Ruedas

“El amor comienza en ninguna parte y dura varios segundos”, afirma el narrador de este relato vertiginoso. “Ruedas”, un road trip, puede leerse como el estudio de la velocidad de una amistad, de un coche en la carretera, de una noche, de un encuentro erótico nebuloso y definitivo. A esta especie pertenecen los relatos de Más alemán que Hitler y Compraré un rifle: rapidez y precisión en una trama imprevisible y magnética.

Ruedas
RuedasArte digital a partir de una obra de Alberto Magnelli, Luis de la Fuente > La Razón
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¡Reses del mundo uníos! Grité, aullé y sólo así me sobrepuse al volumen vocal de Chuck Berry que nos acechaba dentro de un auto de dos plazas que yo conducía, una ligera y veloz y ansiosa carroza metálica propiedad de un amigo cuya amistad inesperada había comenzado en la universidad; mis alaridos y reprimendas se debían también a que desde el comienzo de nuestro viaje en cuatro ruedas rumbo a la capital de México Jerry no había cesado de parlotear acerca de política, de su familia o sobre cualquier personaje famoso que mantuviera su nombre en los aires y por lo tanto me obligaba a pisar el acelerador de su auto a meterle candela a tomar las curvas como se lengüetea un helado, y Chuck Berry el dios enhiesto cantaba, y yo ¡reses del mundo uníos!, hasta que Jerry se encabronó y me acusó de estar contra el progreso vacuno y más sandeces, y yo ¡reses del mundo uníos para progresar! Mientras me aferraba como un pulpo aterrado al volante y rebasaba a los tráileres de doble remolque y obligaba a los automóviles a abrirnos paso y a invadir la zona de precaución, y el coche de Jerry, nuevo, se deslizaba como si esquiara en Bariloche, un carro deportivo color plata en el que sólo cabían dos personas y quizás una tercera, si se apretaba y cuando Jerry decía progreso yo gritaba ¡Inversión! ¡Inversión! Entonces él respondía la política no se trata sólo de negocios o inversión y yo gritaba ¡Sumersión! ¡Sumersión! Nadie tiene derecho a salvarme, añadí, fusílenme y tiren mis cenizas alrededor de los restos de Chuck Berry; vaya si serás estúpido, hoy en día ya no se fusila a nadie dijo Jerry, ¿qué marca es este automóvil?, le pregunté, ya me había tardado en hacerlo y él me ofreció un nombre que en verdad no recuerdo; el bautizo de las cosas veloces sobre ruedas no es de mi incumbencia, aunque en ese momento lo era, habíamos dejado atrás Oaxaca y penetrábamos los límites de Puebla, lo que sobra en este mundo idiota son fronteras y Jerry me interrogó acerca de mi trabajo como escritor y le solté eso no importa, se escribe y se escribe y ya pero Jerry continuó ¿dónde están tus premios? Vamos que ya tienes años para haber ganado algún pendejo premio, ¿no?, aunque sea en la escuela. Yo no me arredré porque en ese momento nos rebasaba una voluminosa pipa de gas que podía haber volado la mitad de Puebla y en el auge del pleno rebase le espeté la escuela es para amansar a las bestias y los premios te amansan más y quien gana premios no es mejor escritor agregué sólo es un afortunado y el rebase terminó bien ¡muy bien! Así que Puebla se mantuvo a salvo de la gran explosión. 

Él volvía a reír, la verdad no me molestaba, a quién puede incomodarle la risa de alguien como Jerry, bajo de estatura, delgado, de huesos fuertes y mandíbula ovalada y ojos de buen hombre

A JERRY NO LE IMPORTUNABA ni amedrentaba la velocidad. ¿Y qué pasa si un día te quedas paralítico? Estarás en una silla de ruedas dije y seguí ¿para qué quieres seguir moviéndote? Qué puto y chingado afán de los paralíticos es el de seguir andando, si te sucede que entierren la mitad de tu cuerpo en la arena y que allí vaya tu mamá al parque de las patas muertas a darte de comer en la boca o a terminar de amamantarte enterrado al lado de otros parapléjicos o inválidos y allí dentro de la arena puedes cagar y orinar y si hay otros bultos junto a ti los pueden bañar usando una manguera a todos y todos van a mover sus manitas y gritarán, entonces Jerry caviló su discurso no sin antes recriminarme no has ganado ningún premio, güey, si lo tuvieras no estarías inventando reverendas y santísimas mamadas. 

