Ozzy Osbourne tiembla por el Parkinson, se despide en un comunicado y lamenta no poder salir de gira otra vez. De todas sus locuras, la que lo tumbó en 2003 fue el accidente en cuatrimoto con ocho costillas, una vértebra y un hombro rotos. En 2019, después de caerse en su casa, fue sometido a tres operaciones de columna, tratamientos y terapias que han sido inútiles. El cantante y atleta de la droga que saltaba poseído gritando: Is everybody high?, hoy se mueve maltrecho, a los 74, con asistencia y bastón. La noticia conmovió al mundo del rock, Ozzy es el tío intergeneracional que defiende el derecho a loquear hasta el final.
Una de tantas obsesiones que han definido la vida del Prince of the Fucking Darkness son los baños, retratada en la autobiografía más divertida que he leído, I am Ozzy. Ahí se le puede ver desorbitado en el retrete mientras caga, bebe y fuma con sus dos rodillas sonrientes. Hay otras fotografías de él en escusados y mingitorios, pero todo Ozzy se revela en esa imagen de Andy Kent: para sobrevivir y sobresalir siempre ha sido el payaso.
En la estancia donde habitaba con sus papás, tres hermanas y dos hermanos, el baño era una cubeta en un rincón y trozos de periódico. Por eso, durante su odisea rockera en los setenta y los ochenta quedó fascinado con los baños en Estados Unidos. Fue el motivo que lo empujó a mudarse y vivir allá, hasta que orinó en El Álamo. El libro termina cuando describe el baño en su nueva mansión: elegante y computarizado, con calefacción en el asiento, enjuague de culo y secado con tocar un botón. Un trono, tal cual.
Una de tantas obsesiones que han definido
su vida son los baños, retratada en I am Ozzy
¿CÓMO LLEGÓ HASTA AHÍ el sexto hijo de una familia obrera que sólo tenía un talento? En su infancia tan miserable tuvo que robar para comer y cayó en el reformatorio antes de los dieciocho, como lo predijo su padre. Fue plomero, obrero automotriz y matarife antes de cantar blues maligno, heavy metal, el género que inventó con Black Sabbath. Desde entonces el humor fue su salida de emergencia para ser aceptado y evitar que lo abusaran. Lo mejor que pudo sucederle fue Sharon Osbourne. Su descendencia musical es bíblica y vive para contarlo y cantarlo en su reciente Patient Number 9, con Jeff Beck, Tony Iommy, Eric Clapton y Zakk Wylde. Es un pedazo de humanidad en carne viva, al narrar su paso de niño ladrón a marca millonaria. Ser rockstar es agotador, no cualquiera se riffa cincuenta años de giras nivel Ozzy. Quince clavos en la columna y el diablo pisándole los talones, Iron Man se retira con el metal por dentro.