La vergüenza de Annie Ernaux

Woldenberg se adentra en el imaginario de la escritora francesa Annie Ernaux, ganadora del Premio Nobel de Literatura 2022, referente de la llamada autoficción. La vergüenza (traducción de Mercedes y Berta Corral, Tusquets, 2022) es la voz de la propia autora que transita por una de las emociones más intensas a lo largo de su vida. Trasciende su confesión y la transforma en el testimonio de cómo un suceso imborrable la marcó para siempre

La vergüenza de Annie Ernaux
La vergüenza de Annie ErnauxFoto: Especial
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“Mi padre intentó matar a mi madre un domingo de junio”. Así empieza el testimonio / novela / reflexión de Annie Ernaux. Ocurrió el 15 de junio de 1952 cuando ella no había cumplido aún los doce años. La madre, de mal humor, reclamaba al padre hasta que este explotó y la amenazó con un hacha. Annie corrió, pidió auxilio, lloró. “Después nos fuimos los tres a pasear en bicicleta por el campo de los alrededores.” “Nunca más se volvió a hablar del asunto.”

El episodio, sin embargo, nunca pudo ser olvidado por aquella niña. “Aquel domingo se interpuso como un filtro entre la vida y yo”. Los padres de Annie la “adoraban”, la amenaza nunca volvió a repetirse, pero generó en ella una alerta permanente y sobre todo una vergüenza indescifrable.

Ernaux reconstruye esa época: su regalo de Navidad, las postales recibidas, el misal utilizado, hojea los periódicos viejos que hablan de las guerras de Indochina y Corea, de las películas del momento y de la publicidad de variados productos, pero “ninguno de los miles de millones de hechos que se produjeron en el mundo aquel domingo podría ser colocado al lado de esa escena sin llenarme de estupor. Sólo ella fue real”.

ENTRE EL MUNDO Y UNO, el ancla y referente ineludible siempre es uno. Hay ciertamente un “teatro de acontecimientos”, pero la vida propia los coloca en un segundo plano. Y hay algo más: la imposibilidad de reconstruir con certeza el pasado, así haya sido modelado por un acontecimiento traumático. Escribe Ernaux: “pero la mujer que soy en 1995 es incapaz de penetrar en aquella niña de 1952 que lo único que conocía era su pequeña ciudad, su familia y su colegio, y que sólo tenía a su disposición un léxico muy reducido… No existe una auténtica memoria de uno mismo”.

No es sólo el paso del tiempo o la profunda transformación del hábitat o la estrechez o amplitud del mundo conocido, sino el propio lenguaje el que posibilita o limita la comprensión de los acontecimientos. En aquel entonces Annie creyó “volverse loca”, 43 años después, cuando escribe, la vida ha pasado y no sucedió lo temido.

La autora informa cuál será su método de trabajo y no puede ser más elocuente: “No deseo escribir ningún relato, pues eso significaría crear una realidad en lugar de buscarla. Y tampoco quiero limitarme a reunir y a transcribir las imágenes que conservo en la memoria, sino tratarlas como documentos que se aclararán los unos a los otros al estudiarlos desde diferentes ángulos. Ser, en pocas palabras, etnóloga de mí misma.”

Y emprende la tarea. Reconstruye su territorio, un pequeño poblado (al que no nombra) entre El Havre y Ruan en la región normanda con siete mil habitantes. Su mundo son la escuela, la iglesia, las tiendas y todo aquello que le produce arraigo y le edifica un sentido de pertenencia: un “nosotros” y un “ellos”. Ernaux ofrece un paseo por sus barrios, el centro, el comercio de sus padres, en una palabra, por “su tierra” y se detiene en las formas de ser que modelan las conductas de los lugareños. “A los doce años vivía dentro de los códigos y las normas de ese mundo sin sospechar que pudieran existir otros.”

ES EL AMBIENTE PUEBLERINO, cerrado pero esperanzado en el “progreso”, con sus rígidos códigos de educación para los niños y sus chismes recurrentes (“todo el mundo vigilaba a todo el mundo”), sus juicios lapidarios sobre cualidades y defectos de las personas, lo que inducía con fuerza “a ser como todo el mundo”. Se vive dentro de unas reglas de conducta consagradas socialmente que producen sensaciones de “agobio y encierro” y que abren paso al miedo de “¿qué van a pensar de nosotros?”. Es ese ambiente el que alimenta de manera subrayada la vergüenza por lo ocurrido entre sus padres.

Annie Ernaux estudia en un colegio católico privado. “Estaba prohibido mirar a la calle desde cualquier ventana”. Sólo son presencias masculinas los sacerdotes y un jardinero. “Todas las actividades escolares empiezan y acaban con una oración”. El supuesto que ofrece sentido a esa educación es que en ella prevalece la “verdad”, la “perfección” y la “luz”. Las antípodas de lo laico y por ello confuso, malo, obscuro. Sus reglas establecen con claridad y contundencia lo que “está bien visto” y lo que “está mal visto”. “Es totalmente impensable leer fotonovelas e ir al baile público”, a pesar de ello “jamás se tiene la sensación de un orden coercitivo”. La niña asimila el mundo tal y como se le presenta e impone (esto último lo diríamos quizá nosotros). Del sexo, por supuesto, no se habla y las jerarquías que exige la edad son estrictas. “Era necesario dar una buena imagen en el colegio”. Es, el segundo círculo, que atenaza la vergüenza.

Se vive dentro de unas reglas de conducta consagradas socialmente que producen sensaciones de ‘agobio y encierro’ y que abren paso al miedo

En esos ambientes se encuentra inmersa Annie Ernaux y sus fórmulas de comprensión son los que palpitan en ellos. Por eso, aquel incidente imborrable del que nadie más sabía ni debía saber la dejaba descolocada. “Habíamos dejado de pertenecer a la categoría de la gente correcta”. “Me había convertido en una persona indigna del colegio privado, indigna de su excelencia y de su perfección. Había entrado en el ámbito de la vergüenza”.

Un tercer círculo se cierra sobre ella. Annie y su padre hacen un viaje de vacaciones como parte de un grupo. No se integran. Son marginados, mal tratados. Resiente el déficit de pericia cultural de su padre. Le apena su comportamiento. La sensación de vergüenza se aviva, la impresión de pertenecer a un mundo diferente al de los otros se recrudece. Esos círculos opresivos despiertan la ansiedad por vivir otra vida. La vergüenza todo lo gobierna: vergüenza de ser quien es.