El tren y la península, de Sky Richards y Andreas Kruger

FILO LUMINOSO

El tren y la península, de Sky Richards y Andreas Kruger
El tren y la península, de Sky Richards y Andreas Kruger Foto: mexicoescultura.com

Si algo hemos visto en los últi-mos años, muy en especial a partir de la pandemia, ha sido la enfebrecida polarización de opiniones en torno a decisiones tomadas desde el poder. La extrema ideologización, las teorías conspiratorias, la desconfianza hacia cualquier autoridad (política, científica o un experto, sea del campo que sea) han creado una atmósfera de tensión e inquietud, que a menudo impide cualquier debate o conciliación entre las partes. La irracionalidad se vuelve cada vez más difícil de distinguir de la disidencia y el escepticismo, de la histeria. La ilusión de que una sociedad hipercomunicada, siempre en línea y compulsivamente participativa estaría mejor informada que nunca y sería más democrática se ha desmoronado en tiempos de redes sociales, desinformación masiva, bots de manipulación de la opinión pública, influencers y deep fakes. Los megaproyectos de la actual administración mexicana (el Tren Maya, el Aeropuerto Felipe Ángeles, la Refinería Dos Bocas y el Corredor Interoceánico del Istmo) han sido motivo de apasionados cuestionamientos, defensas y descalificaciones. Por un lado se trata de obras emblemáticas, que corresponden al legado de esta Transformación; por otra, son obras con innegable impacto ambiental y social.

EL DOCUMENTAL EL TREN Y LA PENÍNSULA (2023), de Sky Richards y Andreas Kruger Foncerrada, es un recorrido a lo largo de partes de los 1500 kilómetros que tendrá el Tren Maya (en Yucatán, Campeche y Quintana Roo). No busca imponer un punto de vista, sino permite a personas de la región hablar por sí mismas, por sus comunidades y familias. Así, los herederos del legado cultural maya tienen la oportunidad de situar esta obra en el contexto de las transformaciones, las imposiciones y la explotación histórica de recursos de la Península. El proyecto es presentado en el contexto del desarrollo de otras industrias que cambiaron la región, como el henequén, la agricultura industrial y el turismo.

La controversia radica, obviamente, en el dilema que surge entre favorecer la economía mediante la creación de empleos e inyecciones de capital, y el impacto en la vida —especialmente de quienes menos tienen y que se beneficiarán de modo marginal, por la precariedad laboral, la gentrificación, la erosión de la cultura local y la marginación—, así como el costo ambiental. Es importante la visión de los locales, debido a que durante este sexenio los defensores a ultranza de los proyectos del gobierno han atacado y ridiculizado a los ecologistas que se manifiestan en contra del proyecto. Los acusan de burgueses urbanos que sólo quieren obstaculizar la Transformación.

Un pueblo vivo, que está enfrente de nuestras narices y al que ignoramos, sigue siendo explotado 

Los entrevistados no hablan desde lo ideológico ni representan grupos de poder, por lo tanto resultaría difícil descalificar sus posiciones. Al dar la palabra a 38 habitantes de cinco estados (los tres mencionados antes, además de Chiapas y Tabasco), los cineastas han querido evitar los reduccionismos políticos e ideológicos de rigor. De hecho, dejan que los comentarios y las aportaciones de los entrevistados vayan orientando la narrativa, tratan de evitar las preguntas que conducen a una simple polaridad entre estar a favor o en contra. Parte de la relevancia del documental radica en que Kruger y Richards se adelantaron a la construcción del ferrocarril, ya que comenzaron a filmar en 2020: ofrecen perspectivas de la gente desde antes de que iniciaran las obras. Un acierto es que recorren viejas estaciones previo a que fueran retomadas por la construcción del nuevo sistema de transporte. Podemos ver las ruinas de otros sueños de modernidad, la herrumbre en la que han terminado viejas fantasías y ambiciones de progreso. En su recorrido, la obra pasará por zonas económica, social y culturalmente diversas, en donde varía la actitud hacia la misma. Mientras para algunos representa el recuerdo de mejores tiempos, para otros —que son ajenos a esa experiencia—, hay inquietud, miedo y desconfianza.

EN 1982 TOMÉ UN TREN de la Ciudad de México a Mérida. Fue una experiencia alucinante, en la que después de algún tiempo perdí de vista de qué se trataba ese viaje interminable. En algunos tramos daba la impresión de que las vacas andaban más rápido que la máquina sobre las vías. Imposible no sentirse en el cuento "El guardagujas", de Juan José Arreola, o evocar a los surrealistas mientras avanzaba en esa ruina de hierro movediza, en un viaje delirante hacia el olvido. Y sin embargo, no soy inmune a la fascinación del tren. Este debate es también un choque de nostalgias: la de los que no quieren cambios y desean que su mundo se mantenga inmutable vs. la de quienes imaginan el renacimiento de un pasado ferroviario glorioso, al que quisieran volver. La idea de que éste es sólo un medio de transporte se revela en la cinta de Kruger y Richards como una perspectiva limitada. Obviamente se trata de una poderosa fuerza de cambio, que atraerá inversiones y ofrecerá tres tipos de servicios: de carga, de pasajeros y turístico, pero también generará cambios determinantes en todos los ámbitos. A un nivel muy evidente, se asume que sus costos —aun con la distinción entre pasajeros nacionales e internacionales— lo pondrán fuera del alcance de la mayoría de la gente, con lo que representará un nuevo sistema de segregación.

No se puede negar que muchas de estas poblaciones viven en un equilibrio frágil entre la tradición, las necesidades y las influencias externas. Los cineastas evitan hasta cierto punto llevar el debate por el camino de la protección del agua y los cenotes, los sitios arqueológicos, las especies en peligro de extinción —aunque este tema aparece. Optan más bien por la experiencia humana, los recuerdos, las expectativas y los temores. Y al adentrarse en la subjetividad —que, por supuesto, responde a siglos de historia y negligencia del centro—, descubren un debate humano, que no recurre a una competencia de detalles técnicos, de estudios ni de propaganda. El turismo ha traído enorme riqueza a Quintana Roo en las últimas cinco décadas, pero ésta no llega a quienes limpian baños, cortan pasto y sirven mesas. Buena parte de la población maya de la zona vive con sueldos de miseria, como servidumbre en esos desarrollos. Las promesas gubernamentales y corporativas son espejitos de papel que no representan la realidad cotidiana.

Una de las incógnitas de la historia de la península es: ¿qué pasó con los mayas? ¿Adónde se fueron? Mientras nos lo preguntamos, un pueblo vivo, que está enfrente de nuestras narices y al que ignoramos convenientemente, sigue siendo explotado y es víctima de las decisiones tomadas por quienes quieren beneficiarse de la riqueza y belleza de su tierra, historia y recursos.