I
El morbo y su leyenda negra mantienen viva a la Ciudad de México, antes llamada “DF”. La capital del robo, la mendicidad, de la violencia sin rostros. Pero la desmemoria y la desilusión han dado un golpe de timón por estos días, en el Complejo Cultural Los Pinos, el Museo Nacional de San Carlos y la Biblioteca Vasconcelos. Abren sus espacios para tres visitas y recuentos de la ciudad donde nadie es inocente. En el primer recinto, la retrospectiva “El ojo infinito, sucesos siempre vigentes en la nota roja”, del fotógrafo Enrique Metinides; en el segundo, “La noche nos pertenece”, un recorrido visual por un amplio territorio de lugares nocturnos que corroboran el ya desaparecido prestigio de una ciudad libertina; por último, “Alarma!, sexagésimo aniversario”, con mesas redondas, exposición de revistas y un documental sobre el semanario.
Las dos exposiciones y la jornada dedicada al semanario se complementan como un ge-neroso compendio de personajes marginales y marginados, incluso por la moral (un antecedente histórico de la corrección política, terca en imponer hoy conceptos y discursos bajo retóricas intransigentes en la realidad profunda de este país).
Es decir, todas las variantes del agandalle, la moralina, los placeres sexuales proscritos, la narcosis, la intensa vida nocturna y el involucramiento de la política, las artes y la farándula en el crimen organizado y la delincuencia común, como detonadores de una modernidad misógina y clasista, vanagloriada por la doble moral de los usos y costumbres urbanos.
LA CRUDEZA TRANSGRESORA de la vida en la capital la vuelve fuente inagotable de historias e interpretaciones de un pasado que, al menos al parecer, ofrecía más libertades y opciones para divertirse dentro de ese pequeño universo de lo prohibido. Tal y como ha sido la represión y la tragedia recargada con mayor frecuencia y dureza contra las clases populares.
A través de estas tres muestras museográficas corroboramos que el caos y lo prohibido siguen representando las fantasías de una metrópoli posmoderna. Los absurdos contrastes y la difusa identidad del capitalino vienen arropados por la tragedia.
Tradicionalmente los literatos y los artistas han dedicado tiempo y vasta obra en explorar las cañerías de la nocturnidad. Entre muchos otros sobresalen las viñetas de José Clemente Orozco, los grabados y pinturas de Isidoro Ocampo, las fotografías del Estudio Casasola y de Nacho López, ideas de Salvador Novo, el cine del Indio Fernández y Roberto Gavaldón. El Museo de San Carlos aprovecha el pasado patibulario de la colonia Tabacalera, donde está situado el recinto, que debe su nombre a la compañía cigarrera que ahí se estableció entre 1899 y 1930. A lo largo de los años, ese barrio se caracterizó por la arquitectura art déco que distinguió muchos de sus inmuebles, así como por el desarrollo de una vida nocturna que trazó una suerte de circuito de
centros nocturnos, bares, prostíbulos y hoteles de paso que abarcaban el Centro Histórico de la Ciudad de México, así como las colonias Guerrero, Roma y Nonoalco-Tlatelolco.
La noche, esa fantasía sensual de la aventura adúltera y de adulteraciones, transformaba los espacios públicos, no pocos de ellos clandestinos, en paseantes y exploradores estigmatizados y marginados por el resto de la sociedad capitalina debido a sus preferencias sexuales, su gusto por la narcosis y sus medios de supervivencia o, simplemente, porque vivían fuera de lo que era considerado correcto,
arraigado en los usos y las costumbres de corte mayoritariamente católico y sus reglamentaciones.
Si la segunda mitad del siglo XX representa los nuevos hábitos sexuales, el siglo XXI es sobre todo el de las ideologías marcadas por conceptos intransigentes hacia el deber ser de los cuerpos y sus placeres.
II
El caso de Enrique Metinides (1934-2022) resulta peculiar. No fue miembro emérito del Sistema Nacional de Creadores, jamás recibió beca alguna y ni siquiera sabía cómo solicitar apoyos financieros del Estado; en la serie de televisión Diálogos por México, el apartado correspondiente a la imagen no incluye una sola mención sobre quien probablemente sea el fotógrafo más importante de este país en la segunda mitad del siglo XX. Metinides, sin intelectualizar su discurso y con una espontaneidad candorosa, nunca se instaló en la comodidad de la imagen que volvió cliché al indio enigmático como personaje del surrealismo agavero, ni al obrero digno, ni la cuota de género y la inclusión que hoy tantos quieren presumir.
El idílico escenario del milagro mexicano propagado por aquel sistema político que cobijó a tantos artistas comprometidos con el pueblo, se desvanece en cada una de las imágenes de la crónica noir de este genial fotógrafo. Monsiváis, en su libro canónico sobre fotografía, Maravillas que son, sombras que fueron, apenas le dedica un párrafo. Al parecer, Monsi se sentía más atraído por la manía coleccionista del fotógrafo que por su prolífica obra.
