El Rey del Cabrito

El corrido del eterno retorno

El Rey del Cabrito
El Rey del Cabrito Foto: Fuente: reydelcabrito.com

Monterrey, cuna de más de un empacho, ostenta uno de los templos del sabor más fascinantes del orbe: El Rey del Cabrito. Mi platillo favorito es el cabrito al pastor. Mi fascinación nació a los cinco años. Cuando vi a mi padre comerse un cabrito entero de una sentada. Dejó la cabeza para el final. La desarmó como si de un androide se tratara. La lengua y los ojos se los hizo tacos. Y le sorbió los sesos con un popote. Desde entonces he recorrido autopistas de cuota, carreteras perdidas, terracerías y rutas sin asfaltar por una orden de cabrito.

Siempre que estoy de paso por Monterrey, antes de visitar cualquier téibol me lanzo directo a la sucursal de Constitución. A unos pasos del Marco. Porque si existe en la ciudad un museo capaz de competirle al de arte contemporáneo, ése es El Rey del Cabrito. Su decorado interior es un templo kitsch en el que uno puede perderse por horas como en cualquier galería. Es la Capilla Sixtina versión cultura popular. Cientos de cuadros adornan las paredes: son fotos enmarcadas del propietario, Jesús Martínez, con famosos de toda índole. Thalía, Maribel Guardia, Chabelo, el Piporro, Luis Miguel. La farándula entera ha desfilado por aquí.

Por todo el restaurante cuelgan cabezas de animales disecados, toros, venados, y al fondo hay dos leones de tamaño literal junto a una cascada. Cada silla del lugar emula un trono, uno de madera donde el comensal será agasajado a cuerpo de rey, o debería decir, a mal del puerco de rey. Candelabros y detalles varios terminan por abigarrar el lugar. No existe superficie que no haya sido cubierta por el gusto excéntrico de su creador.

En sazón, precio y porción, El Rey del Cabrito no tiene competidor

Desde la calle, una hilera de cabritos crucificados sobre las brasas es capaz de inducir visiones. Puede uno atisbar a un grupo de rabinos barbados peregrinar con reverencia hacia esta mezquita de la cocina norestense. Pero en realidad se trata de un grupo de sombrerudos que como tantos otros vienen a que les suba el trigli. Pero El Rey del Cabrito es más que su embellecimiento camp. Esto sólo es un extra pintoresco. La grandeza del lugar radica en su carta de alimentos.

En los casi treinta años que tengo consecuentando Monterrey no ha faltado infinidad de personas que han tratado de convencerme que el mejor cabrito está en otro restaurante. He comido en los Cabriteros, en San Carlos, en el Pipiripau, en el Gran Pastor, en el Gran invernadero, en cada lugar donde se sirva y siempre termino volviendo a la cuna, a la meca, al Rey del Cabrito. En sazón, precio y tamaño de la porción no tiene competidor.

Siempre que me preguntan cuál es mi parte favorita digo que todas. Depende del temperamento que me cargue ordeno. No discrimino. Es por temporadas. A veces pido pierna todo el tiempo, luego pecho, paleta, riñonada. Mi ritual consiste en abrir con los tradicionales frijoles con veneno, beberme mi Bohemia bien helada y pedir tortillas de harina, always. Lo bueno es que son gratis. Si las cobraran acabaría pagando más en tortillas de harina que en cervezas.

Si voy acompañado no escatimo, al centro una orden de mollejas y otra de machitos. Este lugar sería la perdición de Leopold Bloom. Me encantaría algún día invitarlo. Sería la comparsa perfecta. No confío en las personas que no comen vísceras. Por la razón que sea, estética, higiénica o vil ignorancia. Ese tipo de superioridad moral me parece la más insoportable de todas. Podría desayunar, comer y cenar machitos.

Luego de las entradas le meto al plato fuerte. Mi orden de cabrito. No sólo es la carne con menos niveles de ácido úrico, también es la que más orgasma mi paladar. Nunca he podido superar la marca de mi padre. Pero medio cabrito sí me lo remato. Quizá algún día, sin tortillas, sin totopos, sin aperitivos, pueda darle bajo a un animal entero. Yo no sé por qué no le han dado una estrella Michelín. No cambiaría ningún restaurante de París o Nueva York por una comilona en El Rey del Cabrito.

Si te precias de ser carnívoro, estás leyendo esto y no conoces el Rey del Cabrito, saca el Bourdain que llevas dentro y toma un avión o un camión o teletranspórtate a Monterrey. He tenido hígado graso, colesterol alto, triglicéridos altos, gastritis, gota, reflujo, colitis.

Yo sé de lo que hablo.

Sí, he probado todos los cabritos de la ciudad, pero ninguno tan chingón como El Rey del Cabrito.