Las trampas del espacio digital

Al margen

Cómo vivirán nuestros bisnietos en el año 2012, postal de Chocolates Lombard con telefonoscopio.
Cómo vivirán nuestros bisnietos en el año 2012, postal de Chocolates Lombard con telefonoscopio. Fuente: publicdomainreview.org

Este año, El Aleph, Festival de Arte y Ciencia organizado por la Coordinación de Difusión Cultural de la UNAM, se enfocó en el Covid-19 y en la reflexión de qué viene tras la crisis. Más allá de aplaudir la iniciativa y esperar que se abran otros espacios que detonen estos diálogos multidisciplinarios indispensables, me gustaría plantear aquí algunos conceptos que me resultaron esclarecedores para tratar de dar sentido al futuro del mundo cultural tras la pandemia y las problemáticas que ésta ha planteado para el sector.

EN UNA CONVERSACIÓN entre el filósofo alemán Markus Gabriel (el rock star de la filosofía actual), el historiador mexicano Ilán Semo y el director de El Aleph, Juan Ayala, se problematizó sobre nuestro uso de internet, no sólo durante la pandemia sino desde el surgimiento de las redes sociales. Gabriel plantea escenarios inquietantes y preguntas a las que nos debemos enfrentar en torno a lo que yace detrás de los espacios digitales que hoy consideramos inocuos o que celebramos como grandes democratizadores del conocimiento. De acuerdo con la visión de Gabriel, mientras navegamos, posteamos en nuestras redes sociales o usamos las plataformas que hoy nos están ayudando a mantenernos conectados en el aislamiento, estamos trabajando para las empresas que han creado todas estas herramientas digitales. Para el filósofo, ésta es la forma más perversa de explotación, pues todo el tiempo que pasamos en línea ejerciendo lo que creemos una libertad inusitada hasta ahora es utilizado por las empresas de tecnología para lucrar. En otras palabras, al consumir contenido digital o conectarnos con amigos, colegas y familiares, les entregamos nuestro tiempo para que ellos lo conviertan en dinero, sin recibir nosotros ninguna retribución, más que la falsa idea de libertad. Otro aspecto aún más perverso es cuando ese tiempo se traduce en datos, de manera que les entregamos a las empresas tecnológicas nuestra información personal y patrones de consumo en una bandeja para que ellas, a su vez, la moneticen o vendan.

Ante este panorama, Markus Gabriel propone medidas que él mismo define como extremas: la principal es que la Unión Europea, o alguna otra entidad, apague el internet estadunidense y reconstruya su propia red. En resumen, habla de una nacionalización del servicio de internet, equiparando este proceso a la reciente nacionalización de Air France llevada a cabo por el presidente de Francia, Emmanuel Macron. Gabriel plantea que esto garantizaría una protección a la privacidad y libertad del usuario, pero si pensamos su propuesta desde países como México, que padece una enorme desigualdad, esto podría ayudar a disminuir la brecha del acceso a internet, pues el motor principal deja de ser el económico. Esta arquitectura digital, como la define Gabriel, se convertiría en una infraestructura pública.

La propia UNESCO ya ha advertido que la excesiva gratuidad en línea podría tener un impacto negativo para los creadores .

SI TRASLADAMOS estas reflexiones al ámbito cultural, no sólo vemos un problema para quien consume contenido en línea, sino también para quien lo crea. En estos días de confinamiento, músicos, artistas, escritores, actores y todo tipo de instituciones o agentes culturales nos han regalado su obra en línea como un gesto de solidaridad. De esta manera hemos podido leer libros y artículos, explorar colecciones de arte o disfrutar de una obra de teatro desde casa, de forma completamente gratuita. El creador de ese contenido cree que nos lo está regalando y nosotros como público estamos seguros de estarlo consumiendo sin necesidad de desembolsar un solo peso, pero hay un tercero que sí se beneficia económicamente de ese contenido cultural: la empresa de la plataforma que lo contiene, llámese Facebook, YouTube o Google. Además, en el caso de México, no podemos dar por sentado que todos pueden consumirlo, precisamente porque aún hay una gran brecha en el acceso a internet y esto implica una exclusión de públicos vulnerables. La propia UNESCO ya ha advertido que la excesiva gratuidad en línea podría tener un impacto negativo para los creadores, de manera que podría ser un arma de dos filos: por un lado, ayuda a los museos a cumplir con el objetivo de difundir sus acervos y colecciones, pero por otro puede implicar una pérdida de propiedad intelectual e ingreso, tanto para los creadores como para los propios recintos culturales.

Ya en este espacio he planteado la importancia de que los museos e instituciones culturales ofrezcan contenido digital y cuenten con una buena estrategia de redes sociales, pero tampoco debemos caer en sus trampas; la pandemia nos obliga a plantearnos nuevos modelos digitales para el ámbito de la cultura. Creemos que las plataformas digitales la están democratizando, pero en realidad, los museos ya lo estaban haciendo y más aún en México, donde la mayoría de la oferta en este sentido depende de instituciones públicas y, por lo tanto, no tiene fines de lucro. Esto se traduce en una enorme variedad de actividades gratuitas, desde un día de entrada libre a todos los museos hasta conferencias, conciertos, talleres y demás actividades de vinculación con el público que no tienen costo alguno. Incluso, los museos privados también se han sumado al acceso gratuito. Esto es aún más democratizador que internet, pues mientras muchos mexicanos no tienen acceso a éste, todos podemos cruzar el umbral del museo. En otra conversación en el marco de El Aleph, Ernesto Piedras, especialista en economía cultural, planteaba que la brecha desigual en cuanto a la conectividad equivale a que a una persona le nieguen la entrada a una biblioteca por ser de escasos recursos; en esta analogía, la biblioteca bien podría ser Wikipedia.

Si algo ha puesto de relieve la crisis sanitaria es la desigualdad económica y social que aún existe alrededor del mundo, tanto en el acceso a los servicios de salud como a la posibilidad de quedarse en casa, pero también existe en nuestra aproximación a la cultura. Quienes estamos en este sector debemos empezar a cuestionar nuestras prácticas y proponer nuevas, planteando modelos que si bien garanticen el derecho a la cultura, no vayan en detrimento de los creadores.

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