Sin embargo, sus placas podrían ser consideradas emblemáticas para mostrar la tragedia de la modernidad fallida de la hoy Ciudad de México. A la altura del cine de Buñuel (Los olvidados), la obra plástica de José Clemente Orozco o de Daniel Lezama, el acervo personal de Metinides comprende más de cincuenta mil negativos, un archivo hemerográfico y una colección de objetos relacionados con su necrófilo universo personal. Más de cien mil imágenes que robustecen —en palabras de Antonin Artaud, refiriéndose al teatro— su relación atroz y mágica con la realidad.
ESTUVIMOS PRESENTES en la inauguración de “El ojo infinito”, la retrospectiva de Metinides. La Cabaña 1 del Complejo Cultural Los Pinos, alguna vez habitada por el expresidente Vicente Fox y su esposa Martha Sahagún (despectivamente mencionados en su discurso por la directora de la Secretaría de Cultura federal), se colmó de visitantes, prensa y familiares del fotógrafo. Más allá de las garnachas ofrecidas como cortesía a los presentes, formados en fila para recibir su tanda, ofrecida por la chef de moda, Elena Reygadas, los sentidos discursos de los familiares y funcionarios al micrófono poco o nada aportaron a la trascendencia del artista quien, como nadie, narró gráficamente ese modernismo abrupto, malhadado y salvaje, engendrado por un sistema político que hizo del abuso, la crueldad y la corrupción, los verdugos de las mayorías empobrecidas.
La exposición-homenaje, más que merecidos, dicen por sí mismos la necesidad de una crítica social apartidista, como parte de un reclamo social incumplido hasta hoy. Recorre la prolífica y singular mirada de un fotógrafo que la mayor parte de su vida fue menospreciado por trabajar en la estridente nota roja periodística.
Ensayos y sensibilidad de investigadores eruditos como Alfonso Morales en El teatro de los hechos fueron más allá de los prejuicios y valoraciones de los intelectuales remilgosos que ignoraron la obra completa, cruda y potente de Jaralambos Enrique Metinides, el cronista de la vida cotidiana sin idealismos, como la retrataba el cine mexicano y el discurso oficialista que veía realismo mágico donde abundaba lo grotesco.
III
La revista El Nuevo Alarma! cumplió cincuenta años en 2013 y dejó de circular el 17 de febrero de 2014, poco antes de la muerte por infarto de su director, Miguel Ángel Rodríguez, afectado por la desaparición del semanario al que entregó lo mejor de su oficio durante los últimos treinta años de su vida. Es la nieta de Alarma, otro semanario policiaco que circuló en la Ciudad de México en la década de 1950, e hija de Alarma!, fundada en abril de 1963 por Regino Hernández Llergo y de la cual, tras una desaparición de cinco años por censura en 1986, reapareció como la conocimos a partir de 1991.
Desde su primer número, no hizo más que confirmar que éste es el país de la eterna crisis, del delito y la tragedia. El horror se renueva día con día y nos hace voltear la mirada o abrir los ojos desorbitados como ninguna otra experiencia humana.
A El Nuevo Alarma! se le podría acusar de muchas cosas, menos de su capacidad de conmoción, pero sobre todo, de restregarnos sin ambages lo que somos. Desapareció anticipándose a la ineludible inclusión de género y las luchas del feminismo.
Esta revista representó uno de los registros históricos más contundentes y crudos para mostrarnos lo poco que hemos superado nuestros atavismos y lastres. En sus mejores momentos, allá por los años ochenta del siglo pasado, llegó a vender alrededor de 2.5 millones de ejemplares por semana, algo que ni en su fantasía más descabellada ha logrado jamás ninguna otra publicación periódica en México, sensacionalista o no.
Hoy en día abundan los reconocimientos al semanario. Es común leer ensayos, entrevistas y reseñas. Existen documentales sobre esta publicación, que hasta hace no mucho era considerada como entretenimiento vergonzoso para el populacho.
La esperpéntica revista fue (es) mucho más que sangre, encabezados llenos de humor involuntario que usan la sinécdoque como distintivo estilístico; resulta, como diría Sergio González Rodríguez en Crimen, terror y páginas (El Nacional, 1990) al referirse a la nota roja, “el retrato nítido de las instituciones que norman las conductas públicas y privadas, el juego contradictorio donde caben sus propias ilegalidades y corruptelas”.
CON SU ESTÉTICA ESTRIDENTE, El Nuevo Alarma!, con un tiraje mucho más modesto en sus últimos años que en la época de oro, se ha convertido en un referente ineludible entre las publicaciones de arraigo popular y considerada como un fanzine entre los círculos bohemios urbanos alternativos (de algún modo hay que llamarles). Es, además, referente obligado para las nuevas generaciones de escritores y artistas pop.
