Susan Sontag la solitaria inteligencia

Un personaje público despierta curiosidades, adhiere fanáticos, convoca opiniones de toda especie.En este caso, la ensayista y crítica Susan Sontag (1933-2004) protagoniza el más reciente librodel crítico Benjamin Moser, quien obtuvo el Premio Pulitzer 2020 por este trabajo,luego de la biografía de Clarice Lispector. Brenda Ríos analiza el acercamiento moralino de Mosera las muchas aristas de la escritora, así como la raigambre literaria y la impronta de su genialidad pensante.

Susan Sontag
Susan Sontag Foto: Fuente: shangay.com

Nunca se puede estar demasiado sola para escribir. Para ver mejor.

Susan Sontag

¿Qué habría dicho la autora estadunidense de que una biografía sobre su vida ganara el premio que ella no obtuvo? Una biografía que bien pudo haber escrito un periodista de tabloide o de revista del corazón. Un aspirante a terapeuta, un lector que no respeta la línea amarilla y se acerca de más a la obra de arte para hallar el fallo: miope pero inventor, escribe un relato desequilibrado sobre una persona-personaje cubierta de miel y trauma.

1. LA VIDA DE LOS OTROS

Benjamin Moser escribió una de las biografías más esperadas sobre la norteamericana, personaje emblemático y poderoso de la cultura del siglo XX (Anagrama, 2020). Un par de factores alimentan la popularidad del crítico y biógrafo: su capacidad de sintetizar enorme cantidad de información, entre diarios, cartas, correspondencia privada, entrevistas, los libros publicados de ensayo y ficción; y hacer con ello un arsenal directo y feroz sobre detalles íntimos. Por este libro, Sontag. Vida y obra, ganó el Pulitzer.

En su momento, la biografía sobre Anne Sexton que hizo Diane Wood Middlebrook (Anne Sexton: A Biography, 1991) se convirtió en best seller y la fórmula es muy similar a la de Moser: documentación de la que se dispone (en el caso de Sexton, las trescientas cintas grabadas del analista de la autora, archivos familiares, los libros que escribió) y convertir la información en el fondo para un análisis simplista: las relaciones de Sexton y su infancia tormentosa. La fórmula de éxito vende y anuncia el dolor imaginado que la poeta habría soportado el resto de su vida. El abuelo y padre alcohólicos la marcarían para siempre, la madre distante. El alcohol como el péndulo en su vida, los antidepresivos, la promiscuidad, el avisado suicidio. Una antesala predecible, de programa de televisión en vivo donde salen los dramas baratos con una conductora que pone limón a las heridas frente a las pantallas y un auditorio lleno.

Tal cual. Moser también enarbola ese tono moralino que señala y juzga. Aprende bien el teatro de su país: el drama vende, el drama narrado con voz en off, el drama aguado, funcional, exquisito. Un drama a la carta: lo que la gente quiere saber del personaje, de la famosa, de la doliente:

De niña, deseaba que su madre se despertara del estupor alcohólico; esperaba vivir no en una anodina calle de una urbanización de las afueras, sino en un Parnaso mítico. Con todo el poder de su imaginación, ahuyentaba el dolor a fuerza de desearlo, incluida la realidad más dolorosa de todas: la muerte. Primero la de su padre, cuando tenía cinco años, y luego la suya propia, aunque pagaría un elevado precio a cambio.

No hay arte sin dolor, por eso se paga, no para saber el origen del arte / pensamiento, sino el del dolor en sí: pagamos por ver las pústulas, la pierna mutilada, el muñón, el amor no correspondido, la violencia, la madre que nunca la quiso. Y entonces, ahítos, decimos: Ah, claro, por eso. De ahí viene. Eso explica todo.

Con su hijo, David Rieff.
Con su hijo, David Rieff. ı Foto: Fuente: pinterest.com

Sontag recibe lo que se merece, es brillante pero no es suficiente, debe haber algo más: “Buscaba el reconocimiento y cultivaba su imagen, pero vivía como una gran frustración el precio que esa doble suya le hacía pagar”. Es, para su biógrafo, una mujer insegura que se construye a sí misma porque su obsesión por la fama y la cultura la inspiran a salir de una infancia-adolescencia de total inadaptación.

