The Mandalorian: serie del año

El corrido del eterno retorno

The Mandalorian
The Mandalorian Foto: Fuente: hipertextual.com

La primera temporada de The Mandalorian superó cualquier expectativa. En un momento en que la franquicia de Star Wars atravesaba por un bache, la historia del Mando les devolvió la fe a los fans de la saga.

La diferencia entre la última trilogía y la historia del Mando consiste en la libertad creativa de la que gozó su creador, Jon Favreau, para desarrollar la serie. Contrariando la visión rosa que había impregnado los tres largometrajes, el resultado fue una historia más oscura, un western de pistoleros intergalácticos en parajes desolados. Mando es un fanático religioso que lleva hasta las últimas consecuencias los principios de su credo. Y para mayor conmoción se inserta un elemento que de inmediato captó la atención del mundo entero: The Child. El Baby Joda.

Grogu, nos enteraremos de su nombre en la segunda temporada, es un Jedi al que Mando jura proteger y devolverlo con los de su clan. Para ello se mete en una disputa con el Imperio, cuyos representantes desean capturar a The Child para extraerle sangre y clonar ellos mismos los poderes inherentes de la criatura. Capítulo a capítulo, las aventuras del Mando refuerzan que estamos ante una obra distinta. Alejada de lo que comúnmente domina las plataformas de streaming. Mucho de su valor reside en su originalidad pero también en los guiños que hace a la historia del cine. Y para terminar pronto: no es necesario que seas fan de Star Wars o de los cómics para que esta historia te cautive.

Cuando parecía que ya todo estaba dicho, que no había una nueva forma de aproximarse a los personajes de Star Wars, surge Mando y conquista la pantalla. Si bien la primera temporada es un portento, la segunda se alza con el título de serie del año. Es en la segunda, y cierre, que Favreau despliega todos los recursos a su alcance, sin despreciar nada. Así el primer capítulo es un homenaje a Terror bajo la tierra, esa película protagonizada por Kevin Bacon en 1990.

Ee un par de almas solas en el universo que como estrellas
fugaces se cruzan

El segundo capítulo es todo un agasajo. Es una carta a las novelas de aventuras, desde Julio Verne a la actualidad. Es un capítulo de transición, pero Favreau se regodea en los componentes clásicos de la novela de aventuras. Una especie de rana contrata al Mando para que la lleve a un planeta a desovar. Y en el trayecto les ocurre todo tipo de cosas. Hasta toparse con una araña gigante, que sí, hace pensar en Eso, pero también en los monstruos marinos y en los alienígenas del cine de clase b.

La trama continúa y los obstáculos que tiene que superar el Mando cada vez son más retadores. No se trata de un personaje plano, por el contrario. Las contradicciones con las que tiene que enfrentarse lo vuelven un ser complejo. Uno de los mandamientos de su religión consiste en nunca mostrar el rostro. Jamás. Pero con tal de proteger al niño poco a poco va cediendo en contra de sus propias convicciones. Al grado de negociar con los Jedi, sus enemigos históricos.

Imperceptiblemente se va creando un lazo entre The Child y Mando. Algo que lanza la trama en otra dirección. Se podría pensar en la dicotomía padre-hijo, pero surge la seria duda de cuál rol le pertenece a cada quien. En realidad se trata de un par de huérfanos que se encuentran uno al otro. Un par de almas solas en el universo que como un par de estrellas fugaces se cruzan por unas milésimas de segundo en el cosmos.

Conforme los capítulos se suceden los poderes de The Child se van haciendo más visibles. Y en un par de ocasiones es la pequeña criatura la que salva al mando de las circunstancias. Son pues: “just two lost souls swimming in a fish bowl”. Pero a la velocidad de la luz. El momento de la verdad llega cuando The Child es capturado por Moff Gideon. Al Mando y sus auxiliares, entre ellos el cazarrecompensas Boba Fett, se les terminan los recursos ante el ejército de robots de Gideon. Es entonces cuando una vuelta de tuerca disloca todo: Luke Skywalker aparece para salvarlos. Sin asomo de cursilería, ni de chantaje emocional. Un trabajo impecable. Es entonces cuando Grogu y el Mando se separan. Todo ha concluido según su credo: entregar al niño con vida a los de su estirpe.

Son ocho capítulos de la segunda temporada de lo mejor que he visto en la televisión en los últimos cinco años. No me cansaré de volver a ella cuantas veces sea necesario.

TE RECOMENDAMOS:
Tropas británicas desplumando pavos en Navidad, 1918.