NOTA, SELECCIÓN Y TRADUCCIONES
GUILLERMO DE LA MORA IRIGOYEN
Roland Jaccard (Lausanne, 1941) es un provocador en todos los géneros que ha incursionado: periodismo, ensayo, novela y diario íntimo. Suizo de origen y parisino de adopción, aunque velado por sus antepasados austriacos, formado en el psicoanálisis y doctor en ciencias sociales, se ha especializado sobre todo en el diletantismo. Dandy septuagenario, amante de las piscinas, el ping-pong, Schopenhauer y las películas de Billy Wilder. Cercano al filósofo Emil Cioran, optó por rodearse de figuras que cultivan la ironía, la melancolía y un nihilismo chic.
Fue colaborador de la sección cultural del diario Le Monde durante décadas, así como director de la colección Perspectives critiques de la editorial Presses Universitaires de France. Actualmente contribuye en la polémica revista Causeur, publica haikús visuales en un canal de YouTube y lleva un blog con su nombre: leblogderolandjaccard.com
De su autoría, se encuentran en español El hombre de los lobos (Gedisa, 2009), Freud (Ariel, 2014), Retorno a Viena (Moho, 2016) y Cioran y compañía (Moho, 2019). En todos sus textos, Jaccard mezcla el ensayo literario con la crónica y la biografía, la confesión con el vagabundeo erótico y filosófico. Su panteón personal es muy heterodoxo: poetas suicidas japoneses se entremezclan con geniales misántropos austriacos y amantes coreanas veinteañeras.
Ofrecemos una selección de sus aforismos, fragmentos provenientes del infierno cómodo de la contemporaneidad. Además, una pequeña muestra de su diario íntimo. Soyez les bienvenus!
DESDE JOVEN me sentí identificado con Ahasverus, el judío errante. Según la tradición, por haber tratado con atrevimiento a Jesús en su camino a la cruz, fue condenado a no encontrar reposo en ninguna parte y a sufrir el paso de los siglos como un muerto viviente. Esta maldición resulta al mismo tiempo una bendición. Se convierte en una figura del desarraigo, del desapego y de la inversión de valores. Un soñador irónico, infiel a todas sus promesas, es decir, en quien yo aspiraba a convertirme.
Pasado el tiempo, ahora aspiro incluso a mucho menos.
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PARA TIPOS como yo, el mundo sólo existe como una decoración de sus pasiones o un laboratorio de sus conflictos. Esto lleva a vivir muchas vidas, a fracasar en todas y a mantener como único horizonte su propio entierro.
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SÓLO SOPORTO a los individuos que se ahorran la vulgaridad de una nacionalidad o una religión. Individuos ante los cuales la Tierra debería inclinarse.
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CADA AÑO, en la noche de Navidad, un padre de familia salía de su casa para disparar su escopeta al aire. Al regresar tranquilamente con sus niños, aterrorizados, les decía: “Santa Claus se ha suicidado de nuevo”. ¿Se podría acaso pedir un mejor regalo de navidad?
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AQUEL PADRE, indignado porque su hijo no logró aprender nada de sus lecciones de cinismo, se limitó a enviarle, a causa de su matrimonio, el siguiente telegrama: “Casarse en la juventud es como comprar un calentador eléctrico en pleno verano”. A lo que el hijo le respondió enseguida: “¡No cuentes conmigo para enviarte un ventilador al infierno!”.
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LA INGRATITUD de los hijos hacia los padres es la forma más sincera y pérfida de amor hacia sus progenitores.
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EN EL MEJOR de los casos, cada encuentro se desarrolla bajo el siguiente programa: el primer día está destinado a la excitación, el segundo a la curiosidad mórbida y el tercero a la indiferencia. Cuando la excitación se prolonga, lo peor no se encuentra lejos.
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LOUISE BROOKS daba este consejo a las jovencitas: “Los hombres crueles no se encuentran fácilmente, si logran encontrar alguno, ¡no lo dejen escapar!”. Intenté sin éxito ser un hombre cruel.
