoría no se puede repartir a voluntad. Existe, por supuesto, el Instituto Nacional del Derecho de Autor (INDAUTOR), donde se pueden registrar libros y revistas, tanto impresos como editados de forma electrónica. Sin embargo, sabemos que ante un plagio, aun documentado de forma flagrante, muchas veces nada puede remediarse por la vía legal.

Por lo común, los plagios transcurren de manera desapercibida y al ser descubiertos el castigo no pasa de una tenue reprimenda, una pálida llamada de atención y, con suerte, una cierta condena social, más de orden moral que civil o penal.

Por ley, un autor tiene la facultad y prerrogativa de poder autorizar tanto sus dichos como los derechos de su obra; subvertir esta norma, adoptar el lenguaje, ideas o conclusiones de otra persona y presentarlas como propias representa, a todas luces, un plagio.

Esta acción ocurre cuando se retoma la producción, oral, escrita, gráfica, audiovisual o de cualquier índole sin reconocer debidamente la fuente o el autor, y se adjudica como propia.

En consecuencia, el editor Camilo Ayala Ochoa señala la delgada línea que existe entre un plagio y el texto original con una paradoja no desprovista de cierto humor: “Si uno utiliza a un autor comete plagio mas, si usa a muchos autores, hace investigación”; y luego añade otra: “El que plagia a uno es un plagiario y el que plagia a muchos es un erudito”.

SIN DUDA, ES NECESARIO desarrollar mecanismos para detectar esta forma de usurpación. Xicoténcatl Martínez Ruiz, editor e investigador del tema, comenta que el software de similitudes es una herramienta que al arrojar el número porcentual de semejanzas de un determinado texto con uno previo puede auxiliar en esta labor, pero el problema de las malas prácticas en las publicaciones académicas es también ético, dado que la voluntad de plagiar denota la intención de apropiarse de un bien ajeno.

Un plagio puede ser intencional, pero también producto del desconocimiento de las convenciones para citar y referenciar, aunque de ninguna manera la ausencia de intencionalidad evade la falta moral, ética, académica y jurídica en que incurre el plagiario; por ello es necesario advertir sobre las sanciones que deben aplicarse a este acto y reforzar en los estudiantes el correcto manejo de los sistemas de referencias y citas.

El Centro Internacional para la Integridad Académica (International Center for Academic Integrity) define su propósito como “el compromiso de defender cinco valores fundamentales: honestidad, confianza, responsabilidad, respeto y justicia”. En el extremo opuesto a estos principios se encuentra la deshonestidad académica que rompe con la ética; por ejemplo con el ciberplagio o copy-paste de citas sin fuente; armar documentos con partes de impresos cuya fuente se omite; falsear precisiones bibliográficas; inventar datos o manipular tablas, gráficos y metodologías con el fin de comprobar hipótesis o sostener argumentos.

A quien duplica una información, repite, replica o imita algo se le llama, comúnmente, copión; incluso, de forma muy popular, a quien reproduce o calca una idea u objeto se le suele endilgar el calificativo de pirata (video-pirata, ropa-pirata, ministra-pirata). Pero debe quedar claro que esta práctica escala sobre la deshonestidad con un mayor grado de perversión, pues consiste en hacer pasar obras ajenas (literarias, arquitectónicas, musicales, científicas, industriales) como propias, usufructuando no sólo el producto, sino también la propiedad intelectual y la autoría del creador original.

EL PLAGIO ESTÁ TIPIFICADO claramente en la Ley Federal del Derecho de Autor, que en su Artículo 13 reconoce los derechos de autor en todas las ramas del arte (literatura, música, teatro, danza, pintura, escultura, caricatura, arquitectura, cine, radio, televisión, programas de cómputo, fotografía y cualquier obra de arte aplicado, incluido el diseño gráfico y textil). Pero en el Artículo 14 especifica que “no son objeto de la protección como derecho de autor a que se refiere esta ley las ideas en sí mismas, las fórmulas, soluciones, conceptos, métodos, sistemas, principios, descubrimientos, procesos e invenciones de cualquier tipo”. Es muy delgada, entonces, la línea entre la originalidad auténtica y el plagio o la copia, pues es innegable que lo que subyace al interior de toda obra artística es y será, siempre, una idea.

Un caso más cercano es el de la legendaria melodía ‘María Bonita’, que Agustín Lara le voló descaradamente a su compadre, el moreliano Chucho Monge

Por otro lado, la evolución del ser humano siempre se ha apoyado en su capacidad: así aprendemos a hablar, a caminar, a comer, a pensar y a realizar miles de gestos y señas; por naturaleza, hombres y mujeres somos copiones; cuando no sabemos qué hacer, le copiamos al de junto. Entre algunos plagios ilustres recuerdo el del enorme guitarrista Jimmy Page, a quien “se le pegó” una tonada que se convirtiera después en uno de los riffs más famosos del planeta; se trata de la progresión musical de “Taurus”, una melodía original del grupo estadunidense Spirit, compuesta por el líder de esta banda, Randy California. Led Zeppelin la inmortalizó con el título de “Stairway to Heaven”. La demanda de los herederos de la canción original, escrita en 1968, no progresó y apenas en marzo de 2020 un tribunal de apelaciones ratificó el fallo de 2016, donde se dictaminó que la melodía del grupo inglés, que se estrenó en 1971, no era un plagio, pese a que la banda gringa fue telonera de Led Zeppelin en 1969 y compartieron escenario interpretando “Taurus”.

Otro caso es el de John Fogerty, líder de Creedence Clearwater Revival, a quien Fantasy Records, la disquera donde el grupo grabó sus grandes éxitos, acusó de robarse “Run Through the Jungle”, ¡una melodía escrita por el propio Fogerty! Por fortuna, en enero de 2023, luego de cincuenta años de pleitos, el destacado guitarrista y cantante californiano recuperó los derechos de todas sus composicio-nes, los que durante años le fueron esquilmados por magnates de la industria disquera.

Un caso más cercano es el de la legendaria melodía “María Bonita”, que Agustín Lara le voló descaradamente a su compadre, el moreliano Chucho Monge. Cuentan que durante su luna de miel con la diva María Félix, en Acapulco, y ante la insistencia de su esposa porque le dedicara una canción, al músico poeta no se le ocurrió más que inventar una letra alternativa para “El remero”, melodía del autor de “La feria de las flores”, “Creí” y “México lindo y querido”, entre muchos otros éxitos internacionales de los años cuarenta. Finalmente llegaron a un arreglo amistoso, cuando el Flaco de Oro restituyó los derechos patrimoniales a las herederas del compositor.

Imagínate nomás.