La semana del arte y la intolerancia

Al margen

Bermix Studio.
Bermix Studio.Fuente: unsplash
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Hace unos días, profesionales y aficionados del arte se volcaron a ferias, galerías y museos que, con motivo de la llamada Semana del Arte, se llenaron de lo más novedoso de la producción artística contemporánea. Desde hace tiempo, las actividades también se han convertido en motivo de burla y memes en redes sociales. Es cierto, en el llamado mundo del arte sobran las excentricidades y tampoco podemos negar que, de pronto, las piezas exhibidas en ferias de arte contemporáneo como Zona MACO provocan, cuando menos, que levantemos las cejas. Si bien yo me río con frecuencia de las ocurrencias de mi gremio —uno al que, por cierto, le hace mucha falta reírse de sí mismo— me preocupa que la descalificación ha ganado terreno en relación con estas actividades hacia los artistas, curadores, galeristas, coleccionistas y todos los actores del sistema del arte que participan de ellas. Y me preocupa porque en esa resistencia a lo nuevo veo una intolerancia sobre la que tenemos que reflexionar.

No todo en la Semana del Arte se trata del arte contemporáneo, desde luego. Tan sólo en Zona MACO —feria que ha detonado las demás iniciativas que se llevan a cabo cada mes de febrero— se incluyen antigüedades, diseño y arte moderno. Las galerías y los museos que se suman a los eventos también abordan momentos históricos del arte, a través de visitas y revisiones a sus colecciones o exposiciones de creadores de otros tiempos. Todo esto es cierto, pero es innegable que durante esos días el arte contemporáneo es el rey. Es ése el motivo principal que reúne a tantas personas de rincones variados del orbe en nuestra capital. También es la razón por la que muchos aun sin asistir a las ferias descalifican sus propósitos e incluso su mera existencia. Hay, desde ciertos sectores, una cruzada contra el arte contemporáneo.

DURANTE UN TIEMPO, es cierto, yo también me resistía a asistir. Como una historiadora del arte más interesada por el pasado que el presente, me preguntaba si realmente valía la pena. Ahora me doy cuenta de que ser partícipe de estos eventos debe hacerse echando a un lado la idea de que algo debe gustarme para que valga la pena la vuelta; se trata, en realidad, de ir a ver qué se está produciendo en nuestro tiempo, más allá de filias y fobias. Porque, nos guste o no, esa producción contemporánea está hablando sobre quiénes somos, nos está enfrentando al espejo. Pocos tienen una mirada tan aguda para observar la realidad como los artistas.

En una conversación hace algunos meses para mi canal de YouTube, Pacho Paredes, director del Museo Universitario del Chopo, me decía que el arte contemporáneo no es un partido político o un equipo de fútbol para decir yo no le voy al arte contemporáneo. Es decir, hay cosas muy malas, claro que sí, pero también hay cosas buenas. Así ha sido incluso a lo largo de la historia del arte, entre los grandes maestros hubo también artistas malos. No los conocemos hoy por ese mismo motivo: no llegaron a los muros de los museos más prestigiados del mundo, tampoco a los libros. Asumir, entonces, que el valor de una obra de arte está sujeta al momento en el que fue producida es, cuando menos, sesgado. Lo mismo sucede con las técnicas. Hay quienes aseguran que la materialidad de una pieza es también signo inequívoco de su calidad, cuando lo cierto es que así como hay pintores de una maestría notable, también los hay muy mediocres. El medio no es garantía de nada.

Abordar el arte desde esta perspectiva de buenos y malos en realidad sólo afecta al público. Lo único que logramos al asumir a priori, sin intentar ningún tipo de acercamiento, que todo lo que se nos ofrece en ferias, museos y galerías de arte contemporáneo va a ser horrendo es privarnos de una experiencia verdaderamente acogedora y sorprendente. Vaya, habrá cosas que no nos gusten, eso no lo niego, pero por qué cerrarnos a la posibilidad de que encontremos algo que nos mueva de una manera profunda o, al menos, nos dé un poco de curiosidad. Y, además, seamos sinceros: ¿acaso no sucede lo mismo con el arte más tradicional? ¿Siempre que vamos a un museo de arte barroco o moderno nos gusta absolutamente todo lo que vemos?

Nos guste o no, esa producción contemporánea está hablando sobre quiénes somos, nos está enfrentando al espejo

EN EL FONDO, en esa narrativa de ellos contra nosotros, que desde ciertos espacios de crítica se ha promovido en torno al arte contemporáneo, permea la misma polarización que ha secuestrado al debate público.

No es otra cosa que un discurso de odio en el que el otro se construye como un enemigo. Y ahí está lo preocupante de esa intolerancia. Así como el arte contemporáneo es reflejo de nuestro tiempo, también la crítica lo está siendo. Hubo otros momentos en los que el odio al arte contemporáneo fue el síntoma de una intolerancia social que fue llevada por el sistema político a sus consecuencias más funestas.

El año era 1937 en Alemania y el arte en ese entonces contemporáneo, ahora llamado moderno, fue presa de la peor persecución política. Era lo más radical de la producción cultural de su momento y fue etiquetada como arte degenerado. Los artistas que formaban parte de los movimientos que recibieron ese mote, como Vasili Kandinski, Max Ernst y Otto Dix, tuvieron que huir. Las autoridades sacaron lienzos y esculturas de salas y bodegas de los museos para venderlas a entes extranjeros, no sin antes exhibirlas para mostrarle al público todo lo que el arte no debería ser. La decadencia creativa. Al frente de esa persecución y humillación pública se encontraba un pintor fallido que había sido rechazado de la Academia de Bellas Artes de Viena dos veces: Adolf Hitler.

Recurro a ese episodio de la historia del arte porque es el mejor ejemplo de los peligros de la intolerancia ante la creación artística, de cualquier tipo —sea el arte conceptual que se presenta en Zona MACO o la música de Bad Bunny. Resulta un signo preocupante porque en el fondo lo que nos demuestra es que hemos perdido la capacidad de disentir, de aceptar que en nuestras formas de ver el mundo puede haber pluralidad.