Todos deberíamos conocer a los chavos banda para entender mejor privilegios y carencias. A más de cuarenta años de que una subcultura nos enseñara sobre nuestro entorno social, aún se habla sobre este submundo similar a la película Mad Max (1979). Brotó en la periferia chilanga de los años ochenta —Santa Fe y Neza—, luego de que adolescentes de aquel tiempo usaran como escudo de defensa la marginalidad, la pobreza y la música.
Tras un lustro de investigación de Verónica de la Luz, egresada de la Escuela Nacional de Artes Cinematográficas de la UNAM, charlé con ella para saber más de Sin tantos Panchos (2019), documental en el que cuenta esa etapa de México.
¿Cómo te interesaste en los chavos banda?
El proyecto surgió con la idea de entrar a la maestría de cine documental en la UNAM. Crecí en Ecatepec, donde dos tíos pertenecieron a una banda. Por lo mal que hablaban de estas pandillas juveniles, me acerqué a la filmografía que abordó este tema: La banda de Los Panchitos (Arturo Velazco, 1986), ¿Cómo ves? (Paul Leduc, 1986), Olor a muerte: pandilleros (Ismael Rodríguez Jr., 1986) e Intrépidos punks (Francisco Guerrero, 1988). Luego quise que los directores me contaran cómo fue su encuentro con los chavos banda, cuando estaba en pleno apogeo este fenómeno social.Sin embargo, a veces la ficción no retrata la realidad, por eso es importante el género documental. Lo vemos con La banda de Los Panchitos: en lugar de mostrar las inquietudes de esos jóvenes, sólo mostró lo sensacionalista del tema. Por eso me interesan asuntos como éste.
Comentas que tu documental “es una reflexión sobre el pasado y el presente, a través del testimonio de exintegrantes de bandas juveniles”.
Así es, sólo eran jóvenes con inquietudes, que se vestían y hablaban de una forma particular pero los etiquetaban como “lacras de la sociedad”. Es importante mencionar que el rock fue fundamental en este movimiento; en los años ochenta permeó la música prefabricada y se intentó que la juventud se alineara con lo que decían el gobierno o Televisa, cuando en realidad había una movida juvenil interesante en las periferias. Las pandillas fueron la contraparte de aquella época. El título de mi documental no sólo hace alusión a Los Panchitos, sino a todos los adolescentes que eran etiquetados por usar indumentaria de punk chilango.
En la otra cara del documental aparecen los cineastas y periodistas que estuvieron cerca de este movimiento.
Sí, tuve la fortuna de entrevistar a Sarah Minter, Andrea Gentile y Gregorio Rocha. Sus películas Nadie es inocente (1986), La neta, no hay futuro (1987) y Sábado de mierda (1988) son de culto. No pude incluir la entrevista con Andrea; no conseguí una copia de buena calidad de su largometraje y tampoco pude negociar con el Centro de Capacitación Cinematográfica. También hablé con Juan Guerrero, quien se introdujo en los hoyos fonky, y de César Taboada rescaté su película Abuso de autoridad (1983), la cual jamás salió del Centro Universitario de Estudios Cinematográficos. Cuando hice la digitalización de su documental me acerqué a él para enseñárselo, me dijo que tenía treinta y dos años sin verlo. Igualmente incluí a Pablo Gaytán, porque muchos ubican sus películas Submetropolitanos (1989) y Década podrida (1995).
Eran jóvenes con inquietudes, que se vestían y hablaban de una forma particular pero los etiquetaban como lacras de la sociedad
¿Sin tantos Panchos también puede ser de culto?
Desde su origen, la intención ha sido proyectarla en medios culturales y universidades. Se hizo con tres pesos, porque no se podían pagar todos los derechos. Lo que incluimos fue gracias a quienes participaron en el documental. Hasta ahora el resultado ha sido bueno: ganamos el Premio Coyote y el Premio al Mérito Periodístico del Festival de Cine de Barrio 2020. Mi objetivo era apelar a la nostalgia y creo que se logró.
Sarah Minter dice, refiriéndose a los ochenta, que “había una negación de la pobreza”.
Mucha filmografía de los ochenta fue clasemediera, pero afortunadamente se documentó la periferia de la capital, los cinturones de miseria que el gobierno quería negar. La periferia sigue existiendo, aunque ahora lo pobre o naco está de moda. En aquella época era mejor ocultarlo, sólo que cuando viviste algo de cerca tienes otra perspectiva. Por eso me interesaba contar la historia de los chavos banda desde su punto de vista.
Había más pandillas, como Los Mierdas Punk o Los Nenes, algunos de cuyos exintegrantes aparecen en el documental.
De Los Mierdas Punk está Pablo Hernández, el Podrido, que apareció en las películas de Sarah Minter, Gregorio Rocha y Andrea Gentile. De Los Nenes participó Álvaro Détor, el Toluco, coautor del libro México punk, 33 años de rebelión juvenil (2011).
¿Por qué no apareció alguien de Los BUK? Eran la pandilla rival de Los Panchitos y mostraban las variaciones que había entre estos grupos; ellos eran fans de KISS.
Quería incluirlos, pero como andaba gestionando tantas cosas fue imposible. Había pandillas más punks que gustaban de los Sex Pistols, otras eran roqueras y escuchaban Three Souls in My Mind. También había las de charangueros, amantes de la música tropical.
Las Castradoras sólo estaban integradas por mujeres. De ellas se cuenta que castraron a un violador.
Respecto a esta leyenda urbana se estrenó la película de ficción La diosa del asfalto (Julián Hernández, 2020), pero sólo aborda el lado sensacionalista de las chavas banda en los ochenta.
Por el acercamiento de Sin tantos Panchos con la época cumbre de las pandillas, la gente podría interesarse en este tema.
El documental recopila archivos fílmicos y hemerográficos que estudiaron las pandillas juveniles en su apogeo. Me hubiera encantado entrevistar a José Agustín, Elena Poniatowska o Álex Lora, porque este tema da para una serie documental. En su libro Las bandas en tiempo de crisis (1987), Francisco Gómezjara habla de que había más de tres mil pandillas.
¿Qué aprendiste al adentrarte en este submundo?
Me quedo con la idea de humanizar y darle voz directa a este movimiento a partir de sus protagonistas. Fue muy gratificante oír sus anécdotas.