La luz del día se desvanecía a espaldas del Popocatépetl y yo vi un puesto de tacos, chafa, mugriento, en plena carretera rodeado el comal de perros y le propuse a Jerry vamos a comer unos taquitos. Espera a llegar a México y vamos a un restaurante decente yo invito una botella de vino Matarromera propuso él, odio ese pinche vino barato me quejé, me estás castigando por hablar acerca del progreso refunfuñó mi acompañante, pero bueno, está bien, carajo vamos por tus apestosos tacos y fue que nos detuvimos al costado de un puesto y una mujer similar a una frondosa barra de chocolate agrietada intentó sonreír. A nuestro lado un hombre silencioso se llevaba la comida a la boca y yo contaba los perros alrededor del puesto apenas protegido bajo una manta manchada y agujereada que fuera de vergüenza podría ser la manta los calzones de Santa Claus o el taparrabos de un buda de un pueblo mixteco y la señora barra de chocolate nos veía untada de curiosidad y echaba ojos al lujoso y espléndido automóvil, qué hacen estos pendejos aquí se preguntaba seguramente, su denso silencio resultaba aterrador y se quebraba cuando un auto corría sobre el pavimento y lo hacía tan rápido que se confundía con el aleteo de las moscas. En silencio comimos de aquellos tacos hasta que me di cuenta de algo muy en verdad muy cabrón, contundente, inesperado, los cuatro y después cinco perros que reposaban a nuestro lado no aguardaban ansiosos las sobras o la limosna de los comensales alrededor del puesto, estaban echados allí sigilosos como chuletas pegadas a la parrilla y su mirada tristona me conmovía hasta las lágrimas, ¿qué carajos está pasando aquí?, me preguntaba yo en un silencio semejante al de la señora puestera, sólo que el mío escurría denso e inquisidor.

Letrero de "Bienvenidos a Oaxaca"
Letrero de "Bienvenidos a Oaxaca"Foto: Estado de Oaxaca