La carencia será el arco; la sexualidad reprimida, la flecha. El trabajo será el centro del blanco. No hay paraíso sin serpiente. La serpiente lo sabe todo y se trepa al árbol del conocimiento y simula y ofrece. Moser es la serpiente: sinuoso, astuto, halla el núcleo y apunta: “Su vida sexual refleja una lucha a brazo partido por salir de la mente para entregarse al cuerpo”.

La biografía se convierte en una película norteamericana de las que aman la adolescencia difícil, los problemas familiares y la capacidad de adaptación de esos jóvenes que cuando crecen y tienen éxito no dejan de quitarse ese halo de insuficiencia dolorosa. La obsesión de la pensadora por ser popular la hizo salir de su zona de confort y vencer su timidez. Pero el peso, la infatuación y los problemas sexuales de la madre serán protagónicos en su vida.

En efecto, como se vería más tarde, muchos de los aspectos más desagradables de la personalidad de Sontag se comprenden mejor a la luz de una estructura familiar marcada por el alcoholismo. Sus detractores la acusaban de tomarse demasiado en serio, de ser inflexible y carecer de sentido del humor, de tener una abrumadora necesidad de control, incluso en las cuestiones más banales.

Sontag es, para su biógrafo, una mujer insegura
que se construye a sí misma porque su obsesión por la fama
y la cultura la inspiran a salir de una infancia de inadaptación

MOLDES SUCIOS COMO BASE

Sontag era un genio, la mejor alumna, la retadora, la de la memoria absoluta, la capaz, la hábil, la que se esculpió con libros. La que se forjó a base de estudio y de diálogo. Las obsesiones del cine, teatro, música la hacen una crítica y pensadora, porque la cultura no es algo estático que flota como nave espacial por sobre las ciudades. Es algo vivo y mutable y sirve de fondo, trinchera, foro. No hay manera de hacer o estar en la cultura desde la ambigüedad, la teoría, sino desde la discusión de lo que se hace, de lo que se produce. La cultura es producción, es pensamiento, es puesta en escena. Sontag lo entendió muy bien y lo tradujo. Podemos estar de acuerdo con ella o no en muchas cuestiones. Pero el tren de su pensamiento es algo fascinante. Moser, por otro lado, reduccionista, sostiene: “Susan Sontag siguió siendo —casi hasta lo caricaturesco— la hija de una alcohólica, con todo lo bueno y todo lo malo que eso implicaba”.

Si fue la mejor o peor amante, buena o mala lesbiana, la mejor madre, el horror sentimental, el monstruo frígido, eso al arte y a la historia del pensamiento le pasa como una voluta de humo. Quizá Moser amó el ejercicio de ponerla en el centro de tiro. Ya lo hizo antes, con la biografía sobre Clarice Lispector —donde toma la información que le llevó gran parte de su vida investigar a Nádia Battella Gotlib, biógrafa oficial de Clarice. Agregó de su cosecha detalles escabrosos de la huida de la familia de Rusia a Brasil concentrándose en las penurias, la posible violación de la madre de la narradora y la culpa que tendría por la madre enferma como la razón de peso para entender su obra. Si le aplicamos al mismo Benjamin Moser el ejercicio de la sobreexégesis pareciera que ambas autoras, enormes como él mismo dice, deben ser bajadas de su pedestal para que él encuentre aquellos moldes sucios que sirven de su base. Autor intimidado, empequeñecido, cuenta la vida de dos mujeres, ambas de origen judío, y las convierte en personajes de telenovela: exageradas, dramáticas, enamoradas de ellas mismas e incapaces de vincularse con los otros. Y la figura de la madre, en ambos casos, como un tótem.

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6095e8b211ced.jpeg ı Foto: larazondemexico

2. DOLOR Y AMBICIÓN

En el prólogo a Renacida. Diarios tempranos 1947-1964, el hijo de Sontag, David Rieff, se siente culpable por editar dicha publicación de los diarios íntimos de su madre a sabiendas de que no había instrucciones de ella para hacerlo. Quiso confiar en que hizo bien. Ella misma, dice Rieff, amaba la lectura de cartas, diarios, y a mayor intimidad, mejor le parecían. Ahí señala que los diarios (un centenar de ellos) hablan del dolor y de su ambición y de cómo se debatió entre ambos toda su vida.

