El 15 de diciembre, a las 9:46 de la mañana, tres hombres sin camisa aparecieron de entre las ruinas del barrio Shujaiyeh, al norte de Gaza: pedían auxilio a gritos en hebreo, con las manos en alto. No llevaban nada que pudiera parecer un arma o explosivos, incluso alguno de ellos traía una bandera blanca hecha con un trapo. Habían sobrevivido a un cautiverio de 69 días y planearon cuidadosamente cómo aparecer entre la devastación, para ser identificados por los soldados que debían rescatarlos. No querían asustarlos, confundirlos ni provocar una reacción súbita y violenta.
EL GUETO
Una incursión bélica, coordinada por varios frentes de milicianos de Hamás y otras organizaciones guerrilleras palestinas, atravesó la barrera de separación desde la franja de Gaza, el 7 de octubre de 2023; atacaron una veintena de comunidades y siete instalaciones militares en Israel. El resultado fue la muerte de alrededor de 1151 israelíes —827 civiles y 496 militares—, entre ellos cerca de 200 extranjeros, y unos 1500 atacantes palestinos. A pocas horas de la agresión, llamada Operación Inundación Al-Aqsa, los medios occidentales ya la presentaban como una especie de 11 de septiembre israelí; fue el crimen con mayor número de víctimas contra el pueblo judío desde el Holocausto. Durante el reciente juicio en la Corte Internacional de Justicia, en La Haya, Sudáfrica acusó a Israel de cometer genocidio contra el pueblo palestino, ante lo que los israelíes respondieron que la verdadera matanza había sido aquel ataque de Hamás.
La Operación Al-Aqsa tomó por sorpresa al ejército y a las agencias de inteligencia israelíes; fue una humillación sin precedentes. La respuesta no se hizo esperar. Sin embargo, lejos de atacar a Hamás se enfocaron en restringir el acceso de agua, alimentos y medicinas a la ciudad de Gaza, así como cortar la energía eléctrica y limitar las comunicaciones. Todo ello, antes de lanzar la campaña militar punitiva más violenta, mortífera y extensa de la historia del conflicto israelí-palestino. El gobierno de Benjamin Netanyahu declaró que los objetivos de la operación de venganza, denominada Espadas de Hierro, eran rescatar a los rehenes tomados el 7 de octubre, exterminar a Hamás y desradicalizar a la población palestina (meta que hace eco al pretexto esgrimido por Vladimir Putin, de desnazificar Ucrania).
Masha Gessen, una persona no binaria, rusa-estadunidense y de origen judío, escribió "In the Shadow of the Holocaust" ("A la sombra del Holocausto"), un poderoso y controvertido ensayo publicado en diciembre en la revista The New Yorker, que le hizo merecer el premio Hannah Arendt.
Debido al hecho de que comparaba lo que sucede en Gaza con el gueto de Varsovia, la Fundación Heinrich Böll, una de las organizadoras del galardón, se retractó: junto con otros patrocinadores retiró su apoyo. En su texto, Gessen escribió:
Durante los últimos 17 años, Gaza ha sido un complejo amurallado, empobrecido e hiperdensamente poblado, donde sólo una pequeña parte de la población tiene derecho a salir, incluso por un corto período de tiempo —en otras palabras, es un gueto. No como el gueto judío de Venecia o uno pobre en una ciudad de Estados Unidos, sino como un gueto judío en un país de Europa del Este ocupado por la Alemania nazi… Pero como en los guetos judíos de la Europa ocupada, no hay guardias penitenciarios —Gaza no está vigilada por las fuerzas de ocupación, sino por una fuerza local.
Presumiblemente, el término más apropiado, gueto, habría provocado críticas por comparar el predicamento de los habitantes bajo el sitio de Gaza con el de los judíos encerrados en guetos. También nos da el lenguaje para describir lo que está sucediendo ahora en Gaza. El gueto está siendo liquidado.1
A las críticas por decir que los israelíes deseaban destruir Gaza como si fuera un gueto nazi, Gessen respondió: “La cultura de la memoria se ha convertido efectivamente en una política de la memoria”. Es decir que la historia se usa como estrategia ideológica. El Holocausto es tomado universalmente como un acontecimiento único, que sirve para reivindicar cualquier atropello a la ley internacional y que, además, se ha convertido en una herramienta para callar a los críticos de las políticas de Israel, señalándolos como antisemitas.
