Solares: El escritor y el universitario

La muerte de Ignacio Solares (1945-2023), el 24 de agosto, pegó fuerte entre la comunidad artística del país, en la que destacó su figura, su carácter. Dentro del Festival Cultura UNAM, la Casa Universitaria del Libro (CASUL) se abrió el 5 de octubre para recordar al narrador, ensayista, dramaturgo, gestor; los participantes en la mesa fueron Rosa Beltrán, José Gordon, Javier Sicilia y Martín Solares, amigos cercanos, más Myrna Ortega, pareja del autor durante casi 45 años. Al publicar dos textos leídos esa tarde, El Cultural se une al homenaje polifónico para el hombre de letras, quien creyó en el arte como forma de enriquecer la vida

IGNACIO SOLARES
IGNACIO SOLARES Foto: Cuartoscuro

Nos conocimos en noviembre de 1995, yendo a un congreso de la Universidad de Brown. Al congreso asistieron también Gonzalo Celorio y Hernán Lara Zavala, que entonces junto con Nacho constituían un trío inseparable. El regreso fue vía Nueva York, teníamos una tarde libre y moríamos de hambre, así que fuimos al Stage Deli. Hernán y yo pedimos un sándwich de pastrami; Nacho, un caldito de pollo. Hernán y yo lo miramos con ojos reprobatorios. Nacho ni se inmutó. Varias veces me dijo que cada vez que volvió a Nueva York con su familia iba a comer un caldito de pollo al Stage Deli.

Como el lugar estaba rodeado de varias fotografías de actores y actrices de Broadway hablamos de teatro. Muchas horas. Recuerdo que dije que mi dramaturgo favorito era Eugene O’Neill y mi obra favorita, Largo viaje del día hacia la noche. No sólo la había visto actuada sino que la había leído más de una vez. Nacho abrió los ojos y dijo, ¡también es mi obra favorita y O’Neill, mi dramaturgo norteamericano favorito!

Empezamos una plática que no terminó jamás sobre familias disfuncionales, madres afectadas por la morfina o por cualquier otra cosa, desastres domésticos. Un asunto que literariamente nos apasionaba. Mi tema durante muchos años fue la madre y la familia. Radicales libres tiene resabios de esos tiempos.

POCO TIEMPO DESPUÉS de ese viaje, Nacho nos presentó a Mónica Lavín y a mí nuestros libros de cuentos en la Feria del Libro de Minería. El cuento mío que destacó hablaba de una madre que después de muerta crecía y crecía y no dejaba salir a nadie del sepelio. Ahora me parece superdramático, con guiños del teatro del absurdo y de algún escritor latinoamericano, pero entonces a Nacho le pareció formidable y a mí me gustó que le pareciera así, que hablara de su densidad psicológica. Nacho siempre hablaba de la densidad psicológica y lo metafísico en algunos autores. A veces nos leíamos nuestros manuscritos. O parte de ellos. Yo leí sus Cartas a una joven psicóloga. Maty no fue psicóloga, pero Nacho estaba fascinado por la psicología. Era otro de sus grandes temas: el inconsciente.

Años después fue la psicología el centro de nuestras discusiones: ¿Freud o Jung? Por supuesto, Jung, dijo, la teoría de la sincronicidad. Qué es eso. Quiere decir que a menudo ocurren cosas simultáneas en lugares del mundo alejadísimos o no tanto, a varios kilómetros o a metros. Como qué. Como que estás pensando en algo y llamas a esa otra realidad. Puede pasar, por ejemplo, a metro y medio. ¿Te ha pasado? Sí, claro. Me empezó a hablar de una revisión que en ese momento hacía de la obra de Cortázar para el libro que publicó sobre este autor. Hablaba mucho de Aurora Bernárdez y de Cortázar. Pues estaba haciendo esa revisión, me dijo, y de pronto: pafff. Qué. El retrato de Julio Cortázar que estaba en mi librero se cayó allí, frente a mí. Fue una llamada. Un guiño. La sincronicidad. ¿De veras crees en eso?, le pregunté. Y tú, ¿crees en el psicoanálisis freudiano?, me contestó. Le conté que por supuesto, ir a psicoanalistas es uno de los vicios que yo tengo. Con ellos me ocurre algo extraordinario. A todos les cuento cosas distintas y con todos lloro. Pero el de ese momento era formidable, Fernando González. El caso de la pederastia de Marcial Maciel él lo develó en un espléndido libro. En cuanto a mí, se trató de un psicoanálisis donde trabajaba la familia disfuncional, la UNAM, mis intereses literarios y hasta estéticos. Mis bloqueos. Y en qué sientes que te funciona, me preguntó. Le conté que cuando llego atribulada pensando que no hallaré salida, le expongo mi situación, él me escucha, hace un alto, pone las manos en el descansabrazos y respira hondo. Acto seguido se levanta y empieza a actuar diciendo exactamente lo que yo dije, sólo que lo hace exagerando mucho. Es como un performance. Y gracias a eso yo me doy cuenta de lo ridículo de mi situación. O de lo ridícula que soy yo misma. ¡Me urge su teléfono!, me dijo Nacho. Fue paciente de Fernando González. Obviamente no sé qué temas habrá tratado, sólo sé que el Dr. Fernando González me puso un mensaje cuando se enteró de su fallecimiento.

