Soledad de las librerías

El sino del escorpión

La soledad de las librerías
La soledad de las librerías Fuente: mxcity.mx

Hasta su grieta en lo alto del muro llegan al venenoso las quejas por la conversión de la tradicional librería Gandhi en oficinas corporativas. De aquel primer local de apenas 150 metros cuadrados, inaugurado por Mauricio Achar en 1971, destacaba su concurrido mezanine, donde se cafeteaba y jugaba al ajedrez conversando con los asiduos, como el recién fallecido poeta José Vicente Anaya.

El recuerdo trajo a la memoria del alacrán imágenes en blanco y negro de su paso por algunas librerías capitalinas. Se vio cavilar adolescente por La Pérgola, en la Alameda Central, luminoso espacio cuyos enormes ventanales originaron el nombre de Librería de Cristal, levantada en 1940 sobre la antigua pérgola del parque y después convertida en cadena. En la planta baja se ubicó la librería —primera de autoservicio en la ciudad—, propiedad del fundador de la Editorial Iberoamericana de Publicaciones, Rafael Giménez Siles. En el piso superior estuvieron las oficinas de la revista Tiempo y de su director, Martín Luis Guzmán, a quien el presidente Alemán habría prestado el inmueble, apunta el investigador Jorge Vázquez Álvarez en un folleto publicado por la UAM y disponible en internet. En 1973, a pesar de las protestas, el local fue demolido para construir la estación Bellas Artes del Metro.

Al inicio de los años setenta, el arácnido compraba en la librería Universitaria de Avenida Insurgentes —frente al Condominio del mismo nombre en la colonia Roma—, única sucursal fuera de la Ciudad Universitaria en esos años; acudía a la Zaplana, en la misma zona o llegaba a la tienda del Fondo de Cultura Económica de Avenida Universidad.

Se vio cavilar adolescente por La Pérgola, en la Alameda Central 

Buenos libros encontró en la librería El Ágora, en Insurgentes sur y Barranca del Muerto, célebre porque Juan Rulfo pasaba las tardes en su cafetería (con Arturo Azuela, Federico Campbell, Guillermo Sheridan y Gustavo García, entre otros) y porque ofrecía lecturas y música en su pequeño foro. Ya cerca de San Ángel, sobre la calle Manuel M. Ponce, brillaba la librería El Juglar, fundada por Germán Dehesa y Sealtiel Alatriste en 1973, y para casos extremos iba a las librerías de viejo de la calle de Donceles.

Aunque los Sanborns comercializaban libros desde los años cuarenta, fue hasta los noventa cuando se extendieron las cadenas culturales de librerías-cafeterías-foros-bares-galerías-tiendas, como El Péndulo, fundada en 1993, donde además de libros se vendieron discos, regalos, camisetas, souvenirs, catálogos, obras y libros de arte, películas y más.

Ante la pandemia y la crisis editorial, el escorpión se lamenta: ¡Canta, oh musa, la soledad de las librerías!

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