Guardo en la memoria la ficticia ciudad de Santa María, al protagonista de La vida breve: José María Brausen, que acaricia el hueco del ya inexistente pecho de su mujer, quien ha pasado por una mastectomía. Esa primera vez me costó la lectura, absolutamente desoladora, pero me atrajo todo el entramado de historias paralelas, una creada dentro de la propia novela y la que ocurre como narración principal. Brausen se hace pasar por otro personaje, su mujer lo abandona, lo echan de su trabajo y decide escribir un guión de cine. La vida para Brausen es densa y termina en una relación violenta con una prostituta, La Queca, a la que otro hombre asesina. La historia resulta angustiosa, pero no se puede abandonar, porque atrae a la otra, la del guión de cine que escribe Brausen, además de las atmósferas y la escritura de Onetti. A pesar de lo sórdido, en mi más reciente lectura advertí que también hay un grado importante de humor. Todas las calamidades de la vida poseen su lado irónico.
Onetti resulta uno de los pocos escritores latinoamericanos que concibió una escritura existencialista:
Luego, separada de mí, de alguien, de una presencia, de un cuerpo, del espesor de ese cuerpo, de la memoria de sus olores y su temperatura, imitaba la postura dócil e hipócrita de los muertos, unía las manos sobre el vientre, juntaba las rodillas y se disponía a recibir las suaves voces que proclamaban su desgracia, su derrota, el volumen del pedazo que faltaba en su cuerpo y que habría de faltar, proporcionalmente, en toda dicha futura.
La singularidad de cada ser humano, aunque sea un antihéroe o un derrotado es lo que le interesa a Onetti y lo que también buscaba Albert Camus en sus personajes.
La vida breve ha sido elogiada por la crítica. Se publicó en 1950, cuando Onetti tenía 41 años. En las Obras completas, Emir Rodríguez Monegal, eminente crítico uruguayo, que fue profesor en la Universidad de Yale, dice en el prólogo: “El procedimiento que sigue Onetti para la comunicación de su obra narrativa es bastante complicado […] Esta complicación no afecta, es claro, al lector que se interese por cada novela como obra aislada”.
Quien ha leído a Onetti sabe que Santa María aparece en varias de sus obras, esta ciudad inventada que se asemeja a las metrópolis rioplatenses. Y que a Onetti le gustaba repetir personajes, Larsen aparece en La vida breve y regresa en Juntacadáveres que es su apodo. Cuando llega a la mítica Santa María –que nos hace recordar al Yoknapatawpha County de William Faulkner– en la compañía de tres prostitutas pasadas de años, fatiga un propósito: poner un prostíbulo para que las meretrices, sabias en el arte del placer, hagan felices a los clientes, pese a no ser lozanas. Entretanto, las buenas conciencias de Santa María se quejan. Hay un cura que, en sus sermones, azuza a los parroquianos contra la existencia de semejante prostíbulo. La novela abre la puerta hacia lo absurdo, hacia un universo que no acepta quimeras de ningún tipo. Mientras, la vida para Larsen y las viejas prostitutas se asemeja a la letra de un tango.
Desde su primer libro, El pozo de 1939, Onetti produjo una narrativa novedosa y filosófica. El mismo título nos remite a una oquedad oscura. Es un monólogo, en el que el narrador muestra su escepticismo.
Desde su primer libro, El pozo de 1939, Onetti produjo una narrativa novedosa y filosófica. El mismo título nos remite a una oquedad oscura. Es un monólogo, en el que el narrador muestra su escepticismo con respecto a la vida. Desde luego, los temas que destaca son la soledad, la finitud, la responsabilidad de uno mismo y la libertad. Todo corresponde a los principios del existencialismo.
Onetti también fue un cuentista magnífico. “Bienvenido Bob” es un relato al que se refieren muchos escritores como ejemplo de perfección. Es la historia de la relación entre el narrador y el displicente y burlón joven Bob, hermano de Inés, novia del narrador, quien al cabo de los años se topa a Bob “que ahora se emborracha con cualquier cosa, protegiéndose la boca con la mano sucia cuando tose”. Bob, ahora Roberto, que se creía una gran promesa, se refiere a su mujer como “mi señora” y es, a todas luces, un perdedor. La vida lo ha derrotado.
Onetti fue precursor de la gran literatura latinoamericana, el famoso boom que deslumbró al mundo literario en los años sesenta y setenta. Escritor sui generis, a veces, dicen, autorreferencial, concibió personajes fuertes, que convergen con los difíciles caminos de la existencia, donde en ocasiones no hay vuelta ni hacia atrás ni hacia delante .
Recordemos al extraordinario Juan Carlos Onetti leyéndolo y disfrutándolo. Yo ahora me sumerjo en la novela Los adioses (1954). La historia de un hombre que baja de un colectivo y entra a un almacén, pero su destino es un hotel donde se hospedará para tratarse de tuberculosis. Lo primero que nota el narrador son las manos del forastero: “lentas, intimidadas y torpes, moviéndose sin fe, largas y todavía sin tostar, disculpándose por su actuación desinteresada”. En ese momento se da cuenta que el tipo, que se muestra hosco y taciturno, no sobrevivirá. Dejo la historia para despertar la curiosidad de nuevos lectores del escritor uruguayo o para quienes deseen volver al asombroso mundo onettiano.