O sea, mi conclusión es ésta: Freud y Jung, gracias a Nacho, ligados ya de forma permanente.

OTRO TEMA QUE SE GESTÓ desde aquel encuentro fue el de su novela Delirium Tremens. Hernán elogió en ese Deli que Nacho fuera un autor tan prolífico, pero además dijo que a Delirium Tremens le había ido de maravilla. Era un best seller. Sobre todo en Rusia, dijo Nacho, Rusia es mi primera plaza. De todo lo que dijo aquella noche fue lo único que no me sorprendió. Claro, es natural, dije. Y por qué, preguntó Hernán. Es fácil: la literatura, el alcohol y los rusos. El alcohol y la novela rusa. Otro botón se encendió entre Nacho y yo.

Ignacio Solares (1945-2023), leyendo de su novela Madero, el otro, hacia 1990.
Ignacio Solares (1945-2023), leyendo de su novela Madero, el otro, hacia 1990. ı Foto: Cortesía de Myrna Ortega

En las novelas rusas de los siglos XIX y XX, el gran protagonista es el vodka o cualquier otro tipo de alcohol. El alcohol es uno de los grandes motivos, a veces ligado al gran tema. Y empezamos a disparar uno y otro. Gógol, Almas muertas. Pushkin, La hija del capitán. Tolstói por todos lados: su teoría es que somos dos, uno que ve y es espiritual, otro que es ciego y físico. Chéjov, “El oso”, “Tres hermanas”, “La estepa”. Dovlátov, La maleta. Dostoievski, El jugador, aunque no sólo. ¡Pero en Dostoievski el vicio es más el juego!, me dice. No, le digo, también el alcohol. Incluso en su vida. El caso de su segunda mujer, Anna: la contrató por el hecho de ser taquígrafa y por no ser hombre. Cuando ella preguntó, ¿y cuál es la ventaja de que sea mujer?, él respondió: que usted no beberá alcohol.

Podría citar mil conversaciones, las mismas horas que pasé con él hablando de todo esto que para mí era hablar de literatura. Y no es fácil hablar de literatura. No es fácil discutir con alguien de por qué los personajes de Graham Greene tienen o no tienen redención. No es fácil discutir por qué ciertas autoras están escribiendo obras estupendas; por qué escribir contra el canon y como te da la gana, en cierta forma es ser más libre que pertenecer a la gran tradición de la lengua española (o inglesa o francesa) con mayúsculas. Por qué estas autoras debían ser publicadas en la Revista de la Universidad.

El autor con Rosa Beltrán, alrededor de 1995.
El autor con Rosa Beltrán, alrededor de 1995. ı Foto: Cortesía de Myrna Ortega

Nacho me insistió varios años para hacer una columna en la Revista y sólo acepté los tres últimos. ¿Por qué no quieres tener una columna?, me dijo. Mira, porque no quiero dejar de escribir como escribo. Algunos escritores me consideran demasiado académica y en la academia me han dicho que es demasiado literario lo que quiero pasar por académico puro y duro. Hoy, además de los años, creo que algunas opiniones de Nacho sobre mis novelas me dieron seguridad, al pensar que escribir así como escribo es mi mayor virtud y no mi mayor defecto. Encarnar el yo de una primera persona del singular que puede ser una primera persona del plural.

