No queremos reflectores ni fir-mar autógrafos, tampoco sa-lir en las portadas de revistas literarias, mucho menos dar entrevistas. Lo que queremos es que nuestro trabajo sea reconocido.
NUNCA HEMOS LEÍDO A TOLSTOI
En The Translator’s Invisibility. A His-tory of Translation, Lawrence Venuti afirma que...
la mayoría de los editores, críticos y lectores consideran que un texto traducido, ya sea prosa o poesía, ficción o no ficción, es aceptable cuando se lee con fluidez, cuando la ausencia de cualquier peculiaridad lingüística o estilística lo hace parecer transparente, dando la apariencia de que refleja la personalidad o la intención del escritor extranjero o el significado esencial del texto extranjero. Es decir, la apariencia de que la traducción no es en realidad una traducción, sino el “original”.1
La invisibilidad de la traducción evoca un cris-tal transparente a través del cual el texto aparece impoluto, impecable, como si hubiera sido escrito en esa lengua, fluido y sin imperfecciones. Pero la realidad es que toda reescritura de un texto original lleva de forma irremediable el sello de su autor/traductor: refleja su origen e ideología, voz e interpretación personalísima, sus rasgos lingüísticos, su tiempo y geografía. Algunas traducciones superan incluso al original. Eso decía Borges: “No soy de aquellos que juzgan que místicamente toda traducción es inferior al original. Muchas veces he sospechado, o he podido comprobar, lo contrario”.2
Quizá ha llegado el momento de que los lectores puedan tener también a sus traductores favoritos, aunque no se trate de autores famosos
Existen, claro, importantísimas versiones que han realizado escritores como el propio Borges, Cortázar, Paz o Pessoa. Su paternidad nunca se ha ocultado y sus nombres, merecidamente, acompañan al de los autores del original. Pero ¿y los que no son famosos? Casi nunca conocemos sus nombres, ni reparamos en ellos, ni siquiera sabemos el nombre de quienes nos acercan a las más importantes obras de la literatura universal.
Muy pocos lectores, cuando leen en un idioma distinto al original, se dan cuenta de que las palabras que tienen ante sus ojos han sido cuidadosamente elegidas por un traductor. La mayoría se escandalizaría ante la idea de que en realidad nunca ha leído ni a Tolstoi ni a Kawabata, ni a Tokarczuk, sino versiones más o menos afortunadas de sus obras. Sin embargo, nos demos cuenta o no, la traducción es una obra distinta del original. Así lo reconocen el Convenio de Berna y la Conferencia de Nairobi de las Naciones Unidas, que la protegen como obra original derivada, con iguales características y derechos que amparan a cualquier otra, tanto literaria como artística.
#NOMBRAALTRADUCTOR
Gracias a la traducción no somos lectores y escritores aislados, circunscritos a las fronteras de una lengua, pero la idea de la invisibilidad se ha extendido al propio traductor como profesional. Además de que con frecuencia recibimos propuestas escandalosas, con tiempos reducidísimos para realizar una traducción y condiciones de pago poco favorables, son contados los casos en los que editoriales, grandes o pequeñas, nos reconocen y visibilizan más allá de la mención en la página legal, a pesar de las recomendaciones de organismos internacionales de señalar de forma explícita el derecho a ser nombrados en todo lugar en que aparezca el autor del texto original.
Una conciencia de gremio y la necesidad de crear mecanismos colectivos de defensa ante este tipo de condiciones laborales adversas han impulsado la creación de asociaciones de traductores en el mundo. América Latina y España no son la excepción. En el año de 2017 nació la Alianza Iberoamericana para la Promoción de la Traducción Literaria, ALITRAL, que engloba asociaciones de Argentina, Colombia, España y México.
Se han realizado significativos esfuerzos por visibilizar nuestra labor, como la campaña #NombraAlTraductor, promovida desde octubre de 2020 por la Asociación Mexicana de Traductores Literarios y que se ha replica- do en diversos ámbitos. Así, en fechas recientes, la campaña #TranslatorsOnTheCover, promovida por The Society of Authors de Inglaterra, ha sido impulsada por más de cien escritores que firman la petición de incluir al traductor al lado del nombre del autor de la obra. Destacan figuras como la gana- dora del Premio Nobel, Olga Tokarczcuk, y Valeria Luiselli, Chloe Aridjis, Nana Kwame, Carmen Boullosa, Katie Kitamura, entre muchos otros. Es un llamado a editores, críticos y libreros a nombrar al traductor, no sólo en portada, sino en reseñas de libros traducidos, catálogos editoriales y presentaciones.
CADA CUAL, SU FAVORITO
Quizá ha llegado el momento de que los lectores puedan tener también a sus traductores favoritos, aunque no se trate de autores famosos. El mexicano Emiliano Monge (Tejer la oscuridad, 2020) lo tiene bien claro: “Cada vez que reviso la traducción de alguno de mis libros, pienso lo mismo: es absurdo que no se firme de manera común una obra que, de golpe, dejó de tener un solo autor”.3
NOTAS
1 Lawrence Venuti, The Translator's Invisibility. A History of Translation, Routledge, Nueva York, 2018, pág. 1 (ver-sión ebook). La traducción es mía.
2 Jorge Luis Borges, Notas sobre Ulises en español, Los Anales de Buenos Aires, Buenos Aires, año I, número 1, enero, 1946, pág. 49, recuperada del Archivo Histórico de Revistas Argentinas: https://ahira.com.ar/revistas/los-anales-de-buenos-aires/
3 Emiliano Monge, cita de Twitter del 29 de marzo, 2021: https://twitter.com/MongeEmiliano/status/1376- 563006662963205?s=20
ESTELA PEÑA MOLATORE (Ciudad de México, 1969), traductora y dictaminadora literaria, ha traducido al español a Giovanni Boccaccio y Walt Whitman, y a Javier Sicilia al italiano. Escribe cuentos y colabora con casas editoriales en México, Colombia e Italia.