Por la forma en que Rogelio Garza (Ciudad de México, 1969) escribe sus reseñas de rock y viajes se le reconocen ciertas obsesiones, como la de abrir sus escritos siempre con una rola de ocasión, un soundtrack bien heavy que algunos lectores corremos a escuchar para ambientar el momento, como si éste fuera también parte de la creación del texto.
En su reciente libro Bicicletas y otras drogas. Rilas, roles y rolas de un cletómano (Producciones El Salario del Miedo, 2020), Garza es fiel a sus manías literario-musicales. Así, el libro abre la caja de Pandora de sus otras obsesiones, “las más densas: la adicción a la bici, el heavy-hard core-punk, los pastelitos chatarra, la mota, el perico, los aceites, yoyos, champis y todos los chochos y relajantes musculares inventados hasta ahora para curar el que llama El Abrazo del Diablo”.
Y no es que ande yo prejuzgando al autor que acaba de unirse a la serie de despojos urbanos que publican en el sello de periodismo narrativo de Producciones El Salario del Miedo. Él mismito lo cuenta con desparpajo y hasta con erudición, gusto refinado y detalles precisos de varios de sus momentos más memorables de autodestrucción.
INICIOS DEL ROGER
En Bicicletas y otras drogas. Rilas, roles y rolas de un cletómano, su tercer libro, aparecen los recuerdos de su infancia rodando en una Vagabundo Jaguar por los circuitos de Ciudad Satélite, “la última frontera de la clase media setentera”, mientras el “musculito” Henry Rollins (de Black Flag) grita: “Algo me quema por dentro / cada vez más y más caliente”. Vemos al gordinflón y peleonero Roger —un pequeño “bicioso” ávido de un shot de twinkys azucarados— apaleando a sus bullies al ritmo frenético de las guitarras de Shonen Knife, alias las Ramonas de Osaka. Con los alucines psicodélicos de XTC asistimos a su “despegue” por los aceitosos circuitos de “Aceitélite” y con los de TV on the Radio nos trepamos a su bici junto con un muerto y le sacamos un pedote marca Schwinn.
Rob Halford, el gritante gay-leather de Judas Priest, fondea con sus legendarios alaridos las eruditas fichas de sus “rilas” preferidas. Roger dice que así le llaman a las cletas en la hermana República de Guanatos —de la que alguna vez fue expat– y de paso nos enteramos de dónde vienen los modelos chopper, low riders y BMX legendarios. El funky grounge cholostyle de Ugly Kid Joe ilumina el momento en el que en la vida del adolescente ochentero Roger aparece una Italjet BMX azul metálica rodada 20 que lo lleva a rockear y sudar hasta perder peso y moverse a sus anchas por el Bazar Skatorama y territorios anexos.
Con un estilo honesto, algo mamón pero instructivo, leeremos de sus graves encontronazos con la ley
y con la rata, de sus truenes y ligues raros
LA BICI, UNA DROGA
A guitarrazos y pedalazos emprendemos con el autor la conquista de las Californias y rodamos de Pasadena a Long Beach con sus pacheprimos rockeros de Buena Park, estrellas nacionales del freestyle BMX y de los churros nocturnos. Van Halen, AC/DC y Billy Idol suenan mientras Roger pierde la virginidad, le perforan una oreja y se hace un corte mohicano. La buenaondez del viaje iniciático californiano termina con nuestro héroe del hard core estrellándose de espalda contra el tubo de drenaje profundo en un parque sateluco, un anuncio de la que le espera de seguir consumiendo bici, pero el adicto Roger ya agarró vuelo.
Enjundioso emprende la defensa acérrima del verdadero día y motivo del día de la Bici, el 19 de abril —en recuerdo del viaje en bicicleta que el doctor suizo Albert Hofmann realizó en 1943 en Basilea, tras haber ingerido accidentalmente un poco del ácido lisérgico que estudiaba e irse rodando a casa. El Riladay del ansioso Roger se celebra desde 1985 en Estados Unidos y Europa; desde el 2017 en América Latina, todo en conmemoración de ese “doble viaje” del Tío Alberto, el psicodélico y el ciclista. Y es que en el fondo esconde una verdadera certeza de todos los que pedaleamos a diario: que rodar fue también parte del alucín del visionario doc y que sí, en efecto, la bici es una droga en el estricto sentido científico de la palabra.
Ya no importa si es Pink Floyd o Grateful Dead o los conciertos de Brandenburgo de Johann Sebastian Bach los que acompañan la ofensiva: Roger avanza sin detenerse ante los molinos de la corrección política que ha instituido en el santoral otros tantos “días de la bicicleta”, sin drogas ni hippies locos.
UN BUEN COCTEL
En el libro, Roger no sólo nos cuenta de corceles hechos de cromolio y aluminio, de marcas y aditamentos, de sus subidas y bajadas a la montaña o de sus viajes por las venas de asfalto del mundo. Con un estilo honesto, algo mamón pero instructivo, leeremos, agitando la melena, de sus graves encontronazos con la ley y con la rata, de sus truenes y ligues raros.
Morbosos nos vamos a enterar de sus pasones y miedos más profundos, tomaremos nota de sus gurús literarios y musicales, que nunca sobran en esta sociedad de adictos al placer hedonista. Intoxicados invocaremos algunas fórmulas secretas de su manual de supervivencia del buen bicioso y “coctelearemos” el orden de los factores.
Hay millones de testimonios de que la bici es una “droga” que salva la vida de quien la usa constantemente. Y si como afirma el autor, leer sobre drogas es drogarse sin tener que pasar por el aterrizaje forzoso, espero que esta tacha del atascado Roger les vuele la cabeza y los oídos y los lleve a tener una sobredosis de rock y letras. ¡Psiconautas, a los molinos!
GEORGINA HIDALGO VIVAS (Ciudad de México, 1972) es autora de Vodka Naka (2014), y Tijuana, migración y memoria (2016). En 2017 sus crónicas integraron la exposición permanente Miradas a la ciudad del Museo de la Ciudad de México. Crónica Biciteka (2021), se centra en la tribu ciclista que ha transformado esta urbe.