Sororidad: un imposible

El deseo de dar vida a realidades más equitativas en el mundo de hoy ha llevado a sectores del feminismo a acuñar el término sororidad. Pero, ¿crear una palabra provoca que de inmediato nazca lo que nombra? ¿En qué medida una voz expresa un deseo que, si se encuentra escindido de los hechos, termina por mostrarse estéril? Este ensayo, de la académica y feminista Sara Sefchovich, analiza por qué la sororidad no existe o, más bien, sí existe pero no entre todas las mujeres ni por el mero hecho de serlo.

Gerhard Richter, La tía Marianne, óleo sobre tela, 1965.
Gerhard Richter, La tía Marianne, óleo sobre tela, 1965. Foto: Fuente: grupaok.tumblr.com

Sororidad es una palabra que acuñaron hace algunos años las feministas, para referirse a una supuesta solidaridad entre las mujeres que se daría por el hecho mismo de ser mujeres. Así lo considera Marcela Lagarde: “La sororidad es una valorización del género, una alianza entre mujeres para enfrentar la vida y cambiar la correlación de poderes en el mundo”.1

De modo, pues, que la sororidad parte de una suposición según la cual las mujeres queremos estar unidas y deseamos lo mejor para las demás mujeres y más aún, que nos podemos poner de acuerdo para luchar por ese fin.

RECIENTEMENTE, el término se ha usado menos de manera tan general y más para situaciones especificas de discriminación sexual, de actitudes y comportamientos machistas, y sobre todo, de violencia hacia las mujeres. Por eso Alba María Pérez Toledo define así al término: “Es un mecanismo en la lucha contra el patriarcado y una estrategia en la intervención social con mujeres víctimas de violencia de género, mujeres migrantes y mujeres en contextos de prostitución”.2 Una vez dicho lo anterior debo, sin embargo, agregar lo siguiente: que desde mi perspectiva, la sororidad no existe y ni siquiera es posible.

Me explico: cuando digo que la sororidad no existe, me refiero a que se trata de una palabra nueva que quiere nombrar de otra manera algo que siempre ha existido: la amistad. Pero lo quiere hacer sólo para las mujeres, mientras que esa relación no sólo se da entre mujeres sino también entre hombres, entre mujeres y hombres, y entre personas de distintas religiones, colores de piel, edades, grupos étnicos y culturas, porque su fundamento no pasa por el género sino por otras muchas variables, las principales de las cuales son los intereses y valores compartidos.

Y cuando digo que la sororidad no es posible, me refiero a que la suposición de que puede existir amistad con o solidaridad hacia todas las mujeres, es equivocada pues son muchas las diferencias que existen entre nosotras y no siempre es posible dejarlas atrás.

Las marchistas agredieron a las policías mujeres, que estaban desarmadas y solamente para vigilar; les aventaron
objetos diversos y las llamaron traidoras de género

LAMENTO CON ESTO contradecir una larga historia de teoría feminista elaborada por muy admirables pensadoras, pero hay que decirlo con todas sus letras: en realidad no existe esa sororidad / solidaridad / amistad que en la teoría parece tan posible y tan evidente y tan sencilla de definir. O mejor dicho, sí existe pero no entre todas las mujeres ni tampoco por el hecho de serlo, sino entre algunas mujeres que comparten ideas y maneras de entender el mundo y la vida, y eso no se hace extensivo a personas fuera de ese grupo, como nos lo han mostrado recientemente en México varios grupos de feministas.

Por ejemplo, cuando a principios de este año se convocó a una marcha por el 8 de marzo y a un paro de labores al día siguiente, varias mujeres que tienen puestos en el gabinete federal expresaron su rechazo y apoyaron las palabras del presidente de la República, según el cual las feministas estaban siendo manipuladas por la derecha y los conservadores que estaban contra el gobierno. Es decir, su sororidad no fue con las mujeres sino lo fue con su jefe. Otro ejemplo lo vimos en la marcha de mujeres que tuvo lugar en la Ciudad de México en noviembre del año pasado, realizada para protestar contra los feminicidios y la violencia contra las mujeres. Allí vimos cómo las marchistas agredieron a las policías mujeres, que estaban desarmadas y solamente para vigilar; les aventaron objetos diversos y las llamaron “traidoras de género”.3 Una de las manifestantes directamente arremetió contra una uniformada para impedirle que apagara el fuego en el torso de una de sus compañeras policía.

Y en otra marcha, realizada para protestar porque dejaron libre a un acusado de violación, una de las manifestantes de plano sacó un martillo y con toda intención y fuerza le rompió la mano a una mujer policía.