Los nazis usaban guetos para segregar y controlar a la población indeseable de los países que ocupaban; tarde o temprano los emplearon como puestos de tránsito hacia la deportación a los campos de la muerte. Los paralelismos entre aquel confinamiento y el sitio palestino en Gaza, con miras a una deportación, son inocultables. La violencia ejercida el 7 de octubre, por su parte, también se ha considerado equivalente a algunas rebeliones de esclavos, como la de Nat Turner en el condado de Southampton, Virginia, el 21 de agosto de 1831, en la que alrededor de 70 esclavos asesinaron a sus amos y a unos 50 blancos más, hasta que los detuvieron y ejecutaron. Días después fueron masacrados cientos de esclavos de la región.
LA VENGANZA
En el pasado se registran numerosas confrontaciones entre grupos de resistencia palestinos y el Estado de Israel. Lo que diferencia a ésta es el hecho de que más civiles han sido asesinados en Gaza, en menos tiempo, que en casi cualquier otro conflicto bélico moderno, incluyendo los peores momentos de la guerra estadunidense contra Irak, Siria y Afganistán. Así lo señala Lauren Leatherby en The New York Times.2 Israel argumenta que los civiles han muerto debido a que son usados por Hamás como escudos humanos. Según esta lógica, cualquier habitante de Gaza debería abstenerse de ir a hospitales, mercados, panaderías, zonas comerciales, templos, fá-bricas, plantas de luz y purificación de agua, además de abandonar barrios y edificios residenciales. Es una lógica totalmente insostenible, debido a que los bombardeos han sido masivos, indiscriminados, con artefactos de una y hasta dos toneladas, así como miles de bombas tontas (no guiadas). Israel ha ordenado evacuar algunas zonas de la ciudad, y en más de una ocasión ha abierto fuego sobre los campamentos de personas desplazadas. Los defensores de la masacre argumentan que la destrucción masiva es la única for-ma de eliminar los kilómetros de túneles que sirven para el transporte de armas y recursos, que son usados por Hamás para emboscadas y ataques. Después de tres meses de guerra, Hamás sigue presente y atacando. Algunos de sus túneles siguen ahí.
Ni el aniquilamiento de civiles en Gaza ni los asesinatos perpetrados por militares y colonos en Cisjordania (también Palestina) son un daño colateral
Ni el aniquilamiento de civiles en Gaza ni los ya cientos de asesinatos perpetrados por militares y colonos en Cisjordania (también territorio palestino) son un daño colateral. Aunado a la destrucción sistemática de cualquier construcción ubicada en la franja, son parte de un programa que busca la expulsión de los palestinos, además de eliminar toda posibilidad de regreso, para establecer en su lugar nuevos asentamientos judíos. Varios miembros del actual gobierno israelí y buena parte de la sociedad han expresado clara y abiertamente este objetivo. Esto a su vez confirma que se trata de un genocidio, es decir, el “intento de aniquilar a un grupo humano, aunque sea parcialmente, por las armas o al imponer condiciones brutales que hacen imposible la vida” (definición de esa palabra según el Estatuto de Roma, 2002). Este concepto se basa en la intención, la cual puede ser inferida con base en por lo menos uno de los siguientes actos cometidos con el propósito de destruir parcial o totalmente un grupo nacional, étnico, racial o religioso:
a) Matar a miembros del grupo;
b) Causar un serio daño físico o mental a miembros del grupo;
c) Deliberadamente infligir en el grupo condiciones de vida calculadas para provocar su destrucción física, total o parcial;
d) Imponer medidas con la finalidad de impedir nacimientos dentro del grupo;
e) Transferir por la fuerza niños del grupo a otro grupo humano.
