Amparo Dávila

Reinvindicación de la oscuridad

La obra de Amparo Dávila ha sido tema de interés para este suplemento, con diversos ensayos y entrevistas sobre su trayectoria (ver números 139 y 249). Sin duda, esto se debe a un aprecio en ascenso de su literatura, así como la de sus colegas, que revisamos en las siguientes páginas. Son tres autoras que en sus inicios fueron soslayadas por el predominio masculino en el medio cultural; sin embargo, en su longevidad mostraron una persistencia invencible. Y pese a sus fallecimientos recientes, hoy parecen acercarse a un balance más preciso de la originalidad y valía de su quehacer literario, como evidencia esta edición de El Cultural.

Amparo Dávila (1928-2020).
Amparo Dávila (1928-2020). Foto: Fuente: twitter.com

Ahora el tiempo también se ha detenido... ¡Qué cuarto tan frío y oscuro!, tan oscuro que el día se junta con la noche; ya no sé cuándo empiezan ni cuándo terminan los días; quiero llorar de frío, mis huesos están helados y me duelen; [...] el cuarto está lleno de cadáveres de moscas y de ratones; huele a humedad y a ratones putrefactos, pero no me importa, que los entierren otros, yo no tengo tiempo...

AMPARO DÁVILA

El 18 de abril de 2020, en medio de los primeros ecos pandémicos, la comunidad literaria y cultural de nuestro país iniciaba un sábado más con la triste noticia de la partida de Amparo Dávila. Han pasado dos años desde que esta autora mexicana, referente inigualable del cuento fantástico y extraño para nuestras letras, nos dejó huérfanos de su presencia pero colmados de una amplia y desgarradora obra que se adentra en los espacios más íntimos de las literaturas de irrealidad. Podemos afirmar, sin duda alguna, que Dávila fue una de las escritoras fantásticas latinoamericanas más importantes de la segunda mitad del siglo XX y primera del XXI. Nacida en 1928 en Pinos, Zacatecas, y activa hasta sus últimos días, acababa de cumplir noventa y dos años en el mes de febrero y había recibido, semanas antes de su muerte, el que fue su último galardón: el Premio Jorge Ibargüengoitia de Literatura 2020, otorgado por la Universidad de Guanajuato.

DE MANERA MÁS QUE PAULATINA, todo este reconocimiento llegó a la vida de Dávila en las últimas décadas de su larga y provechosa carrera, y ante la sorpresa de la misma autora, quien no dudaba en mostrarse ajena a las novísimas luces de los reflectores que durante años la habían mantenido en la oscuridad. En uno de los primeros actos de justicia de su vida literaria, algo que no siempre sucede con un escritor en activo —y que se produce, fundamentalmente, después de su muerte— la crítica y el mundo editorial comenzaron, desde finales del siglo XX, a saldar una enorme deuda que mantenían con su obra.

A pesar de que fue una autora galardonada con varios reconocimientos —entre ellos, el Premio Xavier Villaurrutia en 1977, por su tercer libro de cuentos, Árboles petrificados, y que recibió una beca de excelencia del Centro Mexicano de Escritores en 1966, además de ser distinguida con la Medalla Bellas Artes en el 2015 y recibir una decena de homenajes más premios literarios en su honor—, su literatura, constituida mayoritariamente por narrativa breve y poesía, tuvo que abrirse camino para trascender el círculo de culto en el que permanecía atrapada. Siempre rodeada y admirada por unos cuantos celosos lectores, se convirtió en una de las escritoras pioneras de géneros como el fantástico, el terror y el relato extraño moderno. Hoy la mayoría de ellos están siendo rescatados editorialmente, sin embargo, en el periodo más álgido de trabajo de la autora fueron considerados menores. Fue la misma suerte que padeció la literatura de la autora de Zacatecas en su primera recepción.