¿Qué es una persona sino una construcción de lemas y juicios que ella misma se construye contra / hacia el mundo? Algo que me parece rotundo al imaginar a Susan Sontag pensando en Susan Sontag es el mapa que hace de su formación universal: su entereza estudiosa, su capacidad para discernir la paja y la pepita de oro; saber preguntar y saber responder. Entre todo eso, conmoverse. Pero ella se conmueve con la cabeza. El reproche que le hace, al parecer, Moser, es que su diosa no tiene cuerpo. Su cuerpo es una cabeza encendida. Parece que lo afecta sobremanera la manera en que ella sacrifica la sensualidad, el goce del cuerpo, el sexo mismo, por el estudio. Lo repite tanto en la biografía que seguro es un tema difícil: una mujer que no pretendió defender sus inclinaciones sexuales y entonces hace que el placer pase a segundo plano.

Ella es lo opuesto de los griegos, ella es la exaltación del pensamiento, la negación de todo aquello que implique restarle tiempo a la lectura / la apreciación de la obra de arte. Sontag escribe en el diario:

¿Qué, me pregunto, me conduce al desorden? ¿Cómo puedo diagnosticarme a mí misma? Todo lo que siento, del modo más inmediato, es la más angustiosa necesidad de amor físico y compañía mental —soy muy joven, y quizá supere el aspecto preocupante de mis ambiciones sexuales— francamente, no me importa. [En el margen, y con fecha 31 de mayo de 1949, ella misma añade las palabras: “Y tampoco a ti”].

La cultura no es algo que se aprende o se respira de modo natural. Es algo para lo cual hay que prepararse, un maratón es el resultado pero el entrenamiento es arduo. Hay que empezar por algún sitio.

Oscar Wilde enarbola al crítico como artista. Y Sontag era una gran artista; aun si su obra ficcional no fue vista como ella esperaba, lo era. Se atrevió a moverse en distintos cuartos del trabajo creativo: el pensamiento por un lado, abstracto, duro; por otro, la creación sin ataduras. Lo que la vuelve aun más compleja. Ella era consciente, eso lo cuenta en Viaje a Hanoi, de que incluso sus viajes de reconocimiento eran un simulacro armado. Lograba ver un pedazo de país: el hotel, el guía, la suburban con clima y los lugares donde ya la esperaban. La imposibilidad de escapar y ver por ella misma, la incapacidad de discernir si su visión era la ideal, puesto que no podía salirse del itinerario marcado, de lo hecho para los ojos extranjeros: la versión oficial de las cosas. Esa crónica es una declaración política sobre la dificultad de la interpretación certera.

Susan Sontag
Susan Sontag ı Foto: larazondemexico

SENTIR CON EL CEREBRO

Sontag escribió en Ante el dolor de los demás (Alfaguara, 2003) sobre la incapacidad de estar en el lugar del otro. Podemos imaginar el dolor de alguien pero no podemos estar en el cuerpo de esa persona, en la historia de esa persona, en los ojos de ese otro para sentir lo que sintió, para ver lo que vio. Por más empáticos que queramos ser hay en nosotros una resistencia que corresponde a un límite de piel, territorio, idioma, ideología. No podemos sentir de otra manera pero sí podemos imaginar eso que la otra persona siente. El dolor es ficción y es necesario ese ejercicio para que podamos salir de nuestra percepción limitada.

Los diarios de Sontag y el libro de aforismos, fragmentos, Yo, etcétera, (DeBolsillo, 2008) hablan de una mujer que piensa y que siente pensando. En cierto sentido, sus diarios son lo opuesto en la escala de colores del Pantone a los de Anaïs Nin, que posee una escritura desnuda y directa, sin artificios ni metáforas: la palabra habla, refiere, apunta. Sontag habla de ella también, de su familia, de su infancia, pero no se detiene ahí mucho tiempo. No es una escritura confesional, es una persona que toma de su vida cápsulas que coloca frente a ella y analiza en el segundo libro de sus diarios, La conciencia uncida a la carne. Diarios de madurez (1964-1980):

Tengo más que suficiente inteligencia, saber, visión. El obstáculo es de carácter: la audacia. Crueldad. Duchamp: demasiado inteligente para ser pintor, como Leonardo; pero destruye, parodia —en lugar de construir. Leonardo, el gran constructor; Duchamp, el gran de-constructor. La misma fascinación con las máquinas, pero Duchamp es plenamente lúdico, nihilista.