ENTONCES LA ATERRADORA iluminación hizo su arribo y me acerqué a Jerry y le susurré al oído que nos encontrábamos en medio de un funeral y que los perros alrededor del puesto se encontraban velando a un antiguo compañero, y que al compañero perro recién fallecido nos lo estábamos comiendo ¡nosotros! en ese momento; Jerry escupió lo que tenía dentro de la boca y corrió al auto mientras yo pagaba y le daba el pésame a cada perro tratando de explicarles que algún día no tendrían sombra tampoco, como su amigo, y volví al auto, supuse que Jerry vomitaba pero resultó que el cabrón tenía un ataque de risa y su melena negra le cubría el rostro y sus carcajadas dentro del auto resultaban como pedradas dentro de una catacumba; me contagió y yo también reí, aunque sólo un rato, y el pendejo no cesaba de reír como si le hubiera hecho el gran puto chiste de la historia hasta que le dije que se callara porque no me permitía concentrar tras el volante, allí está tu progreso te lo comiste remarqué y él volvía a reír, la verdad no me molestaba, a quién puede incomodarle la risa de alguien como Jerry, bajo de estatura, delgado, de huesos fuertes y mandíbula ovalada y ojos de buen hombre; Jerry no parecía un soldado nazi ni un policía mexicano ni un torturador ni tampoco un ladrón financiero, así que podía reír y yo me sentí orgulloso de que mi broma lo hiciera pasar por un buen momento ya que mi amigo estaba teniendo problemas graves y jerárquicos a causa de una mujer llamada Roxana; sólo rogaba que no comenzara la perorata trágica y el lloriqueo, sin embargo a dos horas de llegar a los límites de la ciudad y después de que dejara de carcajearse me confesó que le complacería mucho que yo la conociera porque si lo hacía, conocerla, no podría jamás dejar de admirarla y amarla y su cintura llamaría las manos más ambiciosas porque esa cintura cabía en el centro de una dona y sus pies eran tan suaves y bien cuidados que a él le daban ganas de cargarla para que no tocara la tierra, ¿y qué pasa con los putos zapatos?, inquirí yo, ni siquiera querrías que pusiera las plantas de sus pies en los zapatos, y sus labios los he tenido aquí, aquí, aquí, ¡aquí! Vociferaba Jerry cada vez más aumentando el volumen y señalándose el pito que se levantaba bajo sus pantalones para interrogarnos ¿dónde está ella?, fogoso el puto pito cuando el viaje se hallaba ya en sus postrimerías: eres un idiota Jerry poner sus labios en esa verga debe ser peor que chapotear en el fango; no, no, no, ya la conocerás tenemos dos meses saliendo pero no he querido presentársela a nadie, ya sabes, miedo a que me abandone, no sé. Lo consolé, a las mujeres les atraen los chaparros, Jerry, no te acomplejes, yo no estoy chaparro se defendió. Para mamártela ella debe de acostarse dije haciendo la broma evidente, pero él no entendió ni jota de mi comentario y continuó narrándome anécdotas acerca de la susodicha Roxana como cuando la veía orinar y ella se sonrojaba y el tono rosado de sus mejillas lo ponía más caliente que un asador quemando salchichas y yo quería que el renacuajo de Jerry se callara y que su Roxana se fuera al más lejano de todos los carajos; hasta ando pensando casarme y tener una familia a su lado confesaba Jerry, la familia es un maldito embotellamiento de carne como éste repuse ya que nos hallábamos haciendo fila en la caseta de cobro, la diferencia es que de aquel embotellamiento familiar es más difícil escaparse y te quedarás a vivir en la cuneta toda la vida como en Isla de Concreto, de Ballard, la novela, yo la amo y tú la amarías seguía él y no entiendo dónde están los buscadores de Hollywood y de talentos que no la descubren es toda mía, mía y cuando respira en mi oído siento un aire hawaiano, tibio; nos iremos a una isla y carajo, te va a ruborizar lo que te voy a decir, le gusta leer y ya le he regalado algunas de tus novelas que si te soy sincero a mí me resultan una porquería, una mamada de oso hormiguero, te haces el muy listo erudito mamón y en serio no cuentas ninguna puta historia, sólo chorreas ocurrencias de tu cerebro pero a ella le pareció interesante y leyó hasta la página cuarenta de uno de tus libros, no sé cuál. A ciertas horas del día soy mejor escritor que Cervantes exclamé, a ti te excitan los lugares comunes porque te dan tranquilidad y por esa chingada razón no te gustan mis novelas, son originales y rematé ponen en evidencia tu culo de mula y tus orejas de burro, y seguro Roxana es una muñeca hinchable, parchada que aun siendo de plástico se queda dormida, ¡es de plástico y ronca cuando le entrometes tu cosita chaparra!, debe ser alta y tú una hormiga escalando la Estatua de la Libertad. No me molestan tus gracias sobre mi estatura, tú eres más alto de lo normal y eres un lugar común también, los que no son lugares comunes también son un pinche tópico, los peores, son los peores porque son excepciones comunes decía Jerry y volvía a hablarme de Roxana, de su cabello tan suave como una sopa de fideos, una Maruchan seca dije yo, no, terciopelo azul, rubio, reclamó él y cuando llega a usar pelucas entonces sí que te cagas en tus pantalones corrientes, yo cambiaría este auto por sus besos y sus piernas que son como pinzas que te enganchan para llevarte al cielo.

Volcán
VolcánFoto: Especial

Y volvía a hablarme de Roxana, de su cabello tan suave como una sopa de fideos, una Maruchan seca dije yo, no, terciopelo azul, rubio, reclamó él