Los libros inaugurales de la obra de Dávila pertenecen al género poético: Salmos bajo la luna (1950), Meditaciones a la orilla del sueño y Perfil de soledades (1954) se ubican en la misma década; los tres acusan una fuerte influencia de la corriente mística. Además fueron escritos en San Luis Potosí, estado que sería su segunda residencia antes de partir hacia la Ciudad de México en 1956. Ese traslado a la capital será un punto determinante para el desarrollo de la Dávila cuentista. Desde su llegada y hasta 1958 trabajará como secretaria particular de Alfonso Reyes.

Su incursión en el mundo de las letras no fue fácil. Ser mujer y escribir literatura fantástica a finales de los cincuenta
en México —y América Latina—, no era sencillo y menos si se piensa en la condición transgresora de su narrativa

La anécdota del padrinazgo de Reyes, que varios críticos no dejan de señalar desde un tono paternalista, ha sido destacada por algunos como el punto de inflexión que le dará un giro completo a su perspectiva sobre la literatura. Si bien es cierto que la figura de “don Alfonso”, como ella lo llamaba en todas sus entrevistas, fue fundamental para adquirir parte sustancial de la confianza en su literatura —como toda joven escritora, la necesitaba—, los caminos discursivos por los que su obra se conducirá posteriormente serán muy distintos a los del supuesto mentor: profusos, oscuros y distantes, en su particularidad, de todo antecedente en específico cognoscible en la literatura mexicana, y ampliamente perturbadores para el mundo del lector de su tiempo.

Aunque Dávila siempre defendió una postura independiente de los grupos y las generaciones literarias de su época, como sostiene Magali Velasco, su inclusión tardía por parte de la crítica en la llamada Generación del Medio Siglo la conecta de inmediato con las escritoras que rompen

... las cadenas del mutismo, trasgreden los espacios dominados por hombres de letras y se insertan en la tradición literaria mexicana, permitiendo que generaciones posteriores se manifiesten en un número cada vez mayor y con una percepción sólida y constante en revistas, antologías, publicaciones nacionales e internacionales.1

En este caso, la pregunta que procede es si el parcial relegamiento de su obra dentro una tradición que de suyo le pertenecía se debe sólo a estos aspectos problemáticos de su literatura —que se posiciona siempre en contra de un mundo anquilosado, lleno de prejuicios y sometimiento femenino. Nos referimos, claro está, al cuento fantástico en la literatura mexicana.

Amparo Dávila
Amparo Dávila ı Foto: larazondemexico

SUS TEMAS Y SU TIEMPO

Como hemos expuesto en otros textos, para empezar, la incursión de Dávila en el mundo de las letras no fue fácil. Ser mujer y escribir literatura fantástica a finales de los años cincuenta en México —y lo mismo aplica para el resto de América Latina—, no era sencillo y mucho menos si se piensa en la condición transgresora de su narrativa. Los temas que abundan en los relatos de la zacatecana exhiben, mayoritariamente, el papel relegado de la mujer dentro de una sociedad conservadora, con tintes machistas que la excluyen de toda posibilidad de decisión y acción. Siempre está cruzando las fronteras de lo posible y lo imposible, los límites de lo correcto y de lo incorrecto, de lo socialmente aceptado o no.

Amparo Dávila dio pasos sólidos en su ingreso a la escena literaria con “El huésped”, relato que será el más conocido y antologado de toda su obra. Incluido en Tiempo destrozado, gira en torno a estos elementos que segregan a la protagonista de cualquier poder de opinar sobre la llegada a su hogar y luego la compañía de un ser atroz, impuesto por su marido, que perturba por completo su estabilidad emocional y la amenaza tanto a ella como a sus hijos. A través del desarrollo de la historia, de manera parcial y acotada, vemos cómo la mujer (que no tiene nombre y es la narradora principal del relato) junto con su empleada doméstica y cómplice (Guadalupe) más los hijos de ambas harán frente al siniestro habitante hasta poner fin a la cruel tortura que significaba su presencia en la casa. Es así como la alianza femenina, en pro del cuidado y la protección mutua (y la de sus hijos), condena finalmente al huésped, de naturaleza monstruosamente masculina, a vivir sus últimos días en la casa gracias a la autodeterminación de las mujeres y en ausencia del marido de la protagonista, un personaje completamente abandónico del espacio familiar, pero controlador del mismo mediante la interpósita criatura.

