El rey del rock escrito

Si bien es cierto que cada quien fabrica su genealogía de autores, algunos acontecimientos marcan un antes y un después definitivo. Era 1985, Rogelio Garza tenía 15 años y estaba en un Sanborns, cuando se topó con La nueva música clásica, de José Agustín. Al descubrir que los sonidos también se pueden poner en palabras, su vocación se trastocó para siempre. En este ensayo de corte personal indaga en ese volumen, que al autor ya no le interesaba reeditar pero que, gracias a su acentuada irreverencia, cambió el rumbo del periodismo musical en México

El escritor en su casa de Cuautla, 1989.
El escritor en su casa de Cuautla, 1989. Foto: Cortesía de Adrián Brizuela

En 1985 dos cosas sacudieron la existencia de los mexicanos como yo: el temblor del 19 de septiembre y la publicación de La nueva música clásica. El slam tectónico nos dejó una cicatriz nacional, y el libro de José Agustín nos reveló la historia y el universo contracultural del rock. Lo triste es que, al parecer, este pequeño gran libro no volverá a reeditarse por decisión del Maese.

EN UNA CONVERSACIÓN sobre De perfil con Andrés Ramírez, el asunto se desvió hacia La nueva música clásica. El texto es una especie de “Start Me Up” del periodismo musical, hecho por el primero en escribir sobre rock en México. Cuando Andrés comentó que a su papá no le latía la idea de reeditarlo por razones estéticas, mi mundo se derrumbó. Es el libro que me cambió la vida cuando lo leí, a los 15 años, y que seguramente se las cambió a otros más. Saqué mi ejemplar, desconcertado porque un volumen tan poderoso no volvería a publicarse. En el rock hay discos que no se consideran esenciales en la discografía de un grupo, pero son joyas que forman parte de la historia personal. Lo releí de un jalón. Y como en la primera lectura, me electrificó.

Quienes posean esa edición de La nueva música clásica, en la Editorial Universo, con una fotografía muy mala del grupo canadiense Saga en la portada, atesoran un ejemplar de colección. Se trata de un texto experimental, único y duro de clasificar, que se mueve con un ritmo innovador. José Agustín cuenta una historia personal del rock, su desarrollo, desde el inicio que bailó en esqueleto propio en los años 50, hasta mediados de los 80, en Estados Unidos, Inglaterra y México. Es una fusión veloz, alucinante y muy divertida del ensayo, la autobiografía, el nuevo periodismo gonzo y la onda.

A través de sus páginas roqueras descubrí que leer es un placer. Y eso fue lo que detonó mi curiosidad por la lectura y la escritura

Existió una primera versión en el remoto 68, una conferencia que dio en Ciencias Políticas de la UNAM, en la que planteó que el rock tiene la estatura de arte, “un puente maravilloso entre la alta cultura y la cultura popular”, publicado en los Cuadernos de la Juventud del INJUVE que editaba René Avilés Fabila. Ése fue el primer libro sobre rock que se publicó en español en México. Un español con sus propias reglas: “Éste no es exactamente un ensayuco sobre rock; y aquí la hacen otras leyes”, advierte el Maese.

ES UN LIBRO CUYO EFECTO nos conduce a consumir otros autores y músicos, tiene la magia eléctrica de abrir otras puertas musicales, literarias, físicas y netafísicas. Lo encontré por accidente en una eficaz estrategia de mercadotecnia juvenil. Crecí en los 70 y los 80 escuchando el rock en la radio. Grababa montones de casetes, iba a tocadas satelucas y leía las revistas de acá y de allá. Las gringas las hojeaba en Sanborns, no tenía dinero para comprarlas, pero me sobraba tiempo para leerlas ahí. Una tarde que iba de salida del de Plaza Satélite, junto a las revistas roqueras, pusieron las “novedades juveniles” y el libro me atrapó como la canción de los Kinks, casi pude escuchar el riff que me enganchó: José Agustín, La nueva música clásica. No sabía del autor, pero el título me hizo clic como cuando prendes un foco. Me sonó, de inmediato supe que era sobre rock y que unía dos mundos. Me detuve a hojearlo y empecé a leer: "El rock me llegó como un relámpago, sin que me diera cuenta. Tenía diez años de edad, vivía en la frontera norte de la colonia Narvarte, o medianía, según Pasto verde, y desde siempre la música había sido alimento sagrado para mí".

Ese momento me fulminó, era música en palabras eléctricas: “algo con naturaleza propia que estuviera lo más cerca posible del rock: rock escrito”. Un lenguaje con el que conecté desde la primera línea. Como Jenny al encender el radio en la canción “Rock & Roll” de Velvet Underground, el universo contracultural se me reveló y quedé alucinado. Algo brilló en mi cabeza, como el rayo de la Stealie de Grateful Dead, y todo cobró sentido: programas de radio, discos, revistas, casetes, tocadas y a partir de La nueva música clásica, los libros. Hasta ese momento, todo estuvo disperso como piezas de un rompecabezas que se arman, al fin, en una rola. A través de sus páginas roqueras descubrí que leer es un placer. Y eso fue lo que detonó mi curiosidad por la lectura y la escritura.

EN EL CAPÍTULO FINAL, “La tierra de las mil transas”, al hacer un recuento del rock nacional, el Maestro escribió sobre Rockdrigo González, “un verdadero cantor popular, para sólo citar unos poquísimos ejemplos de un panorama efervescente y caótico, verdaderas arenas movedizas para el crítico o el observador atento”. Dos meses después de leer esto sucedió el terremoto en el que murieron más de 10 mil personas, entre ellas, el Rockdrigo. Lo recuerdo. Y también lo que pensé al terminar de leer La nueva música clásica: quiero escribir un libro así.

¿A cuántos más encaminó José Agustín por la ruta de la literatura, el periodismo, la música y la contracultura? Sólo sé que somos un chingo. El periodismo musical en México cambió a partir de 1965, cuando empezó a publicar un artículo sobre rock a la se-mana. Sin duda, era y será el rey del rock escrito.