Todas las tardes, alrededor de las seis y media, cuando el solazo del desierto ha dejado de achicharrar hormigas, Rafa se aposta en el cruce de Colón e Independencia a lanzar sus arengas.
Su misión, en sus propias palabras, es advertirle a la gente que se avecinan hambrunas, caos y más guerras. Quizá habla en sentido figurado, quizá se refiera a la inflación, al aumento en el precio del huevo o a los gasolinazos. Con el dedo apunta de manera virulenta a los automovilistas. Odia los carros. Y es un amante de las bicicletas. Luce un aspecto roto pero sin llegar a lo desastrado. Pantalón de mezclilla rasgado, playera, una boina, que es imposible de soportar en este clima, y barba de rabino. La primera vez que lo vi pensé en los vagabundos al final de El día de la bestia de Alex de la Iglesia. Locos que conocen una verdad que todos desconocemos.
Un día decidí comprarme una bici para ligarme a una nena ciclista. No tuve suerte con la morra pero descubrí que darme un rol en la rila me desintoxicaba del fastidio que me producía manejar bajo el sol de las tres de la tarde, cuando tengo que ir por mi hija a la escuela, y del de las cinco, que es cuando la tengo que llevar a nadar. Comencé a salir en la bici por las tardes y de regreso me tocaba pasar por la esquina de Colón e Independencia. Rafa me veía pasar pero a los ciclistas no les grita. A veces sostiene un trapo con la palabra Dios garabateada con pintura negra o una pancarta con el mensaje arrepiéntanse.
Un día me tocó el semáforo en rojo y me detuve junto a él. Interrumpió su perorata para chulearme la bici. La suya estaba apostada en un poste. De inmediato me percaté de que está más cuerdo de lo que te quiere hacer creer. Nos despedimos y continuó exhortando a la población a que se acercara a Dios. A partir de ese día nos volvimos amigos. Y su aparente hermetismo cada día fue desapareciendo. Descubrí que le gusta platicar, la tecnología y que está regenerado.
Antes era un desmadre y el cotorreo lo orilló a buscar refugio en Dios. Trabaja de albañil
EN EL DÍA DE LA BESTIA, el padre y el profesor Cavan acaban de clochards porque algo muy grueso les ha ocurrido: salvaron al mundo al asesinar al anticristo. Siempre he creído lo mismo que Álex de la Iglesia, que detrás de las personas que terminan en la calle hay un hecho traumático que casi siempre tiene que ver con lo sobrenatural. Rafa no es la excepción. Por eso lo invité a tomar un par de cervezas, para que me contara su historia.
Nos fuimos a la cantina Las Naves de Colón, a una calle de su puesto de trabajo. Me aceptó la invitación con la condición de que fueran sólo dos cervezas, porque se ha regenerado. Como todo cristiano, antes era un desmadre y el cotorreo lo orilló a buscar refugio en Dios. Tiene tres celulares. Trabaja ocasionalmente de albañil. Es divorciado y tiene dos hijos. Vive en un barrio bravo, la antigua aceitera, pero no se junta con nadie de la colonia porque todos lo miran con malos ojos por gritar consignas en la calle.
El punto de quiebre, eso que lo enderezó, fue una bruja, cuenta. Las drogas, el alcohol y la educación católica imperante inducen en las personas que viven episodios psicóticos este tipo de delirios. Cansado del acoso de la bruja una mañana tomó una de sus bicicletas y pedaleó veinte kilómetros de madrugada, desde su casa hasta un templo en el municipio de Matamoros. En el camino tuvo una revelación. Debía predicar en las calles sobre los peligros que acechan a la humanidad en el futuro próximo.
Para él es un trabajo. Hace dos turnos, el de la mañana, antes de que se caliente demasiado, y el de la tarde. Si le pagaran por ello sería el empleado del mes, por su dedicación, nunca falla. Desde hace cinco años ocupa la misma esquina y siempre que pasa un ciclista lo saluda, sabe su nombre, y los ciclistas saben el de Rafa. Le pregunto que cuándo termina su misión. Cuándo acabará su labor. Dice que al final de la guerra entre Rusia y Croacia se mudará de esquina. Y que estallando la tercera guerra mundial cerrará la boca.
Al terminarse la segunda chela me dice que tiene que irse, para entrar a su casa antes de que llegue su hermana, atranque la puerta y él tenga que dormir en la calle.
Nos despedimos. Hasta mañana, me dice, sabedor de que pasaré por Colón antes de que anochezca. Yo me pido otra chela. Antes de salir me invita a que me una a él. A que lance arengas con él. Gracias, le digo.
Y la neta, me lo estoy pensando.