Rocktubre (3): The Damned en el Palacio (y el misterio de la ecobici mal asegurada)

EL CORRIDO DEL ETERNO RETORNO

Rocktubre (3): The Damned en el Palacio (y el misterio de la ecobici mal asegurada)
Rocktubre (3): The Damned en el Palacio (y el misterio de la ecobici mal asegurada)Foto: Chucho Contreras / La Razón
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Desperté y me dije, por fin, aquí está. Sentía la cabeza de chicle. El hijo de puta ataque de alergia me había pegado de lleno. Tenía tres días anunciándose. Había olvidado mis pastillas en el norte. Pospuse el viaje a la farmacia indefinidamente. En lugar de eso, me encalé la nariz todo el fin de semana. Si están en medio de una crisis alérgica, no lo recomiendo. Asúmalo bajo su propio riesgo.

Qué tiene todo eso que ver con la croniquita de un concierto. Ya lo dijo Mr. David Bowie: las cosas bonitas se van al infierno. De no ser por la maldita alergia las circunstancias no se habrían retorcido. Ahora que las lluvias han dejado de ensañarse con Ciudad Godínez, mi método favorito de transporte es la ecobici. Quedé con la Contadora del Rock de armar un pre en el Salón París y desde ahí lanzarnos en metro al Palacio de los Rebounds para hincarle el colmillo a The Damned. La organización punk con la que he tenido más sueños húmedos que con Riley Red. Ay, Rocktubre no te acabes.

Me bajé de la bici y la encajé en uno de los módulos de la estación. En mi condición, con los oídos tapados y la sensación de estar sumergido bajo el agua por culpa de la alergia, me fue imposible escuchar el sonido de confirmación. Pero juro por Mahomes que la jalonee hasta asegurarme que había quedado bien anclada. Confiado, me alejé silbando “New Rose”. Hasta que se te va a hacer, condenadote, me felicité.

Por deformación profesional, abrí mi correo en la cantina y vi el mail de la plataforma donde me informaban que me había excedido de tiempo y que si la bicicleta no era devuelta en 24 horas debería pagar una indemnización de diez mil pesos. Corrí en fa a la estación para corregir mi error pero la bicicleta ya no estaba.

Hablé para reportarla y regresé a chupar a la cantina tan tranqui. Tantas veces me había topado bicis sueltas en la estación, me tocaba entonces oficiar de buen samaritano, encajarlas y una vez que estuvieran ancladas escanear el código para empezar el viaje desde cero. No todos hacen lo mismo, me queda claro. Pero pensé que quien había tomado la bici no se había dado cuenta y que una vez que terminara su recorrido la depositaría en la estación. Tres doritos después me lancé al concierto bien chill. 

SABES QUE ESTÁS EN TERRITORIO TELCEL cuando ves al personal disfrazado de fans de The Horrors mezclarse con uno que otro punk prófugo de Ciudad Azteca y dos o tres darks que viven el Halloween todo el año, y si están en octubre ps peor. El grupo estelar de la noche era The Hives, esos güeyes todos pálidos disfrazados de mariachis, pero yo estaba ahí para ver a los teloneros.

Algo que amo del Palacio es que nunca me defrauda. Fieles a su tradición de que el 99 % de las bandas que ahí se presenten suenen pinchísimo, The Damned no fue la excepción. A las ocho en punto salieron los ingleses y el bajo sonaba demasiado bajo, excuse me por la redundancia, y los teclados también estaban ahogados. Encima de todo atronaba la guitarra, el sinte y cómo no, la voz de Dave Vanian. Otra vez, en medio del público había un pasillo formado por dos vallas, lo que impidió que la fábrica de moretones se desplegara en todo su esplendor. Al menos la chela no era la asquerosa Tecate roja que vendieron en Clapton, y por los mismos 190 pesitos te podrías llevar dos Negra Modelo de botella, ah ricura.

En ocasiones pareciera que hago las cosas a propósito para tener qué escribir. No es así, neta

Cada tanto revisaba la app para ver si la notificación de que la bici había sido devuelta caía. Pero Nancy boy. Decidí no impacientarme y meterme al slam, no tardé ni diez segundos en bofearme. Tenía la nariz toda taponeada por la alergia. Me costaba jalar aire. No metan a la edad en esto, les juro que traía condi para unos buenos empujones. Soy alérgico desde morro, así que no tengo nada qué demostrarle a nadie. A las tres horas acepté mi cruel realidad, la bici había sido robada. La esperanza de que fueran a regresarla antes de las 24 horas murió como fenece la frescura de los ostiones cuando los alejas de la costa. 

Mientras escribía esto me pregunté si era necesario que contara lo que pasó. Que evidenciara cómo la embarré gacho. Sobrará quienes se burlen de mí por pendejo. Pero es labor del cronista crucificarse en la página, aunque eso le cueste su reputación como sujeto digno de confianza. Sólo aquellos que hayan sufrido una severa crisis de alergia comprenderán mi situación. ¿Es esto un consuelo? Por supuesto que no, pero cuando vi al mocho de pies y manos encima de una patineta que ayudaron a entrar al baño en el Palacio sentí que no podía detenerme a lloriquear por lo ocurrido. Si este compa en su condición se la rifa para disfrutar el concierto, a mí me tocaba hacer lo mismo en honor a los tamaños güevotes que se carga.

En ocasiones pareciera que hago las cosas a propósito para tener qué escribir. No es así, neta. Soy carne de cañón de la crónica. Me persigue, me acosa, no me da descanso. Días antes a esto que cuento, me tocó viajar en Amtrak de Los Ángeles a San Diego. Y de todos los chingados lugares en el tren me tocó sentarme a un lado del enano de cráneo rapado y tatuado que acababa de salir de prisión tras cumplir una pena de nueve años. Se dirigía a Mexicali a visitar a su madre. Por supuesto que le pregunté qué había hecho. Me dijo que había chocado. Pero nadie cae al bote tantos años por eso. A menos que hayas chocado y te encontraran con un arma de la que no puedes explicar su procedencia, con unos cuántos gramos de cristal, sin licencia. Como contador de historias ya estaba rellenando los huecos en la trama. ¿El dios de los narradores me manda estos regalos para que no me falte el material?, me pregunté. ¿Acaso este hombrecito será el protagonista de uno de mis nuevos relatos?

ENTONCES SENTÚ UN POCO DE NOSTALGIA porque nunca podría contar el viaje de la bici. Me pregunté por su devenir, qué calles recorrería mientras yo me embelesaba con The Damned. Al mismo tiempo me preguntaba por qué con el calor que hacía dentro la gente no se quitaba sus chamarras de cuero. Es increíble como La Lagunilla gentrifica todo. Nunca pensé encontrar adentro del Palacio azulitos, y encima con un foquito dentro que prende y apaga, nadando entre los hielos. Rompió mi trance “New Rose” y luego “Looking At You”, el cóver que tocaron de MC5 mientras el baterista le prendía fuego a la pila. Escuchar aquellas dos rolas sin duda ha sido de lo mejor que me ha ocurrido en los últimos tiempos. Y tenían que presentarse justo con mi cabeza hecha mierda por la alergia y después de haber perdido una ecobici. Por qué. No lo sé. Sólo el guionista de mi vida puede responder a esa incógnita.

Ahora le debo una ecobici al gobierno de la Ciudad de México, pensé. 

Y después tocaron los insípidos The Hives.

Fin del comunicado.