PROEMIO
A veces me despierta el dolor
de esa herida quieta en el fondo.
Apareces tú, callada mas sonriente
detenida en el tiempo.
A veces me despierta el dolor
cuando quiero seguir
merodeando tu ausencia,
mi carencia encarnada.
A veces me despierta el dolor
y surge esa imagen que
me mira desde lejos
con sus ojos acezantes de hiena,
que recuerda lo insondable,
que vuelve absurda la escritura,
que lleva la agonía hasta el borde
de los trémulos párpados.
A veces me despierta el dolor,
esa falta de aire, esa asfixia
que precede a la fuga,
que un día me llevará muy lejos.
Y me dejará boqueando
como a un puñado de peces
apenas a un costado del río
al que no pudieron llegar.
Hay noches que son como dunas
o prolongadas estepas, arenas que cortan
entre los dedos cuando me llamabas,
sollozante, sin gestos ni encanto.
A veces el frío es tan intenso
que preferiría que el sueño
terminara de una vez por todas.
Que acabe el susurro incontenible.
Y resurge un estruendoso alarido
casi metálico, un chirrear que me
constriñe en el silencio de esta cama
que nunca profanaste.
I. DUELO
He bebido de tus labios los mares,
la miel, el perfume de los pinos,
el silencio y el brillo del ámbar,
pero también la cicuta y el silencio.
He bebido el perfume a jazmín de tu piel
y las tisanas que sabías mezclar.
He tenido en mis manos tus pechos
apenas pronunciados, y el aceite
que corre por tu piel canela.
He dicho tu nombre en noches iluminadas,
has sido el flagelo de mil ciudades,
y ni en un millón de lenguas te han nombrado.
Pero eres la memoria de un pueblo asolado,
llevas un camafeo por destino y
recorres la catedral de Santa Sofía.
Los lunares de tu hombro se han desleído,
los estropeé como un chico malcriado
a quien se le ha tenido demasiada confianza.
Pero el sol sigue en lo alto,
sopla el aire y hay tiempo
en los jardines que hemos desecado,
aún la lluvia persiste en su tarea de unirnos.