No hubo, pues, ninguna solidaridad de género frente a esas mujeres a las que se agredió brutalmente. La sororidad sólo existió entre las propias marchistas y con las mujeres violadas o asesinadas en general, pero no con las mujeres de carne y hueso que tenían frente a ellas. Lo que se demuestra entonces es que la solidaridad / amistad / sororidad pasa por otro lado y no por el género. Y ese otro lado es: o piensas y actúas como yo o no eres mi hermana.

RESULTA PUES que el concepto de sororidad fue ideado por las feministas, pero que son precisamente las feministas quienes sin la menor sororidad insultan y golpean a las mujeres que no piensan o no actúan como ellas. Por supuesto, las policías hacen lo mismo al impedirles llevar a cabo ciertas acciones, pero ellas no presumen de sororidad sino de cumplir con su trabajo, que es precisamente ése. Al llamarlas pinches traidoras de género, las marchistas pusieron sobre la mesa la suposición de que las mujeres que no piensan como ellas están traicionando a todas las mujeres, pero dejaron de lado cuestionarse a sí mismas sobre si las agresiones físicas y verbales cometidas contra las uniformadas tienen alguna cabida o explicación en su concepto de sororidad.

Porque lo que resulta evidente es que se habla de solidaridad de género y de sororidad, pero solamente se hace efectivo con las que son, piensan, hacen y dicen lo que ellas creen que es correcto, en otras palabras, la hermandad es sólo con mis amigas y con quienes piensan y actúan como yo, no con todas las demás mujeres, como pretenden quienes definen o teorizan el concepto.

Esto lo hemos visto ocurrir una y otra vez en las calles y en los foros, en las conferencias y mesas redondas: quien es diferente, aunque sea mujer, aunque sea feminista, aunque se oponga a la violencia contra las mujeres y al feminicidio, si no actúa como ellas consideran que debe actuar, entonces no es sorora. El ejemplo del linchamiento en redes a las posiciones de Marta Lamas respecto a la trata y el trabajo sexual es brutal, porque no solamente la agredieron e insultaron sino que de plano la convirtieron en enemiga.

Y esto lo vemos todos los días: las feministas jóvenes contra las mayores, las negras contra las blancas, las de países colonizados contra las de países colonizadores, las religiosas contra las laicas, las homosexuales contra las heterosexuales, las que se quedan en casa contra las que salen a trabajar, las que no tienen hijos contra las que son madres. Un ejemplo brutal de esto fue el caso de una niña brasileña violada, a la que la ley le permitía abortar, pero la secretaria de salud de ese país conminó en sus redes sociales a impedirlo, con el increíble argumento de que la violación es terrible pero el aborto lo es más.

Por supuesto, nada de lo que he dicho hasta aquí quita o siquiera devalúa lo mucho que sí se ha logrado cuando las mujeres se unen: las que forman redes de apoyo para los familiares de las víctimas de violencia, las que ayudan a migrantes y a mujeres pobres, todo eso existe y es muy importante. En el caso de la niña brasileña, las feministas la arroparon para llevarla a la clínica y la esperaron para cuidarla. Pero como dije antes, eso ha existido siempre y no es exclusivo de las mujeres, lo hacen también muchos hombres, ni es exclusivo de las feministas sino que lo hacen mujeres con diferentes ideologías, pues como dice un texto judío, gracias a que existen personas justas el mundo se sostiene en pie.

Pero, tristemente, sabemos que también existe lo contrario: las mujeres que le meten el pie a otras, las chismosas, las envidiosas, las explotadoras, las que acusan a quien no hace exactamente lo que ellas consideran, hasta las que están de acuerdo con matar a mujeres dizque por honor, por cuidar la fe o por su idea de la moral, y hasta las que sacrifican a mujeres en aras de placer del hombre, como las que venden niñas o las que permiten que a sus hijas las encierren y violen o prostituyan, como la mujer rica que le llevaba jovencitas a un famoso magnate o la niña mexicana a la que una mujer, que era madre de familia, se robó para que su marido pudiera violarla y asesinarla.

Quien es diferente, aunque sea mujer, aunque sea feminista, aunque se oponga a la violencia… si no actúa como ellas consideran que debe actuar, entonces no es sorora

EN CONCLUSIÓN, pues, sostengo que la sororidad entre mujeres no existe. Y lo digo no solamente por los muchos ejemplos que encontramos de eso, sino porque grandes estudiosos de la sicología humana ya nos han mostrado que en cualquier grupo los hombres y las mujeres pelean con otros hombres y mujeres porque quieren tener lo que ellos tienen. Eso puede ser dinero, belleza, talento, jerarquía o poder, pero es algo que se valora y se desea. Y es allí precisamente, en ese deseo, donde se encuentra el germen de la violencia.

