Cuando los sueños necesitan gritar, en el cine hay siempre una manera de hacerlos hablar y vibrar. Federico Fellini le dio voz a sus sueños e hizo de su vida y del séptimo arte una conjugación en la que él mismo admitió: no sabía en qué punto lo que filmaba era su vida y qué era lo real.
Hablar de Fellini no es fácil, porque es hacerlo de un conglomerado, del celuloide como sueños, de la soledad humana, del proceso creativo de una mente entre lo que es real y lo onírico. El diccionario italiano acogió el término “fellinesco” para referirse a una estética del sueño y la memoria, a lo festivo y lo nostálgico; e, incluso, a lo circense y a trascender la mirada del autor para reinventar una realidad.
El dato. El termino paparazzi se originó en La dolce vita, donde un personaje se apellida Paparazzo (gorrión en italiano); se decía que los fotógrafos “revoloteaban” alrededor de las celebridades.
[caption id="attachment_1088356" align="alignnone" width="696"] El director italiano, en el set de grabación, en 1965. Foto: Especial[/caption]
A él le molestaba que lo encasillaran en algún estilo o algún concepto. Es más, de niño, el cine no era un arte que le entusiasmara. Hijo de una familia de clase media, nació en enero de 1920 en Rímini, un pueblo al norte de Italia, donde Julio César, se dice, enardeció sus tropas antes de marchar hacia Roma. La afición del infante Federico eran los dibujos y las caricaturas, cuestiones que lo acercaron al periodismo. La necesidad de incluir en sus viñetas algunos relatos lo llevaría a desarrollar el arte de la escritura.
Afortunados aquellos que saben desde pequeños cuál es su misión en la vida. A otros les toca averiguarlo; con Federico, las circunstancias políticas de una Italia en plena Segunda Guerra Mundial lo acercaron a su pasión cinematográfica, que aguardaba con paciencia, cautelosa.
En 1940 el cine italiano se vio fortalecido, irónicamente, por un bloqueo comercial encabezado por Benito Mussolini; entonces Fellini fue contratado para hacer dibujo publicitario para películas. Cuatro años más tarde, la cita con su destino se dio cuando conoció a Roberto Rossellini, el padre del neorrealismo, con quien colaboró en el guion de Roma, ciudad abierta.
Curioso por todo y con una pasión desconocida y engolosinado por el manjar que el cine le representaba, el proceso creativo de Fellini empezó a emerger.
En 1995 fue publicado el guion de la cinta Il viaggio di G. Mastorna (El viaje de G. Mastorna); proyecto que Fellini escribió entre 1965 y 1966 para Dino De Laurentiis,y que nunca llevó a la pantalla.
El tip. En La Strada jugó con los arquetipos de lo bello y presentó a una protagonista poco agraciada, pero con buen corazón, en una Italia de la posguerra.
Las noches de Cabiria, en 1957, o La dolce vita, en 1960, con la que hizo mancuerna con un extraordinario Marcelo Mastroianni, y en la que Fellinni llevó a su protagonista, un periodista como él mismo fue en sus años de juventud, por días y noches frenéticas en el mundo del jet set por la Vía Venetto. Icónica escena con Anita Ekberg en la Fontana de Trevi, que inmortalizaría para siempre al lugar en el imaginario colectivo.
8 ½, en 1963, donde acude a sus memorias de niño, el niño Federico-Guido, embelesado por el sensual baile de Saraghina, símbolo de aquella mujer que en su vida real lo introdujo al erotismo. La cineasta Thiaoga Ruge, quien fue su asistente, asegura que el realizador nunca tenía un guion: todo estaba en su mente.
Caminar por Roma es transitar también por la mirada de Fellinni: la Fontana de Trevi, la Vía Veneto, Trastevere, el Teatro 5 de los estudios Cinecittà, donde pasó la mayor parte de su vida.
La última tarde de octubre de 1993, el corazón de Fellini se detuvo. Pero qué importaba, si dejaba un hermoso legado con sus cintas, para disfrutarse una vez, y otra, y otra. Y qué importaba, si como él decía: “no hay un principio ni un final, sólo una infinita pasión por la vida”. Así fue la vida de Federico Fellini.
Federico Fellini
Cineasta
Nacimiento: 20 de enero de 1920, Rímini, Italia
Fallecimiento: 31 de octubre de 1993, Roma, Italia
Vivir Fellini
Tuve el privilegio de ver todas las películas de Federico Fellini (Emilia-Romaña, Italia, 20 de enero, 1920–Roma, Italia, 31 de octubre, 1993) en mi juventud habanera. Disfruté sus personajes y las franjas extravagantes y provocativas de filmes inolvidables. Viví Fellini que es como decir, viví feliz: sí, mi generación tuvo la dicha en Cuba, en la Cinemateca de La Habana, de crecer bajo los excepcionales influjos fellinescos.
Aprendimos a mirar con él. Supimos de los asombros de la irradiación en la sala oscura. Fellini, un agasajo que la dictadura nunca nos negó. Censuraban muchas cosas, pero al director y guionista italiano —considerado por la crítica especializada como el cineasta de la posguerra más trascendental de Europa—, no. Era una festividad Fellini: asistir a una función de uno de sus filmes, un suceso. La memoria lo resguarda como algo sustancial en mi formación.
Invoco a Giulietta Masina en Las noches de Cabiria, La Strada, Giulietta de los espíritus y Ginger y Fred y una turbación sin designio me estruja el pecho. Veo a Marcello Mastroianni en La Dolce vita y 8 ½ y los ojos se me encandilan por el golpe jubiloso de la reminiscencia. Boccaccio 70 (episodio Las tentaciones del doctor Antonio) y los frondosos pechos de Anita Ekberk en un cartel publicitario sobre las bondades nutritivas de la leche. Irónico bosquejo sobre la moralidad, el amor y el sexo en los tiempos modernos retomando el estilo de Giovanni Boccaccio.
Y después en total madurez creativa: Casanova, Satyricon, Amarcord, La entrevista y La voz de la luna. Nada ha vuelto a ser igual que esos años de tardes enteras en la Cinemateca de La Habana. La dicha, estremecimiento cifrado en la verdad del cine. Fuimos dichosos. Vivimos en el regocijo de Vivir Fellini.
Con información de Carlos Olivares Baró
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