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UNA JOVENCITA QUIERE mudarse conmigo, una buhardilla en la calle Oudinot. Me pregunto cuál será la razón de este arranque. Abro al azar un libro de psicoanálisis y tropiezo con la respuesta adecuada: para olvidar que en el fondo somos seres extraños el uno para el otro. El amor es el más sutil de los instrumentos para medir esta extrañeza.
La ingratitud de los hijos hacia los padres es la forma más sincera y pérfida de amor hacia sus progenitores
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CADA MUJER que he amado ha sido como una estación en mi viacrucis personal. He podido escapar a la crucifixión misma. Hace falta algo de inconciencia para adentrarse en una historia de amor y mucho valor para salir.
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KIERKEGAARD, AL INVITAR a su prometida Regina Olsen a la representación de Don Giovanni, se levantó después de la obertura y le dijo: “Partamos, que ya has visto la mejor parte: la espera del placer”.
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TRAER UN HIJO al mundo es de antemano abusar de él. Ante la sola idea de poder dar vida, todo hombre sensato debería optar por la muerte.
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LA ÚNICA ACTIVIDAD que realmente les proporciona satisfacción a las mujeres: ir de shopping. La única actividad que proporciona una satisfacción real a los hombres: maldecir a las mujeres. Su coexistencia es resultado de un milagro negativo.
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TENGO ALGO de experiencia de pareja. Sé que para lograr una erección hay que babear un poco. Las mujeres se encuentran allí para lograrlo, como instrumentos intercambiables de un placer casi siempre idéntico. Tengo también experiencia con la soledad. Me otorga un sentimiento de superioridad y también hace de mí un paria. Cuando cae la noche, me trago mi orgullo e imploro una caricia, sabiendo de antemano que pronto morderé la mano de quien calme mi angustia.
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EL SUEÑO SECRETO del siglo XX habría sido el de escuchar “el último suspiro de la especie”. Otro sueño fallido...
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MI MAESTRO 1 me repetía alegremente que, desde que salía de su casa, la primera palabra que venía a su mente era exterminio. Él vivía en una época aún generosa, en la que para bien o para mal uno se preocupaba por sus semejantes.
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SE HA VITUPERADO mucho a Hitler. Él cuando menos logró curar a la humanidad de su optimismo histérico.
LOS FILÓSOFOS, cuando son cabrones de alcurnia al estilo de Diógenes, Gracián, Kierkegaard, Nietzsche, Wittgenstein y Cioran, los adopto en mi panteón personal inmediatamente. Si por el contrario se revisten de profesores y otorgan a sus indagaciones teóricas o a los comentarios eruditos más importancia que a su vida, los abandono. Mi naturaleza es problemática, consagraré todas mis fuerzas a ahondar en ello. He aquí lo que se han dicho a sí mismos los filósofos que me importan.
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NO NOS ENTREGUEMOS al ridículo de hablar de cosas serias, sería como hacer el amor para concebir hijos.
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No es extraño que hablemos como idealistas y actuemos como mercaderes, sino que seamos lo suficientemente crédulos para imaginar que podría suceder de otra forma con nuestros interlocutores: aquel que no tiene nada que vender, no tiene nada que decir. Y aquel que no tiene nada que decir se encuentra preparado para la locura o la santidad.
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DE VEZ en cuando, me llegan aforismos de Bélgica en papel de colores y cortados al estilo del confeti. ¡Scutenaire2 vive aún! Les comparto los mejores: “Seremos felices el uno con el otro. Yo, permitiéndome fracasar a cada oportunidad y tú persuadida de que nunca la hubo”. O también: “No habiendo nacido mediocre, me convertí por mimetismo”. Y sobre todo, aquel que me llegó directo al corazón, pues acababa de regresar de Lausanne para visitar a mi madre: “Al morir nuestros padres, nos parece que al fin podemos vivir. Pero ya es demasiado tarde. Habiéndolo previsto, ellos nos dejan un poco de dinero para consolar nuestra decepción”.
