He visitado bares gay en Montebello, North Haverbrook y Cocula. Pero nunca había pisado el Tom’s. He realizado peregrinajes escabrosos (el Camino de Santiago se queda corto) para desmadrarme en antros remotos, perdidos, encantados, maldecidos. Y sin embargo, nunca había comulgado en uno de los templos del barrio, situado a sólo unos pasos de mis aposentos a un ladito del Parque México. Una de las mayores atracciones de la Condesa, y yo sin conocerlo. Había que remediarlo.
Se lo conté a la Wencesloca una noche saliendo de un concierto.
Ah, qué bien que me lo dices, porque el dueño te quiere conocer, me respondió y nos lanzamos en un pUber a Insurpipol.
Cuando llegamos estaba la cortina bajada. No recuerdo la hora. Pero es posible que fuera de madrugada. Veníamos de una barra libre. El karma es la mejor de las monedas. No existe nada que me guste más en la vida que drogar o emborrachar a la gente. Y en ocasiones el cosmos me retribuye. La Wencesloca tocó la puerta, no recuerdo si de manera especial, o vociferó una contraseña, pero en chinga nos franquearon la entrada.
La Wencesloca es una de las consentidas del lugar.
Y gracias a ello apenas entré me estamparon un sticker en el pecho. Portarlo significaba que podía beber gratis todo lo que quisiera. Estarán de acuerdo en que dos barras libres en una noche es lo mejor que le puede pasar a un borracho. Es el equivalente a ligarte a una morra y luego salir con tu cuñada.
No te acerques al cuarto, me advirtió el bato que nos dio acceso. Si quieres orinar, ve arriba.
No estaba paniqueado. Después de entrar a “La escuelita”, el cuarto oscuro de los Baños Roñal de Torreón, ver esa masa de carne amorfa sobre la cama sado del Sodome o las peleas de sables en el Rancho Loco de Tijuana, estoy curado de espanto. Me asombró que bastaron unos segundos en la penumbra del Tom’s para que el bato éste me catalogara como buga. ¿Acaso soy tan transparente? No puedo ni pasar desapercibido ni pasar por uno de ellos.
Más de una fiesta buga se moriría de envidia del nivel de ambiente que exhibe el Tom’s
Afuera el viento helado soplaba por la avenida desierta pero dentro parecían las diez de la noche. Lo primero que me latió del Tom’s fue su distribución. Un corredor largo rematado por un balcón desde donde se domina todo el bar. Me recordó al table de la serie The Wire, donde despacha Avon Barksdale, pero con strippers homo y canciones de la Trevi.
Después de darme un tour, la Wencesloca y yo nos instalamos en la barra. Más de una fiesta buga, de las que se realizaban decenas alrededor, se moriría de envidia del nivel de ambiente que exhibe el Tom’s sus sábados por la noche. Y qué mejor lugar, tanto si eres gay o buga, para combatir el aburrimiento, para mentarle la madre a la soledad, para embriagarte como desahuciado, que bronceado por las luces del Tom’s. Una noche de juerga con la Wencesloca siempre termina en una orgía de poppers. Y aquella no sería la excepción. Me pasó el frasquito.
No lo hagas a la vista de todos, fue lo único que me pidió. Obedecí y me largué al baño. Después de tantas amabilidades no podía ser descortés. Inhalé y casi sentí que se me me salía el cerebro por la mollera. Si algo adoro de la Wencesloca es que maneja los mejores poppers de la ciudad. Obvio, son importados, se los jala de San Francisco, porque los oriundos no le hacen ya ni cosquillas. Regresé a la barra apestando a taller de serigrafía y empezamos a beber vodka. ¿O fue bacacho? Bah, qué importa. El asunto es que me invadió esa sensación tan familiar que me asalta en ciertos momentos: me quería quedar a vivir ahí. No quería que la noche se acabara nunca.
Después de varios viajes al baño, la desinhibición hizo lo suyo y empecé a meterme poppers ahí mismo, en la barra. Exponiéndome a que los meseros me echaran fuera. Pero no lo hicieron. Tenía la vara alta con la Wencesloca que me seguía diciendo que me fuera al baño y a mí me seguía valiendo madre, sólo me preocupaba que nadie fuera a pedirme, no quería compartirle a nadie. Y es que cuando agarro el frasquito ya no lo suelto.
Un rato más tarde la Wencesloca ligó. Sí, le bajó el güey a otro cabrón, y se pusieron de acuerdo para desafanar al novio e irse por otro lado. No por nada es La Güila de Coahuila. Mientras fajaban yo me fui del Tom’s caminando hasta mi cama.
Desperté con el frasquito de poppers vacío en la mano.