¿QUÉ SIGNIFICA “LO MENTAL”?

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¿QUÉ SIGNIFICA “LO MENTAL”?
¿QUÉ SIGNIFICA “LO MENTAL”? Foto: pixabay.com

Uno de los debates académicos recurrentes cuando se habla de problemas de salud mental es la definición de la salud, pero el otro punto de discusión no es menos complejo: ¿qué significa “lo mental”? ¿Lo sabemos realmente, desde un punto de vista que es científico, o sólo repeti- mos la palabra como una cuestión de usos y costumbres?

Como escribió Germán Berríos, los conceptos de “lo psíquico” y “lo mental” son difíciles de definir porque tienen un origen metafórico. La palabra psique (Ψυχń) se usaba en la Grecia clásica para significar “brisa, aire, soplo”, y más tarde, durante la evolución de la cultura occidental, se usó para nombrar el alma como una sustancia independiente del cuerpo, la fuente espiritual de la vida, o el yo consciente. La palabra inglesa Mind está relacionada con el inglés antiguo Mynd, el antiguo alto alemán gimunt, el gótico gamund y el término latino mens, que era el nombre de una diosa (Mens Bona), es decir, la personificación romana del “pensamiento correcto”. Resaltar los orígenes metafóricos y mitológicos de los términos “psique” y “mente” nos ayuda a com- prender la relación de estos términos con las tradiciones religiosas y la psicología popular.

EN EL CONTEXTO DE LA PRÁCTICA CLÍNICA y de la investigación científica es necesario clarificar el concepto de “lo mental” y, en un sentido más amplio, el concepto de “lo psicológico”. En la búsqueda de la objetividad científica podemos empezar con el estudio del comportamiento. Según la definición clásica, el comportamiento (o la conducta) es todo aquello que hace un organismo. Pero esta definición es demasiado general. El organismo tiene partes diversas con múltiples acciones a nivel fisiológico, pero el comportamiento se refiere de manera más específica a la interacción del organismo como un todo, es decir, como un agente integrado.

Para fines clínicos, el comportamiento es la interacción del organismo —como un agente integrado— con el ambiente, tal y como esto puede ser verificado por un observador externo. La tradición conductista considera que el análisis de la conducta es necesario y suficiente para alcanzar el conocimiento científico en la psicología. En esta tradición, el concepto de lo mental simplemente no tiene validez, y no tiene mucho sentido hablar de psicopatología o salud mental, sino más bien de problemas psicológicos originados en el aprendizaje.

Desde mi punto de vista —soy un médico que atiende a pacientes con muy diversos problemas— el estudio de la conducta objetiva es necesario, pero no suficiente; se requiere también estudiar la subjetividad humana y los procesos neuropsicológicos que hacen posible la interacción humana. Muchos pacientes buscan atención clínica porque padecen experiencias subjetivas desconcertantes, incómodas, problemáticas. Los médicos llamamos síntomas a algunas de esas experiencias.

El ejemplo clásico es el dolor: un fenómeno subjetivo, porque sólo quien siente dolor conoce realmente las características del fenómeno (su intensidad, su localización en el cuerpo, sus fluctuaciones a lo largo del tiempo, etcétera). El estudio del dolor puede llevarnos a descubrir enfermedades mortales o discapacitantes, como la apendicitis o una hemorragia cerebral. A veces no se encuentran datos objetivos para explicarlo, pero eso no significa que el dolor sea falso o irreal, ni debe impedir que el clínico busque, con seriedad, el alivio del sufrimiento.

Hay científicos y filósofos escépticos con respecto al valor de los informes subjetivos, pero los síntomas tienen una enorme relevancia, y los médicos debemos escuchar con cuidado estos informes de nuestros pacientes: pueden ser la clave hacia una patología relevante y son indicadores de sufrimiento. En general, la medicina reconoce que el paciente tiene un acceso privilegiado a sus propios estados mentales (por ejemplo, la vivencia subjetiva de la migraña). En este enfoque, lo mental se refiere a la vivencia subjetiva, a la experiencia consciente. A este nivel, la noción de lo “psicopatológico” se fundamenta en el padecer inherente a estas experiencias (por ejemplo, el de la depresión mayor).

Un problema interesante se refiere a que algunos contenidos subjetivos aparecen como fenómenos cualitativos que no pueden medirse a través de los métodos cuantitativos habituales de la ciencia natural: podemos establecer con exactitud la temperatura corporal, pero no disponemos de un termómetro para cuantificar estados mentales como los sentimientos de culpa o las alucinaciones auditivas.

EL ABORDAJE CLÍNICO REQUIERE de un método fenomenológico para estudiar en forma detallada la experiencia subjetiva, mediante el arte de la conversación y otros recursos simbólicos no verbales (dibujar, bailar, cantar). La fenomenología aporta una dimensión cualitativa y narrativa a la medicina y a la psicología, y esto se abre a interpretaciones con grados diversos de validez; tiene consecuencias relevantes a nivel social, porque da condiciones para la construcción de una visión plural de los derechos humanos, como sucede con los movimientos políticos de la discapacidad y de la neurodiversidad. En todo caso, los reportes de la experiencia subjetiva pueden analizarse con niveles crecientes de rigor científico, en particular si se analizan en relación con los contextos y los ambientes, así como respecto a las variables conductuales y fisiológicas.

Hay una tercera dimensión de análisis: el concepto de las funciones mentales o neuropsicológicas. En esta perspectiva, lo mental se refiere a un conjunto de funciones cognitivas, afectivas y volitivas —con procesos conscientes e inconscientes— que dependen del sistema nervioso, y que hacen posible la formación de estados subjetivos y la relación de la persona con su entorno. En la práctica clínica realizamos un “examen del estado mental” para evaluar funciones como el estado de alerta, la atención, el lenguaje, la memoria, la cognición espacial, la cognición numérica y otras, incluyendo los procesos de evaluación caracteriza- dos tradicionalmente como “emocionales o afectivos”. Hay controversias con respecto a la validez de estas categorías funcionales de lo mental, pero se usan a diario en la práctica clínica porque nos ayudan a generar hipótesis sobre la relación entre el cerebro y la conducta. En esta perspectiva, lo psicopatológico puede ser la disfunción que resulta de las enfermedades cerebrales o del organismo entero.

Mi expectativa es que el diálogo continuo entre la investigación básica, clínica y teórica será capaz de integrar las perspectivas conductuales y neuropsicológicas, con un reconocimiento pleno y riguroso de la dimensión subjetiva de la salud, en aras de una práctica clínica congruente con la investigación científica, con la ética clínica y los derechos humanos.