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EN LAUSANNE, un amigo de infancia me dijo: “El hecho de que tu padre y tu abuelo se hayan suicidado no te obliga a seguir el mismo camino”. Luego añadió con perfidia: “De cualquier manera, te pareces mucho más a tu madre, ahora nonagenaria; así que no te encuentras todavía cerca del final de tus penas”. Él no se equivocaba, yo quería ser el hijo de mi padre y terminé siendo la hija de mi madre. Es a ella a quien mataría si me suicido. “Lo que poseemos en valor, lo tenemos en vínculos con la vida y la muerte”, afirmaba Wittgenstein. Si mis vínculos con la vida y con la muerte son tan estrechos, quiere decir que... ¿Existe acaso una peor humillación que la de terminar como un escritorzuelo? El punto en común de los escritores de mi género: son cobardes y vanidosos. Literariamente, esto da en ocasiones buenos resultados, pero humanamente es siempre una catástrofe.
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A TODOS AQUELLOS que se sorprenden del hecho de que me encuentre todavía con vida, les respondo: es posible suicidarse sin morir. Es lo que he hecho a través de mis libros. Una solución muy cómoda, muy suiza...
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LA OBSTINACIÓN TEXTUAL se encuentra emparentada con la obstinación terapéutica o el acoso sexual. Es pesada, vulgar y odiosa. Es preferible disfrutar los libros, la vida y las mujeres con ligereza. Luego, dejar que el olvido lo cubra todo.
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UN TONO ligeramente soberbio, recubierto de ironía, negligente y a la vez elegante. ¿Qué no hubiera yo sacrificado por tenerlo? Me fue necesario pasar primero por los senderos humillantes de la universidad y realizar mi propio aprendizaje en materias de pretensión. Intenté emanciparme de ésta a través del periodismo, para acabar en un conformismo peor. De pedante, me convertí en superficial. Montaigne, Benjamin Constant, Nietzsche y Cioran me mostraron el camino. Aun así, cuando al fin encontré mi tono, conocí una última decepción. Tantos esfuerzos para avanzar tan poco. Erraba los blancos cercanos mientras apuntaba a un objetivo que los demás ni siquiera podían distinguir. Por despecho, me dediqué a utilizar mi arma contra mí mismo. “Estrategia de impotente”, mascullé, al dejar mi pluma.
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CUANDO UN ESCRITOR voltea, ve la sombra de otro escritor.
Cuando un crítico voltea, ve la sombra de un eunuco.
El gran desconocido, al intentar definirlo, voltea: se pregunta de quién están hablando.
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A estas alturas, ¿qué más puedo esperar que un ventilador en el infierno?
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¿Nada nuevo bajo el sol? Claro que sí: ya no hay sol.
Notas
1 Se refiere al filósofo rumano, de expresión mayoritariamente francófona, Emil Cioran (1911-1995). (N del T).
2 Louis Scutenaire (1905-1987), escritor de expresión francófona. Para describirse, utilizaba la siguiente frase: “No soy ni poeta, ni surrealista, ni belga”. (N. del T.).
Fuente
Un climatiseur en enfer, Editions Zoé, Suiza, 2000.
VISITA A MI MADRE
Me encontraba una vez más en Lausanne, precisamente en la habitación 607 del Hotel de la Paix. Había traído conmigo Hot Water Music de Charles Bukowski. Estaba aquí para interpretar el grotesco y mezquino papel del hijo bueno, hazaña que nunca me ha costado gran trabajo desempeñar.