Para dictaminar la ocurrencia de un genocidio también es necesario considerar la escala y naturaleza sistemática de la violencia durante un conflicto: los métodos utilizados, la elección de víctimas, las pruebas de encubrimiento de las acciones, los patrones de discursos o las narrativas empleadas tanto por políticos como por líderes militares.
Cuando escribo esto ya han pasado más de 100 días de ataques implacables desde aire, tierra y océano. La incursión terrestre en Gaza comenzó el 27 de octubre. Ha dejado más de 24 mil palestinos asesinados; casi 10 mil de ellos han sido niños. Los heridos suman conservadoramente más de 60 mil, mientras que varios millares se encuentran todavía bajo los escombros. Sobrepasa el 1.8 millones el número de palestinos desplazados hacia el sur de Gaza, donde sobreviven lastimosamente en condiciones de hacinamiento, hambre y epidemias infecciosas, despojados de todo y aun así, a merced de bombas y balas. Gaza pasó de ser la prisión al aire libre más grande del mundo a convertirse en un campo de muerte. Inhabitable. El gigantesco costo humano y material no ha saciado la sed de venganza de Israel; tampoco ha cumplido sus objetivos. En cambio, ha dado lugar a batallas en la frontera con Líbano en contra de la organización musulmana Hezbolá y un bloqueo hutí, en el Mar Rojo, a los barcos israelíes y aquellos que transportan bienes, armas o combustible a Israel. Se ha conformado un Eje de Resistencia de organizaciones militantes desde el Levante hacia la península arábiga.
LOS REHENES
El 7 de octubre, Hamás secuestró a cerca de 240 personas. En noviembre, 121 de ellas fueron intercambiadas por presos palestinos previamente arrestados —sin cargos ni condena, como “detenciones administrativas” del gobierno de ocupación. De los rehenes restantes se cree que 25 han muerto a mano de las propias bombas israelíes y por lo menos uno, Sahar Baruch, en un intento fallido de rescate.
Como decía al principio, el 15 de diciembre tres hombres aparecieron al norte de Gaza, pidiendo ayuda. Eran los cautivos Yotam Haim, de 28 años, y Alon Shamriz, de 26 años, ambos del kibutz Kfar Azza, así como Samer Fouad El-Talalka, de 24 años, de Hura. Al verlos, soldados israelíes abrieron fuego desde un tercer piso: asesinaron a dos de ellos e hirieron al tercero, Haim, quien logró escapar y ocultarse. Un comandante ordenó alto al fuego y llamó al sobreviviente. Éste, al salir, fue balaceado por dos combatientes que —se dice— no oyeron la orden del superior. El ejército declaró que la matanza de los rehenes había sido un “accidente”. El experto en inteligencia nacional, Melvin Goodman, lo señala como un error. La intención de los militares sí era matar, sólo se equivocaron al pensar que sus víctimas eran palestinos.3 El ejército argumentó que los soldados, algunos de ellos novatos, desconocían cómo confrontar civiles desarmados; que había ruido de tanques y temían una trampa; que estaban en una zona de combates y que habían perdido ya a varios compañeros. El miedo, el odio y las armas fueron más poderosos que la razón.
Tras analizar la conducta de soldados israelíes en las últimas décadas, sabemos que siempre han gozado de la libertad de matar palestinos en cualquier situación, sin necesitar pretexto ni enfrentar consecuencias significativas. Un evento clave ocurrió el 24 de marzo de 2017, cuando Elor Azaria, sargento y paramédico israelí de sólo 19 años, fue filmado asesinando a Abdel Fattah al-Sharif, palestino que presuntamente había atacado a un soldado en el barrio de Tel Rumeida, en la ciudad de Hebrón. Fattah quedó herido de gravedad. Yacía inconsciente y desarmado cuando —como muestra el video—Azaria se acerca a él, apunta casi con desgano y lo mata de un tiro en la cabeza. Fue un acto cruel, gratuito, rutinario, injustificado. Ante el hecho, sus compañeros reflejaron una “indiferencia monstruosa”, como escribe Gideon Levy.4 Los políticos de la derecha aprovecharon la difusión del video para lanzar una campaña de apoyo al militar y de deshumanización contra los palestinos. Azaria fue disciplinado y condenado a 18 meses de prisión. Nueve meses después fue perdonado, por la enorme presión política y social que provocó el caso. No hubo cargos contra los comandantes responsables, ni existió diálogo sobre lo que las imágenes representaban. Por el contrario, tras declarar que no tenía remordimiento, Azaria fue considerado un héroe. La idea de matar a los opositores de la ocupación ganó terreno por encima de la ley.
