El virus que nos abre los oídos

En el marco de la reciente Feria Internacional del Libro de Guadalajara —realizada de forma virtual— tuvo lugar el coloquio De muro a muro, en cuyas mesas se indagó, desde un enfoque interdisciplinario, en torno a las vertientes de la nueva realidad que enfrentamos a nivel global con la pandemia. Nicolás Alvarado, organizador del encuentro, glosa en estas páginas algunas ideas torales y también preguntas vertidas por los pensadores nacionales e internacionales, de filiaciones disímbolas, que participaron en él.

Jacques Attali (1943).
Jacques Attali (1943). Foto: Fuente: fr.wikipedia.org

Este virus que nos vuelve locos se titula un librito pergeñado por el filósofo francés Bernand-Henri Lévy al inicio de la pandemia. Su idea central es que nos amenaza no sólo un virus sino el virus del virus: un contagio ideologizado que llevaría a algunos a leer una admonición contra los excesos humanos donde no hay sino un patógeno submicroscópico, carente de inteligencia. “Los virus son tontos; son ciegos... no hay, en consecuencia, ‘buen uso’, ‘lección social’ o ‘juicio final’ que esperar de una pandemia”.

Tiene un punto pero, conforme los días pasan, éste parece cada vez más limitado: el Covid-19 ha puesto en crisis certezas culturales, sociales, políticas y económicas. Obliga a un replanteamiento de las formas de ser y hacer en las democracias contemporáneas. Es un punto de quiebre histórico.

“La pandemia puso en crisis todo aquello en lo que habíamos creído y nos lleva a pensar cuál debería ser nuestro nuevo consenso social”, afirmó hace días el economista mexicano Salomón Chertorivski en De muro a muro, coloquio anual de la FIL Guadalajara que este año tuvo como tema El nuevo (des)orden post viral.

Tras escuchar a doce de las mentes más lúcidas del mundo ofrecer una perspectiva interdisciplinaria es posible derivar una conclusión: hemos llegado a la era de la escucha y si hemos de construir futuro, deberá ser no a partir de discursos verticales sino de la apertura al Otro, a los otros. Me permito erguirme en los hombros de gigantes intelectuales para, a partir de lo dicho en De muro a muro, hacer un prontuario de a qué deberán prestar oído las sociedades por venir.

ESCUCHAR EL PASADO

“El Covid nos hace repensar por qué la pandemia de influenza de 1918 no dejó una marca indeleble”, comenta el historiador mexicano Enrique Krauze, en la mesa que comparte con el neerlandés avecindado en Estados Unidos —y antes en Asia—, Ian Buruma:

¿Por qué no produjo una alerta global permanente, una conciencia generalizada de la importancia de la ciencia en nuestras vidas? Quizá la Segunda Guerra Mundial le restó presencia, pero aún así hubo 500 millones de personas infectadas —un tercio de la población mundial— y murieron 50 millones. Deberíamos haber aprendido. ¿Por qué creímos que las epidemias eran cosa de tiempos bíblicos, de la Europa medieval o los siglos XVI y XVII? Ingmar Bergman dijo: “en tiempos medievales, los hombres temían a la peste; en tiempos modernos temen a la bomba atómica”. Pero la bomba atómica no volvió a suceder y aquí estamos: como en tiempos bíblicos, el problema es la epidemia... El público lo tomó por un accidente en la Historia.

Podemos destacar El amor en los tiempos del cólera, de García Márquez, La peste, de Albert Camus y El séptimo sello, de Bergman... Pero nada en el arte, la literatura o la historia logra acercarse a la Segunda Guerra Mundial, la Guerra Fría. Había una especie de punto ciego en nuestra conciencia histórica.

Krauze interpela a Buruma sobre si el olvido de la experiencia pandémica tuvo lugar también en Asia, y éste responde: “Una de las razones de que en Japón, Corea del Sur y China hayan tenido más éxito en la contención del coronavirus es que usan cubrebocas. Los japoneses empezaron a emplearlo para la gripa, para impedir el contagio de catarro en el transporte público desde 1918: es un legado de la epidemia de influenza”.

En la mesa sobre la construcción de un nuevo modelo económico, Chertorivski alude al ejemplo sudcoreano: “En 2015, con el MERS —Síndrome Respiratorio de Medio Oriente—, Corea del Sur hizo un mal trabajo pero aprendieron qué salió mal y lo que han logrado ahora es ejemplar”. Lo confirma el economista francés Jacques Attali, cuyo más reciente libro, La economía de la vida —escrito en la pandemia pero de calado más ambicioso que el de Lévy, y cuya traducción al español sigue pendiente—, señala sobre el caso sudcoreano:

Asumieron el problema muy temprano —hace cinco años vivieron una epidemia similar a escala menor. Estuvieron listos desde diciembre con cosas sencillas: cubrebocas, pruebas y traza de contactos... Tuvieron pruebas desde el 12 de enero, es decir, dos semanas antes de su primer contagio. Luego organizaron el rastreo y aislamiento de gente infectada, sin confinamiento alguno, a no ser el cierre de las escuelas. Ahora con 53 o 54 millones de habitantes tienen apenas 400 muertos; el crecimiento económico se ve sólo limitado por el vecindario económico del país... Corea del Sur es un ejemplo de cómo debemos aprender de las lecciones del pasado.