Alrededor de las seis de la tarde, entré en escena en la residencia geriátrica de Rumine. Allí me esperaba una vieja caprichosa y afligida, que actuaba como si yo hubiera llegado al mundo para estar a su servicio. Primero que nada, me exigió hablarle por teléfono a sus amigas, para que así se dieran por enteradas de que al fin su hijo adorado vino a visitarla. Era indispensable que se metieran bien en la cabeza que su retoño, a pesar de las apariencias, no era un ingrato. Todo lo contrario, se trataba de un hijo preocupado por la salud de su madre, que le traía flores y la felicitaba por su buen gusto. Era imperioso que sus amigas se dieran cuenta de que ella no era una vieja abandonada, repleta de angustias, sino una personalidad de excepción que además engendró a otro ser de excepción (su hijo era un escritor conocido que vivía en París); al menos, así le gustaba imaginárselo.
UNA HORA DESPUÉS pasamos a la mesa. Me dijo que lo que a ella en verdad le gustaría, era tener una mucama, una cocinera y un chofer. Era como escuchar un fragmento de Sunset Boulevard con Gloria Swanson, Von Stroheim y la proyección de las películas que eternizaban sus glorias pasadas. Mi madre mimetizaba a las estrellas de cine en decadencia. Incluso usaba gafas negras. Me tomó del brazo, como para cerciorarse de que en verdad se trataba de su hijo.
—Nunca he olvidado —me repitió por enésima vez— cómo entrabas a hurtadillas a mi habitación cuando me encontraba enferma para gritarme: “Ich bin der Tod! ".1
—Así es, en ese entonces poseía el saludable sadismo de los inocentes...
—Claro que no, lo que tú querías era que yo muriera. Somos muy parecidos. Heredaste de mí el gusto por la muerte. Has sabido sacarle provecho.
A ESTO, ella añadió que todo el mundo le deseaba la muerte, aunque en verdad creyera lo contrario. En el fondo, pensaba que era querida por los demás. Esto parecía indicar que su hijo era un buen actor. Y bueno, después de todo, ¿por qué no habría de quererla? ¿Acaso sería una extravagancia hacerlo? Es mejor no escarbar demasiado en las tinieblas del alma. Es mejor permanecer en esta ficción amable. Además, ¿quién tendría la voluntad de romperle el corazón a una viejita que se encamina hacia la muerte? Es necesario ser un monstruo en la escritura, pero más vale ser cortés en la vida cotidiana. En realidad, ésta es una regla mucho más difícil de cumplir de lo que parece: yo me encontraba poseído por mi actuación, dormía mal y había perdido la libido. Maldije a Lausanne y me di asco por jugar al niño hipócrita.
Sin embargo, sé que hubiera sentido incluso más asco si hubiera renunciado a este papel. La pieza de teatro no tenía que durar mucho tiempo: apenas un par de días. La función se reprogramaba cada seis meses. En ocasiones incluso llegué a sentir una cierta ternura por esta mujer que me dio la vida (un crimen imperdonable) y que nunca llegó a entenderme (algo que jamás le facilité, hubiera detestado ser transparente a sus ojos). Además, ella misma representaba muy bien el papel de vienesa histérica y madre judía, mezcla única de humor, impetuosidad, excentricidad y mala fe. Su talento pudo haber tenido un mejor público. Tal vez la hubiera amado si yo no hubiera sido su hijo. Los lazos de sangre lo pervierten todo, es lo que los hace más interesantes.
A cada nueva visita, constataba cómo mi madre se iba hundiendo en la vejez y en la soledad. Tenía la pinta de un cachorro abandonado. Por esta razón, cuando tocaba el timbre de su puerta a las seis de la tarde, ella corría la cortina y parecía la mujer más sorprendida del mundo. Su hijo, el escritor venido de París, parecía tener el poder de borrar por un momento el pesado yugo de su edad. En cada ocasión, el show terminaba a las ocho de la noche. Ella debía prepararse para irse a dormir. Si alguna vez soñaba con su hijo, éste representaba a un príncipe azul, aunque es posible que también a un verdugo. Nada importante, los sueños se olvidan rápidamente.
En ocasiones incluso llegué a sentir una cierta ternura por esta mujer que me dio la vida (un crimen imperdonable)
MI MADRE se quejaba de la soledad. “Yo soy la única de mi familia que está totalmente sola.
