El porno en llamas

La editorial Sexto Piso ha puesto en circulación una novela transgresora, potencialmente escandalosa, que recrea escenarios y personajes del porno gay en California. Con ritmo y lenguaje que pueden parecer material inflamable, no apto para menores ni para criterios tradicionales, “Wenceslao Bruciaga —afirma Antonio Ortuño— tumba la puerta y saca la novela más melodrama-porno-punk, más queer-core y más gay-insumisa de la temporada”. Presentamos una reseña y una muestra de sus páginas.

Pornografía para piromaníacos
Pornografía para piromaníacos Foto: larazondemexico

“Si hay alguien que huye de sí mismo es el actor porno”, afirma Wenceslao Bruciaga en Pornografía para piromaníacos (Sexto Piso, 2022).

Este precepto rige el turbulento viaje que realizan, a través de casi cuatrocientas páginas, las dos estrellas del porno gay más seductoras de San Francisco. Uno es Jeff Pliers Peralta y el otro es Pedro Blaster. Uno gringo y el otro mexicano. Uno instruido, el otro iletrado. Ambos comparten un destino. Que se verá trastocado en algún punto de la historia. Junto con ellos vemos desfilar a una pléyade de personajes que viven al límite de su propia moralidad atrofiada o de la total ausencia de ésta.

Pornografía para piromaníacos debe su nombre a un grupo de rock del mismo nombre, formado en Los Ángeles en 1992. En el sonido de la banda se inspira la novela para construir sus atmósferas. Una ternura claus-trofóbica salpicada de conductas autodestructivas que se revuelcan en la promiscuidad inherente al oficio de los personajes. Dentro de las muchas virtudes que posee la novela está el tono logrado por el autor. Si bien no se trata de una prosa coloquial por completo —hay mucha terminología incluida—, la voz del narrador omnisciente nos conduce por los distintos escenarios de manera tan natural que al parecer vamos en uno de esos autobuses que realizan tours para mostrarle la ciudad a los turistas.

PERO EN ESTE CASO lo que el guía está dispuesto a mostrar no es lo bello o paradisiaco que pueda resultar San Francisco, sino el retorcido paisaje de la industria porno gay. Uno de sus lados más oscuros. Lo cual no quiere decir que las descripciones de la ciudad no estén exentas de matices. También relata el deterioro del sentido de comunidad, la depravación del mercado inmobiliario o la pérdida de identidad arquitectónica a causa del jinete apocalíptico de la gentrificación.

Tras los cientos de páginas en las que Bruciaga detalla metro a metro San Francisco se esconde una enorme labor de investigación. Su mérito es inmenso, pero además del trabajo del novelista y su objeto de estudio, pone en la mesa una discusión que en México aún no está en boga, pero que en la narrativa gringa tiene muchos años en activo —un ejemplo sería La maravillosa vida breve de Óscar Wao. ¿La novela mexicana debe ser narrada sólo en nuestros propios territorios? ¿Es la de Bruciaga una novela transmex o sólo es considerado transmex lo que narran los escritores fronterizos? Ese debate merece discutirse aparte y Pornografía para piromaníacos nos invita a considerarlo.

Ésta es una novela que incomodará a muchas personas. Y no podría ser de otro modo... Hacía falta que llegara otra propuesta y pateara el avispero

Si algo no le falta a este libro es calle. En su acepción más literal. Aparte de un paseo por los lugares gays que son emblemáticos de San Francisco, funciona como una especie de tratado filosófico de la homosexualidad y sus recovecos. Las partes más incendiarias de la novela no sólo son aquellas en las que se filman las escenas porno, lo son también las que teorizan sobre distintas corrientes del pensamiento gay actual: la masculinidad tóxica entre gays y contra el feminismo, la no-binariedad, la transfobia, etcétera. Jeff y Pedro son un par de cincuentones que no concuerdan con la visión presente de la homosexualidad: el matrimonio igualitario y ciertos tipos de activismos.

ÉSTA ES UNA NOVELA que incomodará a muchas personas. Y no podría ser de otro modo. En un momento en el que las versiones más extremas de la violencia, principalmente la narrativa del narcotráfico, han sido por completo asimiladas por el mercado literario, hacía falta que llegara otra propuesta y pateara el avispero. La novela de Bruciaga lo hace. Pero no desde el afán de la provocación gratuita. Él sólo se encarga de documentar el tránsito de una generación a otra. Aquella a la que pertenecen Jeff y Pedro y el presente. Y esto causará escozor a los fanáticos actuales de la corrección política.

Sin embargo, no debemos olvidar que la lectura de todo libro detenta una experiencia estética. Más allá del tema que lo ocupe. Y las discusiones que se desaten a partir de la lectura de Pornografía para piromaníacos no podrán actuar en detrimento de su estatura literaria. Desde su primera obra, el libro de cuentos Tu lagunero no vuelve más, Bruciaga estaba a la búsqueda de algo. Sólo él sabía qué. En sus libros anteriores de ficción —porque como columnista y cronista es otro boleto— se advertía la desesperación de esa búsqueda. Su hiper-actividad literaria siempre lo había hecho padecer una prosa apresurada. Hasta ahora. En que por fin ha logrado conseguir una prosa clara y eficaz, alejada del barroquismo al que se veía sujeto en el pasado. Su gusto musical es protagonista de la trama, obvio, pero a diferencia de sus artículos aquí deja de regañar a los gays porque escuchan a Lady Gaga y se concentra en disfrutar del soundtrack que han elegido sus personajes.

Entre su novela anterior y Pornografía para piromaníacos existe un salto cualitativo inmenso. Ahora sabemos qué es lo que estaba buscando el autor. Lo ha encontrado. Así como Jeff y Pedro se metieron al porno para incendiarse, Bruciaga ha escrito esta novela para prenderse en llamas a sí mismo.

El final de la historia cierra el círculo de manera perfecta. Es tan hermoso y bello que su nostalgia te arranca lágrimas. Sin duda es uno de los libros del año.