Ejerce el análisis de sí misma como si fuera otra. Eso diría Foucault. Nadie parece querer a los intelectuales y por otro lado hay una tremenda cantidad de gente esperando que hablen de algo en particular para hacerlos trizas. Sontag negaba su ambición:

... Yo quiero escribir algo grande.

No tengo la ambición suficiente. (No es sólo cuestión de ser en verdad intransigente). Quiero ser buena, querida, etcétera. Tengo miedo de consentir el sentimiento real, la arrogancia real, el egoísmo. Quiero cantar.

Y sí, tuvo ambición. Anaïs Nin consiguió el reconocimiento literario por sus diarios íntimos, no por su obra creativa o ficcional, la que hizo con intención literaria. Sontag quizá gozó de una suerte más precisa: su obra ensayística fue merecedora de la valoración que esperó y deseó, pero no tanto la de su creación ficcional. Otro personaje que fue un antecedente importante, sin duda, es Simone de Beauvoir, no sólo para subrayar el feminismo sino para dialogar y disentir con la inteligencia brutal de una persona que tenía una vida como la que Sontag misma pensaba que podría tener: el centro de la cultura, estar rodeada de libros, hablar, discutir. De Beauvoir logró lo que Nin y Sontag no: el reconocimiento por todo, la ficción, el ensayo, lo autobiográfico. Un rubro donde las tres se alzarían triunfantes sería la creación de un personaje-mito. Estrellas en un firmamento de inteligencias solas anhelando lo imposible, unidas en el pathos del conocimiento voraz y de la experiencia, el compromiso político o la escritura política.

Mi ensayo favorito es Contra la interpretación. Ese libro condensa la teoría literaria y la lucidez lectora:

Así pues, la interpretación no es (como la mayoría de las personas presume) un valor absoluto, un gesto de la mente situado en algún dominio intemporal de las capacidades humanas. La interpretación debe ser a su vez evaluada, dentro de una concepción histórica de la conciencia humana.

¿Qué significa esto? No importa lo mucho que leamos, una persona adulta podría pasar su vida encerrada sin hacer otra cosa que leer y no podrá acabar lo que existe, bueno y malo, del mundo próximo y lejano, pero leer se trata de seleccionar cada una de las aproximaciones. Para quien lee, el tiempo es riqueza. Bien lo dijo ese profesor huraño y amargo, Harold Bloom, en El canon occidental.

El pensamiento será diálogo. No se puede pensar
únicamente con los libros, sin interlocutores, en soledad.
De la discusión surgen las ideas, los fuegos artificiales

3. PENSAR EN SOLEDAD

Para Sontag, Nueva York será el París del siglo XIX: escudo y pantalla. Ella es la estrella de cine, con algunos actores secundarios. Heredera de Walter Benjamin, la precursora de un legado que supo mantener bien como una antorcha encendida.

El pensamiento será diálogo. No se puede pensar únicamente con los libros, sin interlocutores, en soledad.

De la discusión surgen las ideas, los proyectos, los fuegos artificiales. Ella es la antorcha, sí, pero también el combustible, el envase. Pensar, por otro lado, a solas, es lo que nos lleva a aterrizar las ideas, a reconstruir respuestas, a dudar.

¿Qué es un intelectual? ¿Una persona que piensa? ¿Que sabe leer entre líneas el mapa de ideas del mundo? ¿El que sabe vincular todo en un crucigrama complejo? ¿El que puede predecir hacia dónde va el mundo de las ideas? ¿Y qué es el mundo de las ideas? Una especie de atmósfera platónica con claroscuros de qué pasa afuera/adentro, en occidente/oriente. ¿Este siglo a qué le pertenece? ¿A la religión? ¿A los juicios de la extrema derecha posesionándose de los espacios de poder más que nunca? ¿A los chinos? Ésa sería una jugada que a ella —con la obsesión por China— le encantaría considerar.

