Soñar con Fogwill

EL CORRIDO DEL ETERNO RETORNO

Fogwill, La gran ventana de los sueños, portada del libro
Fogwill, La gran ventana de los sueños, portada del libroFoto: amazon.com
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Esta semana Fogwill me visitó en sueños.

“Otra experiencia de la libertad la brindan los sueños de vuelo en los que se flota en el aire o se nada en el aire”, dice en su libro póstumo, La gran ventana de los sueños.

Al leerlo, en lo primero que pienso es un sueño recurrente. Sueño que escribo. Me pregunto qué clase de libertad es la que experimento o anhelo experimentar. Si despierto, la mayor parte de mi tiempo lo dedico a escribir. Entonces ocurre la primera visita.

He escuchado a muchas personas narrar sueños en los que una silueta, siempre humana, se posa a un lado de su cama. Una presencia que nunca logran descifrar por completo. Una figura sin rostro. Que algunos relacionan con un familiar muerto. Pero nunca están del todo seguros de su identidad. No sé si mi sueño estaba condicionado por lo anterior, pero una noche abrí los ojos, en el sueño creo que estoy despierto pero en realidad estoy durmiendo, y veo una percha de pie al final de la cama. Esta sombra, por llamarla de alguna manera, tiene una mano en la cintura y en la otra sostiene un cigarro. Da caladas ocasionales mientras habla consigo mismo. Reconozco su camperita Adidas. Es la misma que aparece en la pintura de la foto de autor de La gran ventana de los sueños. Es Fogwill.

CAMINA HACIA MÍ, nunca me observa. Sigue en diálogo consigo mismo. Nunca siento miedo. Es como el holograma de Tupac en Coachella. Regresa al final, o el principio, de la cama y despierto. Me siento. Y me pregunto qué hace este loco acá, en Torreón, Coahuila.

Por qué acude a mí en sueños. Debería visitar a sus hijos. ¿Soy yo un hijo de Fogwill? ¿Mi padre y mi abuelo visitarían en sueños a alguien en Gotemburgo o en Airdrie?

“Ser viejo es haber empezado a respetar los sueños”, dice Fogwill a manera de intro de la intro a su libro. Este año he cumplido cuarenta y cinco y me encuentro lo más alejado posible de la juventud. Pero no he comenzado ningún diario de sueños. Lo que sí llevo es un diario de achaques. Signo inequívoco de que, si no soy viejo, lo seré a menos de que la muerte me sorprenda uno de estos días. Para Fogwill los sueños poseen un género. 

El mar es uno de los grandes temas de los sueños.

A pesar de que me encanta nadar a mar abierto y releo constantemente “Japonés”, uno de mis cuentos favoritos de Fogwill, la segunda visita no ocurre en alta mar o en un puerto, nos encontramos en la calle. Mejor dicho, lo encuentro.

Circulo en mi bicicleta. Hago alto y reparo en el ciclista que me precede. Es Fogwill

CIRCULO EN MI BICICLETA por una calle adoquinada. Hago alto en un semáforo y sólo entonces reparo en el ciclista que me precede. Es Fogwill. Lleva la misma camperita Adidas. Un pantalón de vestir y zapatos. El semáforo cambia a verde y comenzamos a pedalear. Decido seguirlo. Y varias calles después noto una figura en la acera. Es Fogwill, de pie junto a un aparador, como su alter ego en “Muchacha punk”. Parece una escena salida de Tenet, de Nolan. Fogwill va canturreando. Entonces lo ve. Se ven. El Fogwill ciclista hace contacto visual consigo mismo y el bípedo se ve pasar, pero el universo onírico no colapsa. Ni se altera. No veo a mi doble. Ni despierto con un grito. Sólo despierto con una inmensa sed. Abro mi clóset y sí, ahí está. Una camperita Adidas idéntica a la de Fogwill. Los mismos colores.

“Perdí un sueño de fines de la década de los sesenta: yo era un langostino de tamaño humano y de patitas humanas”, dice Fogwill. Y lo que me asombra no es la criatura en la que se ha convertido sino el inventario de sus pertenencias. No sabía que los sueños (como ganar la lotería) se podían atesorar. Como decir: en mi armario tengo diez pares de tenis Jordan, dos de botas Dr. Martens, cuatro pantalones Levi’s y un sueño de un comercial de la Coca Cola en el que Fogwill discurre sobre filosofía con el ChatGPT y ridiculiza a la IA. Fogwill en un anuncio de refresco, como si fuera una estrella del futbol. Y ésa fue la última aparición de la semana.

¿Está Fogwill regresando como uno de los soldados de su relato “Los pasajeros del tren de la noche”? ¿Escribo esto para no perder mis sueños sobre Fogwill? ¿O es una antirreseña sobre La gran ventana de los sueños? ¿Cuando uno muere, adónde se van todos esos sueños que no hemos extraviado? ¿Los podré guardar en un banco? ¿Podré heredárselos a mi hija?