Al igual que los diez millones de usuarios en los últimos ocho meses, sucumbí a la tentación cuando escuché un tango que hizo un amigo en suno.com, la IA generativa de música que está de moda y que ya preocupa a los grandulones del streaming porque la migración de usuarios ha sido masiva. En una tarde generé dos canciones: “Vacuna Cero”, una rola punk sobre la falta de vacunas, y “¡Arre! ¡Arre!”, una canción country acerca de ir a trabajar para tener dinero y poder ir a bailar. Pese a que yo las generé, suenan a canciones genéricas, planas y sin naturalidad. Pero eso no importa, lo importante es la gran promesa sobre democratizar la creación para que cualquier persona pueda expresarse con música sin saber una nota. En esos términos, y con 125 millones de dólares de financiamiento en un año, es inútil oponerse al avance tecnológico.
Suno es magia tecnológica que permite a cualquier usuario “hacer” canciones con una facilidad irresistible: abres una cuenta, exploras el universo musical y, para hacer una canción, escribes la letra, eliges el género y describes el estilo. Las combinaciones son infinitas. Le das clic y generas tu canción en dos versiones para compartir.
SUNO TRABAJA CON MODELOS de IA alimentados con música para enseñarlo a recrear patrones y estilos. Lo que se cuestiona es de dónde sale ese alimento musical para entrenar a su bestIA. Se sospecha que utilizan composiciones sin permiso, al parecer están violando los derechos de miles de autores, y Suno aún no aclara nada al respecto. Los inversionistas —como en su momento los de Spotify— se están tomando ese riesgo, si se les comprueba el uso indebido de la música la demanda será estratosférica. Al respecto se ha dicho que la innovación tecnológica tiene que alinearse con los derechos de los artistas, quienes pueden asociarse con la IA para generar experiencias musicales.
El éxito de Suno anuncia un cambio de hábitos respecto a la forma en que consumimos la música. Si antes grababas un mixtape y luego una playlist, ahora generas una canción o un disco. Ya no se requiere de un grupo, ni un estudio, ni un productor, ni saber tocar. Existe la propuesta de que los artistas puedan interactuar con sus seguidores y generar canciones con ellos. Pero antes se tendría que llenar el vacío legal sobre la música generada con ia, regalías, licencias, etc. El desplazamiento de los músicos y la música basura merecen otra columna.
En el 2000 entrevisté a José Luis Cuevas sobre el arte digital. Los programas de diseño eran utilizados por diseñadores, fotógrafos, ilustradores, pintores y artistas visuales para crear obras que fueron blanco de críticas, señalamientos y polémicas porque siempre ha existido el team: eso no es arte. Hubo posturas encontradas tipo la revolución digital versus el fin del arte. Mientras tanto su hija, la artista visual Ximena Cuevas, agregaba color a los grabados del maestro en la computadora. Ninguna tecnología ha hecho artista a nadie. Cuevas dijo no necesitar aquellas herramientas: “Me basta un lápiz y una hoja de papel para crear
un mundo”.