Sontag escribió sobre Barthes en La conciencia uncida a la carne. Diarios de madurez (1964-1980):

Walter Benjamin (1892-1940).
Walter Benjamin (1892-1940). ı Foto: Fuente: tempsarts.cat

BARTHES

La gente lo consideraba un crítico, a falta de una mejor definición, y yo misma escribí que era “el mayor crítico que haya surgido en lugar alguno”. Pero merece el epíteto más glorioso de escritor.

El cuerpo de su obra es inmenso, complejo, un esfuerzo extremadamente sobrio de describirse a sí mismo. Con el tiempo se convirtió en un escritor de verdad. Pero no pudo purgarse de sus ideas.

Y qué es la purga de las ideas, podríamos preguntar. Una persona se elabora durante los años que vive, lee, escribe, bebe vino, come pan, observa por la ventana. Una persona que escribe. Una idea es alimento, nutre.

También hay ideas que son comida chatarra, ocupan espacio, nada más. Justo como su última nota del diario, provocadora y venenosa: “Un gran tema, el desamor de Occidente con el comunismo. El final de doscientos años de pasión”.

El siguiente fragmento del mismo libro recoge un postulado biográfico que dice a partir de la enumeración, es una declaración de amor, de cuerpo, de constar que hay cosas en el mundo y pertenecemos a él:

Cosas que me gustan: los incendios, Venecia, el tequila, las puestas de sol, los bebés, las películas mudas, las alturas, la sal gruesa, los sombreros de copa, los perros de pelo largo, las maquetas de barcos, la canela, los edredones de plumas, los relojes de bolsillo, el olor a hierba recién cortada, el lino, Bach, los muebles Luis XIII, el sushi, los microscopios, las habitaciones amplias, ups, las botas, el agua potable, los dulces de azúcar de arce.

Cosas que me desagradan: dormir sola en un apartamento, el frío, las parejas, los partidos de futbol americano, la natación, las anchoas, los bigotes, los gatos, los paraguas, ser fotografiada, el sabor del regaliz, lavarme el pelo (o que me lo laven), usar un reloj de pulsera, dar una conferencia, los puros, escribir cartas, ducharme, Robert Frost, la comida alemana.

Cosas que me gustan: el marfil, los jerséis, los dibujos arquitectónicos, orinar, la pizza (el pan romano), hospedarme en hoteles, los clips, el color azul, los cinturones de cuero, hacer listas, los coches cama, pagar las facturas, las cuevas, ver patinaje sobre hielo, hacer preguntas, tomar taxis, el arte de Benín, las manzanas verdes, el mobiliario de oficina, los judíos, los eucaliptos, los cortaplumas, los aforismos, las manos.

Cosas que me desagradan: la televisión, los frijoles, los hombres velludos, los libros de bolsillo, estar de pie, los juegos de cartas, los apartamentos sucios o desordenados, las almohadas bajas, estar al sol, Ezra Pound, las pecas, la violencia en las películas, que me pongan gotas en los ojos, el pastel de carne, las uñas pintadas, el suicidio, lamer sobres, el ketchup, las traversins [almohadas cilíndricas], las gotas para la nariz, la Coca-Cola, los alcohólicos, hacer fotografías.

Cosas que me gustan: los tambores, los claveles, los calcetines, los guisantes crudos, masticar caña de azúcar, los puentes, Durero, las escaleras mecánicas, el calor, el esturión, las personas altas, los postres, las paredes blancas, los caballos, las máquinas de escribir eléctricas, las cerezas, los muebles de mimbre / de ratán, sentarme con las piernas cruzadas, las rayas, los ventanales, el eneldo fresco, leer en voz alta, ir a las librerías, las habitaciones poco amuebladas, bailar, Ariadne auf Naxos [ópera de Richard Strauss].