Se observa un deliberado esfuerzo por eliminar a la prensa, los intelectuales y artistas, no sólo para silenciar la información y apropiársela, sino para erradicar efectivamente la cultura palestina
Si bien es cierto que las ejecuciones de palestinos son recurrentes y van en aumento, se ha visto un incremento exponencial en los ataques contra la prensa y trabajadores de los medios de comunicación. En mayo de 2022 tuvo impacto mundial la noticia del asesinato israelí de la veterana periodista de la cadena Al Jazeera, Shireen Abu Akleh, mientras reporteaba desde Jenin. Para aquel momento, las muertes de reporteros a manos del ejército israelí sumaban más de 50, desde el 2001. Hoy la opinión pública se ha desensibilizado y la prensa internacional ignora esta catástrofe. El mismo día en el cual el ejército israelí mató a sus propios ciudadanos en vez de rescatarlos, le quitó también la vida al videoperiodista Samer Abudaqa; murió desangrado, luego de que se impidió que una ambulancia llegara a su ubicación. Mientras tanto, su colega Wael Al Dahdouh quedó herido en Khan Yunis. Ambos trabajaban para Al Jazeera. El 7 de enero de este año, el automóvil en el que viajaban los periodistas Hamza Dahdouh (hijo de Wael), Mustafa Thuraya y Hazem Rajab fue destruido por un misil. Los dos primeros murieron, mientras Rajab fue herido de gravedad. Desde el 7 de octubre, las fuerzas israelíes han matado a más de 100 periodistas, un número sin precedente —ello marca éste como el conflicto más mortífero para la prensa, de acuerdo con el Comité para la Protección de los Pe-riodistas. Se observa un deliberado esfuerzo por eliminar a la prensa, los intelectuales y artistas, no sólo para silenciar la información y apropiarse de ese “primer borrador de la historia”, sino para erradicar efectivamente la cultura palestina.
Es un arma de doble filo crear una atmósfera de legitimidad para las ejecuciones extrajudiciales y de tolerancia a los accidentes que ocurren cuando un soldado mata a alguien, pensando que es palestino. Los errores se multiplican debido a la proliferación de armas, la incompetencia, el miedo, el nerviosismo y el sencillo deseo de matar árabes para volverse héroes, como Elor Azaria. El 2 de diciembre pasado, el ciudadano israelí Yuval Doron Kestelman tomó una pistola y se dirigió a una parada de autobús en Jerusalén, donde se estaba llevando a cabo un ataque. Su intención era confrontar a los dos palestinos involucrados, pero cuando soldados llegaron a la escena, cre-yeron que él era uno de los atacantes y le dispararon. Kestelman tiró su arma, cayó de rodillas, levantó los brazos mostrando que no llevaba explosivos y suplicó en hebreo por su vida. Lanzó su cartera para mostrar su identificación israelí y comprobar su identidad. Lo ignoraron. Le dispararon nuevamente, ahora en el estómago. Pensando que era un terrorista, los servicios médicos no le ofrecieron asistencia. Murió rodeado de indiferencia. El religioso de extrema derecha del Knesset, Zvi Sukkot, celebró el hecho en Twitter/X como la muerte de un terrorista, hasta que se reveló la verdadera identidad de la víctima. Entonces borró discretamente su posteo. El soldado que jaló el gatillo, Aviad Frija, era miembro de uno de los movimientos radicales de colonos. El juez militar, Toby Hart, decidió que sus acciones se debieron a un “error honesto”.