Alarma! sigue posicionada como testigo infatigable y hasta cierto punto naif: la distancia que los miles de lectores y fans establecen con la revista celebrando su aniversario nos revela mucho de un discurso que sólo es transgresor en el primer contacto visual, para convertirse en divertimento una vez superado el rito iniciático de la primera hojeada, que sorteando la censura y el menosprecio de la sociedad modosa y culta, se sumerge
como nadie en el infierno de la vida cotidiana en México.
La nota roja es como un acta judicial escrita a millones de manos, que da pie al registro de una memoria colectiva, sin la cual ninguna reflexión ni expresión artística estaría completa
Durante cincuenta años esta publicación puso un lente de aumento a los personajes y escenarios proscritos de esta sociedad; obligó a no ignorarlos, a darles la dimensión debida en un país cuya arrogancia pretende negar la presencia de la tragedia como hecho cotidiano. El Nuevo Alarma! puso en entredicho el discurso oficial triunfalista de cada sexenio. Nos obligó a aceptar que el mal existe y que está más allá de las admoniciones religiosas, las ideologías u oráculos funestos. La historia de México, pese a su rastro de sangre y su cauda de tragedias, ha sido escrita obviando la presencia de la nota roja como registro de nuestra resistencia o imposibilidad de alcanzar la modernidad por vías civilizadas y de paz social permanente.
El Nuevo Alarma! pudo sostener su permanencia en los puestos de periódicos debido a la impunidad y la injusticia que vivimos a diario. De ahí su valor histórico.
LA MUESTRA EFECTUADA el primero de julio de este 2023 en la Biblioteca Vasconcelos abordó medio siglo de depredación, de muerte bajo condiciones brutales, fortuitas, extremas, tanto de tragedia y absurdo, de miedo y asombro, como de morbo y frivolidad. Las Poquianchis, El Negro Durazo, la ejecución de Paco Stanley (hoy otra vez puesta de moda en un documental), San Juanico, el terremoto de 1985 en la Ciudad de México, los decapitados y ajusticiados por el narco, entre muchos otros personajes y sucesos que cubrieron las estruendosas primeras planas —en sepia y amarillo al principio, a todo color con el paso de los años. Carlos Monsiváis lo ex-pone en Los mil y un velorios:
Las noticias de los crímenes son pasiones gritadas o vividas a voz en cuello donde encarnan caprichosamente el sentido de justicia y el sentido de libertad. En el tránsito metafórico, los crímenes dejan de ser sacudimientos colectivos y devienen leyendas hogareñas.
EL NUEVO ALARMA!, digna heredera de una larga tradición de publicaciones sensacionalistas, constituyó un palco con ubicación inmejorable para sumergirnos en la historia subterránea, intensa y cruda de un país que a cuchilladas, balazos, tubazos, atropella con la imprudencia de un cafre sexenal, que conduce un auto de lujo hacia los grandes proyectos nacionales que sólo benefician a una élite; mientras tanto, los desbarrancados, violados, macheteados, encolchados y encajuelados encontraron su reflejo más puntual en esta publicación que se ha vuelto inmortal, con todo y lo paradójico que esto pueda parecer.
Ningún país escribe su historia dejando fuera el crimen. Ningún arte es pleno si permanece ajeno a la presencia del mal que nos acecha en cada uno de los actos humanos.
La nota roja es como un acta judicial escrita a millones de manos, interminable, que da pie al registro puntual de una memoria colectiva, sin la cual ninguna reflexión filosófica ni expresión artística estaría completa. El Nuevo Alarma! como una representación, diría Aristóteles, nos protegió de nuestro propios impulsos de convertirnos en aquello que nos horroriza. Lectura obligada durante cincuenta años para un pueblo que ve en ella su página de sociales del infierno, esta publicación hoy homenajeada por los mirones (como llamaba Metinides a los testigos que él fotografiaba en sus escenarios), permitió hacer la catarsis de nuestra emoción y nos condujo sin intermediarios al espectáculo supremo de la abyección humana.
EPÍLOGO
En las dos exposiciones y en la jornada con varias conversaciones y la exhibición de un documental, todo en un solo día, se extrañan las ideas de escritores como Sergio González Rodríguez y su erudición en Los bajos fondos, Gabriela Pulido y El mapa "rojo" del pecado, Pablo Piccato y su Historia nacional de la infamia. Como ellos, hay varios otros especialistas y bibliografía sobre lo anormal y criminal en la leyenda negra de esta ciudad. La vida nocturna urbana y sus lenguajes en la cultura popular no se conciben sin la presencia del miedo como arma de represión y moralina. El cine, la prensa, la literatura y las artes plásticas asocian la noche con la maldad. Hay un lenguaje, una estética, un discurso en lo patibulario y en la sensualidad censurable.
La capital del vicio ha dejado de ser escandalosa. Hoy la conocemos a través de cenáculos.