Los espacios ficcionales también serán centrales en su literatura, por ejemplo, el jardín, motivo central de la ambientación narrativa de su espléndido cuento “La quinta de las celosías”, perteneciente a su segundo libro, Música concreta (1964), al que la autora acude de forma permanente para situar varios acontecimientos destacados que se dan cita en sus relatos. En otras narraciones, como la homónima “Música concreta”, el jardín será el sitio al que llega, noche tras noche, la amante de Luis convertida en sapo y desde donde planea acabar con Marcela, protagonista del cuento. De igual modo, es el lugar en el que se encuentra la tumba profanada del fraile que atormenta a Marcos en sus sueños de niñez en “El jardín de las tumbas”. Por el contrario, desvanecidos están algunos de los sitios más céntricos de la Ciudad de México, pues propone escenarios alejados y en provincia para enfatizar la aridez no sólo emocional sino espacial en la que viven los personajes de sus relatos.

En este mismo tenor, Dávila escribirá el relato “El último verano”, perteneciente a su tercer volumen de cuentos (Árboles petrificados, 1977). Esta narración, menos conocida que la anterior, representa de muchas maneras un punto cumbre de las constantes obsesiones de la autora sobre estos temas. Lo reseñaré brevemente como ejemplo, pues encarna un claro modelo de la densidad brutalmente emocional de su literatura. La protagonista, una mujer de provincia de aproximadamente 45 años, esposa tradicional y madre de seis hijos, abatida por la amargura de la juventud que se ha esfumado e inmensamente triste por una vida en la que no ha sido feliz, se entera con horror de que el motivo de su constante cansancio, desgano y depresión no es la posible llegada de la menopausia —palabra tabú que se insinúa en el texto, pero que jamás se menciona explícitamente, porque de esas cosas femeninas “no se debe hablar”—, sino un embarazo, inconfesablemente no deseado, según lo dictaban los códigos morales más rígidos de la época.

La narración está sujeta a la contemplación del pasado que está preso, indefinidamente, en una foto de ella en su juventud, que marca un antes y un después de su matrimonio. Como para tantas mujeres de la época éste es el cruce de una frontera temporal que no tiene retorno: “Nadie pensaría que esa que estaba mirándola detrás del vidrio del portarretratos había sido ella, cuando estaba tan llena de ilusiones y de proyectos, en cambio, ahora...”.2 La sensación de abatimiento será una constante que expresa la enorme insatisfacción con respecto a una vida conyugal y doméstica, estandarizadas culturalmente, en la que Dávila expone con crudeza la infelicidad de muchas mujeres latinoamericanas que, más que disfrutarla, la padecían. De allí en adelante, el relato desencadena una serie de sucesos que de manera unívoca nos llevan a una conclusión determinante: la protagonista no desea este nuevo embarazo, emocionalmente no puede sostenerlo, y todo esto tendrá consecuencias dramáticas para ella.

En nuestros tiempos, en los que se han conquistado libertades fundamentales, tanto en México como en América Latina, con respecto al derecho de las mujeres a decidir sobre nuestros cuerpos, el no-deseo de la maternidad o el aborto sesgado son motivos más que recurrentes y parcialmente aceptados en las literaturas contemporáneas. Pero no era el caso del México de 1977 en el que Amparo Dávila publicó este cuento, ni del resto de Latinoamérica.

Asuntos narrativos como la locura, los estados alterados, la sumisión femenina, el terror a lo desconocido, lo monstruoso, el problema de “el otro” —simbolizado en la figura del doble— y la propia catástrofe de un mundo indiferente al dolor ajeno desfilan de manera impecable en su obra. Si bien la construcción psicológica de los personajes constituye un elemento destacado en el vigor estético que persigue la autora en sus historias, podrían citarse varios ejemplos, como los cuentos “La señorita Julia” u “Óscar” en los que es, finalmente, la ambientación de sus relatos la que juega un papel decisivo en su raigambre fantástica y en los efectos terroríficos a la hora de su lectura.