De acuerdo con el diario israelí Haaretz, “el soldado que le disparó a los tres rehenes israelíes… confirmó haber visto que llevaban una tela blanca, pero no tuvo tiempo de entender la situación”. ¿Cuánto tiempo se requiere, cuando no se está bajo amenaza inmediata, para entender el significado de una bandera blanca? No ha quedado claro si los rehenes habían logrado escapar de sus captores, si fueron liberados o si es cierto lo que publicó el 20 de diciembre ese mismo diario: que cinco días antes de ser asesinados, un perro de la unidad Oketz del ejército, equipado con una cámara, los filmó en el interior de un edificio y que el ejército mató a sus captores. Nadie revisó el video filmado por el can, que también murió en la balacera.
Difícilmente sabremos con exactitud qué sucedió. Los soldados quizá pensaron que tenían enfrente a tres hombres que buscaban emboscarlos, supusieron que eran unos civiles palestinos tratando de huir de la violencia o asumieron que se trataba de milicianos rindiéndose, pero ninguna de esas opciones implicaba perdonarles la vida.
No consideraron que las tres personas eran el presunto objetivo principal de su misión bélica, lo cual debería ser muy preocupante para los altos mandos, pues eso demuestra que esta campaña es totalmente inadecuada para la meta que han manifestado.
Si no pudieron rescatar rehenes que salieron caminando, sin confrontar guerrilleros de Hamás ni obstáculos complicados, uno se pregunta: ¿a quién pueden rescatar entonces? Los soldados no estaban en auténtico riesgo ya que, aún si los hombres hubieran ocultado explosivos, estaban demasiado lejos como para causar daño. No podría ser más evidente que una incursión militar de rescate en la que se dispara contra todo lo que se mueva es inadecuada si se trata de salvar cautivos.
Haim era baterista en una banda de heavy metal; la noche en que fue secuestrado tenía una tocada en Tel Aviv. Shamriz quería estudiar ingeniería en computación y Talalka, parte de la minoría de beduinos árabes, pensaba casarse el próximo verano, era aficionado a las motocicletas y criaba pollos. El 16 de diciembre, The New York Times publicó esta información sobre las víctimas. El hecho de que sepamos quiénes eran, sus hobbies y ocupaciones se debe a que eran israelíes. De haber sido palestinos, sus muertes se hubieran hundido en la oscuridad del olvido, entre tantos otros nombres escritos apresuradamente en piernas y brazos de los muertos que van a las fosas comunes. Éste es un conflicto en el que sólo un bando es anónimo y sacrificable.
INMIGRACIÓN O MUERTE
Independientemente de la propaganda israelí o Hasbará que satura los noticieros y las redes sociales, el canal CNN reconoció recientemente que somete su cobertura del conflicto a un despacho en Jerusalén, para ser aprobada por censores militares.5 Además, los responsables de la matanza en el gobierno de Netanyahu no tienen pudor al confesar sus intenciones e incluso presumir sus deseos de acabar con la población palestina, ya sea por las armas o forzándolos a desplazarse a otros países. Itamar Ben-Gvir, ministro de seguridad nacional, llamó a la “migración voluntaria” (es decir, a la huida de gente desesperada, aterrorizada y hambrienta hacia países que Israel intenta presionar o sobornar para que los reciban, entre ellos Ruanda y Congo), y a construir en Gaza asentamientos exclusivos para judíos. El ministro de finanzas, Bezalel Smotrich, considera que la migración de palestinos es la solución al conflicto y un prerrequisito para asegurar la paz. Estas declaraciones no provienen exclusivamente del gobierno de extrema derecha, sino también de la oposición. Avigdor Lieberman, por ejemplo, declaró que Israel debe ocupar nuevamente el sur del Líbano. El desplazamiento de la población hacia la frontera con Egipto muestra la evidente intención de expulsarlos, en una segunda Nakba o catástrofe. La primera tuvo lugar en 1948, cuando más de 700 mil palestinos fueron movilizados a campamentos de refugiados internos y externos; 500 poblaciones fueron arrasadas. El legado de aquel desastre ha marcado a varias generaciones de palestinos. La actual masacre ha duplicado ya el número de refugiados y multiplicado la de muertos sucedida hace 75 años.