NO PARABA DE PARLOTEAR el jodido Jerry, sólo lo interrumpían unas carcajadas repentinas cuando recordaba el episodio del funeral del perro, o cuando cada diez minutos yo aprovechaba para acelerar y rebasar a un convoy de camiones de la empresa Bimbo, Coca Cola o Come tu Escroto, ¿sabes qué es lo único que me seduce en la actualidad?, le pregunté a Jerry a ver si olvidaba el tema de Roxana, me seduce ser yo dije, es lo único que me parece digno e insólito en mi vida, lo único levanta pitos; cállate pinche mamón obtuve por respuesta y en seguida continuó describiendo las rodillas de Roxana como unos senos sin pezón, lisos, hermosos, agua tibia y congelada a la vez y así siguió Jerry hasta que llegamos a la Ciudad de México y antes de encaminar la máquina hacia los rumbos de su casa lo felicité, lo lograste, cabrón, ya me enamoré de tu vieja, te lo dije, me orillé y detuve el auto un momento y me metí una cucharada de cocaína que podría sepultar a Putin y a todo su gavilla de cómplices marranos y seguimos y él guardó silencio por primera vez en el pinche viaje; después volvió a reír rememorando el episodio de los jodidos perros. Cuando llegamos finalmente a su casa me invitó a tomar un whisky mas le dije ron y hielos y nos tiramos cada uno en un sillón de su departamento en la colonia Nápoles, ¿todavía ronda por aquí la mafia rusa?, inquirí, no me vayas a salir con que Roxana es rusa porque ya la chingamos, te están extorsionando ultra pendejo, mentecato. ¡No! ¡No! Exclamó tirado en el sillón, despatarrado, desbalagado, pues querer ser refinado es muy vulgar según Jerry, y quería comportarse como si fuera libre hasta que tocaron el timbre y ambos nos miramos y Jerry ordenó no pongas atención y me tranquilizó, según él, no vienen a robar es la vecina que me chinga porque mi auto ocupa dos sitios en el estacionamiento y yo le informo a los paupérrimos culeros que mi coche vale más que las cinco o seis latas estacionadas allí abajo y que si quieren les rento o compro su espacio a todos y que no estén chingando; yo no le creí y me levanté y abrí la puerta y Roxana estaba allí de pie y me sonrió y no se aproximaba a la descripción de Jerry mas no estaba mal, su vestido apenas rebasaba sus rodillas que como senos sin pezón me excitaban y tuve impulsos de besarla, pero el amor de Jerry su bendito amor había que respetarlo y fue en un momento cuando vi el sonrojo de Jerry y el cuello de Roxana que me di cuenta de que en verdad me había enamorado de ella y mi silencio lo atestiguaba, los tres sentados en la sala y Jerry le contaba a Roxana sobre el funeral del perro y ella no lo encontraba nada gracioso mientras bebía whisky, como Jerry y yo ron y líneas de cocaína que a Jerry no le prendían porque le soltaban la lengua y el estómago. 

Carretera a Oaxaca
Carretera a OaxacaFoto: Especial

EL AMOR COMIENZA EN ninguna parte y dura varios segundos. ¿Ustedes han leído el primer libro de Herodoto? Pregunté pero ya estábamos todos un poco borrachos pese a que había sido yo quien condujera en la autopista desde Oaxaca a donde habíamos viajado a recoger una pintura muy valiosa de un artista gringo, Jonathan Barbieri que adquirió el papá de Jerry a cambio de mucho dinero. Jerry estaba exhausto y Roxana repetía ¿Hertodoto? ¿Herototo? ¿Toterón?, y yo me encabroné porque nada tenía que ver Herodoto con Toterón así que cuando Jerry se durmió le dije a Roxana que estaba enamorado de ella y que era verdad que su cintura cabía en medio de una dona; entonces se acercó y me besó y yo la mordí y Jerry parecía o simulaba estar noqueado, aunque yo sospechaba que nos estaba escuchando y Roxana chupó mi pene y yo le besé el ano y la pucha porque además sus calzones pesaban menos que mi bolsa de cocaína y ni siquiera tenía que quitárselos y así estuvimos en el sillón hasta que me desplomé dormido y agotado; de pronto Jerry entre sueños o en duermevela rememoraba el episodio del perro funerario al que velaban sus amigos caninos en el puesto de tacos y soltaba una carcajada entrecortada, y Roxana balbuceaba adrede con el propósito de chingar Her-to-doto, y yo ¡han llegado los rusos, los rusos!, ¡las rusas! Porque no cabía duda de que Roxana tenía algunos aspectos en su fisonomía de rusa y eslava o mucho o lo necesario. El año nuevo se aproximaba en tanto yo pensaba no es un año más es un año de más y acariciaba las rodillas de Roxana meditando en el velorio de los perros hasta que luego de dormir diez horas seguidas desperté solo en el departamento de Jerry quien se había marchado y llevado a Roxana consigo y entonces busqué una cama y susurré los perros, los perros.

Carretera a Oaxaca
Carretera a OaxacaFoto: Flickr