Almudena Grandes

Tejer con los hilos de la vida

“Ella se hubiera sorprendido de que haya supuesto tanto su muerte, no sólo en España, sino en Europa, en Latinoamérica sobre todo”, señaló el poeta Luis García Montero sobre el fallecimiento de su pareja por casi treinta años, la narradora Almudena Grandes. En efecto, a fines de noviembre pasado la noticia convocó un desbordamiento por parte de lectores y colegas. La escritora y académica Sandra Lorenzano dedica estas líneas a evocar a la autora madrileña que forma parte de la educación sentimental de muchos de nosotros.

Almudena Grandes (1960-2021).
Almudena Grandes (1960-2021). Foto: Fuente: biblioclm.castillalamancha.es

Cuando el abuelo —ese abuelo que vuelve en cada una de sus obras— le regaló una edición para niños de la Odisea, no imaginó que estaba marcando el destino de la pequeña Almudena. O quizás sí.

1. Quizás intuyó en su avidez por los cuentos, en el modo en que abría sus enormes ojos oscuros para no perder un solo detalle del relato, en el deseo de que las historias no terminaran nunca, esa pasión por el mundo y por la vida que está en el origen de todo gran creador. Ese libro que un griego compuso dos mil ochocientos años atrás, le hablaba a la niña de un mundo que también era el suyo. “Los clásicos tienen ese poder milagroso de tratarnos de tú y eso fue lo que me pasó con Homero”,1  le gustaba contar.

Y eso me pasa a mí, nos pasa a miles de lectores en el mundo, con los libros de la propia Almudena. Nos hablan de tú, nos hablan de cada una de nosotras, de nosotros, nos cuentan nuestra realidad y nuestro pasado, nos ayudan a entender nuestros miedos y nuestras pasiones. Hablen de lo que hablen, nos tocan siempre en el rincón más íntimo del ¿alma?, ¿del corazón?, ¿del espíritu? Llamen ustedes como quieran a ese misterio que nos hace suspender toda relación con el mundo que no sea la que está en las páginas que leemos. Las de la española me hacen regresar, como las de pocos autores, a esa niña que también yo fui, que a los diez, once años sólo quería treparse a la rama más cómoda del damasco del jardín a seguir devorando los libros de la colección Robin Hood, Los tres mosqueteros, Mujercitas, Sandokán. Las páginas de Almudena me traen siempre el recuerdo del placer absoluto de la lectura. ¿Cómo no estarle agradecida? ¿Cómo no esperar “como agüita de mayo” cada nuevo título?

Descubrí —con la Odisea— que la literatura es el territorio de la emoción, es como el sudario que Penélope tejía por las mañanas y destejía por las noches para crear un eterno comienzo. La literatura es un tejido hecho con los hilos de la vida que nunca empieza y nunca termina, porque se teje y se desteje constantemente.2

Y con esos hilos, nuestra vida está entretejida para siempre con la literatura de Almudena.

2. “... podría confesar que el fútbol me hizo escritora, pero sería más exacto —más sincero— declarar que empecé a escribir porque nunca he sabido dibujar”. Estas líneas forman parte del entrañable prólogo de Modelos de mujer, en el que la autora cuenta, con la mezcla de humor, agudeza y ternura que la caracteriza, cómo llegó a la literatura. Hoy lo releo recordando su voz potente, grave, risueña; voz a la vez de fumadora y de amante de la vida. Almudena era una mujer a la que se le notaba el gozo de vivir en todo el cuerpo, y eso estaba presente también en la voz, claro. Hagan la prueba de escuchar cualquiera de sus participaciones en radio y verán que en el momento en que ella toma la palabra es como si entrara una ráfaga de energía y vitalidad.

Las edades de Lulú
Las edades de Lulú ı Foto: larazondemexico

Ésa es la voz que escucho hoy contándome los domingos familiares de fútbol (así, con acento) y poesía. En realidad, debería decir de poesía, fútbol y silencio: las mujeres “cotilleando entre susurros” en torno a una mesa, los niños en el comedor, con unas hojas y unos lápices de colores para entretenerse con la boca cerrada, para que pudiera llevarse a cabo la ceremonia del padre y el abuelo frente al televisor viendo algún partido.