Lo que une a Sontag con Roland Barthes e incluso —o más aún— con Walter Benjamin es el pensamiento en partes, en bloques. A partir de ese pensamiento fragmentado edifica y sostiene. No antes. No se piensa de un tirón sobre algo. No vomita de cualquier manera. No ocupa un espacio que no tiene. A medida que escribe hace, a medida que piensa escribe. Pensar y escribir están hilados profundamente. Y hablar. Si uno fuera sólo cuerpo, podríamos aventurar, seríamos cabezas que hablan (talking heads, fantástico nombre para una banda), cabezas que interactúan y tienen lo que se necesita: oídos, boca, ojos y cerebro. Cierto, las manos son necesarias para hablar pero en una economía distópica y extraña podemos prescindir del tacto.

El órgano sexual más sensible es el cerebro. La parte por el todo. La sensibilidad de la inteligencia. La inteligencia como soledad. El egoísmo como inteligencia unilateral.

Decimos cielo, pan, agua, nube, malta, bebé, cuna, leche y cada una de esas palabras suena con la tradición de los poemas antiguos y nuevos donde han sido nombrados: carretera, farol, tortura, manos, entrepierna, boca, horizonte. Palabras gastadas. Rehechas. Palabras piedras de río. Eso lo sabe quien escribe. No se escribe en el aire.

4. ORÁCULO DE PREGUNTAS

Para pensar es necesario estar incómodo, eso es algo que en la vida y obra de Sontag resulta evidente. Para tener la cabeza fría y la boca atormentada sobre la violencia, la estupidez, la falta de visión de los poderosos, la alta y la baja cultura, las vicisitudes del mundo que se sostiene con pinzas pero no cae de la cuerda.

¿Quién cuenta el relato invisible del poder detrás del conocimiento? Escritora, pensadora, activista, feminista, Sontag es sin duda alguna un referente obligado en la escuela del pensamiento lúcido, estructurado y que trata, en la medida de lo posible, de la apertura.

El contenido, la estructura, el sentido de las cosas que logramos percibir las vemos por antenas que interpretan eso y no aquello que vemos / leemos / comprendemos. El lenguaje no opera de igual manera para todos.

La obra de Sontag es relevante por lo que pasó antes de ella y por lo que pasará después. El pensamiento se encadena a otros modos de ver. Sobre su vida, claro, es importante saber que fue la autora del libro que firmó su esposo y padre de su hijo, donde ella misma cedió el trabajo aun si después se reconoció feminista, y por eso mismo considerar lo que hizo cobra mayor relevancia: sabe lo que dio y por qué lo hizo. Sabe lo que pierde cada vez que gana algo: una conferencia, una charla, un texto por encargo, lo que sea.

Lo que deberíamos aprender es el hambre por saberlo todo y asumir que no podemos tener lo que deseamos, que en esa imposibilidad radica justo la riqueza de nuestras elecciones: este libro o el otro, ir al cine o al teatro, ver esa exposición o viajar, esa pareja y no otra. Porque hay una vida centrada en la responsabilidad de determinar los contenidos y éstos filtran nuestra experiencia. La erudición no es otra cosa que la suma de saberes que podemos acumular pero no sin sentido: no apilar la información, sino discernir, filtrar. De eso se trata, de saber leer / interpretar la realidad. Tomar partido. Salir a la calle, entrevistar a taxistas, maestros, meseros. No quedarnos con una sola respuesta. Para pensar hay que arriesgar estar equivocados en el lado que tomemos y no es cómodo estar en el ojo del huracán. Más allá de la glamurización del personaje fascinante de Susan (que lo es), conviene pensar en ella como icono cultural, un oráculo de preguntas y de revelaciones librescas, fundamentadas.

Hace que el ensayo vaya adonde deba ir, sus mejores libros son muestra de ello: el dolor, la enfermedad, la empatía, la guerra, la lectura crítica. Son modos de ver de manera atenta: prestar atención y conectar autores, libros, cineastas, pintores, músicos, puestas en escena. Lo que Sontag se había propuesto era abarcarlo todo, aprenderlo todo, memorizar la cultura. Ser la memoria viva mientras se es consciente de tener memoria.

Un cuerpo es memoria. Un cuerpo que a su vez se fragmenta porque estamos hechos de retazos benjaminianos: entre lo que sospechamos es el mundo, entre lo que leemos, aquello que podemos recordar: enumerar las cosas que nos gustan, apuntar palabras nuevas, hacer listas de lo que sea, libros por leer, apuntes que son luces para una larga noche oscura.