Tatiana Ţîbuleac entre el odio y la tristeza

Esgrima

Tatiana Ţîbuleac (1978).
Tatiana Ţîbuleac (1978). Foto: Fuente: regional.md

Se trata de un monstruo bicéfalo. Fue la impresión inmediata que me dejó El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes (Impedimenta, 2019), la primera novela de la escritora moldava Tatiana Ţîbuleac (Chisináu, 1978). La primera cabeza del monstruo está llena de odio, incluso crueldad, que se presenta soltando mordiscos a la cruda vida cotidiana. Se siente la hiel en las coyunturas de cada oración. Sin embargo, a las pocas páginas podemos ver que detrás de esa ira se esconde la segunda cabeza, que no suelta mordidas sino discretos besos de dulzura casi poéticos. Y conforme avanzan los capítulos la segunda cabeza gana protagonismo.

El resultado, luego de terminar de leer el libro —que fluye como el agua— y dejarlo reposar, es una profunda sensación de nostalgia, de tristeza. Fue publicado originalmente en rumano en 2016 y Ţîbuleac ha cosechado desde entonces cantidad de elogios, además de varios premios con esa y con su segunda novela (Jardín de vidrio, 2018, que en breve estará disponible en español bajo el sello editorial Impedimenta).

Quizá la dicotomía del libro sea inherente a la naturaleza e historia de la escritora. Ţîbuleac nació en Moldavia, cuando el país formaba parte de la Unión Soviética; creció hablando rumano y ruso. Tiene, además, herencia judía en un país ortodoxo. Siguió el camino extraño que pasa por el periodismo hacia la literatura —tal vez sea un tránsito, pero representa una dicotomía. “Quizá empecé a escribir porque es algo relativamente sencillo para mí”, se justifica. “Mucho más sencillo que hablar”.

¿Cómo influyó tu carrera en el periodismo para la escritura de esta novela?

El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes viene del periodismo, pero viene asimismo de muchos otros sitios, tantos que a veces me parece que no lo he escrito yo, sino me he limitado a transcribirlo. Desde que descubrí que los escritores de verdad evitan reconocer que han sido también periodistas en otra época, me refiero a mi etapa de reportera como aquellos años, como una etapa hacia la escritura. Lo cierto es que el periodismo fue para mí un oficio en el que me sentí muy bien, muy cómoda, mientras que la literatura es un lugar completamente nuevo, con reglas poco claras. Ser reportera me pareció mucho más sencillo. Había siempre una película protectora entre la persona de enfrente y yo, sabía que al final del día cada uno ocuparía su sitio en la historia. Pero en la literatura no existe una parte u otra. Estoy yo en todas partes, en cada momento, y me siento siempre obligada a explicarme, a disculparme.

Al escribir El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes
sentí la urgencia de huir de Moldavia, de esa región,
de la nacionalidad 

Has dicho que vivir fuera de tu país te ayudó a escribir este libro. ¿Por qué sentiste que necesitabas esa distancia?

Me hace falta retirarme para ver mejor las cosas. Incluso me sucede con una comida nueva: tiene que transcurrir un tiempo para que comprenda si me gusta de verdad o no. Al escribir El verano... sentí la urgencia de huir de Moldavia, de esa región, de su geografía, de la lengua, la nacionalidad. Me había trasladado ya a París, había tenido dos hijos, estaba en otro trabajo. Era tan distinta de mí misma, de la de Moldavia, que me parecía algo en cierto modo antinatural escribir con la voz de allí. Así se explica toda esa barahúnda de personajes, países, ciudades. Protagonistas polacos, inmigrantes ingleses, Francia como escenario. Esta huida mía, la fragmentación, el desdoblamiento... como si quisiera borrar la huella de quien soy, de donde vengo. En cambio, en mi segundo libro —Jardín de vidrio— sentí la necesidad de regresar. No únicamente a esa zona, sino incluso a mi casa, exactamente a ese pequeño patio de Chisináu de donde surgió todo.

EL VERANO en que mi madre tuvo los ojos verdes cuenta una historia muy personal: el reacomodo, durante el estío, de la relación entre una madre y su hijo adolescente. Sin embargo, como la propia autora reconoce, la anécdota es algo aséptica en cuanto a los detalles. La acción se desarrolla en un pueblo en el norte de Francia, pero los protagonistas son inmigrantes polacos que viven en Inglaterra y están en ese sitio vacacionando. Tampoco hay un marco temporal que ofrezca contexto.

Ese puede ser uno de los secretos que expliquen el acontecimiento que significó este libro en toda Europa. “Me abruma hablar sobre mi éxito, tal vez porque para mí es todavía un asunto extraño”, confiesa Ţîbuleac. “Me siento muchas veces como si hubiera copiado en el examen de álgebra y hubiera sacado la nota más alta, mientras que tanto yo como los demás sabemos que jamás me ha gustado el álgebra”.

Su segunda novela, Jardín de vidrio, confirmó la fuerza literaria y de ventas de Ţîbuleac; con ella ganó el Premio de Literatura de la Unión Europea de 2019, entre otros. “Me alegran, por supuesto, las críticas positivas, las ventas, los mensajes de la gente. Me emociona que alguien quiera montar un espectáculo o una exposición a partir de mis libros”, explica. Por lo pronto, El verano... se ha traducido a más de diez idiomas y Jardín de vidrio sigue los mismos pasos, pero ese recibimiento sigue sorprendiendo a Ţîbuleac. “Nunca pensé en ello cuando los escribía. Tal vez por eso mismo los escribí con tanta facilidad”, apunta.

¿El éxito ha afectado tu proceso creativo? ¿Estás trabajando en una nueva novela?

Hace dos años que no escribo nada. Y no se trata siquiera del miedo a defraudar, como manifiestan muchos escritores. Es simplemente falta de alegría, de la alegría de escribir. Siento que me autocensuro, que pongo en duda mis pensamientos, mis emociones. Estoy al corriente de lo que se escribe en otros países y veo que muchos temas actuales, los que copan los premios y las listas de superventas, no me interesan. Hay algunas cosas que me obsesionan y profundizo en ellas. Con una obstinación que no me puedo explicar, me sumerjo en algunos recuerdos e imágenes que ni siquiera soy capaz de revestir de palabras.

EN UNO de los párrafos finales de la novela, Aleksy, el hijo de la protagonista y quien lleva la voz narrativa, hace una referencia a lo insulsas que son las preguntas de los periodistas —un juego, sin duda, de la escritora con su pasado. Quiero saber qué le gustaría que le preguntaran en las entrevistas. No tiene preferencia, explica, sólo siente alivio cuando acaba de contestar y piensa que, pasado el trance, bien podría tomarse un café con el reportero que la interroga. “Como dos personas casi normales”, dice. Por desgracia, la entrevista fue virtual así que, en este caso, entrevistada y entrevistador nunca pasamos a ser personas casi normales. Será en otra ocasión.