Fui invitada al Consejo de redacción de la Revista de la Universidad. Me sorprendió el interés de Nacho de incluir a las voces más relevantes en cada ámbito

PERO MI EXPERIENCIA con Nacho no se limitó a hablar de nuestros libros. Como muchos, acudí en diversas ocasiones a los eventos organizados en la UNAM y fui invitada a formar parte del Consejo de redacción de la Revista de la Universidad. Me sorprendió el interés de Nacho de incluir en distintos proyectos a las voces más relevantes en cada ámbito. Baste con mencionar algunas de sus contribuciones como gestor y promotor de la cultura en la universidad:

a) Como director de Teatro y Danza (enero de 1993 a febrero de 1997), para el Juan Ruiz de Alarcón organizó el ciclo “Los grandes directores del teatro universitario”, que implicó la vuelta a estos escenarios de directores que habían sido muy importantes para la historia del teatro universitario y habían quedado relegados por diversas circunstancias. Los directores convocados a llevar a escena obras del teatro del llamado gran repertorio fueron: Héctor Azar, Luis de Tavira, Juan José Gurrola, Ignacio Retes, José Luis Ibáñez, Héctor Mendoza, Ludwik Margules. También volvieron a la universidad grandes autores, co-mo Emilio Carballido (“Escrito en el cuerpo de la noche”) y Jorge Ibargüengoitia (“El viaje superficial”), Carlos Fuentes (“La raya del olvido”) y Vicente Leñero. Además de estos ciclos montó obras de Sergio Fernández, Luisa Josefina Hernández, Hugo Hiriart, Vicente Leñero, Hugo Argüelles, entre otros;

b) Como director de Literatura (febrero de 1997 a enero de 2000) enriqueció las diversas colecciones, sobre todo la de Voz Viva, de la que hizo también antologías;

Portada del libro "Delirium tremens"
Portada del libro "Delirium tremens" ı Foto: Especial
Portada "Madero, el otro. La dimensión intima y espiritual del revolucionario"
Portada "Madero, el otro. La dimensión intima y espiritual del revolucionario" ı Foto: Especial
Portada libro "La noche de Ángeles"
Portada libro "La noche de Ángeles" ı Foto: Especial

c) Como Coordinador de Difusión Cultural (de enero de 2000 a enero de 2004) llevó a cabo la exposición 450 años de la UNAM, en San Ildefonso. Reubicó la Librería Julio Torri y la cafetería ubicada frente a la fuente se instaló en el lugar que ocupó la librería durante más de una década. Inauguró la Librería Jaime García Terrés, instauró el Carro de Comedias, integró la Dirección de Publicaciones a la Coordinación de Difusión Cultural y creó como instancia independiente la Dirección de Danza. Por último, como director de la Revista de la Universidad (trece años, 158 números, de 2004 a 2017), revivió una publicación legendaria que con él cobró especial interés. Conjuntó grupos artísticos, de investigación y divulgación; publicó a académicos, narradores, ensayistas, poetas, lo mismo a voces consagradas que a las de jóvenes.

Hace poco, una antecesora mía me dijo: mira, no vale la pena el trabajo público que uno hace. Sobre todo, el trabajo de divulgación. Te vas y todos se olvidan. Este apunte es para mí también una contradeclaración al mundo y a lo que esa antecesora me dijo. No; el trabajo que uno hace por la cultura no tiene sólo la justificación de haberlo hecho bien mientras lo has hecho. Tiene y tendrá un sentido para todos y cada uno de quienes pudieron alimentarse de eso, beber de esa fuente, hacer que su vida fuera más completa quizá sólo por un día, cada día, y quienes podrán seguir beneficiándose de un legado. Colegas, artistas, públicos, lectores.

Hoy me hace falta Nacho para decirle que sí entendí lo que me quería decir con sus múltiples ambigüedades entre mundos y para continuar esas conversaciones que tendrán que quedarse sin el caldito de pollo de por medio, pero teniendo entre ambos una de las cosas que más amamos: la literatura.

Portada "Cartas a una joven psicóloga"
Portada "Cartas a una joven psicóloga" ı Foto: Especial
Portada libro "No hay tal lugar"
Portada libro "No hay tal lugar" ı Foto: Especial
Portada "Novelista de lo invisible"
Portada "Novelista de lo invisible" ı Foto: Especial
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