Nadie me tomará de la mano cuando agonice”, me repetía incesablemente por teléfono. Me quedo pensando. ¿Por qué alguien habría de tomarnos la mano en medio del camino a la muerte? El evento debe ser ya lo suficientemente penoso para además soportar la presencia del otro. En sus quejas se escondía un reproche: ¿por qué mi hijo querido no vendrá a visitarme en Navidad? ¿Por qué se comporta de manera tan indiferente, tan glacial? Simulé compadecerla, mientras ella simuló entenderme. Pero yo no la compadecía ni ella entendía nada. O tal vez lo hacía demasiado bien.
DOS DÍAS DESPUÉS me enteré de su muerte. Pensaba cínicamente en las ventajas que esto podía conllevar. Además, sigo convencido de que aquellos que no ven la muerte como un triunfo son los más miserables perdedores de esta obscena carrera que es la vida.
La verdadera sorpresa me llegó al descubrir entre sus papeles una carta dirigida a mí. En ella, me decía: “... es natural que un hijo mantenga a sus padres en las tinieblas para cumplir su destino”. Ella también lo había hecho, así como mi padre y como Stroheim,2 a quien ella conoció y amó en Viena en 1930. También me decía en la carta que ella era consciente de que si al menos una madre no se atrevía a abortar a su hijo, por lo menos debería hacerle un favor y morir joven. Imploraba mi perdón, concluyendo a su vez que yo también algún día iba a necesitarlo.
En ese preciso momento sentí un gran orgullo de ser su hijo y de haber heredado de ella esa lucidez demasiado elegante para ser un asesino.
Notas
1 “¡Soy la muerte!”, en alemán. La madre de Roland Jaccard era austriaca. (N. del T.).
2 Erich von Stroheim (1885-1957), de nombre real Erich Oswald, fue un actor de origen austriaco que hizo fama en Hollywood, primero como figurante y luego como director de cine. Era célebre por impersonar a oficiales nobles prusianos o austriacos, de quienes se proclamaba descendiente en la vida real. Lo cierto era que sus raíces provenían de una modesta familia de comerciantes judíos. Tuvo que emigrar a Estados Unidos después de una fallida carrera militar y de acumular deudas en Viena. Su pasado fue celosamente guardado, incluso sus últimas cónyuges y sus hijos ignoraban su verdadero origen. En su lecho de muerte recibió la Legión de Honor del Estado francés. (N. del T.).
Fuente
Une visite à ma mère, Editions Zulma, Paris, 2002.
UNA SEMANA CON KARINA
12 de septiembre, 2019
No sé lo que me pasa.
Decidí ponerle fin a mi vida sentimental. Después de todo, tengo casi ochenta años. Abusé del papel de viejo galán, rol que además siempre me pareció ridículo. Mi última conquista tenía cincuenta años menos que yo. Ella me dejó, algo que ya esperaba y además apruebo. En su lugar, yo habría hecho lo mismo.
Un amigo me aconsejó inscribirme a Tinder y volverme más activo en redes sociales. Me puse manos a la obra. La experiencia no fue muy satisfactoria: muchas chicas superficiales además de analfabetas, la mayoría me resultaban demasiado viejas o gordas (o ambas). Así que volví a recurrir a Asia Charm.1 De esta forma viajaría a Asia sin las desagradables experiencias del turismo sexual. Cedí ante las conveniencias de lo virtual.
De manera inesperada, recibí a medianoche un mensaje de una chica que no tenía dónde dormir. Yo había tomado somníferos, pero intrigado por la situación, le propuse venir a mi casa. No esperaba nada, teniendo como principio fundamental que nunca se debe esperar nada, salvo lo peor. Lo peor incluso tiene su encanto. Pensaba hasta en escribir un libro sobre Magda Goebbels.
