"Proemio" y "Duelo"

Héctor Iván González ha explorado la realidad para recrearla desde distintos géneros, como el ensayo, el cuento, la novela. En esta ocasión presenta un díptico que forma parte de una serie de quince poemas. Marcados por la pérdida, estos versos continúan una vertiente alternativa de su trabajo literario, que se abre hacia registros diferentes y emprende una búsqueda capaz de asimilar el dolor y la memoria.

"Proemio" y "Duelo"
"Proemio" y "Duelo" Foto: Pexels

PROEMIO

A veces me despierta el dolor

de esa herida quieta en el fondo.

Apareces tú, callada mas sonriente

detenida en el tiempo.

A veces me despierta el dolor

cuando quiero seguir

merodeando tu ausencia,

mi carencia encarnada.

A veces me despierta el dolor

y surge esa imagen que

me mira desde lejos

con sus ojos acezantes de hiena,

que recuerda lo insondable,

que vuelve absurda la escritura,

que lleva la agonía hasta el borde

de los trémulos párpados.

A veces me despierta el dolor,

esa falta de aire, esa asfixia

que precede a la fuga,

que un día me llevará muy lejos.

Y me dejará boqueando

como a un puñado de peces

apenas a un costado del río

al que no pudieron llegar.

Hay noches que son como dunas

o prolongadas estepas, arenas que cortan

entre los dedos cuando me llamabas,

sollozante, sin gestos ni encanto.

A veces el frío es tan intenso

que preferiría que el sueño

terminara de una vez por todas.

Que acabe el susurro incontenible.

Y resurge un estruendoso alarido

casi metálico, un chirrear que me

constriñe en el silencio de esta cama

que nunca profanaste.

I. DUELO

He bebido de tus labios los mares,

la miel, el perfume de los pinos,

el silencio y el brillo del ámbar,

pero también la cicuta y el silencio.

He bebido el perfume a jazmín de tu piel

y las tisanas que sabías mezclar.

He tenido en mis manos tus pechos

apenas pronunciados, y el aceite

que corre por tu piel canela.

He dicho tu nombre en noches iluminadas,

has sido el flagelo de mil ciudades,

y ni en un millón de lenguas te han nombrado.

Pero eres la memoria de un pueblo asolado,

llevas un camafeo por destino y

recorres la catedral de Santa Sofía.

Los lunares de tu hombro se han desleído,

los estropeé como un chico malcriado

a quien se le ha tenido demasiada confianza.

Pero el sol sigue en lo alto,

sopla el aire y hay tiempo

en los jardines que hemos desecado,

aún la lluvia persiste en su tarea de unirnos.