Amparo Dávila
Amparo Dávila ı Foto: larazondemexico

Es claro, entonces, que la escritora zacatecana no sólo estaba hablando de escenarios fantásticos y terroríficos, sino que hizo un uso casi clandestino de estos géneros de infracción del realismo para transitar el difícil camino de la transgresión de las convenciones sociales, en una realidad cotidiana que se encargaba de extinguir el deseo femenino, cualquiera que éste fuera. Así de inmenso el tamaño de su labor, así de discreta la manera de operar narrativamente.

DÁVILA Y EL MUNDO EDITORIAL

La obra de Dávila abarca el escueto pero contundente número de cuatro libros de cuentos (Tiempo destrozado, 1959; Música concreta, 1964; Árboles petrificados, 1977; Con los ojos abiertos; 2008) y cuatro poemarios (Salmos bajo la luna, 1950; Perfil de soledades, 1954; Meditaciones a la orilla del sueño, 1954; Poesía de ayer y de hoy, 2019). A pesar de sus varios emprendimientos editoriales, que sacaron medianamente a la autora de un mundo soterrado, sus libros no tuvieron la repercusión esperada a nivel de ventas, ni le proporcionaron un reconocimiento que trascendiera más allá del círculo de escritores y colegas que la admiraban, así como el de sus particulares lectores, todos ellos ávidos por tener en sus manos los relatos que eran considerados una rareza en sí mismos.

Sin embargo, la fuerza de la tradición fantástica en la literatura de Dávila y la especificidad de sus propios y complejos universos narrativos la llevan a generar una especie de salto analéptico que revive, fundamentalmente a partir de 2018, uno de los mejores secretos editoriales de su obra que había permanecido en el silencio mediático: el volumen de Cuentos reunidos (2009). Este libro, publicado por primera vez casi diez años antes del gran momento estelar de Dávila, había pasado inadvertido entre las preferencias generales de los lectores. La interesante apuesta realizada por el Fondo de Cultura Económica (FCE, casa editorial de prácticamente toda su obra) encabezó una nueva sensibilidad en la visibilización de escritoras tan transgresoras como ella. Algunos ejemplos de esto serán las publicaciones de las obras completas de Guadalupe Dueñas, los relatos de Inés Arredondo y la obra total de la brasileña Clarice Lispector. Todos ellos fueron emprendimientos impulsados por nuevos y jóvenes lectores de su literatura (editores visionarios como Eduardo Matías), al igual que por los proyectos de rescate encabezados en el mismo FCE y, posteriormente, desde la UNAM, de mano de la escritora y editora Socorro Venegas.

En varias de estas ediciones colectivas e individuales volvía a resonar el nombre de Amparo Dávila, así como en versiones juveniles de magnífica calidad editorial que venían acompañadas de poderosas ilustraciones de sus cuentos, como las del argentino Santiago Caruso. Forma parte también de la órbita de las anécdotas editoriales el intercambio epistolar que mantuvo con Julio Cortázar que se integra como novedad, y de manera facsimilar, en la edición conmemorativa de Árboles petrificados de 2016 (NitroPress / Secretaría de Cultura). Tristemente, en este gesto se refuerza todavía, de forma un tanto sesgada, la validación de la escritora a través del reconocimiento que el autor fantástico argentino hizo de su obra.

En este sentido, no es casual que el resurgimiento de la obra de la narradora y poeta estuviera acompañado por una nueva visión en la literatura mexicana y latinoamericana, que posicionó las narrativas de irrealidad y sus géneros colindantes dentro de un marco distinto de aceptación entre las generaciones lectoras actuales. Para conocer a los escritores se necesitan libros que estén en movimiento, pero la obra de Dávila no había sido reeditada y su complicado acceso editorial había sido un factor cómplice en la poca repercusión que durante varios años tuvo para el público en general.