No fue la fanática del Tercer Reich la que llamó a mi puerta, sino una chiquilla con una maleta enorme. Estaba tiritando, así que le preparé un té. Estaba muy cansada y lo que necesitaba era una cama. Yo quería su cuerpo infantil, pero no insistí. Regresé a mi habitación. Unos minutos más tarde ya se encontraba dormida. De ella, sólo sabía que su película favorita era Pierrot, el loco. La mía también, eso ya era algo. Además, ella tenía un bonito fleco... ¿Qué más podría pedir? La bauticé como Karina, tendría más información sobre ella al día siguiente.
19 de septiembre, 2019
Exceptuando un beso en la boca por la mañana, no supe nada más de ella. Cuando yo todavía estaba dormitando, ella se fue a trabajar. Espero no haber tenido mal aliento.
“Ella es una chica de su generación”, me dijo Philippe Garnier con una cobardía ensayada, mientras cenábamos anoche en Chez Yushi. También me dijo: “En menos de un mes te aburrirás de ella”. Algo que aprecio de Philippe es su gusto por la decepción y el fracaso. Para él, todo culmina en el fracaso. Esta actitud nos hermana, aunque dudo que él todavía goce de las caricias y los mimos de alguna jovencita. Demasiado apático. Yo todavía aspiro a regresar a mi adolescencia. Es evidente que los viejos somos unos ridículos. No hay locura mayor que la de un viejo.
Karina es mitad turca, mitad armenia y deja su maleta en mi casa. Habla muy rápido y casi sin articular, así que entiendo apenas la mitad de lo que dice. Fenómeno importante en una pareja. Veremos en un mes si Philippe Garnier tiene razón. Él escribió una novela titulada “Mi padre se perdió al fondo del pasillo” y un ensayo sobre la indiferencia.
¿Será acaso a Vijak a quien espero encontrar en Karina? Vijak era iraní. Fue mi gran amor a los veinte años. Ella tenía dieciséis. Sweet Sixteen. Sin embargo, al final del pasillo no encontramos otra cosa que la muerte.
Su ex la había dejado. Cuando él le envió un “Hola, ¿cómo estás?”, su corazón adolescente palpitó a toda velocidad
20 de septiembre del 2019
Su cuerpo es mi opio. ¡Peligro! Ella se me entrega tan poco que me da la impresión de ser un mendigo, un pobre viejo un tanto asqueroso al que le encantaría recibir con generosidad aquello que ella sólo me ofrece a gotas. Cuando se lo hago notar, me dice que necesita tiempo. A mi edad tengo poco. Ella tiene toda la vida por delante... al menos así lo cree. Un solo punto en común: el suicidio en pareja es la apoteosis del amor. Un escenario distante.
Por otra parte, ella es tierna, discreta, nunca eleva su tono de voz ni refunfuña. Otro punto a su favor: prefiere los perros a los gatos. ¿Habré adquirido un cachorro sin querer? ¿Acaso he mencionado que ella posee un grácil cuerpo de euroasiática y que con él me vuelve loco? Ella ignora todo sobre mí, no es una lectora asidua y es más bien poco propensa a la vida intelectual. Yo tampoco sé mucho de ella. Se considera a sí misma como extremadamente sensible, ¿pero qué jovencita no piensa que lo es?
También encontré el subtítulo para mi libro sobre Magda Goebbels: del sionismo al nazismo. Asesinar a sus seis hijos no es algo que pueda hacer cualquier mujer. Es algo que no puedo dejar de reconocerle.
Sábado, 21 de septiembre, 2019
En un momento de mal humor, le dije a Karina que era una tonta y una inculta. De inmediato ella preparó su maleta, pidió un taxi y se esfumó. Las chicas de hoy se han vuelto demasiado susceptibles. Yo, que esperaba una noche sensual para mi cumpleaños, me quedé desamparado.
Domingo 22 de septiembre, 2019
Sin noticias de Karina.
Lunes 23 septiembre, 2019
Al despertar, en la pantalla de mi iPhone veo un corazón gigante que me envía Karina. Dice que pasará a mi casa por la tarde. Finjo alegrarme. Para ser sincero, temo sus reproches. Temo aún más aburrirme de ella. Sin embargo, me digo a mí mismo que hay entre nosotros sesenta años de distancia, ¡eso no está nada mal!