Hartmut Rosa detecta una razón de la sordera de gobernantes y gobernados:  la ilusión de control que nos ha dado el progreso, y que políticos han erigido en estandarte

ESCUCHAR EL FUTURO

En efecto, Attali advierte sobre la necesidad de aprender del momento que vivimos y aprovechar la experiencia para prever el futuro:

Groucho Marx dijo: “¿Por qué habría de ocuparme de las próximas generaciones? No han hecho nada por mí”. Es chistoso pero falso. Suponer que nadie nacerá entre hoy y el futuro sería un desastre para cualquiera. Tenemos interés en el bienestar de las personas que no han nacido aún: es condición de nuestra supervivencia.

Si queremos sistemas económicos y políticos sólidos debemos trabajar en favor de las próximas generaciones, estar preparados para ocuparnos hoy de los desafíos del futuro a fin de que, al llegar una amenaza, podamos enfrentarla. Y sabemos cuáles son las muchas amenazas por venir: el clima, las desigualdades, otras pandemias.

Puesto en palabras de Chertorivski, esto supone el cultivo de la flexibilidad en la función pública: “Necesitamos Estados que reaprendan, que sean flexibles a fin de procesar nueva información y con ella hagan mejor las cosas: reorientarse, encontrar vías hacia el destino al que quieren llegar pero con la nueva inteligencia, información y evidencia científica, disponibles para todos”. La pregunta clave es la que hace el diplomático egipcio Mohamed El-Baradei, Premio Nobel de la Paz por su contribución al desarme nuclear cuando fue director de la Agencia Internacional de Energía Atómica de la ONU: “Tras ponernos la vacuna, ¿seguiremos en business as usual? ¿O vamos a aprender lecciones elementales?”.

ESCUCHAR LA REALIDAD

En sesión dedicada a explorar la nueva globalidad, ElBaradei comparte cartel con los filósofos Rocco Ronchi, de Italia, y Hartmut Rosa, de Alemania. Rosa —cuyo tema de estudio es la aceleración de las sociedades contemporáneas— detecta una razón de la sordera de gobernantes y gobernados: la ilusión de control que nos ha dado el progreso, y que políticos —en especial, los populistas— han erigido en estandarte.

El lema del Brexit fue “Recuperar el control”, la idea de que es posible dominar políticamente el mundo... Prometen ignorar los mercados, ignorar la Ley, los medios... El Covid nos deja claro que es una ilusión: no puede haber control total del mundo. Ofrece una nueva comprensión de la soberanía: no controlar sino ser capaces de escuchar y responder. Creo que ése debería ser el paradigma de la cooperación internacional: no dominar a los demás a través de reglas sino escuchar sus ideas —sobre cualquier tema—, encontrar soluciones... Espero que la crisis sea el punto de partida de algo nuevo.

Por desgracia, como bien apunta ElBaradei, no ha sido así: “Lo politizamos, hicimos que se tratara de quién tiene la primera vacuna, en lugar de pensar cómo distribuirla de forma equitativa”. Los gobernantes, advierte Rosa, siguen aplicando el paradigma del control a algo que, por definición, escapa a él: “Lo que vemos a escala política y social es un intento desesperado por recuperar el control de algo incontrolable. El virus es símbolo paradigmático de lo no controlable”. Su colega Ronchi coincide y apunta las coordenadas de un proyecto deseable: la construcción de un nuevo paradigma político.

El evento pandémico mapeado por el colega Rosa trae a la luz un imposible e invita a la política a medirse con él. Por tanto abjura de la idea del dominio, para medirse con lo indisponible... La pandemia revela una dimensión de imposibilidad, obliga a la política a tener lo imposible por objeto. Esto cambia el estatuto del discurso político: ya no dominio ni poder regulador, sino algo que secunda el movimiento de lo viviente. Es una transformación positiva: obliga a repensar la política.

Este nuevo paradigma es en realidad muy antiguo. El evento pandémico retoma una idea clásica de la política, la que Platón metaforizaba con el arte cibernético,1 es decir, que el arte del gobierno debe ser análogo al del piloto de una nave: no ejerce dominación sobre los elementos, no impone su voluntad. Acompaña los movimientos, se regula a partir de ellos y los dirige. Puede hacerlo porque es parte de esa naturaleza que querría regular.