De esta manera comenzó a gestarse un interesante incremento en la cantidad de lectores de las obras davilianas, así como la necesidad de hacerse con algunos de los ejemplares que se pusieron nuevamente en circulación editorial. Esto tomó por sorpresa al mundo del libro, y particularmente a su casa editora, que no podía satisfacer la gran demanda de sus Cuentos reunidos3 para la conmemoración, en 2019, de los noventa años de la escritora. Si bien su obra poética también fue compilada en el volumen Poesía reunida (2011), incluyendo el poemario inédito El cuerpo y la noche (1967-2007), ésta no tuvo la misma recepción en el público lector que el volumen de cuentos. La preferencia ha sido clara hacia la narradora, aunque su obra poética merece aún un estudio exhaustivo por parte de la crítica.

La autora zacatecana hacia el final de su vida.
La autora zacatecana hacia el final de su vida. ı Foto: Fuente: optmotive.ro

SUS ÚLTIMOS AÑOS

Visiblemente dichosa y conmovida, Dávila recibió la Medalla Bellas Artes en el año 2015 en ese Palacio, el foro más emblemático de la cultura para la Ciudad de México.

En el evento pudimos escuchar algunas de las más simbólicas reflexiones sobre su propia experiencia con el mundo de la literatura y su exigente ejercicio de ésta:

Trato de lograr en mi obra un rigor estético basado no solamente en la perfección formal, en la técnica, en la palabra justa, sino en la vivencia. La sola percepción formal no me interesa porque la forma no vive por sí misma; es, digamos, la sola justificación de la literatura. Hay textos técnicamente bien escritos pero que nacen muertos: no quedan en la memoria de quien los lee. No creo en la literatura hecha sólo a base de inteligencia o pura imaginación. Creo en la literatura vivencial, ya que esto, la vivencia, es lo que comunica a la obra la clara sensación de lo conocido, de lo ya vivido, y hace que perdure en la memoria y en el sentimiento, y constituye su fuerza interior y su más exacta belleza.4

Con estas palabras finales la autora zacatecana marca las pautas más específicas e íntimas de su literatura, hilos que sostuvo durante muchos años en la confección y el tejido de sus relatos que, como ella siempre confesaba, le costaba ensamblar entre las tareas domésticas, su matrimonio con el pintor Pedro Coronel y la crianza de sus hijas, pero que una vez fraguados constituían una experiencia emocional intensa y magistral.

La tarea de la escritura, y la disciplina hacia la misma, fueron características sobresalientes de Dávila, quien no dejó de elaborar pequeños textos, poemas y reflexiones generales sobre la literatura hasta sus últimos días de vida. A éstos llegaron el calor del reconocimiento, la expectativa amable ante las largas filas de sus nuevos y viejos lectores que esperaron por horas a que ella, a los casi noventa años y con infinita paciencia y ternura hacia sus seguidores, insistiera en quedarse allí hasta que la última persona se retirara del auditorio con su libro firmado, conmovida y satisfecha por el deber cumplido.

Amparo Dávila
Amparo Dávila ı Foto: larazondemexico

En esos últimos años, la ráfaga de reconocimiento pudo subsanar, parcialmente, los largos periodos de espera y silencio que guardó su obra, siempre comentada por algunos escritores célebres y críticos especializados en el campo de lo fantástico. Incluso su figura literaria, y toda ella en su inconmensurable expresión artística, fue retomada como personaje literario en una de las novelas de la escritora mexicana Cristina Rivera Garza, quien desde sus letras también le brindó un sentido homenaje, una reivindicación desde la oscuridad en la que había permanecido por largo tiempo.

