El éxito suscitado por Roma tarde o temprano aspiraría a ser replicado por algún director. Y la primera película en intentarlo es Ya no estoy aquí. Resulta imposible no compararlas. Razones hay de sobra, desde el empleo de actores amateurs hasta el retrato del estrato social bajo. Pero sobre todo por el abuso de la simbología. Algo que en Roma funciona a la perfección pero que en Ya no es aquí es por completo fallido.
Si bien es un trabajo que viene gestándose desde hace mucho tiempo, sin la aparición de Roma no habría tendido el mismo impacto. Ya no estoy aquí presenta varios problemas. Los más graves son dos. De estructura y argumentativos. La cinta no sabe qué es lo que quiere contar. Y que existan a la fecha una gran cantidad de personas que están explicando lo que ocurre en pantalla es prueba de su falla. Una película no debería ser explicada por la crítica.
El conflicto no es claro. Y sí, de acuerdo, la trama no es lo más importante, pero debería serlo. La partida de Ulises a Nueva York es confusa. Y aquí la falla es tanto del guión como del director. En la escena en la que balacean a la banda de los Pelones no se entiende qué ocurre. Y uno tiene que inferir que a Ulises se le relaciona con el atentado. Y lo peor: el cholo en el piso ligándolo con los disparos es de lo más inverosímil.
A partir de ahí es difícil tomarse en serio lo que ocurre en pantalla. Se pierde el interés porque las acciones son torpes. Es una obligación de la trama ser clara. Porque más allá de ciertos roces, Ulises jamás se sumerge en el mundo de los grupos criminales. Y esta casualidad está forzada sólo para mandar al personaje principal a Nueva York. Se necesita una razón de peso para justificar el exilio. Y eso es algo que se podría haber arreglado desde el papel. Pero conforme avanza el tiempo se ve que no será el único hueco en la trama.
La parte más interesante es la que transcurre en Nueva York. Entra en juego el papel de la identidad y el sincretismo. Pero también cuesta tomarse en serio la odisea de Ulises porque ocurren cosas que carecen de verosimilitud. Por ejemplo el arresto de Ulises. En una ciudad santuario como Nueva York, la policía no te detiene por vagar. Aunque seas un indocumentado. Y si lo hace te suelta, a menos de que hayas cometido un delito grave. Y tampoco te deporta. Sí, en otras ciudades de Estados Unidos ocurre todo el tiempo. Pero no en la Gran Manzana.
Existe una fantasmagoría, que para mala suerte de la cinta no está bien lograda. Los personajes aparecen y desaparecen sin sentido. Y aunque se trate de fantasmas necesitan cierta coherencia que justifique su presencia en el mundo de Ulises. Es falso que lo que se retrata no es Monterrey. Es uno de los tantos Monterrey que coexisten en la misma ciudad. Ése no es el problema. De lo que cojea Ya no estoy aquí es que la resolución de los personajes carece de un tejido semántico que los sustente. El mejor ejemplo es Lin. Que entra y sale de la vida de Ulises sin pretextos. Y eso es un error del guión. Porque esa implicación personal debería llegar a un desenlace. Eso era la película.
Que a Ulises lo único que le importa es la música y el baile queda claro. Pero eso no da para contar una historia. Y las fallas lo único que consiguen es restarle complejidad al personaje. Merece mención aparte el actor Juan Daniel García Treviño, que hace un estupendo papel. En contraste con los otros actores que se muestran demasiado rígidos o caricaturizados o impostados.
El regreso de Ulises se justifica porque le otorga al personaje una transformación emocional pero no deja de resultar problemático. Un muchacho nacido en una colonia como la Indepe tiene unas raíces demasiado arraigadas, pero cuesta creer que Ulises se haya dejado apabullar en Queens y no en un territorio más hostil y violento como lo es el Monterrey del Cerro de la Campana. Y la pregunta que más resuena después de ver la cinta es: ¿y qué hay del baile? ¿En Nueva York no se baila cumbia? Se baila cumbia, salsa y lo que se les ocurra. Ahí estaba la salvación de Ulises.
Al final escucha música con sus audífonos y se le acaban las baterías. Una metáfora que no tiene la fuerza que sí tiene por ejemplo Cleo cuando sube la escalera al final de Roma.