Echamos en falta una idea de la política como arte de lo imposible: una técnica que confronta un elemento que escapa al control, que por definición es externo a las cosas que podemos hacer. La pandemia puede llevar a un nuevo modo de hacer política que se haga cargo de la naturaleza como elemento visto en su dimensión más incontrolable.

ElBaradei espera que “quizá en meses, cuando la vacuna haya llegado, veamos lo tontos que hemos sido en el manejo de la pandemia, cuántos murieron por nuestra ineptitud, y partamos de ahí para aprender algo”. De cumplirse su deseo, la política habrá advenido en arte de lo imposible.

Rocco Ronchi (1957).
Rocco Ronchi (1957). ı Foto: Fuente: youtube.com

ESCUCHARNOS ENTRE NOSOTROS

El Premio Nobel, sin embargo, subraya: “No estoy seguro de que los líderes de hoy sean capaces de eso. Están distraídos, son miopes, no tienen la fuerza para sacar nos de esto. A menos que la sociedad civil se movilice, el paradigma seguirá siendo incorrecto. Necesitamos uno nuevo y basado en la equidad, en la cooperación: eso es responsabilidad de la sociedad civil”.

Ronchi acota: “No sabíamos que somos uno, pero con la pandemia lo sentimos de inmediato. Ésa es la primera virtud del virus: la unificación del planeta bajo el plano de la sensibilidad”, aunque Rosa resulta notablemente menos optimista. Si bien es momento de dar voz a la ciudadanía, y el mundo ha conocido avances en ese sentido (las reivindicaciones de género, raciales y sexuales de tiempos recientes), ... no basta que todo el mundo tenga voz, sino también que tenga oídos. Creo que tanto en las democracias nacionales como en la escala global, todos están convencidos de no tener una voz suficientemente audible, pero eso sólo funciona si también escuchamos.

Necesitamos aceptar una diferencia que siga siendo tal. Cuando encontramos diferencias tendemos a deshacernos de ellas: “todos somos uno”. No, somos muy diversos y priva la idea de que la otredad del otro no está bien.

Mi concepción —la llamo teoría de la resonancia— es que es urgente escuchar al otro, responder con nuestra voz y vernos lanzados hacia ese mundo común que sólo entonces podrá advenir. Es un proceso de transformación mutua, necesitamos buscar de manera permanente una forma de trabajar en que escuchemos y respondamos de un modo que nos transforme. Es la única manera adecuada de lidiar con las diferencias que tenemos en el mundo.

“Necesitamos movilizarnos al nivel de la sociedad civil”, tercia ElBaradei, “pero la clave es organizarnos, tener objetivos unificados y trabajar juntos... ¿Podemos tener un nuevo paradigma de gobernanza y construir un nuevo tipo de democracia, en el que la gente se sienta representada y participe?”. Attali encuentra la avenida para ello en un cambio de coordenadas:

El modelo en el que estamos hoy, y en el que estaremos cada vez más si no actuamos, es el del individualismo. Está en la economía y la política, en todas las dimensiones de la vida. Los nuevos medios y las redes sociales nos conducen al desarrollo del individualismo, el egoísmo, el narcisismo. A escala global, eso significa estar encerrado en el propio grupo —eso conduce al populismo—, cerrarse en un género específico, olvidarse de los otros.

Para librarnos de la pandemia en el largo plazo es necesario no estar en la ideología del egoísmo sino en el altruismo. No es algo naïf —ser bueno por el mero gusto de serlo— sino muy racional: lo llamo altruismo egoísta o altruismo racional.

Rosa cree que el cambio de paradigma es posible, e invoca a Hannah Arendt y su confianza en la capacidad humana para dar a luz lo nuevo: “Los académicos tenemos la obligación de insistir en que la amenaza sea manejada con miras al futuro abierto”. En las sesiones De muro a muro —disponibles en www.demuroamuro.mx—, doce hombres y mujeres de ideas dieron fe de su compromiso con ello.

Nota

1 Si bien la acepción más conocida hoy de la palabra “cibernética” es la de lo “creado y regulado mediante computadora”, en su definición original es la “ciencia que estudia analogías entre los sistemas comunicación de los seres vivos y de las máquinas” (DRAE). Ésta deriva del vocablo griego que cita Ronchi; aludía al “arte de gobernar una nave”.

NICOLÁS ALVARADO (Ciudad de México, 1975), escritor, promotor cultural y comunicador, ha escrito los libros Con M de México (2006)

y La ley de Lavoisier (2008), así como las obras de teatro Cena de Reyes (2011) y Te vuelvo a marcar (2014), entre otros.

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