Por eso las feministas italianas que se agrupan en torno a una librería en Milán tienen razón cuando afirman que suponer que todas nos podemos sentir iguales cuando no lo somos, es un imposible. O suponer que podemos pasar por encima de esa desigualdad sólo por razones de género, es también un imposible.

Las mujeres no somos un grupo homogéneo, no nacemos con las mismas capacidades y talentos, no tenemos los mismos bienes y oportunidades sociales y salud y capital cultural, como diría Bourdieu; hasta el cuerpo físico es diferente. Así que suponer que se puede dar una lógica amorosa según la cual “todas nos queremos”, como dice alguna de las teóricas de la sororidad, nomás no funciona. La “complicidad aglutinadora”, como le llaman ellas, solamente funciona a condición de que ninguna se distinga o intente distinguirse de las demás, algo de suyo imposible.

Por eso esas feministas italianas han decidido oponerse a “la actitud mental que lleva a muchas a esperar o pretender una aceptación incondicional por parte de sus iguales”; en su lugar, proponen unirse con otras mujeres para realizar juntas alguna lucha o acción específica.4

Atrás quedan los lindos propósitos de manual de positividad, de esos que se venden como pan caliente en Estados Unidos y según los cuales, como dice Melissa Pineda, la sororidad “debe” y “puede” existir entre las mujeres si somos “amables y generosas con las demás”,5 y se establece que dado que eso no es cierto y que no estamos dispuestas a pasar por encima de nuestras ideas, intereses, valores y costumbres para apoyar a otras mujeres, lo mejor que podemos hacer es unirnos por causas concretas y específicas cuando es necesario, para separarnos después.

MI PROPUESTA ES OTRA. La explico: el año pasado hubo dos feminicidios que conmocionaron a México, el de Abril Pérez Sagaón, asesinada cuando iba con sus hijos rumbo al aeropuerto de la Ciudad de México, y el de Sonia Pérez, asesinada en su lugar de trabajo. En ambos casos, los sospechosos fueron los maridos. Y en ambos casos lo supimos por lo que contaron sus familiares, vecinos y compañeros de trabajo: ellas habían sufrido violencia doméstica durante muchos años.6 Y éste es el punto al que quiero llegar: que todos en sus círculos cercanos sabían que ellas estaban siendo violentadas, pero no hicieron nada. No lo hicieron o porque confiaron en que los problemas se iban a resolver, o porque la propia mujer así lo pidió, o porque les pareció correcto no meterse, o porque tuvieron miedo de involucrarse.

Y sin embargo, si hubieran intervenido cuando se percataron de esa situación tal vez las habrían salvado. Porque para cuando el Estado interviene, por lo general es demasiado tarde, pues ya los hechos lamentables sucedieron, mientras que las familias y los vecinos y los compañeros están allí desde el principio, ven las cosas desde que comienzan a deteriorarse y podrían actuar para detenerlas.

En el núcleo familiar, que incluye a los parientes pero también a los amigos, vecinos y colegas laborales, es donde está la semilla del aprendizaje de la violencia y de la tolerancia a que ella ocurra, “el huevo de la serpiente”, como le llamó el cineasta Ingmar Bergman. Y es allí donde tiene que iniciarse lo opuesto: el no aprender la violencia o el desaprenderla, el aprender la intolerancia a que ella ocurra y el aprender a defender a quienes la sufren.

Esto es lo que necesitamos. No una sororidad como deseo, no una hermandad hecha de gentilezas, sino acciones concretas para manejar los conflictos, las envidias y las violencias.

El día que aprendamos a no lastimar a una mujer policía porque nos impide romper un vidrio, el día que aprendamos a intervenir cuando se está violentando a un ser vivo, hombre, mujer, animal o planta, ese día podremos hablar de sororidad. Pero a decir verdad, no creo que eso vaya a suceder, porque al mundo no se le da que se acaben la violencia, la envidia y el deseo del mal.

Conferencia dictada en El Colegio Nacional el primero de septiembre, 2020.

Notas

1 Marcela Lagarde y de los Ríos, El feminismo en mi vida. Hitos, claves y topías, Instituto de las Mujeres de la Ciudad de México, México, 2012, p. 34.

2 Alba María Pérez Toledo, Estudio sobre la sororidad, Tesis de grado en Trabajo Social, Universidad de la Laguna, Santa Cruz de Tenerife, 2019.

3 Noticiero con Ciro Gómez Leyva, Imagen Televisión, 25 de noviembre, 2019.

4 Marta Lamas, “Affidamento”, documento de trabajo inédito.

5 Melissa Pineda, “Propósito de año nuevo: 10 pasos hacia la sororidad”, Oxfam México, 21 de enero, 2019.

6 Noticiero con Ciro Gómez Leyva, Imagen Televisión, 28 de noviembre, 2019.