Mientras su hermano pintaba maravillas, ella fracasaba en sus intentos por hacer algo similar y entonces se aburría. Hasta que alguien —“mi madre, mi abuela, mi tía Charo, ya no lo recuerdo bien”— le propuso que, en lugar de dibujar, escribiera. “Desde entonces, todos los domingos invertía los noventa minutos del partido en escribir el cuento. Porque yo sólo tenía una historia que contar, yo escribía siempre el mismo cuento”.3

[Almudena Decía] que su libertad eran los lectores , por eso los mimaba, desde que el éxito de Las edades de Lulú le permitió dedicar su tiempo a la escritura

Si el padre y el abuelo futboleros y poetas marcan el amor por las pala-bras, el cotilleo de las mujeres las vuelve cercanas, amables. Así surgen dos de las líneas que armarán la trenza de su literatura; la tercera aparece también en estas pocas páginas que constituyen una poética de su obra: la identidad. Como en los relatos tradicionales, ese único cuento que escribía en la infancia es un cuento de anagnórisis, en el que “la niña muy gorda y muy morena” que vive en el terror de haber sido recogida por caridad de unos gitanos logra descubrir, gracias al amor, que es la verdadera hija de su madre. Desde entonces, la pasión le guio la mano para que todas y todos lográramos descubrir quiénes somos. Ella fue, es y seguirá siendo una de las nuestras, pero mejor: será siempre la más amorosa, la más clara, la más comprometida, la más divertida, la más cálida y la más talentosa.

Una roja de alma que siempre estuvo a favor de las mejores causas, siempre del lado de los honestos, de los esperanzados a pesar de las derrotas, de los solidarios. ¡Salud y República, querida Almudena!

3. Todos tenemos nuestra Almudena, escribió Sergio Ramírez;4 todos recordamos algún gesto, una palabra, una sonrisa que nos hizo sentir especiales. Y sus libros, claro, sus libros que estaban escritos para cada uno de nosotros. Y queríamos decírselo siempre; que ella lo sintiera, lo supiera, era nuestra forma de regresarle tanta alegría.

“Alegría”, cuenta Luis García Montero, “es una palabra que utilizábamos más que felicidad, que nos parece demasiado solemne. La verdad que el mundo no está para sentirse feliz, hay cosas que dan miedo, injusticias que duelen... La alegría, la esperanza formaban parte de nuestra vida”.5

Luis fue su pareja por más de treinta años, su compañero y cómplice literario y de vida, su poeta, el poeta que el destino le tenía asignado:

Yo siempre digo que si Freud me hubiera conocido a mí, el Complejo de Electra se llamaría el “Complejo de Almudena” —decía ella entre risas­—. Porque yo estaba enamorada de mi padre y sobre todo del padre de mi padre. Ambos era poetas [...] De tal manera que yo nunca escribí poesía, porque en mi casa la poesía era lo que hacían los adultos. Era el género prestigioso y ni se me ocurrió tocarlo. Pero estaba predestinada a enamorarme de un poeta. Cuando me enamoré de Luis dije “Ya está. Se ha cumplido el mandato”. Yo vine al mundo con un mandato de mi abuelo y de mi padre, y éste es.6

¿Quién no lloró viendo a Luis besar su libro titulado Completamente viernes y poniéndolo en la sepultura de Almudena? Un libro dedicado a ella, como todo los que escribió después de conocerla. Así como todos los de ella lo tenían por destinatario: “A Luis. Otra vez y nunca serán bastantes”. Los versos de Completamente viernes, nacidos como un guiño a la novela de Almudena, Te llamaré viernes, dos libros en que, cada uno a su manera, contó y cantó su historia de amor, están ahí, para siempre junto a ella.

Somos de una generación, ellos y yo

—Almudena había nacido el 7 de mayo de 1960; yo, dos meses antes— que pudo imaginar amores diferentes a los que veíamos y leíamos; amores libres, con entrega y pasión pero sin cursilería, con compañerismo, con alianzas y complicidades siempre renovadas, donde —como lo ha dicho Luis— “la vida se mezclara con la literatura y la literatura se mezclara con la vida”.7 Imaginábamos todas y todos algo como lo que ellos sí alcanzaron. Más allá de boleros y rancheras, más allá de los mariachis con los que cantamos juntos una noche inolvidable en Garibaldi, ellos saben que sus letras están mezcladas para siempre con nuestra educación sentimental, con la de todos sus lectores. Por eso los seguiremos pensando como esa pareja que construyó lo que los demás soñamos.

4. El 19 de octubre de 2010, la Feria del Libro del Zócalo se llenó de sueños republicanos, de cantos antifranquistas (“¡Ay, Carmela! ¡Ay, Carmela!”)... ¡y de rosquillas! como las que llevaba la protagonista de Inés y la alegría para los hombres que planeaban entrar a España para derrocar a Franco. Esa escena imaginada por Almudena, de una mujer cabalgando con cinco kilos de rosquillas, fue la detonadora de esta primera novela del ciclo llamado Episodios de una guerra interminable. Las rosquillas en el Zócalo hicieron que coincidieran en la conversación la cocina de la escritura y la pasión por la cocina que ella misma tenía.

¡Qué gran anfitriona era! ¡Qué generosas y cálidas eran las reuniones en su casa! Y qué generosas y cálidas hacía ella que fueran todas sus presentaciones. Casi no importaba quién fuera la persona que la presentaba, ella tomaba la palabra y hablaba directamente a sus lectores, como si fueran sus amigos, y ellos respondían / respondíamos con agradecimiento y amor incondicional.