La humanidad está más sola que nunca, abrumada por el exceso de información, incapaz de discernir entre propaganda, verdad y fake news, ensimismada en un fatalismo altivo y un narcisismo egoísta
Estos números, sumados a la confesión de Netanyahu de que siempre se opuso y se dedicó a sabotear cualquier posibilidad de aplicar la “solución de dos estados” (la creación de un estado palestino viable), debería dejar en claro que los palestinos no tienen con quién negociar para encontrar formas justas de convivencia. Resulta difícil imaginar cómo establecer una relación entre iguales cuando miembros del Knesset, como Tali Gottlieb, piensan que “sin hambre y sed entre la población de Gaza no seríamos capaces de reclutar colaboradores, no podríamos reclutar espías, no podríamos sobornar a la gente con comida, bebida o medicina para obtener información, y sabemos que encontrar a los rehenes es un objetivo supremo y muy importante, junto con los objetivos del propio combate”.6
A LA VISTA DE TODOS
En los últimos años, cuando comenzaron a multiplicarse las cámaras de vigilancia en calles y espacios públicos urbanos quisimos creer que los crímenes ya no quedarían impunes. Los dispositivos corporales de grabación de los policías aseguraban que no habría más abusos de autoridad; la proliferación y el empleo masivo de las redes sociales auguraba el nacimiento de una sociedad alerta, en la que el flujo sin censura ni restricciones de información y conocimiento fortalecería la justicia social. No sucedió.
La humanidad está más sola que nunca, abrumada por el exceso de información, incapaz de discernir entre propaganda, verdad y fake news, ensimismada en un fatalismo altivo y un narcisismo egoísta
Los tres rehenes creyeron que bastaba con que los vieran para identificarlos. Se equivocaron. Asimismo, la difusión diaria de imágenes sobre la matanza de civiles en Gaza —hacer a media humanidad testigo del genocidio en tiempo real—, no ha detenido la masacre. Es cierto que miles de personas, en especial jóvenes, salen diariamente a las calles de todos los continentes a protestar por este aniquilamiento y corren el riesgo de violencia, estigmatización, represalias profesionales y arrestos. No obstante, la humanidad está más sola que nunca, abrumada por los excesos de información, incapaz de discernir entre la propaganda, la verdad y las fake news, ensimismada en un fatalismo altivo y un narcisismo egoísta. Las lecciones del Holocausto y la promesa del Nunca más son ahora más huecas e irrelevantes que nunca.
Una vez más, el miedo, el odio y las armas prevalecen.
Notas
1 Masha Gessen, "In the Shadow of the Holocaust", The New Yorker Magazine, 9 de diciembre, 2023. La traducción es mía. https://www.newyorker.com/news/the-weekend-essay/in-the-shadow-of-the-holocaust
2 Lauren Leatherby, "Gaza Civilians, Under Israeli Barrage, Are Being Killed at Historic Pace", The New York Times, 25 de noviembre, 2023. La traducción es mía. https://archive.is/v02i6.
3 Melvin Goodman, "Unmitigated Horror: Guernica, the Warsaw Ghetto, and Now Gaza", Counterpunch, 1 de enero, 2024. La traducción es mía. https://www.counterpunch.org/2024/01/01/unmitigated-horror-guernica-the-warsaw-ghetto-and-now-gaza/
4 Gideon Levy, "The Friendship That Could Have Been Between Azaria and Abed", Haaretz, 11 de enero, 2017. https://www.haaretz.com/opinion/2017-01-11/ty-article/.premium/the-friendship-that-could-have-been-between-azaria-and-abed/0000017f-df99-db22-a17f-ffb9b3f60000
5 https://theintercept.com/2024/01/04/cnn-israel-gaza-idf-reporting/
6 Posteado en X/Twitter, @tallygotliv, y en la cuenta del @KnessetT, el 23 de octubre, 2023.