Ruido de fondo, de Noah Baumbach

Filo luminoso

Ruido de fondo
Ruido de fondo Foto: Fuente: Wilson Webb / Netflix

El profesor Murray Siskind (Don Cheadle) da comienzo a su cátedra proyectando un montaje de choques de autos cinematográficos con el que ilustra su teoría de que las colisiones vehiculares en el cine estadunidense son alegorías del espíritu optimista y entusiasta de “America”. La explicación en boca de Murray de que el ingenio y la habilidad para hacer ca-da vez más espectaculares los impactos, las explosiones y la destrucción representa la inocencia, la creatividad y la pureza estadunidense, da inicio a la adaptación de Noah Baumbach de la celebrada novela de Don DeLillo, Ruido de fondo (White Noise, 1985).

Este discurso contrasta con la idea central de la novela Crash, de J. G. Ballard (1973), la cual también imagina el choque automovilístico como un ritual, pero uno que refleja la transgresión y el fetiche de la sexualización tecnológica, en la que el daño del vehículo se corresponde con las laceraciones de la carne, creando una especie de lenguaje de piel y metal. Mientras Ballard convierte el choque en performance y en cierta forma en pornografía, DeLillo usa su representación cinematográfica como un ejercicio de desmitificación de la muerte, un money shot (la toma climática o crucial) del orgullo nacional destinado a hacer soportable el malestar existencial.

El actor protagónico de Ruido de fondo es Jack Gladney (Adam Driver), un académico afable especializado en Estudios hitlerianos (un departamento que él dirige y fundó, a pesar de no hablar alemán), en una simbólica universidad del medio oeste llamada College on the Hill; está casado con Babette (Greta Gerwig), quien da clases de actividades físicas a personas mayores. Se hacen cargo entre los dos de tres hijos de sus matrimonios anteriores y uno de ambos, en una atmósfera doméstica siempre caótica, con incesantes e intensos diálogos cruzados y la televisión permanentemente encendida.

La complejidad de la novela se sintetiza aquí en tres actos: la vida universitaria, donde se muestra la feliz monotonía doméstica; el “evento tóxico de transmisión aérea”, en que la nube química resultante de la colisión de un tren y un tráiler que cargan sustancias venenosas (otro choque cinematográfico que a diferencia de los del inicio pretende ser real) materializa el miedo a la muerte; el regreso a la normalidad, en que la extorsión de que es objeto Babette los lleva a una reconciliación amorosa. La abundancia y la agonía existencial de la era de Reagan reflejan una cierta nostalgia de la era previa a internet, los teléfonos celulares y el 11 de septiembre, pero Baumbach se esmera en hacer que la narrativa se sienta actual, por lo que las conspiraciones (que evocan la babeante fe antivacunas y la negación de creer en confinamientos en una pandemia), la desinformación, la paranoia y la nube tóxica adquieren un tono de caricatura de la descomposición social y política de la era del Covid-19.

Su cine es la definición actual del ombliguismo, con su obsesivo enfoque en personajes de clase media alta
intelectual

EL CINE DE BAUMBACH es la definición actual del ombliguismo, con su obsesivo enfoque en conflictos y confesiones de personajes y familias de clase media alta intelectual (neoyorquinos, de preferencia), desde Pateando y gritando (1995) hasta Historia de un matrimonio (2019), con sus altas (The Squid and the Whale o Historias de familia, 2005) y bajas (Mientras somos jóvenes, 2014). Su estilo intimista y personal se siente cada vez más cercano al de Wes Anderson, con quien ha colaborado en el guion para La vida acuática con Steve Zissou (2004) y El fantástico señor Zorro (2009), y la influencia de su relación marital y creativa con Greta Gerwig lo ha llevado a un trabajo menos frenético y más dramático.

Aquí incluye secuencias que parecen parodiar su propio universo, como la conferencia a dos voces sobre Hitler y Elvis en un contrapunto vertiginoso, que se quiere humorístico y virtuoso, entre Jack y Murray. Éste pudo ser el gran momento del filme; sin embargo, pronto se transparenta la vacuidad y gratuidad de los argumentos, por lo que su efervescencia se diluye en medio de una narrativa atropellada que no llega muy lejos. Si la intención era burlarse de la universidad con su compulsivo conocimiento especializado, eventuales estafas intelectuales y holgazanería disfrazada de escepticismo, el punto, tan fácil, pudo marcarse de manera más eficiente sin recurrir a una obra tan compleja.

La novela es una sátira aguda y despiadada que canibaliza la lengua y las manías académicas, además de que desmantela lugares comunes y obsesiones pop de la cultura del consumo, las conspiraciones y el miedo a la muerte. La adaptación de Baumbach es muy fiel al libro y paradójicamente eso la hace frágil, ya que los diálogos se traducen mal a la pantalla y el amontonamiento de acontecimientos desarticula cualquier enfoque. Si bien hay líneas que son simplemente geniales, por momentos el guion parece regurgitar dogmas gastados y críticas rancias en un tono que en la novela es cómico e iluminador pero aquí suena redundante y grandilocuente. El ping-pong cacofónico de los diálogos pronto deriva en un estancamiento agobiante, en una cinta demasiado larga donde pasan muchas cosas y pocas de ellas tienen importancia. Pronto es obvio que el exceso de información, discursos, voces y sucesos únicamente tienen la función de mantener a los protagonistas distraídos de su propia fobia y terror compulsivo a aceptar la mortalidad.

RUIDO DE FONDO es la cinta más ambiciosa de Baumbach, desde su presupuesto (80 millones de dólares) hasta la exploración de géneros que le son ajenos. Por primera vez se aventura a inyectar acción (persecuciones, balazos y sí, choques), echando mano de sus recuerdos del Steven Spielberg de Encuentros cercanos del tercer tipo (1977), pero muy pronto queda claro que no le interesa ni es particularmente diestro para hacer ese tipo de cine. También hace un esfuerzo para hacernos creer en la importancia de que Babette esté usando una droga experimental (Dylar, que supuestamente elimina el miedo a la muerte), pero lo que en realidad le apasiona es volver a la dinámica que conoce: la familia, los colegas y el hablar pretencioso, entrecortado, petulante y pobremente comunicativo que pretende ridiculizar.

El ruido de fondo es la muerte y la vida moderna ofrece entretenimiento, sexo y consumo para silenciarlo. La alegoría del siglo XX estadunidense de Baumbach, que llega hasta la pandemia, es muchas cosas y a la vez muy poco. Comienza con el espectáculo reiterativo de los choques y culmina con una esplendorosa coreografía musicalizada con LCD Soundsystem, en un muy amplio y colorido supermercado, en donde todos los personajes se cruzan bailando en los pasillos. Como si hiciera falta añadir un musical al cocido de géneros que fermenta thriller, horror, drama y comedia en un caldero de melancolía. Durante décadas se dijo que la novela de DeLillo era imposible de filmar; esta cinta, con todas sus buenas intenciones y eventuales aciertos, viene a confirmarlo.