Toda mi vida he orinado demasiado. Y si cheleo es peor. En la cantina me echan un chingo de carrilla. Vejiga caída, cansada, de enano, de bebé, me dice la raza burlesca porque me levanto seguido a miar. Siempre lo consideré un defecto de mi organismo, hasta que un médico me dijo que era sinónimo de buena salud. Hay épocas en que me doy vuelo. Sobre todo cuando estoy en situaciones estresantes. Lo que indica que la frecuencia de mis micciones tiene un componente emocional. Entre más ansioso me encuentro, más voy a vaciar el boli.
Con el paso del tiempo uno aprende a reconocer su cuerpo. Lo que no significa que la mordedura de serpiente de una enfermedad crónica degenerativa no vaya a propinarnos el tarascazo en cualquier momento. Despierto una vez por la madrugada para ir al baño. Está dentro del presupuesto. Pero hace unos días me ocurrió algo desconocido. Me paré a orinar entre seis y siete veces. Y me alarmé. Por mucho que intentara dorarme la píldora no conseguí impedir que mi cabecita loca se desbocara al pensamiento catastrófico. Lo que se agravó porque al despertar seguí vaciando la vejiga con la misma intensidad que la pipa del municipio riega las plantas del camellón de la avenida Colón.
LA BRONCA DE ORINAR en exceso es que pierdes mucho líquido. Se soluciona bebiéndote un suero. Pero esta ocasión perdía electrolitos más rápido de lo que los podía reponer. Al segundo día ya tenía los ojos hundidos, labios partidos, estaba todo débil y me sentía como una ciruela pasa. Comenzó entonces la danza para descubrir el motivo de tanta miadera. El primer paso fue el examen general de orina. En la fila para entregar la muestra el más joven era yo, of course, luego seguía un don de 63 años y de ahí pal real. El resultado salió perfecto. Pero yo presentaba un cuadro infeccioso. Sufría escalofríos y sentía ardor al orinar. Los padecimientos comenzaron a desfilar: ¿cistitis, uretritis, whatever?
El segundo paso fue el urocultivo. Esperé el resultado noventa y seis horas que pasé en ascuas. Ni en verano y después de una peda de tres días me he deshidratado tanto. El médico sospechaba de una pielonefritis. Pero fallo renal no era. Como a mi cuerpo le encanta hacerme gastar, el resultado salió negativo. Para que tuviera que hacerme otra prueba. El paso tres. Un ultrasonido de riñones, vejiga y próstata. A estas alturas la boca me sabía salada y sentía calambres en los testículos de tanto desaguar. Comprendí entonces el verdadero sentido de la frase andar seco. ¿Y si orino hasta la muerte?, comencé a preguntarme.
Ajá, dijo el laboratorista mientras me realizaba
el ultra. La próstata está agrandada
Ajá, dijo el laboratorista mientras me realizaba el ultra. La próstata está agrandada. Chingao, así que ahí está el pedo, me dije. Y lo primero que se me vino a la cabeza fue Zappa. Que se nos fue de cáncer en la próstata. Y pensé en Rafael Pérez Gay y su Perseguir la noche. Hace pocas semanas cumplí cuarenta y cinco. Edad en que la glándula se comienza a rebelar. No te preocupes, me dijo el médico. Puede ser una prostatitis. Pero cómo no me iba a patinar. Desde niño fui educado para reaccionar, tanto a lo bueno como a lo malo, de manera histérica. Tuve que pasar cuarenta y ocho horas sin ningún tipo de esfuerzo para que los resultados salieran lo menos alterados posible. Me aburrí mortalmente.
Paso cuatro, el chingado antígeno presentó valores de punto cincuenta y cuatro. El médico me felicitó. Tienes próstata de veinteañero. Y no me alegré, porque se presentaba una posibilidad escalofriante: la diabólica. Mi abuelo fue diabético, le mocharon una pata. Mi tío El Aguacate es diabético. La predisposición genética me tiene maldecido. El paso cinco sí que fue una buena noticia. Mi nivel de glucosa en la sangre es de cinco. Tomemos en cuenta que el rango normal es de 5.7. Agotadas todas las posibilidades, el diagnóstico fue vejiga hiperactiva por ansiedad. O interactiva, como le decía mi abuela, quien padeció el mismo mal.
¿Y ahora?, le pregunté al médico. Medita, me recomendó. Me fui del consultorio maldiciéndolo.
Qué voy a meditar ni qué la chingada. O haz algo que te relaje, sugirió. Buscando en el archivero de mi mente me cayó el veinte de que lo que más me relaja es ir al parque de beis y comer semillas. Así que mi terapia es ver repeticiones de partidos de las grandes ligas en YouTube. Mis correrías al baño han comenzado a moderarse. Todavía no me rehidrato, pero poco a poco he recobrado la forma humana.