Le gustaba decir que “su libertad eran los lectores”, por eso los mimaba y cuidaba, desde que el éxito de su primera novela, Las edades de Lulú, cuando tenía 29 años y ganó el Premio de Literatura Erótica La sonrisa vertical, le permitió dedicar todo su tiempo a lo que más amaba: la escritura. Ver la cantidad de gente que no alcanzaba a entrar en cualquiera de sus presentaciones o las largas colas que hacían para tener su firma en algún ejemplar eran modos de comprobar ese romance entre la narradora y sus lectores. Los mismos que llegaron al Cementerio Civil de Madrid el 29 de noviembre pasado, con un libro de ella en la mano y el corazón envuelto en lágrimas.

Tejer con los hilos de la vida
Tejer con los hilos de la vida ı Foto: larazondemexico

Después de Las edades de Lulú, que devoramos todas las mujeres de la generación, y hoy lo hacen las más jóvenes, publicó Te llamaré Viernes, Malena es un nombre de tango, Modelos de mujer, Atlas de geografía humana, Los aires difíciles y Castillos de cartón. Su voz literaria era cada vez más clara, más fuerte, sus personajes e historias siempre entrañables. Y llegó, en 2007, El corazón helado, una novela que para mí fue un parteaguas. Con ella aprendí lo que ella cuenta que aprendió de Galdós, al que leyó con pasión en los veranos de su adolescencia y a quien consideraba uno de los dos grandes narradores españoles de todos los tiempos —el otro era Cervantes, claro: “Galdós nos enseñó que la historia hay que contarla desde abajo y que la vida privada de los seres normales, de las personas corrientes, es una forma de contar la vida pública de una nación...”.8

Esta novela funcionó como puente entre sus obras anteriores y su proyecto más ambicioso, el ciclo de seis novelas Episodios de una guerra interminable, nombre que es un homenaje a los Episodios nacionales del autor canario. La propuesta fue reconstruir, siguiendo el modelo galdosiano, momentos significativos de la resistencia antifranquista a través de la ficción y desde la perspectiva de los humildes, de los olvidados de la historia, de aquellos que sufrieron en carne propia la violencia cotidiana del régimen. A Inés y la alegría siguieron El lector de Julio Verne, Las tres bodas de Manolita, Los pacientes del doctor García y La madre de Frankenstein. Quedó sin terminar Mariano en el Bidasoa porque nació, ante la crisis, una novela fragmentaria, breve y hermosa, que tituló Los besos en el pan. Fue su modo de apostar por la capacidad de resistencia y la solidaridad de los españoles.

CODA

"La literatura es el territorio de la emoción”9 y es desde allí desde donde escribo estas líneas. Y desde la inmensa tristeza que sentimos todos aquellos que la queremos. Esta nota es un mo-do de agradecerle profundamente su compromiso, su calidez, las charlas, las complicidades, el cariño, pero sobre todo su maravillosa obra.

Es también un modo de abrazar a Luis, a Elisa, a Irene y a Mauro.

Descansa en paz, querida Almudena.

Nota

1 Mariana González, “Escribir es mirar y contar el mundo”, nota sobre la conferencia en la Cátedra Julio Cortázar, Guadalajara, 28 de noviembre, 2017. Disponible en https://www.udg.mx/es/noticia/escribir-es-mirar-contar-mundo-almudena-grandes

2 Conferencia en la Cátedra Julio Cortázar, Guadalajara, 27 de noviembre de 2017.

3 Almudena Grandes, “Prólogo. Memorias de una niña gitana”, en Modelos de mujer, Madrid, Tusquets, 1996.

4 Sergio Ramírez, “Mi propia Almudena”, El País, 6 de diciembre, 2021. Disponible en https://elpais.com/opinion/2021-12-07/mi-propia-almudena.html

5 “Conversación con Luis García Montero sobre los últimos días de Almudena Grandes”, El País, 1 de enero, 2022. Disponible en https://www.youtube.com/watch?v=AihjCBZvfS4

6 Sandra Lorenzano, “Almudena Grandes y Luis García Montero en "En busca del cuento perdido”, IMER, 20 de octubre, 2015. Disponible en https://www.imer.gob.mx/phpwrappers/podcast/apitrck/uploads/36/ENBUSCADELCUENTOPERDIDO_265_ALMUDENA_GRANDES_Y_LUIS_GARCIA_MONTERO_20OCT2015.mp3

7 José Luis Sastre, entrevista a Luis García Montero en “Hoy por “hoy”. Disponible en https://youtu.be/MfXXn2jQm5M

8 “Almudena Grandes sobre Benito Pérez Galdós, 29 de octubre, 2019. Disponible en https://youtu.be/Ul3YhvzvUgE

9 Conferencia de Almudena Grandes en la Cátedra Julio Cortázar, idem.

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