Sexto piso, 21 años

EL CORRIDO DEL ETERNO RETORNO

Sexto Piso
Sexto Piso Foto: sextopiso.mx

DESDE LA APARICIÓN DE SEXTO PISO, el mundo editorial en español no volvería a ser el mismo. Le quitó lo aburrido al panorama, no sólo por sus fiestas míticas, sino por lo arriesgado de sus apuestas. Un grupo de editores, en su mayoría jóvenes, dispuestos a saltar al vacío, como su mismo logotipo enuncia, con tal de descubrir a los lectores una bandada de frescas y emocionantes propuestas.

ESTE AÑO CUMPLEN dos décadas y un año de vida. Tuve la fortuna de formar parte de este sello poco más la mitad de ese tiempo. Y a pesar de que mi camino sigue ahora un rumbo distinto, continúa siendo una de mis editoriales favoritas. Compartir catálogo con plumas de la estatura de William Gaddis, John Barth, Eduardo Lago, Jis o Etgar Keret ha sido una de las mayores satisfacciones que he recibido por mi trabajo.

No fue sino hasta mi llegada a Sexto Piso que descubrí el enorme esfuerzo que implica colocar un libro en la mesa de novedades. El proceso por el que atraviesa un manuscrito es arduo. Detrás de este hecho hay un numeroso equipo de personas que lo hacen posible. Editores, diseñadores, vendedores, etc. Los escritores dependemos totalmente de ellos. Y el glamur ocasional que nos rodea en entrevistas y presentaciones sería imposible sin su ayuda.

Convivir con el equipo de Sexto Piso confirmó lo que ya sospechaba, que había llegado al lugar indicado.

La complicidad que me dieron fue un regalo inesperado. Conocer a Rafael Rodríguez, Francisco Valdés, Saúl Trejo, Llüisa Matarradona, Rebeca Martínez, Poncho, Rebeca Martínez, Lilia Sánchez y, por supuesto, a Diego Rabasa, Eduardo Rabasa, Felipe Rosete y Santiago Tobón, fue una gran aventura. En los más de diez años compartimos tantas cosas: carnes asadas, viajes, conciertos y muchas lecturas.

En una época en que los buenos editores escasean tuve la suerte de contar con la guía de Diego Rabasa. Uno de los mejores editores jóvenes del país, sino es que el mejor. Sin sus recomendaciones no habría conseguido mantenerme a flote en los momentos de duda. Agradezco en particular que no me haya permitido publicar el primer borrador de El karma de vivir al norte. Estaré siempre en deuda con él por obligarme a corregirlo tanto, hasta alcanzar la cuarta versión, la que se fue a imprenta.

Pero no fue la primera vez que me salvó el pellejo. Tengo muy presente aquella sequía que tuve que atravesar después de la publicación de La marrana negra de la literatura rosa, cuando no podía escribir relatos. Y cuando finalmente conseguí volver a hacerlo no podía cerrar tres de los que aparecieron en La efeba salvaje. Rumié durante meses la manera en que debía resolverlos y no conseguía dar con una solución. Bastó una tarde en que nos sentamos Diego y yo a comer y después a discutir las historias: todo se me aclaró y pude terminarlos.

Un grupo de editores, dispuestos a saltar al vacío, como su mismo logotipo enuncia

DURANTE ESE PERIODO ninguna persona me conocía como Diego Rabasa. Y nadie podía mirar a través de mi obra igual que él. Todas esas noches que dormí en su departamento, otras en que dimos vueltas en coche de madrugada o los miles de mensajes que intercambiamos por whatsapp hicieron posible nuestro método de trabajo. Agradezco en particular los dos consejos más valiosos que me hizo durante nuestras pláticas. Uno, nada es más importante que la escritura. Y dos, suéltate, déjate ir con todo, dale rienda suelta a tu imaginación. Lo voy a extrañar.

Durante estos más de diez años lo que sobran son anécdotas de los momentos que viví junto a los miembros de la editorial. Todos igual de valiosos. Pero si hay alguno que me marcó fue aquel viaje que hicimos Poncho y yo en coche a Oaxaca para presentar La marrana negra de la literatura rosa. El estéreo del carro no servía y tenía atorado un disco. Que escuchamos todo el viaje de ida y regreso: Paul’s Boutique, de Beastie Boys. Ahí se fraguó gran parte de mi amor por la editorial. En mandarme con un chiflado por carretera.

Y además de todo lo anterior, frecuentar el círculo Sexto Piso me dio la posibilidad de conocer a uno de los amores de mi vida, el Dr. Lao.

Gracias, Rafa Rodríguez, por tu amistad.

Gracias, Sexto Piso, por tantos títulos tan chingones.

Gracias por Liniers, por Angela Carter, por David

Byrne, por la Wencesloca, por Mordecai Richler, por Renata Adler, por Don Carpenter, por Robert M. Pirsig, por Hunter S. Thompson.

Gracias totales.