Mi propensión hacia la indiferencia siempre me sorprenderá.
“Las mujeres con pechos grandes tienen cerebro pequeño”, decía Sartre, que no siempre se equivocaba (éste no es el caso de Karina). ¿Qué pensaría él al ver que hoy las protuberancias mamarias se exhiben con orgullo por doquier?
Un bailarín del Bolshoi fue expulsado de la Ópera de París por haber expresado opiniones obesofóbicas. Y pensar que yo a los dieciocho años, en la facultad de Lausanne, publiqué un artículo provocador bajo el título: “¡Aniquilen a los gordos!” que tuvo buena acogida. “Una mujer nunca es lo suficientemente delgada ni lo suficientemente rica”, decía la emperatriz Sissi.
Martes, 24 de septiembre, 2019
En mi juventud, las chiquillas de dieciséis años que ligaba en la piscina de Montchoisi leían a Oscar Wilde o a Proust. Las que eran un poco mayores leían La ruta de Flandes de Claude Simon (un tedio mortal). Yo tenía apenas unos años más que ellas, pero la comunicación era sencilla. Ahora veo a Karina leyendo una biografía de France Gall... ¡ahhhhh, las golosinas de Gainsbourg! Acaricio a Karina con parsimonia y ella accede a ese tacto, pero me dice que está cansada. Siempre está cansada. A veces juega con mis dedos y los pone en su boca.
Ella vive en un mundo que no es el mío. Ahora parece un perro abandonado que ha encontrado un nuevo hogar. Asegura que se irá cuando yo se lo diga. También me dice que estaría dispuesta a morir conmigo. Un punto a su favor. Su madre es esquizofrénica y su padre es alcohólico. No terminó la preparatoria. La hacen reír mucho las jovencitas que obtienen un máster en psicología sin haber trabajado nunca. Karina no duda de su inteligencia, ni de su encanto.
Miércoles, 25 septiembre, 2019
La noche anterior, me metí en su cama mientras dormía. Al despertar, me aseguró tener la impresión de que todo se había tratado de un sueño. Me confesó que hasta hoy, sólo había tenido dos amantes. Como no tiene ninguna razón para mentirme, le creo. De improviso, me dice que quiere leer a Shakespeare. Ella sigue siendo un misterio para mí. No tiene tatuajes ni piercings, eso ya es algo.
Mi impresión después de una semana: la de haber adoptado a un cachorrito. Seguro me costará caro conocer la suya.
Jueves, 26 de septiembre de 2019
La respuesta llegó mucho más rápido de lo que pensaba. Su ex (un auxiliar de notario) la había dejado a finales de agosto. Cuando él le envió un “Hola, ¿cómo estás?”, su corazón adolescente palpitó a toda velocidad. Incluso me confesó que no había logrado olvidarlo. También me dijo que no había querido utilizarme como un sucedáneo (algo que evidentemente hizo). Actuó sin el menor escrúpulo, a pesar de que pretendía ser una persona sensible, moral, musulmana de corazón. Le pedí que partiera en ese momento. Quise incluso tomarle video mientras preparaba sus cosas. Ella amenazó entonces con demandarme: el famoso derecho a la imagen (uno de los inventos legislativos más estúpidos de nuestros tiempos). Me robó un libro de Fabrice Partaud, “Tenis, calcetas y abandono”, que había recibido esa mañana. Prometió que en cuanto olvidara a su pasante de notario, regresaría. Obviamente no le creo. Adieu, Karina. Finalmente, sólo tiene veinte años y todo el derecho a equivocarse. A mí me quedan todavía Tinder y Asia Charm.
Nota
1 Sitio web para pactar citas con chicas de origen asiático. (N. del T.).
Fuente
https://leblogderolandjaccard.com/2020/03/26/unesemaine-avec-karina/