No coincidimos con las lecturas que hablan de una exhumación de su obra junto con la de otras escritoras de su tiempo, pues el primer contacto con su trabajo, que se ha ido acrecentando aún más después de su muerte, ha logrado no sólo poner bajo la luz de los reflectores su literatura, sino que nos ha mostrado una gran cantidad de epígonos que, siguiendo desde hace tiempo su oculta trayectoria o apenas encontrándose con la maravilla de su narrativa, adoptan cada vez más la terminología de maestra del relato, en clave fantástico-terrorífico, para referirse a ella.

Sin duda alguna Dávila forjó una gran parte de los nuevos caminos por los que transita la literatura latinoamericana actual, en particular la escrita por mujeres. ¿Era acaso ésta su intención primigenia a la hora de escribir? Queda claro en varios de sus testimonios que no. Su aparición en la escena literaria de los años cincuenta, que si bien ahora puede ser leída retrospectivamente como un acto reivindicatorio que señala con dureza el silencio editorial guardado durante muchos años frente a las escrituras producidas por mujeres, es una de las tantas consecuencias que se han manifestado en los movimientos críticos que la leen hoy desde su especificidad histórica. Afortunada circunstancia que no debe hacernos perder de vista que esta autora ocupa, hoy en día, un lugar en nuestro canon de cuentistas no por ser mujer, sino por ser una magnífica escritora cuya pluma deslizó con astucia, técnica e inteligencia creativa.

En mi caso particular, llegué a su obra hace algunos años gracias a la brillante lectura que de ella hizo una de mis colegas de origen japonés. Es un testimonio más de que el mundo narrativo de Dávila puede atravesar los márgenes de la lengua y de la cultura para fascinar a una gran cantidad de escritoras y escritores, además de críticos contemporáneos de ambos sexos que, cada vez más, se acercan a sus historias. De inmediato se produjo en mí el escándalo emocional que sólo ciertos autores nos provocan en la vida. Estaba frente a una mujer que escribía en clave fantástica, generando las escenas más terroríficas de una cotidianidad siniestra a las que había tenido acceso, desde entonces, en mi contacto con la tradición literaria mexicana. A partir de allí se desplegó un universo colectivo compartido con compañeros y compañeras que nos dedicamos a leerla, a conocerla más y a difundir su literatura. Organizamos coloquios en torno a su obra, participamos en homenajes, escribimos artículos e impartimos cursos sobre su narrativa. Pero esto no fue lo más significativo: la llevamos a nuestras aulas, con alumnas y alumnos que también quedaron maravillados frente a ese universo único e irrepetible de su literatura que, hasta entonces, les era también desconocido. Creo que fue nuestro mayor homenaje.

Siguen sin satisfacerme las expresiones que la reivindican aún hoy, a dos años de su muerte, como una reina del relato fantástico, pues Amparo Dávila no ostentó esa categoría de élite hasta que llegó, como hemos visto, bastante tarde pero muy a tiempo para ella, el reconocimiento de su espléndida obra. Por eso prefiero llamarla maestra de maestras, por todo lo que nos ha enseñado a quienes trabajamos el género fantástico, por todo los que enseñó a sus lectores y por lo que sin duda su literatura continuará dándole a cada generación venidera que abra uno de sus libros y se enfrente a una experiencia totalmente estremecedora.

Notas

1 Magali Velasco Vargas, El cuento: La casa de lo fantástico, Conaculta, México, 2007, pp. 122-123.

2 Amparo Dávila, Cuentos reunidos, FCE, México, 2009, p. 205.

3 Actualmente el volumen ya ha superado la decena de reimpresiones.

4 “Renovadora del cuento en México, Amparo Dávila recibió la Medalla Bellas Artes”, Conaculta / INBA, Boletín núm. 1687, 16 de diciembre, 2015, p. 3.

ALEJANDRA AMATTO

(Montevideo, 1979), doctora en literatura hispánica, investigadora en la UNAM, es autora de Entre lo insólito y lo extraño. Nuevas perspectivas analíticas de la literatura fantástica hispanoamericana y Conversa-Tario. Ensayos en torno a Francisco Tario, entre otros libros.